jueves, 10 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 23







Le picaban los ojos y buscó las gafas de sol en su bolso. Un coche se acercaba por el camino y reconoció que era el que los había llevado a la inauguración del museo. El coche se detuvo a su lado y Vassilis bajó la ventanilla y la miró.


–Hace mucho calor para ir andando, kyria. Entre en el coche. La llevaré a casa.


Estaba a punto de darle la dirección cuando su teléfono emitió un pitido. Era un mensaje de texto de Belen: Me he caído en el yacimiento y me he roto la muñeca. Estoy en el hospital. ¿Puedes traerme ropa?


–Vassilis, ¿puede llevarme directamente al hospital? Es urgente.


El hombre giró en dirección al hospital y la miró por el retrovisor.


–¿Hay algo que pueda hacer?


–Ya lo está haciendo, gracias.


Al menos, atender a Belen le daría otra cosa en la que pensar.


–¿Dónde quiere que la deje? –preguntó Vassilis al llegar al hospital.


–En urgencias.


–¿Sabe el jefe que está aquí?


–No, y no tiene por qué saberlo –dijo, y se echó hacia delante impulsivamente y le dio un beso en la mejilla–. Gracias por traerme. Es usted un encanto.


Paula encontró a Belen en urgencias, sola en una habitación. Estaba sentada, pálida y desconsolada, con la cara llena de moratones y la muñeca escayolada.


–¿Puedo darte un abrazo?


–No, porque soy peligrosa. Estoy de mal humor. ¡Es mi mano derecha! La mano con la que excavo, con la que escribo, con la que como… Estoy tan enfadada con Spy.


–¿Por qué, qué ha hecho?


–Me hizo reír. Me estaba riendo tanto que no miré dónde ponía el pie y me caí al agujero. Puse la mano para sujetarme y me di con la cabeza en una vasija que habíamos encontrado un rato antes. Ahora quieren hacerme más pruebas para asegurarse de que no tengo daños cerebrales.


–A mí me parece que tu cabeza está perfectamente, pero me alegro de que quieran asegurarse.


–¡Quiero irme a casa!


–¿A ese diminuto apartamento?


–No, me refiero a Puffin Island. No tiene sentido quedarme aquí si no puedo excavar. ¿Puedes conseguirme un vuelo a Boston? El médico me ha dicho que, si está todo bien, mañana mismo puedo volar. Mi tarjeta de crédito está en el apartamento –dijo y se tumbó cerrando los ojos.


–¿Te han dado algo para el dolor?


–Sí, pero no me ha hecho efecto. Me vendría mejor un tequila. Vaya, ¡qué egocéntrica soy! –exclamó y abrió los ojos–. No te he preguntado por ti. Tienes mal aspecto. ¿Qué ha pasado? ¿Qué tal la boda?


–Estupenda –contestó, esforzándose en mostrarse animada–. Me lo pasé muy bien.


–¿Cuánto de bien? Quiero que me cuentes detalles –dijo su amiga y entonces reparó en el collar de Paula–. Vaya. Eso es…


–Sí, de Skylar, de su colección Cielo mediterráneo.


–Me muero de envidia. ¿Te lo ha regalado él?


–Sí –contestó acariciándolo–. Tenía uno de sus jarrones. ¿Te acuerdas de aquel grande azul? Lo reconocí y, cuando se enteró de que conocía a Skylar, pensó que esto me gustaría.


–¿Te lo regaló sin más? Ese collar cuesta…


–No me lo digas o me sentiré obligada a devolvérselo.


–Ni se te ocurra. Te ha hecho un regalo muy bueno, Paula. ¿Cuándo vas a volver a verlo?


–Nunca. Esto era sexo por despecho, ¿recuerdas?


La sonrisa de Belen desapareció y frunció el ceño.


–Te ha hecho daño, ¿verdad? Voy a matarlo justo después de abollarle el Ferrari.


–Es culpa mía –dijo Paula y dejó de fingir que todo estaba bien–. He sido yo la que se ha enamorado. Todavía no entiendo cómo ha pasado porque somos muy diferentes –añadió sentándose al borde de la cama–. Pensé que no cumplía ninguno de los requisitos de mi lista, pero luego me di cuenta de que sí. Eso es lo peor de todo. No sé seguir reglas.


–¿Estás enamorada de él? ¡Paula! Un hombre como él no sabe amar.


–Estás equivocada. Quiere mucho a su padre. No le gusta demostrarlo, pero el vínculo entre ellos es muy fuerte. En lo que no cree es en el amor romántico. No cree en ese sentimiento.


Y sabía muy bien por qué. Había sufrido mucho y ese dolor había marcado su vida. Había dejado de sentirse seguro a una edad muy temprana y había decidido proveerse de otro tipo de seguridad, una que pudiera controlar. Así se había asegurado de que nadie volviera a hacerle daño nunca más.


–Olvídalo –dijo Belen tomándola de la mano–. Es un canalla.


–No, no lo es. Es sincero con lo que quiere. Nunca engañaría a nadie como hizo David.


–No es lo suficientemente bueno. Debería haberse dado cuenta del tipo de persona que eres y haberte llevado a casa aquella primera noche.


–Lo intentó. Me dijo exactamente a lo que estaba dispuesto y fui yo la que tomó la decisión.


–¿Te arrepientes, Paula?


–¡No! Han sido los mejores días de mi vida. Me gustaría que el final hubiera sido diferente, pero… –dijo y respiró hondo antes de continuar–. Voy a dejar de soñar con cuentos de hadas y a ser un poco más realista. Intentaré parecerme a Pedro y trataré de cuidarme yo sola. Así, cuando alguien como David aparezca en mi vida, será menos probable que cometa un error.


–¿Y tu lista de requisitos?


–Voy a tirarla. Al final, no ha servido para nada –aseveró y se puso de pie, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad–. Me voy al apartamento a traerte ropa y a hacerte reserva en el primer vuelo.


–Ven conmigo. Te encantaría Puffin Island. Es un lugar precioso. Nada te retiene aquí, Paula. Tu proyecto ha terminado y no puedes permitirte pasar el mes de agosto recorriendo Grecia. Es un lugar espectacular, tienes que venir. Mi abuela pensaba que tenía efectos reparadores, ¿recuerdas? Creo que ahora mismo es lo que necesitas.


–Gracias, lo pensaré –dijo y le dio un abrazo a su amiga.


Tomó un taxi a casa e intentó no pensar en Pedro. Era ridículo sentirse tan hundida. Desde el principio, sabía que solo había un final para aquello. Estaría bien siempre y cuando estuviera ocupada. Pero ¿y él? La siguiente mujer con la que saliera no sabría nada de su pasado porque no se lo contaría. No le entendería. No encontraría la manera de atravesar las capas de protección entre el mundo y él, y lo dejaría. No se merecía estar solo, se merecía ser amado.


Se contuvo para no tumbarse en la cama y ponerse a llorar.


Belen la necesitaba. No tenía tiempo para lamerse las heridas. Belen la necesitaba.



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