martes, 1 de noviembre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 22




Menos de dos horas después, Pedro estaba sentado en el coche con Paula al lado. Estaban escuchando la conversación que Simon mantenía con la otra Paula Chaves. Pedro no pudo evitar sonreír al considerar lo encantador que podía llegar a resultar su compañero. Y pensar que Victoria pensaba que era él quien se llevaba de calle a las damas...


Habían seguido a la impostora hasta una boutique de moda. 


Simon había captado su atención al mencionar que estaba buscando un regalo para su novia. La otra Pau, que parecía de lo más coqueta, se mostró encantada de ayudarlo. Su voz también recordaba extraordinariamente a la de la verdadera Paula Chaves.


Pau estaba sentada en el asiento del copiloto y guardaba silencio mientras escuchaba la voz que salía del pequeño altavoz. Simon había invitado a la dama a tomar algo en el exclusivo bar de la tienda. Había añadido algo al combinado para retirarla de la circulación durante unas horas. Era un producto inofensivo. Se despertaría en la habitación de un hotel, preguntándose por qué habría accedido a acompañar a un desconocido a su cuarto. Simon la vigilaría hasta que Paula hubiera salido de Cphar con los archivos.


Pedro la vigilaría a ella. Estaría justo detrás de ella, porque Pau estaría también conectada.


Al detective no le gustaba nada de todo aquello. No le gustaba ni un pelo. Pero Paula tenía razón, no había elección. Crane no les había dejado ninguna.


Antes de que Pedro pudiera seguir preocupándose respecto a la idea de que Paula regresara a Cphar, Simon les dio la señal. Acababa de acompañar a la impostora al vestidor. 


Adelante.


Paula sonrió, pero lo hizo de un modo trémulo que no consiguió tranquilizar a Pedro. Salieron del coche y pasaron por delante del coche de Simon, acercándose muy despacio a la parte trasera de la tienda. Una etiqueta en la puerta indicaba: Uso exclusivo de empleados. Se abrió.


-Hay una dependienta que no para de asomar la cabeza para ver si necesitamos ayuda -dijo Simon precipitadamente-. Así que daos prisa.


Pedro asintió con la cabeza. Aguardó en el probador vacío que estaba al lado del de donde ahora roncaba la impostora.


Simon esperaba en una silla situada en la sala forrada de espejos que le había indicado la dependienta. Pau ya estaba en el probador cambiándose de ropa con la impostora.


Transcurrieron dos minutos.


-¿Estás bien? -murmuró Pedro apoyando la frente en la fina pared que separaba ambos probadores.


-Sí -respondió ella tras una pausa.


Pedro escuchó el ruido de la tela y de una cremallera al subirse. Tragó saliva. No podía perder a aquella mujer. Ya había experimentado aquel tipo de pérdida en una ocasión.


No creía que su corazón fuera capaz de soportar de nuevo tanto dolor. Maria había sido incapaz de soportar el trabajo de Pedro y él no lo supo comprender. Pensó que entraría en razón, pero no lo hizo. Partió a la última misión cuando ella le suplicó que no lo hiciera. Cuando regresó, Maria se había ido. La perdió porque no podía no cumplir con su trabajo.


Tal vez podría haberla convencido para que regresara... 


Arreglar las cosas. Pero ella había muerto en un accidente de coche camino de regreso a su casa, en Florida. Hizo las maletas, se subió al coche y se lanzó a la carretera. Y murió porque Pedro antepuso su carrera a ella. La siguiente misión que aceptó lo hizo con la intención de dejarse morir.


Durante más de un año se culpó y se dejó llevar por la tristeza. A la larga acabó dejando el ejército y no hizo otra cosa que no fuera enterrar la cabeza en la tierra. Entonces fue cuando Victoria lo llamó y le hizo una oferta que no pudo rechazar. Y desde entonces no había vuelto a mirar atrás.


No había vuelto a permitir que nadie le llegara tan cerca del corazón. Hasta ahora. No podía dejar que Paula se fuera. 


Había estado a punto de decírselo cuando ella le preguntó si nunca había perdido el control. Pero no era el momento. 


Tenían que hablar mucho y de muchas cosas. Y ahora ella estaba a punto de ponerlo todo en peligro.


-No hay moros en la costa -dijo Simon golpeando suavemente la puerta de Paula con los nudillos-. ¿Estás lista?


Pedro escuchó cómo se abría el probador. Salió a toda prisa del que lo ocultaba a él. Parpadeó al mirar a la mujer con la que se cruzó. Vestida con el traje azul pálido con el que la impostora entró en la boutique, Paula era exactamente igual a ella. Incluso se había peinado como la otra.


-Salgamos de aquí -sugirió Simon señalando con la cabeza el probador en el que estaba tumbada la impostora.


Pedro agarró a Paula del brazo y la atrajo hacia sí.


-Si algo sale mal quiero que salgas de allí. No lo pienses dos veces. Sólo hazlo. Lo único que tienes que hacer es decir una palabra y yo estaré allí para ayudarte.


Pedro no le dio oportunidad de contestar. Simplemente la besó. La besó fugazmente.


-No permitiré que te ocurra nada -murmuró antes de dejarla marchar.


Simon carraspeó.


Pedro se cargó al hombro a la mujer que ahora llevaba los pantalones de Paula y su camiseta y salió por la puerta de atrás. Colocó a la impostora en el asiento de atrás del coche de Simon, luego se subió al suyo y se colocó el auricular en el oído. El corazón le latía a toda prisa. Cielos, no quería que Pau hiciera aquello.


Por primera vez en su vida comprendió la impotencia que había sentido Maria. Pau podía estar entrando en una trampa mortal. Si por alguna razón Crane regresaba antes de aquella reunión seguramente se daría cuenta de que no era la mujer con la que se había casado. Aquella posibilidad se abrió paso en el pecho de Pedro como una bala, haciéndole desear entrar de golpe en aquella boutique y sacarla de allí.


Pero si lo hacía nunca se lo perdonaría. Paula quería liberar a su padre de la garras de Crane. Y Pedro tenía que ayudarla a conseguirlo. Y más que eso: Tenían que acabar con Crane. 


Devolverle a Pau su vida. Y a partir de entonces... Pedro no quería pensar en qué sería de ellos. Aquello era un trabajo. 


No debería mantener relaciones con un cliente. Era un error. 


Iba contra las normas. Y él lo sabía.


-No, gracias, éste me gusta -dijo Paula con voz clara en el oído de Pedro.


Estaba claro que la dependienta había regresado.


-¿No quieres mirar nada más, cielo? -preguntó Simon para que la dependienta lo oyera.


Su tono de voz y la idea de que tal vez le hubiera pasado el brazo por la cintura a Pau provocó una oleada de celos en el pecho del detective. Pedro sacudió la cabeza. Estaba peor de lo que pensaba.


Simon pagó el vestido. La dependienta les pidió que regresaran cuando quisieran. Pedro escuchó el sonido de campanillas de la puerta cuando Simon y Paula salieron de la boutique por la puerta principal. Pedro se acercó a la calle. 


Ahora podía ver a Paula al lado del coche que estaba esperando. Simon y ella se despidieron y el hombre se encaminó en dirección a Pedro.


Paula dudó un instante antes de entrar en el coche. Durante un largo instante se quedó allí de pie mirando simplemente en dirección a Pedro. Tenía miedo.


-Cuídame las espaldas -le susurró al auricular de Pedro.


-Estaré justo detrás de ti.


El detective dejó escapar un suspiro ronco cuando la vio subir al asiento trasero del coche que la estaba esperando. 


Había muchas cosas que podían salir mal. Las ventanillas ahumadas le impedían ver el interior del vehículo, pero sabía que la impostora había llegado sola. Aquello era lo único bueno.


Simon pasó al lado de Pedro sin mirarlo para no llamar la atención. Pedro vio por el retrovisor cómo su compañero se colocaba detrás del volante de su coche. Ahora se dirigiría al hotel y esperaría. Su misión era vigilar a la doble hasta nuevo aviso. Pedro seguiría a Pau, escucharía y esperaría.


Y rezaría.


Todo el asunto era muy arriesgado. Paula llevaba la peor parte, pero Pedro sabía que Simon y él se estaban tomando también muchas libertades con la Agencia Colby. Si aquello salía mal la responsable sería Victoria. Y tal como le había dicho a Pau, el secuestro era un delito.


Pedro salió de la zona de aparcamiento y una vez en la calle siguió al Mercedes negro. Un instante después sintió una puñalada de miedo en el pecho.


El coche se dirigió a una zona estrecha que había entre dos edificios. Iban en la dirección equivocada.


-Ha habido un cambio de planes, señora -le escuchó decir Pedro a una voz masculina a través del auricular-. El doctor Crane quiere reunirse con usted en su residencia.


Crane había vuelto. Y Pau iba directa hacia él.





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