sábado, 26 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 6





Paula miró a Lisa.


—Sé que te arrepientes. Olvídalo.


—Deberías haber intentado localizarlo con más insistencia. Habría sido más fácil si él lo hubiera sabido desde el principio —dijo Lisa.


—¿Sí? ¿Y cómo? ¿Crees que habría sido menos… decidido?


—Mi hermano mayor es duro de pelar, ¿no?


Paula miró a su amiga. Lisa era una romántica. Ella no.


Dejó de serlo cuando su prometido rompió su compromiso. 


Una vez, todavía, pero que la dejaran por segunda vez era demasiado. Paula se había enamorado de dos hombres que, al parecer, encontraron su chica ideal cuando ya le habían propuesto matrimonio a ella. Era humillante, y por eso no creía en las promesas de ningún hombre. No podían cumplirlas. Pedro no era muy diferente. Quizá un poco. A menos conocía el significado de la palabra honor.


Cuando Paula había estado con él, meses atrás, las mujeres se arremolinaban alrededor de él. Ella no quiso percatarse de que él las ignoraba y solo se fijaba en ella. 


Además, Lisa le había contado que él había estado con pocas mujeres antes que con ella. Y un hombre musculoso, vestido con el uniforme de la Marina, siempre tiene montones de mujeres a sus pies.


De acuerdo, ella había sido una de ellas. Deseaba a Pedro


Había estado quince meses tratando de olvidarlo, pero no lo había conseguido. Aún lo deseaba, pero una cosa era en la cama, y otra en su vida.


Sonó el teléfono y Paula se levantó para contestar. La voz familiar que provenía del otro lado de la línea la hizo sonreír.


—Mamá, ¿cómo estás?


—Estamos bien. ¿Cómo está mi nieta?


Paula miró a su hija y sonrió.


—Comiendo cereales y ensuciándome el suelo de la cocina —su madre se rió—. Bueno, ¿y qué pasa? Hablé contigo ayer.


—Eso fue antes de que Pedro llamara.


—¿Qué?


—Sí, llamó hace un rato. Habló con tu padre.


Paula suspiró y se apoyó contra la pared.


—¿Y qué le ha dicho papá?


—No lo sé. Al parecer estaba contento cuando salió del estudio, porque iba riéndose. Seguía hablando con Pedro y se llevó el teléfono hasta el garaje. Parece que han congeniado bien. ¿Sabías que Pedro hace muebles de madera?


Perfecto. Su padre también hacía muebles. El hombre tenía todas las herramientas necesarias para trabajar la madera y, como se había retirado, se dedicaba a hacer muebles. Más de los que cabían en su casa, o en la de Paula, así que había comenzado a aceptar pedidos.


—¿Muebles? No, no sabía que Pedro hiciera muebles —miró a Lisa como si fuera culpa suya que Pedro y su padre se llevaran bien.


Paula preguntó por su padre, pero la madre le dijo que había salido.


—Dile que me llame, por favor, mamá.


—No creo que vaya a contarte de qué han hablado… No me lo cuenta a mí…


Pedro está tratando de camelarlo para llegar hasta mí —dijo Paula.


—Oh, él no ha hecho nada de eso, cariño. Solo se presentó y nos dijo lo que ya sabíamos. Que él no se había enterado de lo de Juliana hasta ahora.


—¿Y qué más?


—Dijo que cuidaría de ti y de su hija.


—Bueno, pues Pedro Alfonso tendrá que enterarse de que no necesito su ayuda económica.


—No creo que se estuviera refiriendo al dinero, cariño.


Al oír las palabras de su madre, Paula sintió algo de temor.


Se despidió de su madre y colgó el teléfono. Se sentó y agarró la taza de café.


—¿Ha llamado a tus padres? —dijo Lisa asombrada, y Paula asintió—. Pedro es muy atrevido. Ha debido de ser muy interesante.


—Ya lo creo.


—Sabes que mi hermano es un chico estupendo, ¿no?


—Eso dicen.


—Oye, que no ha hecho nada malo.


—Excepto amenazarme —dijo Paula dando un suspiro.


—¿Qué?


—Dijo que formaría parte de mi vida y que no podría detenerlo.


—Vale, es una amenaza, pero suave y comprensible —Lisa le hizo muecas a Juliana y la niña la imitó—. ¿Qué vas a hacer? —Paula se encogió de hombros. Cuando se trataba de Pedro Alfonso se sentía muy indefensa—. Brian me ha pedido que lo acompañe en su próximo viaje de negocios. Durante un mes. Creo que iré con él.


—¿Vas a abandonarme?


—No, intento conservar lo que tengo. Una amiga maravillosa y un hermano encantador. No quiero tener que elegir.


—¿Quién ha dicho que vas a tener que hacerlo? —Paula no quería meter a su amiga en medio—. De acuerdo, vete. Yo me encargaré de Pedro.


Su amiga se puso en pie y agarró el bolso. Lisa miró al bebé y sonrió a la madre.


—Buena suerte —dijo, y se acercó hacia la puerta.


—¿Por qué le escribiste para decírselo?


—Porque quiero a mi hermano tanto como a ti.


—¿Y si aquella noche fue todo lo que tuvimos, Lisa?—le preguntó Paula cuando Lisa ya había abierto la puerta.


—Tendrás que darle una oportunidad a la relación para descubrirlo, ¿no crees, Pau?


Antes de que Paula pudiera contestar que no quería arriesgarse a que un hombre le rompiera el corazón otra vez, Lisa salió de la casa. Paula miró a su hija y, una vez más, pensó que no cabía duda de que era la hija de Pedro. Tenía los mismos ojos azules que él, y una mirada inteligente y perspicaz.


—Eh, July —dijo Paula, y la pequeña levantó la vista, sonrió y le ofreció un puñado de cereales.


Paula se agachó y fingió que se los comía.


—Te quiero, pequeñaja. Te quiero mucho.


Paula contuvo las lágrimas y se preguntó qué sería de ellas en un futuro. Lo tenía todo planeado hasta que apareció Pedro. Le gustaba tener las cosas claras y en orden, para saber el resultado de sus actos. Por eso era bancaria. Los números no mienten. Las cifras no engañan cuando uno está eligiendo el vestido de novia. Y no te dejan con la mirada de lástima que pone todo el mundo cuando se entera de que el hombre ha roto el compromiso. Por segunda vez. Se preguntaba qué hacía mal para que los hombres la abandonaran tan fácilmente. Era una mujer agradable. Tenía buen sentido del humor. No era una supermodelo, pero tampoco era fea. ¿Qué era lo que hacía que los hombres se marcharan con otra más interesante?


Tomó a Juliana en brazos y suplicó en silencio para que Pedro se marchara. Había superado que Craig la traicionara con su antigua novia. Y que Andy se marchara con su secretaria.


Pero ¿con Pedro? Si él le daba esperanzas y luego la abandonaba, nunca lo superaría. Estaba segura de ello. 


Además tendría a su hija y todos los días, al verla, recordaría su fracaso. Era mejor no arriesgarse, así no habría posibilidad de que le rompiera el corazón.


—¿Verdad? —preguntó en voz alta a su hija.


Juliana no contestó. «No importa. No hay ninguna respuesta», pensó Paula.






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