sábado, 31 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 15





-Jamás le digo a nadie lo que pienso. Creo que será mejor que duermas un poco. Tienes cara de cansada.


-Si estoy cansada, es por tu culpa -murmuró Paula-. Llevo días trabajando horas y horas para ponerte fama de santo.


Pedro abrió el ordenador portátil y se puso a trabajar.


Desde luego, tenía unos nervios de acero.


A Paula le hubiera gustado seguir haciéndole preguntas, pero los párpados le pesaban y se quedó dormida.


Cuando se despertó, habían aterrizado y brillaba el sol.


-Ah, estás despierta -comentó Pedro apareciendo por la puerta de la cabina duchado y cambiado de ropa-. Pasa al baño, si quieres, y te cambias.


-¿Y qué me pongo? Te recuerdo que no me diste tiempo a hacer el equipaje.


-Lo tengo todo pensado. Por supuesto, nuestra ropa está en las maletas. pero hay algo fuera que espero que te guste.


-¿Nuestra ropa?


-Por supuesto. Si vamos a llegar como un matrimonio, nuestra ropa debe llegar junta.


-¿Y si me hubiera negado a venir?


-Entonces, supongo que la persona que deshiciera mi equipaje pensaría que tengo un gusto muy extraño a la hora de vestirme -contestó Pedro mirando el reloj-. Tengo que llamar por teléfono.


Paula se duchó rápidamente y eligió un sencillo vestido de lino color melocotón. Tras maquillarse y peinarse, volvió junto a Pedro, que estaba hablando con el piloto.


-Bonito vestido.


-¿Cómo sabías mi talla? -preguntó Paula con curiosidad.


-No me parece una pregunta para hacerme en público -sonrió Pedro echándose a un lado para que bajara por la escalerilla, que ya estaba puesta sobre la pista de aterrizaje.


Aunque era pronto, hacía calor y el sol brillaba con fuerza, así que Paula buscó un par de gafas de sol en el bolso.


Pedro apareció a su lado, la tomó del brazo y la condujo hacia el coche que los esperaba.


-Esta pista parece recién construida -comentó Paula.


-Sí, Kouropoulos la construyó hace un par de años. Antes sólo se podía llegar a la isla por barco.


-Supongo que sería más bonito así.


-Lo cierto es que tenía su encanto.


-¿Tú viniste alguna vez?


-Sí, de pequeño.


-¿De vacaciones?


-Sí, de vacaciones -contestó Pedro algo tenso.


-Qué playas tan bonitas -se maravilló Paula mirando por la ventana mientras el coche avanzaba.


-A la mayoría de ella sólo se puede llegar en barco. Yo creo que eso le quita atractivo para los turistas.


-Obviamente, Kouropoulos ha creído todo lo contrario.


-Él construyó su complejo turístico en el sur de la isla. Allí hay muchas playas de arena blanca y agua cristalina, pero el resto de la isla está ahora deshabitado.


-¿Y cuando venías de niño dónde te hospedabas?


-En una casa...


Paula decidió no hacer más preguntas pues sabía que a Pedro no le gustaba hablar de sí mismo.


Tras preguntarse si las vacaciones infantiles que había pasado allí tendrían algo que ver con su deseo de comprar la isla, Paula volvió a mirar por la ventana.


-Ahí tienes Blue Cove Resort -le dijo Pedro al cabo un rato.


Al verlo tan tenso, Paula lo agarró instintivamente de la mano y se la apretó con cariño.


-Nunca te había visto preocupado por un negocio. No te preocupes, entre los dos lo convenceremos para que te la venda.


Pedro la miró sorprendido y Paula sonrió. Su reacción la había sorprendido a ella también. ¿Cuándo había dejado de pelearse con él para convertirse en un apoyo?


-Ya hemos llegado -anunció Pedro cuando el coche se paró-. No olvides que se supone que estás tan enamorada de mí que te cuesta pensar con claridad.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco.


Así era como se había sentido exactamente cinco años antes.


¿Y ahora?


Tragó saliva y se dio cuenta de que no tenía claro cuáles eran sus sentimientos. Cuando estaba con él, no pensaba con claridad y le costaba respirar.


Pedro le estaba estrechando la mano a un hombre mayor que inmediatamente fue hacia ella con una gran sonrisa en los labios.


-¡Y tú debes de ser Paula! ¡Las fotografías no te hacen justicia!


-¿Qué fotografías?


-Tu fotografía aparece en todos los periódicos. La historia de Alfonso reconciliándose con su esposa es la noticia del día. ¿Te gustó la película?


Paula se quedó helada al darse cuenta de lo que había sucedido.


El beso...


-Sí, mucho -contestó intentando controlar su enfado.


¿Cómo había sido tan estúpida como para creer que Pedro la quería su lado por sus encantos? Para él, los negocios eran lo primero y ella no era ninguna excepción.


La había utilizado.


-Estás un poco pálida -comentó Kouropoulos-. Supongo que estarás cansada. Me tengo que ir a Atenas esta tarde porque ha surgido un imprevisto y no volveré hasta el viernes. Comenzaremos las negociaciones entonces. Así, podréis descansar. Hay un barco a vuestra disposición para que exploréis la isla.


Pedro le dio las gracias y Paula se limitó a sonreír por miedo a explotar si abría la boca. Estaba demasiado enfadada como para darse cuenta de que Pedro y ella se iban a quedar casi una semana a solas.


Mientras les llevaban a la villa que iban a ocupar, apenas se fijó en el paisaje. La villa era blanca y grande, tenía piscina y una fabulosa terraza que daba el mar.


En otras circunstancias, a Paula le habría encantado, pero aquellas circunstancias no era normales. Estaba tan enfadada con Pedro que no se podía relajar y disfrutar de lo que tenía ante sí.


No se podía creer que la hubiera vuelto a engañar con su encanto. Le había dicho que quería que fuera con él para ayudarlo en una negociación cuando, en realidad, la estaba manipulando para hacerse con la isla.


-¡Ahora comprendo por qué me besaste! -le reprochó una vez a solas-. ¡ Lo hiciste para que nos fotografiaran! Así, Kouropoulos desayunaría hoy con nuestra fotografía. El marido que vuelve con su mujer. Otro truco para convencerlo de que eres un hombre bueno cuando, en realidad, eres un manipulador y un asqueroso.


-Son negocios -le recordó Pedro-. En cualquier caso, no cambia lo que siento por ti. Por favor, no grites, podrían oímos.


-Claro, eso es lo único que te importa. Si me oyen gritar, la farsa que has preparado con tanto cuidado saltaría por los aires -le espetó furiosa.


-No digas tonterías -contestó Pedro apretando los dientes-. ¿Lo que llevas haciendo tú dos semanas no es acaso manipular a la prensa?


-Eso es diferente -suspiró Paula-. No me respetas en absoluto. Ya sé que tienes todo el dinero del mundo y que estás acostumbrado a hacer siempre lo que te viene en gana, pero te advierto que yo no soy un juguete.


-¿Un juguete? Los juguetes son sencillos y sólo dan placer. Para tratar contigo hay que haber hecho un curso de desactivación de explosivos. Te aseguro que, si hubiera querido pasar una noche de lujuria, habría elegido a una mujer que no discuta conmigo siempre que estamos a solas.


-¡Me has utilizado!


-Lo que he hecho ha sido seguir con lo que tú ya habías hecho -le aseguró Pedro-. Quería que la gente tuviera cierta idea y lo he conseguido.


-Querías que creyeran que estamos juntos.


-Es que lo estamos.


-No.


-Sí. No tienes más que remitirte a las fotografías.


-Me has utilizado -insistió Paula con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Por qué me has traído, Pedro? Hay un montón de mujeres que se hubieran peleado por venir contigo, que se hubieran prestado encantadas a fingir que estaban enamoradas de ti. ¿,Por qué me has elegido a mí cuando sabes que te odio?


-No me odias. Te gustaría odiarme, pero no puedes. A mí me pasa exactamente lo mismo. En cuanto a tu pregunta, te he elegido a ti porque no puedo parar de pensar en tu cuerpo.


Paula sintió que el corazón se le aceleraba y apretó los puños hasta que se clavó las uñas en las palmas de las manos.


-Me besaste única y exclusivamente porque las cámaras estaban delante.


-Te besé porque estabas impresionante, agape mou --contestó Pedro acercándose y levantándole el mentón-. Mírame.


Paula obedeció y Pedro la tomó con el otro brazo de la cintura y la apretó contra sí.


Paula ahogó un grito de sorpresa cuando sintió la potencia de su erección a través del vestido.


-Pedro...


-¿Te crees que esto es también para las cámaras?


-Eres un canalla.


-No me apetece discutir contigo -dijo Pedro acariciándole el labio inferior con el pulgar.


Paula intentó mojarse los labios y, al hacerla, su lengua entró en contacto con el dedo de Pedro y se quedaron mirándose a los ojos durante interminables segundos.


Ambos se abalanzaron el uno sobre el otro a la vez.


Pedro maldijo y la besó con desesperación mientras ella le pasaba los brazos por el cuello y se lanzaba a besar su boca.


Fue un beso brutal y desesperado, resultado de semanas de negación.


Pedro le tomó el rostro entre las manos y la empujó contra la puerta. Una vez allí. se apretó contra ella para que sintiera su erección entre las piernas.


Paula gritó su nombre y Pedro la levantó en vilo, le subió el vestido y le apartó las braguitas con movimientos expertos antes de adentrarse en su cuerpo.


Paula arqueó la espalda para facilitarle el acceso. 


Aquello era sexo en su estado más primitivo, un encuentro animal tan intenso que no se podía describir.


Fue rápido y salvaje, tan primitivo, que con cada embestida Paula jadeaba de agonía y placer.


-Mírame, Pau -le ordenó Pedro al ver que tenía los ojos cerrados-. Mírame.


Paula obedeció dejando que Pedro la poseyera por completo mientras los dos alcanzaban el orgasmo juntos.


Al sentir el clímax, Paula gritó y le clavó las uñas en la espalda mientras él se dejaba ir dentro de ella.


-Dios mío, Pau -le dijo dejándola en el suelo con cuidado.


Paula tenía la cara en su pecho y aspiraba su olor masculino en amplias bocanadas de aire.


No quería hablar.


Hablar estropearía el momento.


Pedro debió de pensar lo mismo, porque no abrió la boca. 


Se limitó a tomarla en brazos, a dejarla en la cama y a tumbarse a su lado.


-Eso no ha sido porque hubiera cámaras delante.


Paula consiguió esbozar una sonrisa.


-Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti -le dijo Pedro muy serio acariciándole el pelo-. Tengo miedo.


Paula se quedó helada ante la inesperada confesión emocional.


-Siempre presumo de ser un hombre controlado, pero contigo ... contigo me desespero y no sé quién soy.


Aquello era lo más lejos que había llegado Pedro jamás. Le estaba sugiriendo que lo que había entre ellos era especial.


-Pedro...


Paula sintió su lengua en el cuello.


-Llevo dos semanas mirándote y queriendo arrancarte la ropa y poseerte. Me estaba volviendo loco.


Paula lo miró frustrada porque Pedro acababa de reducir de nuevo su relación a una relación puramente sexual.


Aparentemente encantado por haberlo dejado claro, se incorporó y se quitó la camisa.


Mientras alargaba la mano y le acariciaba el musculoso torso, Paula decidió que, si él sólo quería ofrecerle sexo, ella lo aceptaría gustosa.


Pedro le agarró la mano, se la llevó a la boca y comenzó a lamerle los dedos mientras la miraba a los ojos.


Paula sintió que se estremecía, elevó las caderas y el vestido le resbaló hasta la cintura. Pedro le bajó la cremallera del vestido y la desnudó en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, se desnudó él también y volvió a su lado.


Paula admiró su cuerpo y se dio cuenta de que no había nada que hacer. Aquel hombre era demasiado guapo y sexy para resistirse.


Pedro la besó y comenzó a deslizarse por su cuerpo. 


Cuando llegó a sus pechos, tomó uno de sus pezones entre los labios y lo succionó haciendo que Paula se estremeciera.


A continuación, siguió su viaje hacia las profundidades de su cuerpo. Paula gozó como jamás había gozado.


Estaba tan desesperada que no se reconocía a sí misma. Lo deseaba tanto que estaba dispuesta a suplicar.


Cuando creía que iba a morir de placer, Pedro le separó los muslos.


-Qué sexy eres, agape mou -le dijo con voz ronca-. Me encanta ver que me deseas tanto como yo te deseo a ti.


Sin darle tiempo a responder, se introdujo en su cuerpo haciéndola gemir. Paula acompasó sus movimientos, deseosa de aplacar su sed, hasta que alcanzó el clímax gritando su nombre.


Inmediatamente, sintió que Pedro se estremecía y se dejó caer sobre ella. Entonces, entre sus brazos, Paula se dio cuenta de que lo amaba.


Siempre lo había amado y seguía amándolo.


Por eso se había casado.


Y por eso no se había divorciado.


No había podido hacerlo. En su corazón, siempre seguiría casada con él.


Al darse cuenta de que jamás podría gozar de una relación casual, sin ataduras, con Pedro Alfonso, se quedó rígida, intentando asimilar que iba de cabeza a un desastre emocional sin precedentes.


-¿Estás convencida ahora de que te deseo? -le preguntó Pedro apartándole el pelo de la cara.


Paula cerró los ojos, conmovida en todo su ser por la increíble experiencia que acababan de compartir.


Estaba convencida de que la deseaba, pero ella quería que fuera algo más.


Mucho más.


Decidida a no pedir imposibles, se acurrucó a su lado y cerró los ojos para aprovechar el momento.


-Ha sido increíble -le dijo Pedro besándola en la frente-. El mejor sexo de mi vida.


Sexo.


Estaba muy claro que Pedro no quería otra cosa.


En aquellos momentos Paula estaba demasiado cansada y se dejó llevar por el sueño porque no había un lugar mejor en el mundo para abandonarse al descanso que los brazos de su hombre.






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