martes, 1 de noviembre de 2016
PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 21
-¿Has perdido completamente la cabeza?
Aunque estaba segura de que le iba a gritar, Pau dio un respingo cuando Pedro le hizo aquella pregunta.
-Regresaré a mi puesto -dijo Simon Ruhl cerca de la puerta con aquella voz suya de barítono.
Paula no lo culpaba. Si pudiera, ella misma también se libraría de los minutos siguientes. Al menos ahora sabía lo que Pedro había querido decir cuando aseguró que Simon les estaría guardando las espaldas. Estaba fuera, observando la cabaña desde un vehículo camuflado entre los árboles. Pau nunca tuvo ninguna posibilidad de escapar.
-Gracias, Simon -le dijo Pedro tratando de controlarse, aunque resultaba obvio que le costaba trabajo mantener la calma.
La media sonrisa que Simon le dedicó a su compañero y después a ella antes de salir le dejó claro a Pau que sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo allí.
Pedro tenía todavía el pelo revuelto. Estaba sin camiseta y se notaba que acababa de ponerse los pantalones. Incluso en aquellas circunstancias, Pau sintió que se le secaba la boca al contemplar aquel torso magnífico y aquellos pantalones ajustados. Pedro tenía todavía impregnado en la piel el aroma al sexo que habían compartido. A pesar de todo, Pau sintió que volvía a desearlo de nuevo.
Pero no podía pensar en eso en aquellos momentos. Tenía que concentrarse en el siguiente paso: Ayudar a su padre y, de alguna manera, mantener durante el proceso a Pedro libre de cualquier peligro. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al recordar la amenaza de David.
Aquella mañana había sido una egoísta durante unas horas.
Ahora era el momento de hacer lo que tenía que hacer.
Aquélla era la única manera de ayudar a su padre... Y de impedir que Pedro corriera la misma suerte que Russ y Kessler.
-Tendría que haberte llevado a ver a Melbourne -le espetó el detective-. Está claro que estás mal de la cabeza.
¿Melbourne? ¿El psicólogo? Paula frunció el ceño.
-Yo no estoy loca.
Pero Pedro no parecía convencido. Estaba furioso.
Ella comprendía que le dijera aquello en esos momentos.
Pero seguía sin saber por qué había sacado en un principio el tema de Melbourne. A no ser... Se le encendió una lucecita en el cerebro. Aquel pequeño ataque que sufrió cuando tenía quince años y que en realidad no había sido un ataque. Paula entornó los ojos.
-¿Tú nunca has perdido el control? ¿No has necesitado nunca tiempo para recomponerte para poder continuar?
-No estamos hablando de mí -aseguró él sonriendo con sarcasmo antes de apartar la vista.
¿Qué fantasmas poblarían el pasado de Pedro?, se preguntó Pau. La joven cerró los ojos durante un instante. Pero en aquel momento tenía otros problemas en los que pensar.
Cuando los maravillosos ojos de Pedro volvieron a posarse en ella, Paula se humedeció los labios, dejó escapar un sonoro suspiro y le dijo la verdad.
-Si no vuelvo con David hará sufrir a mi padre.
Para ella fue una sorpresa comprobar que la voz no le tembló al hablar así. Aquella mañana había salido de la cabaña llena de valor, alentada por la ternura tras haber hecho el amor con Pedro. Pero ahora se sentía como un globo pinchado, inútil e innecesaria.
-¿Ibas a volver con Crane? -preguntó el detective, con una furia renovada asomándole a los ojos.
Su voz parecía el rugido de una bestia. Paula trató de analizar la mezcla de emociones que se escondían tras ella, pero no pudo distinguirlas todas. Aunque estaba casi segura de que se adivinaba algo parecido a la posesión, y tal vez a los celos.
Acodada en una esquina del sofá, Paula se preparó para otra oleada de furia.
-No tengo elección. Me ha dado veinticuatro horas. Si no puedo conseguir la prueba que acabe con él o me presentó allí, torturará a mi padre.
Paula se limpió con rabia una lágrima solitaria que se le escapó a pesar de sus esfuerzos por contenerla. No quería llorar. Tenía que ser fuerte.
-Y si tú te interpones en su camino dice que te matará también.
Pedro maldijo entre dientes con unas palabras tan fuertes que la joven se sonrojó.
-Tenías veinticuatro horas. ¿Por qué no me dijiste nada para que pudiéramos tomar una determinación? -le preguntó con rabia-. Ya soy mayor. Puedo cuidar de mí mismo. Y no necesito que tú pelees mis batallas.
¿Acaso no se daba cuenta de que no había ninguna decisión que tomar? Paula sabía lo que tenía que hacer. La joven habló muy despacio. Era tremendamente importante que Pedro comprendiera la gravedad de la situación.
-Roberto está muerto. Kessler está muerto. No tengo ninguna prueba de que Cellneu sea peligroso, así que no puedo tirar por ahí. Y por si eso fuera poco no puedo demostrar quién soy, por lo que tampoco puedo llegar y poner orden ni en mi casa ni en mis laboratorios... No tengo elección -aseguró Paula rezando para que la comprendiera-. Claro que puedo crear problemas. Pero eso no servirá para proteger a mi padre. El único modo de que esté a salvo de David es que yo regrese.
La joven se dijo entonces que si agarraba una de aquellas armas de Pedro tal vez pudiera arreglar por sí misma las cosas con David. Se estremeció involuntariamente. Sí, quería venganza. Venganza a la antigua usanza, como en el Antiguo Testamento.
Pedro negó con la cabeza. Su mirada se intensificó.
-No confiaste en mí lo suficiente como para contármelo -aseguró sentándose en la mesita para poner los ojos a la altura de los de ella-. No permitiré que os ocurra nada malo ni a ti ni a tu padre. Lo único que tenías que hacer era contármelo. ¿Ni siquiera podías confiar en mí después de lo que hemos compartido esta mañana? -preguntó desviando la mirada.
Pau sí confiaba en él, y deseaba desesperadamente creer que podría proteger a su padre. Pero por muy fuerte y profesional que fuera Pedro, David tenía a demasiados hombres a sus órdenes. Uno sólo no podría detenerlos.
-¿No lo ves? -inquirió la joven-. Me está esperando a mí. Estará al acecho. Si intentas acercarte a la casa o a los laboratorios, mandará que te maten. No puedo arriesgarme a que le haga daño a mi padre enfermo. Tengo que enfrentarme a esto yo sola.
Parecía como si Pedro fuera a soltar otra de sus terribles palabrotas, pero se contuvo haciendo un esfuerzo tremendo.
-Antes de que termine el plazo de veinticuatro horas tal vez tengamos las pruebas que necesitamos para devolverte el control -aseguró con un tono razonablemente calmado-. ¿Por qué no esperaste al menos a tener los resultados?
Aquélla era la parte más complicada. Si decía lo que no debía en aquel momento...
-Sabía que más tarde me estarías vigilando más de cerca. Sobre todo si los resultados no me favorecían. No iba a entregarme a David hasta que supiera los resultados y fuera obvio que no me quedaba alternativa. Pero era necesario que me fuera esta mañana o... perdería la oportunidad.
Pedro era demasiado inteligente para sus técnicas evasivas.
La mirada que desprendían sus ojos le dio ganas de salir corriendo en busca de refugio.
-Así que aprovechaste que estaba distraído -sugirió con voz glacial.
Ni siquiera la rabia podía esconder la decepción, el dolor que le había provocado. No había sido su intención.
-Sí.
Se hizo un largo silencio entre ellos mientras mantenían las miradas fijas en una especie de guerra. Pedro fue el primero en apartarla.
-Paula....
El sonido del teléfono impidió que dijera el resto de las palabras. El detective la miró un instante más y luego se levantó para contestar. Ella cerró los ojos ante la imagen de su espalda musculosa. La misma que ella había llegado a conocer de manera tan íntima un par de horas atrás.
-Alfonso al habla.
De pronto, a Pau se le pasó por la cabeza que tal vez se tratara de Lucas Camp con los resultados de las pruebas.
La tensión que sentía en el pecho se hizo todavía más profunda.
-¿Cómo puede ser?
Aquella pregunta sirvió para añadir un grado más a su ansiedad. ¿Qué quería decir con eso?
-Sí. Mándame una copia por fax. Gracias, Lucas. Si encuentras algo más házmelo saber.
Cuando Pedro colgó el teléfono ella estaba tan paralizada por el miedo que no fue capaz de formular la pregunta que le quemaba el cerebro.
El detective se giró para mirarla. Haría falta estar ciego para no leer el miedo en los ojos de Paula.
-Han encontrado una coincidencia.
Pedro pronunció aquellas palabras tan despacio que en un principio la joven no estuvo segura de haber oído bien.
-¿Una coincidencia?
Paula tenía miedo de esperanzarse. El detective asintió con la cabeza. Ella se sentía incapaz de respirar. No podía moverse aunque nada deseaba más en el mundo que acercarse, abrazarlo y que Pedro le dijera que todo iba a salir bien.
-Ambas muestras, la tuya y la de ella, coinciden con las huellas y la secuencia de ADN que sacamos de los archivos de Cphar -explicó el detective.
¿Ambas muestras?
Pero aquello era imposible. Tenía que tratarse de un truco de David. Estaba segura de ello.
-Eso no puede ser. Debe haber una explicación para...
Pedro se acercó a ella, se sentó a su lado y la agarró de las manos.
-Sus huellas y su ADN son idénticos a los tuyos.
-Eso es imposible -aseguró ella negando con la cabeza.
-¿Estás segura de que esa mujer no es pariente tuya?
¿Podría tratarse de una hermana cuya existencia desconocieras? -preguntó Pedro acariciándole los dedos con suavidad.
-No -insistió ella sacudiendo de nuevo la cabeza-. Estoy segura de que no. Además, si fuera mi hermana no sería explicación suficiente -aseguró soltándole las manos-. Si su secuencia de ADN es exacta a la mía y nuestras huellas coinciden, entonces tiene que tratarse de mi gemela. Una gemela idéntica. Y si la tuviera lo sabría -concluyó mirándolo fijamente.
-Están sopesando otras posibilidades - explicó Pedro-. Los laboratorios de Lucas son los más avanzados del planeta. Si su gente no es capaz de explicar un fenómeno semejante, entonces dudo mucho que nadie pueda hacerlo. ¿Podría estar trabajando Crane en algún método para falsificar el ADN?
Ella se encogió de hombros. Estaban en el siglo veintiuno.
Cualquier cosa era posible.
-Estamos investigando el ADN, pero no recuerdo nada parecido. ¿Qué vamos a hacer? -le preguntó mirándolo a los ojos-. Si no puedo demostrar que soy la auténtica Paula Chaves, entonces no podré detenerlo.
-Tendremos que acercarnos a esto desde la perspectiva del Cellneu, entonces.
Pedro se sentó más recto. Ella podía casi ver las ruedas girando en el interior de su cabeza.
-Cphar tiene que tener archivos. En algún sitio debe guardar Crane la documentación sobre los riesgos del fármaco. O en su caso documentación falsa que podamos demostrar que ha sido manipulada.
Pau sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas. David iba a salirse con la suya. Su padre sufriría y ella perdería todo su mundo.
-Entonces es cierto -murmuró sintiendo que se le caía el alma a los pies-. No puedo detenerlo.
-Tenemos que averiguar de dónde sacó Crane a la doble -aventuró Pedro tomándole de nuevo las manos-. Ella es la clave.
-No hay tiempo. Mi padre está ya gravemente enfermo. Si David le hace daño podría matarlo y yo nunca volveré a verlo.
-Entonces tenemos que detener a Crane. Necesitamos los archivos de Cphar.
Pedro se lo pensó durante unos instantes.
-Encontraré otra manera de entrar. Conseguiré esos archivos.
-Pero soy la que sé dónde está todo -argumentó Paula.
-Y me dirás exactamente dónde mirar - añadió él.
Ella suspiró y se pasó la mano por el cabello.
-No hay tiempo -aseguró Pedro-. Tenemos que ponernos en marcha.
-Estoy de acuerdo, pero tenemos que hacerlo en la dirección adecuada -dijo la joven sintiendo de pronto con claridad cristalina lo que tenía que hacer-. Tal y como has dicho antes, ella es la clave. Sin ella no puede salirse con la suya.
La expresión de Pedro se ensombreció de repente y se puso a la defensiva.
-El rapto es un delito -le recordó con tono profesional.
-No queremos secuestrarla -aseguró Paula con una sonrisa-. Lo único que queremos es distraerla un rato.
¡Allí estaba! ¡Lo tenía! Sólo tenía que ocupar el lugar de la impostora durante unas horas y podría conseguir los archivos. Sustituiría a su sustituta. Era un plan perfecto.
-No funcionará -dijo Pedro secamente.
-Sí funcionará -aseguró ella poniéndose de pie de un salto-. Simon puede ayudarnos. Puede distraerla mientras yo voy a Cphar fingiendo ser ella.
Pau consultó el reloj y recordó el día de la semana que era.
-Es perfecto. Hoy es el segundo miércoles del mes. David se reúne hoy con la Fundación del Sagrado Corazón. Estará fuera del despacho toda la tarde. No podría ser mejor momento. Cuando tenga los papeles en mi mano podremos ir en busca de mi padre.
Pedro se puso también de pie y siguió con la mirada los pasos de la joven mientras recorría la habitación.
-Es demasiado arriesgado. Yo entraré. Sólo necesito tiempo para pensar un plan.
-No tenemos tiempo. Tenemos que ir ahora.
-En ese caso, yo iré contigo -aseguró Pedro pasándose la mano por el cabello.
Paula se acercó a él, le colocó las manos sobre aquel magnífico torso y le suplicó con la mirada.
-Tenemos que hacerlo a mi manera, Pedro. Es la única manera.
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