martes, 29 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 15




Paula estaba tan nerviosa que se miró al espejo una vez más. Quería tener un aspecto estupendo. Llevaba un vestido verde sin mangas que no se había puesto desde antes de estar embarazada. Era un diseño sencillo cubierto por una capa de tul con hilo dorado que hacía que pareciera elegante. Llamaron al timbre y ella sintió que se le aceleraba el corazón. Cuando salió de la habitación, Pedro estaba hablando con Diana. Vestía un abrigo azul, unos pantalones oscuros y una camisa azul claro. Parecía más un profesor de universidad que un miembro de un cuerpo de élite.


La miró de arriba abajo y dijo:
—Estás preciosa.


—Gracias.


—¿Preparada?


Paula miró a su hija y a Diana y dudó un instante.


—No te preocupes, estaremos bien —dijo Diana.


Paula besó a Juliana y, después, Pedro la guió hasta el coche. Minutos más tarde entraron en el aparcamiento de un restaurante situado frente al mar.


—Me había olvidado de que este sitio estaba aquí —dijo ella después de que el camarero los llevara hasta la mesa.


—Estoy seguro de que hay muchas cosas que has olvidado desde que tienes el bebé.


—No he olvidado nada —dijo ella, ocultándose tras la carta—. Solo es falta de tiempo libre.


Pedro le bajó el menú para mirarla.


—¿No solías pintar? —cuando ella asintió, él añadió—: ¿Cuándo fue la última vez que pintaste o que saliste con una amiga? ¿O que te diste un baño de una hora y te pintaste las uñas de los pies o lo que sea que hacéis las mujeres para estar tan guapas?


Ella se sonrojó. No podía ponerse a la defensiva después de escuchar un cumplido como aquel.


—Cuando no tenía a nadie más en quien pensar —dijo ella, y lo miró—. ¿Vas a pasarte la noche mostrándome los errores que he cometido… o vamos a cenar como si fuéramos adultos?


Pedro esbozó una sonrisa, se apoyó en el respaldo de la silla y pidió una botella de vino. El resto de la noche lo pasaron hablando de todo tipo de cosas, excepto del matrimonio y de su hija. Discutieron de política y Paula aprendió más cosas de la Marina y de las restricciones que tienen los hombres y mujeres que trabajan en ella. Pedro le habló de sus compañeros, y de una misión pasada omitiendo muchos detalles. Cuando le habló de Lisa, de su madre y de su padrastro, se le iluminó la cara, pero cuando salió el tema de su padre de verdad, se puso a hablar de bricolaje. Quería mostrarle a Paula algunas de las cosas que había hecho, pero las tenía en un almacén, igual que sus herramientas. 


Paula se dio cuenta de que, aparte de la habitación que tenía en la base, Pedro no tenía un hogar. Sintió lástima por él, porque Pedro era un buen hombre y merecía mucho más.


Ella le contó cómo había superado los compromisos rotos, y cómo había afectado a sus padres que la hubieran traicionado. También amonestó a Pedro por haber llamado a su padre.


—Le caes bien —admitió ella—. Aunque cuando estaba embarazada, él estaba dispuesto a ir a buscarte.


—Con una pistola, supongo.


Paula no contestó a su comentario para no estropear la tarde.


—Ha guardado en secreto lo que le dijiste. No quiere decírnoslo ni a mi madre ni a mí.


—Bien. Es algo entre nosotros.


—Cosas de hombres —dijo ella—. De acuerdo, no daré la lata para averiguarlo.


—No conseguirías sonsacármelo. Me han entrenado para soportar llantos y súplicas.


Paula se rió con sus bromas, cenó marisco y bebió demasiado vino. Cuando terminaron de cenar, decidieron ir a dar un paseo por la orilla en lugar de ir al cine.


Pedro se puso la chaqueta sobre los hombros y caminó junto a Paula, conteniéndose para no abrazarla. Cuando estaba cerca de ella le sudaban las palmas de las manos, e incluso a veces le costaba respirar con normalidad. De pronto, Paula se detuvo para sacarse una piedra del zapato y él le ofreció el brazo para que se apoyara, y se rió al ver que continuaba el paseo descalza. Ella no lo soltó y continuó agarrada de su brazo hasta que se detuvo junto a la barandilla. Paula inhaló la brisa Marina.


—Lo he pasado muy bien.


—Todavía no ha terminado.


—Es tarde, y Diana está…


—Ella está bien. Igual que Juliana —dijo él—. Y creía que éramos adultos y que íbamos a relajarnos.


—Lo somos. Y me he relajado. Ha sido maravilloso. Pero…


—Calla, Paula.


—¿Qué?


—Vas a dejar de pasarlo bien si sigues hablando.


Pedro se acercó a ella y la besó sin ponerle una mano encima.


Paula no lo evitó y se dejó llevar. Soltó los zapatos y apretó su cuerpo contra el de Pedro. Entonces, él la rodeó por la cintura. Se besaron con mucha pasión y la misma ternura con la que lo habían hecho quince meses atrás, momentos antes de que él se marchara a una misión.


—No digas nada —dijo Pedro cuando se separaron.


—No iba a decir nada.


—Ya, claro.


—Excepto que… —le acarició la barbilla—. Te he echado de menos, Pedro. De verdad.


Él la abrazó y le acarició la espalda.


—Odio que hayas tenido que estar sola, Pau.


—No te he echado de menos por lo de Juliana. He echado de menos al hombre que no tuve oportunidad de conocer —dijo ella.


Pedro sintió un nudo en la garganta y la besó de nuevo, con cuidado y con una ternura que expresaba sentimientos ocultos y no deseo.


Paula no se asustó. Se dejó llevar sin pensar en el matrimonio y en lo que el futuro le brindaría. Le acarició los labios, el rostro y el cabello.


El la besó en los labios, acarició su melena rizada y sintió que en aquellos momentos había mucho más entre ellos que cuando compartieron cama quince meses atrás. De pronto, vio que unos adolescentes se acercaban en monopatín a toda velocidad y tiró de Paula para quitarla de en medio


—Insensatos —murmuró él, y preguntó—. ¿Estás bien?


—Sí, mi héroe. Lo estoy —dijo ella con una sonrisa. Pedro la miró fijamente y sintió que su corazón estaba cada vez más lleno de amor—. Oh, cielos, creo que mi zapato es una víctima del accidente.


Pedro la observó mientras ella se agachaba a recoger su sandalia. Al ver que, al menos, podría utilizarla para llegar hasta el coche, se arrodilló y le puso las sandalias.


—Vamos, caballero Galahad —susurró ella—. Vayámonos a casa.


El se puso en pie y la agarró del brazo.


—Galahad tenía pensamientos puros, Paula. Yo no.


Riéndose, caminaron hacia el coche. Minutos más tarde llegaron al porche de la casa de Paula.


—¿Quieres pasar a tomarte un café?


—No, porque si entro querré algo más que el café —la miró fijamente—. Y algo más que un beso.


—Ya. Entonces, supongo que tampoco querrás una copa.


—No —dijo acorralándola contra la puerta—. Apenas puedo contenerme para no poseerte, Paula, pero la próxima vez que te haga el amor, quiero que lleves mi anillo en el dedo.


Antes de que ella pudiera pronunciar palabra, él la besó y apretó su cuerpo contra el de ella para dejarle claro lo que quería decir.


Después la soltó, se volvió y se dirigió al coche. Se alejó dejando a Paula con las piernas temblorosas, e invadida por el deseo.








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