martes, 27 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 3





Paula miró a Pedro sorprendida.


¿Quería que trabajara para él?


¿Se había vuelto loco?


¿Se había olvidado de lo que había ocurrido entre ellos?


¿Había olvidado los detalles escabrosos?


Paula sintió que enrojecía.


-Supongo que estarás de broma. No pienso volver a trabajar para ti jamás.


-¿Ah, no? -contestó Pedro enarcando una ceja.


Paula se dio cuenta de que había contestado lo peor que podía contestar. Una negativa no hacía más que alimentar su feroz instinto competitivo. Nadie le decía nunca que no a Pedro Alfonso.


Se debía de creer que lo estaba retando cuando, en realidad, había sido su más básico instinto de supervivencia el que se había negado a trabajar para él.


-No estamos jugando, Pedro. Ojalá no estuvieras aquí. pero, ya que estás, vamos a aprovechar para aclarar las cosas -le dijo con el corazón acelerado-. Quiero el divorcio.


Pedro la miró con frialdad.


-¿Quieres el divorcio? -sonrió-. Me parece un poco repentino, agape mou. ¿Después de cinco años te entran ahora las prisas?


Sí, cinco años de horrible tristeza, de esconder su pasado y de intentar vivir. Había sido como ignorar una enorme herida con la esperanza de que se cure sola.


Pero no había sido así, así que había que intentar divorciarse.


-Cometimos un error, Pedro, y lo mejor sería arreglarlo.


-Está bien. Haz este trabajo que te propongo para mí y lo consideraré.


-¡No! --exclamó Paula-. No quiero volver a trabajar para ti.


Sería demasiado doloroso. Ya estaba siéndolo.


Tenerlo tan cerca...


-¿Te puedes permitir el lujo de decirle que no a un cliente rico? -le preguntó Pedro paseándose ante ella.


-El dinero no lo es todo en la vida. Por mucho que me ofrecieras, jamás aceptaría trabajar para ti.


Aquello hizo reír a Pedro.


-Me sorprende que tengas entonces una empresa.


-Tú sólo piensas en el dinero.


-¿Y en qué hay que pensar?


-¡En la gente! La gente tiene sentimientos...


¿Por qué se estaba poniendo tan emotiva? Desde luego, los que decían que el tiempo lo cura todo en cuestiones de amor, no habían estado jamás enamorados de Pedro Alfonso.


Paula se estaba dando cuenta de que su herida no se había curado en absoluto. Para intentar calmarse, se sirvió un vaso de agua.


-Cuando te digo que no quiero trabajar para ti, no te estoy retando -le explicó-. En cualquier caso, no entiendo por qué quieres que lo haga.


-Porque necesito a alguien que trabaje bien.


-¿Y qué te hace pensar que voy a estar dispuesta a aceptar?


-Hay tres razones. La primera, que estoy dispuesto a pagar una cantidad de dinero tan elevada que no me vas a poder decir que no. La segunda, que si no lo haces bien no te daré el divorcio que de repente tanto deseas.


-¿Y la tercera? -preguntó Paula odiándose a sí misma por estar tan nerviosa.


-La tercera es que, si no lo haces bien, os destrozo la vida a ti y a Farrer -sonrió Pedro con desdén-. Así de sencillo.


A Paula se le resbaló el vaso de la mano y cayó al suelo.


-No lo dices en serio --contestó mirando a Pedro sin molestarse en recoger los cristales rotos.


-Nunca bromeo en cuestiones de trabajo. Deberías saberlo.


Sí, Paula lo sabía. En cuestiones de trabajo, Pedro era implacable. Paula decidió intentar otra táctica.


-Es imposible que quieras que vuelva a trabajar para ti después de lo que ocurrió.


-Hace cinco años no hubiera podido soportar estar en la misma habitación que tú, pero ahora, gracias a Dios, las cosas han cambiado. Vas a trabajar para mí, Paula.


-Me despediste -le recordó Paula con pasión-. Me despediste delante de todo el mundo.


-Eso fue hace mucho tiempo. Por suerte para ti, yo he olvidado el pasado.


¿Lo había olvidado?


¿Había significado su matrimonio tan poco para él que lo había olvidado?


¿Y creía que ella era capaz de olvidarlo también?


-Eras mi marido y trataste de destruirme -murmuró-. Habías prometido ante Dios y ante nuestros invitados cuidarme, pero eso te dio igual. Eres despiadado y jamás lo olvidaré.


-Te lo buscaste -contestó Pedro mirándola a los ojos.


Ante la brutalidad de su comportamiento, Paula reflexionó que su herencia griega le llevaba a tener una insaciable sed de venganza.


Pedro fue hacia ella y Paula sintió que se tensaba. Se estremeció y notó que las rodillas se le doblaban. ¿Cómo era posible que, a pesar de que lo odiaba, siguiera deseándolo?


¿Cómo podía?


¿Cómo era posible que su cuerpo siguiera reaccionando ante aquel hombre cuando su mente le decía que no sintiera nada y que huyera de allí?


Era imposible estar tan cerca de Pedro Alfonso y no sentir nada. Paula seguía siendo vulnerable a su todopoderosa sensualidad.


Se dijo que, aunque no pudiera controlar sus reacciones, tenía que controlar sus acciones. No debía dejarse llevarse por sus sentimientos.


-Vete de aquí si no quieres que llame a seguridad -le advirtió apretando los puños.


Al ver que Pedro enarcaba una ceja divertido, Paula se dio cuenta de que su «seguridad» consistía en el encargado del edificio, que se ocupaban de conectar y desconectar la alarma.


-No me da miedo -contestó Pedro acercándose todavía más a ella.


De repente, no había aire en la sala de reuniones.


-Quiero que te vayas. Te lo digo en serio, Pedro-repitió Paula desviando la mirada para no encontrarse con sus ojos.


Intentó concentrarse en el dolor y en la destrucción que aquel hombre había sembrado en su vida.


-No tengo absolutamente nada más que decirte. Si de verdad quieres trabajar con mi empresa, tendrás que hablar con Tomas.


No debería haber dicho aquello.


-¿Cómo se te ocurre decirme que hable con él cuando sabes lo que le haría si volviera a poner un pie en esta habitación? ¿Eres tonta?


No, no era tonta. Lo que le pasaba es que se había olvidado de cómo tratar con un hombre griego muy básico.


Los demás hombres que Paula conocía eran civilizados y moderados, no como Pedro. Él era increíblemente primitivo, de emociones aleatorias e impredecibles.


En cualquier caso, Paula ya no tenía veintiún años y no estaba dispuesta a dejar que la intimidara.


-No me asustas, Pedro, y si le vuelvas a poner la mano encima a Tomas... -se interrumpió ante lo ridículo que le pareció de repente amenazar a aquel hombre.


-¿Qué? -se burló Pedro-. ¿Sigues defendiendo a ese cobarde patético?


-Tomas no es un cobarde patético.


-Te ha dejado a solas conmigo -apuntó Pedro-. Desde luego, no me parece a mí que sea muy valiente. Debería haberse quedado para proteger a su MUJER.


-Nunca he sido su mujer.


Ya estaba dicho.


Por fin, lo había dicho. Debería haberlo hecho cinco años atrás y lo habría hecho si no hubiera sido por el estúpido orgullo y la loca idea de que podía jugar con él.


-No insultes mi inteligencia -gruñó Pedro-. Te acostaste con él mientras llevabas mi alianza.


Paula se quedó mirándolo y se dijo que no merecía la pena intentar que comprendiera la verdad.


Parte de la culpa era suya, desde luego, porque había querido ponerlo celoso, quería castigarlo por el sufrimiento que le había ocasionado.


Y lo había conseguido.


Lo había hecho tan bien, que la reacción de Pedro le había dado miedo.


La situación se le había ido de las manos en un abrir y cerrar de ojos y ni siquiera tuvo tiempo de confesar la verdad.


No pudo decirle que el abrazo que había visto entre ellos había sido un abrazo de consuelo dado por un amigo al que le había contado que su marido no tenía intención alguna de cambiar su vida de ligón por que se hubiera casado con ella.


-Es demasiado tarde para excusas y explicaciones -le dijo Pedro-. Me las das única y exclusivamente para proteger a Tomas.


-Pedro...


-Cuando nos conocimos, eras virgen -le recordó alterado-. ¿Qué sucedió, Paula? ¿Querías experimentar? ¿Necesitabas probarlo con otros?


Aquellas injustas palabras hicieron mella en Paula.


-Desde luego, no tienes el monopolio en cuanto a variedad se refiere -le espetó enfadada.


Pedro la miró a los ojos y Paula se sintió como un animalillo atrapado ante los faros de un coche, consciente del peligro inmediato pero incapaz de moverse.


Pedro tenía las mandíbulas apretadas y la miraba con hostilidad. Paula pensó que jamás iba a poder hablar del pasado con aquel hombre.


Entonces, para su sorpresa, Pedro se giró y se puso a mirar las fotografías y los títulos que colgaban de las paredes.


Paula se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración y tomó aire. No podía salir corriendo porque estaba segura de que Pedro la alcanzaría, así que lo único que podía hacer era esperar.



-Veo que tienes muchos premios... -comentó Pedro.


-Hago bien mi trabajo. También lo hacía cuando me despediste.


-Nuestra relación ya no era solamente profesional.


No, claro que no y ése había sido precisamente su error.


Se había casado con el jefe y, cuando su vida personal se había terminado, su trabajo, también.


-Me traicionaste y ahora tienes lo que querías, una nueva vida con tu amante.


-Tomas no es mi amante.


A Paula le entraron unas ganas horribles de reírse. Aquel hombre que tenía ante sí, tan brillante para los negocios, era un auténtico burro en el amor.


¿Es que acaso no sabía cuánto lo había amado?


Paula abrió la boca para preguntárselo, pero la volvió a cerrar. ¿Para qué? Ya era demasiado tarde.


Lo único que Paula quería era que Pedro se fuera cuanto antes y, para conseguirlo, lo mejor que podía hacer era no hablar.


-No quiero que Farrer se acerque a mi caso, pero quiero que tú vuelvas a trabajar para mí.


Paula sintió que el cerebro se le había adormecido. Por lo visto, no era capaz de reaccionar. Sólo sus instintos más básicos estaban alerta.


Anonadada ante su potente masculinidad, se mojó los labios con la punta de la lengua y Pedro siguió el movimiento con sus ojos.


Al instante, Paula se encontró recordando.


Se miraron a los ojos y ella sintió cómo la tensión subía entre ellos por momentos. Sintió la mirada de Pedro en el cuello, la sintió deslizarse por su escote hasta posarse en sus pechos.


¿Se estaría dando cuenta de lo que le estaba haciendo?


Paula no pude evitar que se le endurecieran los pezones y la pelvis le doliera. De repente, se sintió como hipnotizada, superada por una fuerza a la que no se podía resistir.


Obviamente, la atracción era mutua.


Pedro maldijo en griego y apartó la mirada.


Claro que sabía lo que le estaba haciendo. Siempre lo había sabido antes incluso que ella, lo que no constituía ninguna sorpresa porque un hombre tan experimentado en el sexo como Pedro conocía tan bien a las mujeres que era capaz de detectar sus reacciones, lo que le permitía saber exactamente cuándo y cómo actuar.


-Farrer no es capaz de satisfacer a una mujer como yo -le espetó sorprendiéndola.


-No a todas las mujeres nos gusta tu machismo neandertal -contestó Paula con acidez.


Pedro se puso delante de ella en dos zancadas y la agarró de los hombros.


-Vamos a ver hasta qué punto es eso cierto -le dijo besándola con tanta urgencia que a Paula no le dio tiempo ni de protestar.


Sin pensarlo, abrió la boca y le devolvió el beso con la misma pasión, mientras le acariciaba el pelo.


El beso, salvaje y acalorado, era el beso de un hombre desesperado y Paula se apretó contra él buscando su cercanía, su masculinidad.


Cuánto había echado aquello de menos.


Cuánto lo había echado de menos a él.


Fue como si sus cuerpos se reconocieran, como si una fuerza más poderosa que la física los uniera.


Paula sintió que Pedro se estremecía. De repente, la tomó en brazos, la sentó sobre la mesa y ella le pasó las piernas por la cintura.


-¿No a todas las mujeres os gusta? -se burló-. ¿Tomas te pone así?


Paula sintió una explosión en la entrepierna y se apretó contra él.


Entonces, de repente, Pedro la soltó, maldijo y se apartó de ella con tanta rapidez que Paula tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse.


Al principio, fue incapaz de comprender por qué Pedro había roto algo tan perfecto, pero, cuando la pasión dejó de cegarle el cerebro, comprendió la situación y se sintió humillada.


Lo había hecho porque aquel beso no tenía nada que ver con la química. Era pura venganza.


¿Qué estaba haciendo?


Aquel hombre era su enemigo, pero había bastado un beso para que se abrazara a él y se dejara llevar por el deseo, un deseo que sólo él había despertado en ella.


¿Cómo podía ser tan superficial?


-Te odio -mintió.


-Me da igual-contestó Pedro alejándose satisfecho-. Pasaré a buscarte a las siete y media para hablar de las condiciones de trabajo mientras cenamos.


Paula se quedó mirándolo anonadada.


-¿Qué? -añadió Pedro-. ¿No vas a decir nada? ¿No vas a decir nada como «eres el último hombre de la tierra con el que cenaría»? Si no te pones así, esto va ser mucho menos divertido de lo que yo esperaba.


-¿Para qué quieres que cenemos juntos?


-A pesar de que aseguras que no te gusto, a mí me da la impresión de que la única manera de hablar va a ser estar en un lugar público -sonrió Pedro-. A ver si así no acabamos en la cama.


Paula comprendió que tenía razón. ¿Cómo había podido reaccionar así? Debería haberlo abofeteado.


-Puedo resistirme a ti -le aseguró.


Pedro sonrió.


-Sabes que no es así -le dijo mirándole los pechos.


Paula sabía que los pezones se le habían vuelto a endurecer, pero, en lugar de cubrirse, levantó el mentón en un intento de recobrar la dignidad perdida.


-No tengo nada de lo que hablar contigo, Pedro. Ni en privado en público.


-Entonces, hablaré yo -contestó Pedro yendo hacia la puerta-. Una última cosa. Si quieres que tengamos la cena en paz, no menciones a Farrer.


¿Paz?


A Paula le entraron ganas de reír.


-No voy a mencionar nada porque no voy a ir a cenar contigo.


-No juegues conmigo, Paula -le advirtió Pedro mirándola a los ojos-. A las siete y media. Si no estás, iré a buscarte.


Dicho aquello, abrió la puerta y salió de la sala de reuniones.


Paula se quedó allí, petrificada, no sabiendo si llorar o gritar. 


Durante cinco años, había conseguido olvidar su pasado y ahora Pedro aparecía de nuevo en su vida y todos sus esfuerzos no valían de nada.


Con un solo beso había destapado la caja de Pandora.


Al verlo, se había enfurecido, pero una vez que la había besado, Paula se había olvidado de todo excepto de su boca y de su cuerpo.


Menuda humillación.


Paula se dio cuenta de que daba igual que se divorciara o no porque lo que había entre ellos era tan fuerte que la única medida posible era mantenerse alejada de él.


Cuando Pedro se diera cuenta de que no podía controlar su vida, la dejaría en paz. No debía dejar que la intimidara.


No iba a ir a cenar con él. En realidad, no iba a volver a verla. Cuando Pedro llegara a las siete y media, ella no estaría allí.


Desde luego, si se creía que iba a pasar a buscaria y que ella iba a ir a cenar con él como un dócil corderito, estaba muy equivocado.




1 comentario: