jueves, 10 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 22





El viaje de regreso a Creta fue una tortura. Mientras el barco aceleraba sobre las olas, Paula giró la cabeza para mirar Villa Camomile una última vez. Pedro iba callado y se preguntó si ya estaría cansado de ella. Seguramente estaría deseando seguir con su vida y conocer a la siguiente mujer con la que mantener una relación física. La idea de él con otra mujer la ponía enferma y se aferró al costado de la embarcación.


–¿Te mareas?


Pensó en negarlo, pero al darse cuenta de que tendría que dar explicaciones, asintió.


Su consideración lo complicaba todo. Habría sido mucho más fácil si hubiera seguido creyendo que era el egoísta millonario que todos pensaban que era.


El camino en coche desde el muelle hasta su casa debería haber sido placentero, pero cuanto más se acercaban a su destino, más triste estaba.


Sumida en sus pensamientos, cuando Pedro se detuvo ante las grandes puertas de hierro que separaban su casa del resto del mundo, Paula se dio cuenta de su error.


–Se te ha olvidado dejarme en mi casa.


–No se me ha olvidado. Te llevaré a tu casa si eso es lo que quieres o puedes pasar la noche aquí conmigo.


–Pensé… Me gustaría quedarme.


Pedro murmuró algo en griego y siguió conduciendo.


Paula se dio cuenta de que estaba excitado y se le levantó el ánimo. Aunque no la amara, la deseaba. No había sido una aventura de una noche. Habían tenido mucho más que eso.


Pedro cambió de marcha y alargó el brazo para tomar su mano. Llevaba una camisa que dejaba ver la piel bronceada de la base de su cuello y Paula se sintió tentada a inclinarse y recorrer aquella parte de él con la lengua.


–Ni se te ocurra –dijo Pedro entre dientes–, o tendremos un accidente.


–¿Cómo sabías lo que estaba pensando?


–Porque yo estoy pensando lo mismo.


–Necesitas una casa con un camino de acceso más corto.


Él rio y, justo cuando estaban llegando ante la casa, su teléfono sonó.


–Contesta.


–Colgaré enseguida.


Apretó el botón y empezó a hablar. Paula estaba perdida en un mundo de ensoñación, imaginando la noche que les esperaba, cuando lo oyó decir algo sobre su avión privado y Nueva York.


La llamada la sacó de sus fantasías. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se aferraba a aquella relación si sabía que era algo temporal? ¿De verdad confiaba en que fuera ella la que lo hiciera cambiar?


No debería haber vuelto allí. Debería haberle pedido que la dejara en su casa y poner fin a aquello con dignidad. 


Aprovechando que seguía al teléfono, tomó el bolso y salió del coche.


–Gracias por traerme, Pedro –susurró–. Hasta pronto.


Pero sabía que no sería así. Nunca más volvería a verlo.


–Espera.


–Atiende la llamada. Tomaré un taxi –dijo y empezó a caminar lo más rápido que pudo por el camino de acceso bajo un calor abrasador.


Era lo mejor. Habían acordado sexo sin ataduras y no era culpa de Pedro que sus sentimientos hubieran cambiado.




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