domingo, 4 de diciembre de 2016
ENAMORAME: CAPITULO 1
Toda la vida mi madre dijo que a los hombres “ hay que conquistarlos por el estómago”. Frase que jamás abandonó mi cabeza a lo largo de mis jóvenes veintinueve años. Solo que años más tarde aprendí, que a un hombre se lo conquista con una fórmula de dos componentes: sexo y buena comida. Así es queridas amigas ¡sexo y comida!
Receta mágica que me funcionó a la perfección… « Por un par de años» pero que fue un éxito, al menos por un tiempo.
Digamos que siempre fui una mujercita en miniatura, cada vez que alguien me preguntaba qué quería ser de grande, mi respuesta era “ casarme y tener muchos bebés”, lo sé… ¡patético!
Gran parte de mis dibujos consistían en una casa con techo a dos aguas, chimenea y un jardín de flores. Frente a ella me encontraba yo, mi esposo y mis cuatro hijos… leyeron bien « cuatro»
A los siete ya me gustaba entrar a la cocina y tras poner un banquito frente a la mesada, jugaba que tenía un programa de repostería, miraba al frente y le hablaba al cucharón de sopa que descansaba colgado en un gancho en la pared, pues él era mi camarógrafo. En mi programa, saludaba al público y luego detallaba a la perfección cómo era el proceso de picar en rodajas los plátanos y espolvorearlos con azúcar.
De más está aclarar, que esa era la única tarea que me permitían hacer mi madre y mis tías.
Abuela, madre, tías y hermanas… como verán los plurales femeninos abundan en este párrafo, y es pues… que en casa ¡todas éramos mujeres! todas XX, ningún XY.
Seguramente ningún espermatozoide se animó a cortar con tan férrea tradición y continuaron aportando prolijamente su X sin chistar.
Fui la quinta en nacer. Tras cuatro hijas mujeres, mis padres habían puesto todas las fichas en que yo sería el niñito de papá.
¡Error!
Cinco niñas… gritaba mi abuela tomándose la cabeza con ambas manos “ Madre de Dios… cinco mujeres… tendrás que hacer otro baño en la casa Alberto”
Alberto era mi padre, el hombre más bueno y complaciente que haya existido en la faz de la tierra « según mamá» Murió cuando yo tenía 2 años y fue mi hermana mayor« Karina» quien tuvo el privilegio de pasar mayor parte de su vida con él, tenía veinte años cuando papá se marchó y la pobre tuvo que buscar trabajo de la noche a la mañana para ayudar a mamá con los gastos de la casa.
Según cuenta la leyenda, el séptimo hijo varón de una familia se convertirá en lobizón en su adolescencia… pues en mi casa la quinta hija mujer se convertiría en cocinera.
Así es… co-ci-ne-ra.
Nací y crecí en una casa italiana, en donde el comer une, el comer cura, el comer soluciona problemas y también ¡enamora!
Si a la casa italiana, le sumamos seis mujeres hablando, riendo y cocinando a la vez, el resultado será un hermoso y ruidoso ¡caos!
Cuando cumplí once años, sabía cocinar galletas con chispas y en verdad me quedaban muy ricas. Fue en ese entonces que mi tía Nuria me regalo una cuponera de clases de repostería a la vez que predicaba “ no pierdas el tiempo jugando a la cocinerita Pau, mejor ponte a estudiar niña”
En cambio, mamá… « Otra soñadora como yo» , tenía la convicción que, si uno no hace lo que ama en la vida, seguro será un fracaso.
“ Debemos estar de novios con la vida niñas, « pregonaba» … o sino la desdicha nos carcomerá desde lo más profundo y no lograremos la felicidad absoluta”
Una gran verdad « en parte» y luego les contaré porqué.
A los quince era la encargada de preparar el pastel de cumpleaños de quien tuviera el privilegio y la suerte de cumplirlos… porque como bien gritaba tía Martha a mi abuela Yaya, quien se quitaba años cada pocos meses y se hacía la cruz cuando estaba a días del aniversario de su nacimiento, “ Mami… o los cumples o te mueres”
Sabias palabras las de la tía, porque por más positiva que sea, no hay plan “ C” en esa simple ecuación.
A medida que pasaban los años, mi arte se fue perfeccionando y mi vida tomó el rumbo que siempre deseé… ¡estudiar cocina!
Al terminar el secundario entré en una reconocida escuela de cocina, la cual pertenecía a un carismático y prestigioso chef.
Mi amor siempre fue la repostería, por lo cual me especialicé en “ Le patisserie” cocina dulce y pastelería francesa. En el día estudiaba y en la noche cocinaba exóticos pasteles para vender en una serie de tiendas de las que me había convertido en proveedor, y de esa forma costeaba mis estudios sin afectar la economía de mi pobre madre. Los gustos de mis pasteles pasaban desde los más simples como el de chocolate y vainilla, hasta sabores muy particulares creados para paladares más aventureros como el brownie de café con queso azul y caramelo.
En casa siempre reinaba un armonioso caos. Con tantas mujeres era prácticamente imposible hablar una a la vez y cada una elevaba unos decibeles su tono de voz para hacerse escuchar… realmente no entiendo cómo mi progenitora sobrevivió a nuestra adolescencia. Todo el tiempo alguna de nosotras perdía algo, otra peleaba con el noviecito de turno, discutíamos entre nosotras para evitar ser la encargada de turno en doblar calcetines, o simplemente escuchábamos música a todo volumen. Estábamos convencidas que en casa existía un agujero negro que comía calcetines « a esa conclusión llegamos entre risas» porque por mayor cuidado que tuviéramos, siempre, siempre… ¡pero siempre! Perdíamos medias luego de cada lavado.
Mamá era una maestra de primaria sumamente alegre y positiva, si bien nuestra vida era difícil por momentos, mami siempre le encontraba el lado dulce a todo. Según ella éramos muy afortunadas, el dinero podía faltar, pero el tenernos las unas a las otras era el mejor tesoro del que podíamos gozar.
Luego que papá muriera, nunca se volvió a casar ni a tener citas... ¡nada de nada! Y es que ellos eran de esas parejas que se ven cada cierto tiempo… almas gemelas sin duda, novios desde los doce años y matrimonio por el resto de los días que papá nos acompañó.
De esa forma los años fueron pasando rápidamente, nosotras fuimos creciendo y los muchachos aparecieron de la noche a la mañana. Las mayores se fueron poniendo de novias, luego Karina se casó, más tarde la siguieron Mariana y Macarena; Natalia en cambio se dedicó a estudiar y decidió viajar a Paris para perfeccionar sus estudios en Bellas Artes. Yo… la más “ pequeña de la casa” « por así decirlo» me encontraba muy ocupada perfeccionando el arte de la dulzura en mi amada escuela, como para pensar en hombres. Salvo uno o dos “ noviecitos” en el secundario, nunca llevé un muchacho a casa. Sinceramente ninguno cumplía con mis expectativas. Eran monos y tiernos, pero siempre faltaba algo. Llegué a la conclusión de… o que mis expectativas eran muy altas, o los hombres de mi edad cada día eran más inmaduros.
Pero fue en ese mismo lugar, en el templo del sabor… « en mi escuela» donde todo cambió. Porque fue allí que conocí a mis dos amores… los cupcakes y al que sería mi marido.
Ricardo « mi esposo», no sabía cocinar ni un huevo frito, pero de todas formas era uno de los socios en la escuela del chef.
Ricardo era muy hábil en los negocios. Tanto es así, que cuando años atrás se graduó de su carrera de abogacía, obtuvo una beneficiosa propuesta laboral en un gran estudio jurídico. Y con tan sólo veintiún años de edad, Ricardo Dalmao fue contratado como parte del selecto bufete de abogados, en el que años más tarde sería socio accionista.
Yo… cinco años menor, tan inocente y estúpida, y el tan masculino, elegante y bello fue una bomba de lo más atractiva. Y si a eso le sumamos su autoritaria personalidad, lo que tenemos es un coctel de lo más atractivo, de esos que disfrutas en una noche de fiesta, pero que, al despertar al siguiente día, te deja un fuerte dolor de cabeza y gusto a gato muerto en la boca.
Me sedujo al instante y obnubiló mi razón. Cuatro meses más tarde y en contra de lo que mi madre, tías y hermanas comentaban… ¡decidí casarme!
Una ceremonia sencilla, seguida de un brindis en casa de sus padres, y una bella luna de miel en Cancún fue el comienzo de mi vida de casada.
De mi sueño.
De acercarme al dibujo que hacía de pequeña… mi casa a dos aguas, chimenea, esposo perfecto y muchos hijos.
Hoy… diez años después, con veintinueve años de edad y mayor madurez, puedo decir que si bien el balance fue positivo no soy una mujer ciento por ciento feliz.
En lugar de una casa como la que yo quería, vivimos en el piso 15 de un gran edificio. Una zona muy elegante y costosa, por cierto, pero no es mi casa soñada ¡no! lejos de eso, es minimalista y fría, abunda el acero en la cocina y falta la madera.
Los cuatro bebés que quería tener, brillan por su ausencia, en cambio tenemos un gato. ¡Un salvaje! que lejos de ser un cariñoso minino, es una satánica fiera que adora esconderse debajo de mi cama para arañar mis pies cuando me levanto, también disfruta mucho romper mis cortinas y orinar mi almohada. « Tan lindo»
Me gusta llamarlo apestoso cuando Ricardo no está, porque ellos sí se entienden bien, creo que la que sobra en este triángulo amoroso ¡soy yo!
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