viernes, 2 de diciembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 24




Pedro frunció el ceño al ver una caja envuelta en papel de regalo y con un lazo. Estaba claro que era para él, ya que en la tarjeta ponía su nombre. Llamó a Paula, y dejó las llaves sobre la mesa.


—Sss, está dormida —dijo Paula al acercarse por el pasillo.


—¿Qué es esto?


—¿Tú qué crees?


—Un regalo para mí, pero ¿por qué?


—Ábrelo y descúbrelo, tonto.


Pedro la miró y esbozó una sonrisa. Rompió el papel y sacó una caja de herramientas.


—Esta sí que es buena.


—Mira dentro.


Abrió la caja y vio que estaba llena de herramientas: cinta métrica, un nivel, un martillo, destornilladores, una sierra de calar y un taladro.


—Dijiste que las tuyas estaban en el almacén, así que pensé que te gustaría tener un juego aquí.


—Gracias.


—Parece que no te ha hecho ilusión.


—Sí, cariño. Es todo un detalle, pero… —dudó un instante y Paula sintió que su corazón se encogía un poco.


—¿Pero?


—Llevaré mis cosas con nosotros. Cuando Juliana y tú vengáis conmigo a Virginia. No me quedaré en esta zona. Aquí no hay equipo de los cuerpos de élite.


—Eso ya lo sabía.


—Ahora es a ti a quien parece que no le hace ilusión.


—He intentado no pensar en ello —Paula no quería que Pedro se marchara, cada vez estaban más unidos y quería pasar más tiempo con él antes de que se alejara.


—No pensarías que iba a regresar al trabajo y aparecer aquí cuando tuviera permiso, ¿verdad?


—Nunca pensé eso, teniente Alfonso —sonrió ella.


—¿Estás preparada para mudarte?


—¿Mentalmente? No —lo miró a los ojos—. ¿Es necesario irse en estos momentos? Has estado fuera mucho tiempo.


—¿Vas a echarme?


—No —dijo ella—, por supuesto que no, pero puedo arreglármelas sola.


—Oh, de eso no me cabe duda. He tenido que luchar para entrar en tu vida.


—Ahora no tienes ese problema, ¿verdad?


Él se acercó y la agarró por la cintura.


—Tengo que ir allá donde me destinen y, en estos momentos, es a Virginia. Es un sitio agradable, y allí podrás conocer a las esposas de otros miembros del equipo.


—Me gustaría conocer a las esposas de tus amigos.


—No estás preparada para comprometerte tanto, ¿no?


—No, no es eso. He aceptado el reto y en esto del matrimonio estamos juntos —dijo ella y lo atrajo hacia sí. No le gustaba la expresión de dolor que Pedro tenía en el rostro—. Estoy dispuesta a mudarme. Somos marido y mujer. Es más, será una aventura —dijo ella—. Una ciudad nueva y un vecindario nuevo. Cambiar de sitio hará que Juliana sea una persona polifacética.


—Y a veces, que pierda las amigas que ha hecho. Igual que tú.


—Soy adulta, y actúas como si no hubiera pensado en ello, Pedro. Lo he hecho —suspiró—. No quiero temer por ti.


—Soy bueno en mi trabajo.


—Lo sé.


—Eh —le sujetó la barbilla—. No pienses en eso ahora. ¿Qué te parece si empezamos a planear la nueva vida? Podías buscar alguna casa en Internet, y cosas sobre la zona. Porque no quiero que mi esposa y mi hija estén tan lejos de mí. Me volvería loco.


—Lo dices en serio, ¿verdad?


—Por supuesto que sí. La idea de dejaros dentro de un par de semanas me aterra.


—¿Por qué?


—Porque estoy consiguiendo que confíes en mí, y temo que si desaparezco, retrocedamos —tenía miedo de marcharse y de que todo lo que había entre ellos se destrozara. Quería demostrarle a Paula que era la dueña de su corazón, y no tenía muchas maneras de convencerla de que no iba a romperle el suyo.


—Eso no va a suceder.


—¿Estás segura?


—Lo que sé en estos momentos, Pedro, es que lo que siento por ti es más de lo que esperaba sentir, y justo lo que quería —él sonrió, pero ella se puso muy seria—. Solo te pido que no me mientas. No creo que pudiera soportarlo.


La culpabilidad se apoderó de Pedro. Todavía no le había dicho que era hijo ilegítimo, el verdadero motivo por el que había insistido tanto en el matrimonio. Y en esos momentos, no era capaz de pronunciar palabra. Sabía que debía decírselo, porque si no, nunca lo perdonaría.



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