jueves, 17 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 21





Cuando Angela entró en la tienda y vio la expresión de Paula, lanzó un grito de júbilo.


—Habéis hecho las paces.


Ella asintió, contenta.


Pedro insistió en que me quería y, al final, no pude decirle que no.


—No sabes cuánto me alegro. Cuando vuelvan Luisa y Helena, ¿podemos dejar la tontería de las vitaminas y contarles la verdad?


—¿Por qué no? A partir de ahora, puede saberlo todo el mundo.


Entonces oyeron ruido en la calle y salieron para ver qué pasaba.


—¡Los bulldozers de Alcom! —estaba gritando Nadine, la chica de la floristería—. Pronto tendremos las nuevas salas de cine, por fin.


Paula sonrió, un poco emocionada al ver el nombre de Alcom en los camiones. Como si ya fuera algo suyo.


—Ojalá tuviera tiempo para ir a ver cómo van las obras —le confesó Pedro unos días después, por teléfono.


—¿Es duro vivir en la cumbre? —bromeó ella.


—Desde luego que sí. Ahora respeto a mi padre mucho más que antes, te lo aseguro. Pero no pienso faltar a nuestra cita, así que no pierdas el tren.


Cuando Angela se enteró de que Paula pensaba ir a Londres el próximo sábado, insistió en que ella se quedaría en la tienda para que pudiese tomar el primer tren de la tarde. 


Encantada, Paula decidió que le daría una sorpresa a Pedro para variar.


Pero aún le quedaba toda una semana...


El sábado, aburrida, decidió plantar la camelia que le había regalado Daniel Morrell. Pero cuando estaba cerrando el grifo de la manguera, un hombre apareció al otro lado del seto. En contraste con su chándal y sus botas llenas de barro, el recién llegado era como un figurín de una revista de moda.


—Hola, Paula —la saludó Patricio Morrell—. ¿Estás muy liada?


—Pues sí, ya lo ves. ¿Qué querías?


—Sólo charlar un rato. ¿Puedo entrar?


—La respuesta sigue siendo no, Patricio. ¿Es que no te rindes nunca?


—Si no quieres dejarme entrar, al menos habla conmigo mientras estás trabajando.


Paula se encogió de hombros.


—¿Qué haces aquí? Últimamente, parece que me sigues.


—Mi presencia en el baile era obligada, pero el encuentro en el Ivy Bush el otro día fue una mera coincidencia. ¿Vas en serio con Alfonso? —preguntó Patricio, atravesando el seto y haciendo una mueca cuando se le mojaron los carísimos mocasines.


—¿Por qué lo preguntas? No es asunto tuyo —contestó ella, mientras plantaba la camelia.


—Sabes muy bien lo que siento por ti, Paula. No quiero que te hagan daño.


—Ah, viniendo de ti, eso está muy bien —replicó ella, irónica.


—He preguntado por ahí —insistió Patricio—. Parece que Alfonso tiene reputación de mujeriego.


—Es un hombre soltero y heterosexual, de modo que no me parece nada raro.


—¿Estás enamorada de él?


—Sí, Patricio—contestó Paula, mirándolo a los ojos—. Incluso siento respeto por él, algo que no sentía por nadie hace mucho tiempo.


El hizo una mueca.


—Sabes cómo hacer daño, ¿no?


—Debería... me ha enseñado un maestro —replicó Paula—. Mira, tengo que irme... Ah, y por cierto, dile a tu hermano que tampoco es bienvenido en esta casa.


—¿Danny viene por aquí?


—Sólo una vez, para darme la camelia que acabo de plantar.


—¿Estaba Alfonso contigo?


—No, él llegó después.


—O sea, que estabas sola. ¿Te pidió Danny un beso a cambio de la camelia?


—Lo tomó sin pedirlo —contestó Paula.


—Hablaré con él para que no vuelva a pasar.


—No volverá a pasar, te lo aseguro. Ya no es bienvenido en esta casa.


Patricio la miró, en silencio.


—¿Vas a casarte con Pedro Alfonso? —preguntó por fin.


—Sí —mintió Paula, deseando poner fin a la conversación.


Pero, entonces, Patricio la tomó en sus brazos y buscó sus labios con desesperación. Un segundo después, estaba tumbado sobre la hierba y su hermano pequeño lo miraba con gesto amenazante.


—¡Déjala en paz!


Rojo de rabia, Patricio se levantó de un salto y se lanzó sobre Daniel. Cayeron los dos al suelo, revolcándose por la hierba mientras se golpeaban el uno al otro con los puños.


—¡Parad, parad ahora mismo! —gritó Paula.


Como ninguno de los combatientes le hacía caso, abrió el grifo de la manguera y los empapó de arriba abajo.


—¡Vosotros lo habéis querido!


—¿Qué haces? —gritó Patricio, intentando proteger su jersey de cachemir.


—¡Yo había venido a rescatarte! —protestó Daniel.


—¿Se puede saber que haces tú aquí? —le preguntó su hermano.


—Vine a ayudar a la señorita Chaves y te encontré acosándola. Me das asco.


—¡Ya está bien! —gritó Paula—. Marchaos de aquí los dos, ahora mismo.


—Paula...


—¡He dicho que os marchéis!


Daniel reaccionó como un cachorro herido, pero Patricio lanzó sobre ella tal mirada de odio que la hizo sentir un escalofrío. Por fin, se alejó, con su hermano detrás, cabizbajo.




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