sábado, 19 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 2





—Respira, respira, respira. Pon la cabeza entre las rodillas… eso es. No vas a desmayarte. Muy bien, muy bien. Y ahora, intenta decirme qué ha pasado.


Paula intentó hablar, pero ningún sonido salía de su garganta y se preguntó si sería posible quedarse muda de una sorpresa.


Su amiga la miró, exasperada.


—Pau, te doy treinta segundos para que digas algo o te tiro un cubo de agua fría por la cabeza.


Paula respiró profundamente y lo intentó de nuevo:
—He vendido…


¿Qué has vendido? —la animó Viviana.


El anillo.


—Ah, por fin hacemos algún progreso. Has vendido un anillo. ¿Qué anillo? —los ojos de Vivi se iluminaron de repente—. Caray, ¿no habrás vendido el anillo?


Paula asintió con la cabeza, intentando respirar de nuevo.


He vendido el anillo… en eBay.


Se había mareado y sabía que estaría tirada en el suelo, desmayada, si no estuviera sentada.


—Muy bien, de acuerdo. Entiendo que estés nerviosa. Llevabas cuatro años llevando ese anillo al cuello… demasiado tiempo probablemente dado que el canalla que te lo regaló no se molestó en aparecer el día de la boda —asintió Viviana—. Pero por fin has visto la luz y lo has vendido, no pasa nada. No hay razón para ponerse enferma. Estás pálida como un muerto y yo no sé nada de primeros
auxilios. Cerraba los ojos en las clases porque me da asco la sangre, así que no te pongas peor.


—Vivien…


¿Qué hago, te doy una bofetada? ¿Te levanto las piernas para que te llegue la sangre a la cabeza? Dime qué tengo que hacer. Sé que esto te ha traumatizado, pero han pasado cuatro años, por favor.


Paula tragó saliva, apretando la mano de su amiga.


—Lo he vendido.


—Que sí, que sí, que has vendido el anillo, ya lo sé. Olvídate del asunto y sigue adelante con tu vida… sal por ahí y acuéstate con un extraño para celebrarlo. Tú no quieres creerlo, pero te aseguro que tu novio griego no es el único hombre en la Tierra.


Por cuatro millones de dólares.


—O podríamos abrir una botella de champán y… ¿qué has dicho? —Viviana se dejó caer al suelo —. Por un momento, me había parecido escuchar cuatro millones de dólares.


—Cuatro millones —repitió Paula—. Viviana, no me encuentro bien.


Yo tampoco me encuentro bien, pero no podemos desmayarnos las dos. Podríamos darnos un golpe en la cabeza y encontrarían nuestros cadáveres descompuestos dentro de una semana… o no nos encontrarían nunca porque tu casa siempre está como una leonera. —Vivi sacudió la cabeza, incrédula—. Seguro que ni siquiera has hecho testamento. Yo sólo tengo una bolsa llena de ropa sucia y un montón de facturas y tú tienes cuatro millones de dólares. Cuatro millones. Dios mío, nunca había tenido una amiga rica. Ahora soy yo la que necesita respirar —tomando una bolsa de papel del suelo, sacó las dos manzanas que había dentro y metió la cara en ella, respirando ruidosamente…


Paula se miró las manos, preguntándose si dejarían de temblar si se sentaba sobre ellas. Le temblaban desde que encendió el ordenador y vio la puja final.


—Tengo que… calmarme. Y tengo que revisar los exámenes de lengua antes de mañana.


Viviana se quitó la bolsa de la cara.


—No digas tonterías. No tendrás que volver a dar clases en toda tu vida. Puedes dedicarte a vivir como una reina a partir de ahora. Ve al colegio mañana, presenta la renuncia y vete a un spa. ¡Podrías estar diez años en un spa!


Yo no haría eso, me encanta ser profesora. Cuando llegan las vacaciones estoy deseando que terminen para volver a clase.


—Ya, ya…


—Me encantan los niños. Son lo más parecido a una familia que voy a tener nunca.


—Por el amor de Dios, Pau, tienes veintitrés años, no ochenta. Además, ahora eres rica, los hombres harán cola para dejarte embarazada.


Paula hizo una mueca.


—Tú no sabes lo que es el romanticismo, ¿verdad?


—Soy realista. Ya sé que te encantan los niños y me parece muy raro. A mí me gustaría retorcerles el pescuezo… tal vez deberías darme a mí el dinero y yo presentaré la renuncia. ¡Cuatro millones de dólares! ¿Cómo es posible que no supieras que valía tanto?


No lo pregunté. El anillo era especial porque me lo había regalado él, no por su valor material. No se me ocurrió que pudiera ser tan caro.


—Tienes que ser práctica además de romántica. Puede que él fuera un canalla, pero al menos no era un canalla tacaño —Viviana clavó los dientes en una manzana—. Cuando me dijiste que era griego pensé que sería camarero o algo así.


Paula se puso colorada. No le gustaba hablar de ello porque le recordaba lo tonta que había sido.


Y lo ingenua.


No era camarero —murmuró, cubriéndose la cara con las manos—. No quiero ni pensar en ello. ¿Cómo pude imaginar que iba a salir bien? Él era un hombre súper inteligente, súper sofisticado, súper rico. Yo no soy súper nada.


Sí lo eres —objetó Viviana, siempre tan leal—. Tú eres súper desordenada, súper despistada y…


—Cállate, anda. No necesito saber las razones por las que no salió bien —Paula se preguntaba cómo podía seguir doliéndole tanto después de cuatro años—. Me gustaría encontrar una razón por la que podría haber salido bien.


Viviana dio otro mordisco a la manzana, pensativa.


Tienes unos súper pechos.


Paula se cubrió el pecho con los brazos.


—Gracias —murmuró, sin saber si reír o llorar.


—De nada. Bueno, ¿y de dónde saca su dinero tu súper ex novio?


—Tiene una naviera… una grande, con muchísimos barcos.


—No me lo digas, súper barcos. ¿Por qué no me lo habías contado antes? —Viviana sacudió la cabeza—. O sea, que es millonario, ¿no?


He leído en algún sitio que es multimillonario.


—Ah, bueno, ¿qué importancia tienen unos cuantos millones entre amigos? Pero entonces, y no te lo tomes a mal, ¿cómo os conocisteis? Yo llevo viviendo los mismos años que tú y nunca he conocido a un millonario. Y mucho menos a un multimillonario. Podrías darme algún consejo.


—Cuando terminé la carrera me fui de vacaciones a Corfú, en Grecia. Sin darme cuenta entré en una playa privada, pero yo no sabía que lo fuera. Me había dejado la guía en el hotel y estaba mirando aquel paisaje maravilloso, no los carteles —Paula dejó escapar un suspiro—. ¿Podemos
hablar de otra cosa? Ése no es mi tema favorito.


Sí, claro. Podemos hablar de qué vas a hacer con cuatro millones de dólares.


No lo sé —Paula se encogió de hombros—. ¿Pagar a un psiquiatra para que me cure del shock?


—¿Quién ha comprado el anillo?


No lo sé, alguien con mucho dinero evidentemente.


Viviana la miró, exasperada.


—¿Y cuándo tienes que entregarlo?


Una chica me ha enviado un mensaje diciendo que vendrían a buscarlo en persona mañana. Y le he dado la dirección del colegio por si acaso eran gente rara —Paula tocó el anillo, que llevaba en una cadenita al cuello bajo la blusa, y Viviana suspiró.


Nunca te lo quitas. Incluso duermes con él puesto.


Porque soy muy desordenada y me da miedo perderlo.


—Déjate de excusas. Ya sé que eres desordenada, pero llevas el anillo porque sigues enamorada de él. Has seguido enamorada de él estos cuatro años. ¿Por qué decidiste vender el anillo de repente, Pau? ¿Qué ha pasado? Esta última semana has estado muy rara.


Vi fotografías de él con otra mujer. Rubia, delgadísima, ya sabes a qué me refiero. La clase de mujer que hace que una quiera dejar de comer para siempre… hasta que te das cuenta de que incluso dejando de comer nunca tendrías ese aspecto —Paula suspiró—. Y pensé que conservar el anillo
estaba evitando que rehiciera mi vida. Es una locura, yo estoy loca.


No, ya no. Por fin has recuperado la cordura —Viviana se apartó el pelo de los ojos con un gesto dramático—. Tú sabes lo que esto significa, ¿verdad?


—¿Que tengo que olvidarme de él para siempre?


No, que se terminó lo de comer pasta barata. Esta noche vamos a pedir una pizza que lleve de todo y vas a pagar tú. ¡Yupi! —exclamó su amiga, levantando el teléfono—. ¡Vamos a darnos la gran vida!






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