sábado, 19 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 1






¡Me da igual que esté en medio de una conferencia, esto es urgente! Pedro levantó la mirada cuando Dimitri, el director jurídico de la naviera Alfonso, entró en su despacho con un montón de papeles en la mano y el rostro de color escarlata.


—Tengo que colgar —Pedro interrumpió la conferencia con su equipo en Nueva York y Londres —. Como no te he visto correr en los diez años que llevas trabajando para mí, imagino que traes malas noticias. ¿Se ha hundido un carguero?


—Rápido, conéctate a Internet —el normalmente tranquilo Dimitri recorrió el espacio que los separaba en dos zancadas, chocó contra el escritorio y tiró los papeles por el suelo.


—Ya estoy conectado —intrigado, Pedro miró la pantalla—. ¿Qué se supone que debo buscar?


—Ve a eBay —le pidió Dimitri, con voz estrangulada—. Ahora mismo. Tenemos tres minutos para pujar.


Pedro no perdió el tiempo diciendo que hacer pujas por Internet no solía formar parte de su jornada de trabajo. En lugar de eso, accedió a la página y miró a su abogado con expresión interrogante.


—Escribe «diamantes»… grandes diamantes blancos.


Pedro tuvo una premonición. Pero no, no podía ser. No podía haberlo hecho.


Pero cuando la página de eBay apareció en la pantalla masculló una maldición en griego mientras Dimitri se dejaba caer sobre una silla.


—¿Me he vuelto loco o el diamante Alfonso está siendo vendido en eBay?


Pedro asintió con la cabeza.


Ver ese anillo lo hacía pensar en ella y pensar en ella desataba una reacción en cadena que lo sorprendió por su intensidad. Incluso después de tantos años de ausencia, Paula podía hacerle eso, pensó.


Es el diamante Alfonso, sí. ¿Seguro que es ella quien lo vende?


Eso parece. Si hubiera estado antes en el mercado nos lo habrían notificado. Tengo un equipo de gente investigando ahora mismo, pero la puja ya ha llegado al millón de dólares. ¿Por qué eBay? — Inclinándose, Dimitri reunió los papeles que había dejado caer al suelo—. ¿Por qué no Christie’s o
Sotheby’s o alguna de las famosas casas de subastas? Es una decisión muy extraña.


No es extraña —con la mirada fija en la pantalla,  sonrió—. Es justo lo que haría ella.


Paula nunca iría a Christie’ s o Sotheby’s.


Que fuese una persona tan normal era algo que siempre le había parecido encantador. No era pretenciosa, un atributo raro en el mundo falso en el que vivía.


—Bueno, da igual —Dimitri tiró de su corbata como si lo estuviera estrangulando—. Si la puja ha llegado al millón de dólares hay muchas posibilidades de que alguien sepa que se trata del diamante Alfonso. ¡Tenemos que detenerla! ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no lo hizo hace cuatro años? Entonces tenía razones para odiarte. 


 se echó hacia atrás en el sillón, considerando la pregunta. Y cuando habló, lo hizo en voz baja:
—Ha visto las fotografías.


—¿De Mariana y tú ,en el baile benéfico? ¿Crees que habrá oído rumores de que vuestra relación es seria?


Pedro miró la pantalla.


—Sí.


El anillo lo decía todo. Su presencia en la pantalla decía: «esto es lo que pienso de lo que hubo entre nosotros». Era el equivalente a tirar el diamante al río, pero mucho más efectivo. Estaba vendiéndolo al mejor postor de la manera más pública posible y el mensaje era claro: «este anillo no
significa nada para mí».


«Nuestra relación no significa nada».


Estaba furiosa.


Pedro se levantó abruptamente, pensando que eso dejaba claro que había hecho lo que debía.


Mariana Konstantin jamás haría algo tan vulgar como vender un anillo en eBay. Era demasiado discreta y educada como para eso. Siempre impecable, era una chica callada y discreta. Y, sobre todo, no quería casarse.


Luego volvió a mirar el anillo en la pantalla, imaginando la emoción que había detrás de esa venta. No había nada contenido. La mujer que vendía el anillo entregaba libremente sus emociones.


Recordando lo «libremente» que lo hacía, Pedro tuvo que apretar los labios. Sería bueno, pensó, romper ese último lazo entre ellos. Y aquél era el momento.


—Puja por él, Dimitri.


Su abogado lo miró con cara de sorpresa.


¿Pujar? ¿Cómo? Hace falta tener una cuenta en eBay y no hay tiempo para eso.


Necesitamos un universitario —Pedro pulsó el botón del intercomunicador—. Dile a Eleni que venga ahora mismo. De inmediato, sin perder un minuto.


Unos segundos después, la secretaria más joven del equipo apareció en el despacho.


¿Quería hablar conmigo, señor Alfonso?


—¿Tienes una cuenta en eBay?


Sorprendida por la pregunta, la chica tragó saliva.


Pues sí…


Necesito que pujes por algo —sin dejar de mirar la pantalla, Pedro le hizo un gesto para que se acercase. Dos minutos, tenía dos minutos para pujar por el diamante, para recuperar algo que nunca debería haber dejado de ser suyo—. Entra en tu cuenta y haz lo que tengas que hacer para pujar.


—Ahora mismo —nerviosa, la chica se sentó en el sillón y escribió su contraseña. Pero le temblaban las manos de tal modo que la escribió mal y tuvo que volver a hacerlo.


—Tómate tu tiempo, tranquila —Pedro miró a Dimitri, que parecía a punto de sufrir un infarto.


Por fin, Eleni escribió la contraseña correcta y sonrió, aliviada.


—¿Por cuánto dinero debo pujar?


—Dos millones de dólares.


La chica dejó escapar un gemido.


¿Cuánto ha dicho?


Dos millones —Pedro observó el reloj que llevaba la cuenta atrás. Dos minutos, tenían dos minutos para pujar—. Hazlo ahora mismo.


—Pero el límite de mi tarjeta de crédito son quinientas libras. No puedo…


—Pero yo sí y soy yo quien va a comprarlo —Pedro se dio cuenta de que la chica estaba muy pálida—. No te desmayes. Si te desmayas no podrás pujar. Dimitri, como director jurídico de la empresa, será testigo de este acuerdo. No tendrás ningún problema, no te preocupes. Tenemos treinta segundos y esto es muy importante para mí. Hazlo, por favor.


—Sí, claro… lo siento —con manos temblorosas, Eleni escribió la cantidad en la casilla adecuada—. Ahora soy… o sea, usted es quien más ha pujado.


Pedro levantó una ceja.


—¿Está hecho entonces?


—Mientras nadie haga una puja más alta en el último segundo…


Pedro, que no quería arriesgarse, buscó la casilla de puja y escribió cuatro millones de dólares.


Cinco segundos después, el anillo era suyo y estaba sirviéndole un vaso de agua a la pobre Eleni.


—Estoy impresionado. Respondes bien bajo presión y has hecho lo que tenías que hacer. No lo olvidaré, Eleni. Y ahora dime dónde tengo que enviar el dinero. ¿El vendedor da su nombre y su dirección?


Tenía que decidir si hacía aquello en persona o lo ponía en manos de sus abogados.


Sus abogados, le decía el sentido común. Por la misma razón por la que no había intentado encontrarla en esos cuatro años.


—Puede enviar por email las preguntas que quiera —dijo Eleni, mirando el diamante en la pantalla—. Es un anillo precioso, por cierto. Muy romántico. 


Pedro no se molestó en desilusionarla.


¿Había sido él romántico alguna vez? Si ser romántico consistía en tener un impulsivo y vertiginoso romance con alguien, entonces sí lo era. Una vez. O tal vez «cegado por el deseo» sería una mejor manera de describirlo. 


Afortunadamente, había recuperado a tiempo el sentido común.


Y desde entonces había tratado las relaciones sentimentales como si fueran acuerdos comerciales… como su relación con Mariana. Era mucho más sensato. No sentía el menor deseo de entenderla y Mariana no había mostrado la menor intención de entenderlo a él.


Eso era mucho mejor que una chica que se te metía en la piel y te volvía loco.


Pedro miró hacia la ventana mientras Dimitri sacaba a Eleni del despacho, prometiendo lidiar con el aspecto financiero de la transacción más tarde.


Su abogado cerró la puerta y se volvió hacia él.


—Haré que transfieran el dinero y recojan el anillo.


—No —empujado por algo que prefería no analizar, Pedro metió una mano en el bolsillo de la chaqueta—. No quiero ese anillo en las manos de nadie. Iré a buscarlo yo mismo.


—¿En persona? —exclamó Dimitri—. No has visto a esa chica en cuatro años porque decidiste que era mejor no volver a verla nunca. ¿Tú crees que es buena idea?


—Yo siempre tengo buenas ideas.


Tenía que terminar con aquello para siempre, pensó mientras se dirigía a la puerta. Le daría el dinero, se llevaría el anillo y seguiría adelante con su vida como si no hubiera pasado nada.







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