jueves, 17 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 22





Paula decidió olvidar el desagradable incidente y no contárselo a nadie, sobre todo a Pedro. Y tomó el tren el sábado, en un estado de feliz anticipación ante la idea de darle una sorpresa.


El taxi la dejó frente a una casa en Chiswick que era tan diferente del antiguo establo que Paula se quedó perpleja.


¿Cómo podía un hombre tener dos casas tan distintas?, se preguntó. Era un edificio grande, de tres pisos, con enormes ventanales, una casa muy lujosa rodeada de un pequeño jardín. Nerviosa, Paula subió los escalones del porche y llamó al timbre.


—¡Sorpresa! —exclamó, con una sonrisa en los labios.


Pero su sonrisa desapareció al ver la expresión de Pedro.


—Llegas muy temprano —dijo él, con tono sombrío. 


Entonces vio que tenía una copa en la mano.


—¿Ocurre algo?


—Sí, claro que ocurre algo. Que estoy de luto.


—Cariño, lo siento. ¿Quién ha...?


—Quién no, qué.


—No te entiendo —murmuró Paula.


—He conocido a muchas mujeres, pero ninguna como tú, Paula Chaves. Eres única.


—Eso, evidentemente, no es un cumplido. ¿Por qué no me dices por quién estás de luto?


—Será mejor que entres —suspiró él, tambaleándose un poco—. Me refiero al asesinato de mis ilusiones. J’accuse, Paula Chaves —añadió, melodramático—. Tú eres la asesina.


—Y tú estás borracho. ¿Vas a contarme por qué?


—He llamado a la tienda para que no vinieras, pero Angela me ha dicho que ya estabas de camino. Así que aquí estamos... hombre a hombre, digo hombre a mujer.


—¿Por qué no te sientas? Te vas a caer, Pedro.


—Estoy bien.


—No, no estás bien.


Nunca lo había visto borracho y no sabía qué hacer. Y tampoco sabía qué podría haber pasado para que estuviera así.


—¿No quieres saber qué ha pasado?


—Claro que sí.


—Conocí a un amigo tuyo ayer. Estaba tomando una copa en El Vino’s y, ¿quién me siguió al lavabo? Tu amigo Patricio Morrell. Por eso me sonaba su cara. Lo había visto por allí... No en el lavabo, claro —empezó a decir Pedro—. Necesito una copa.


—No necesitas nada —replicó Paula, obligándolo a sentarse en el sofá—. Habla primero y bebe después.


—No me des órdenes. Quiero una copa.


—Te la daré cuando me hayas contado qué pasó.


—No pasó nada, pero me contó algo.


—¿Y qué puede haberte contado para que hagas este melodrama?


—Ah, melodrama, qué palabra tan bien elegida —suspiró él—. Tu amigo Patricio dijo algo muyyyyy interesante. Dijo que ibas a casarte conmigo. Eso no lo sabía yo... pero ahora viene lo interesante. Me advirtió que no me casara contigo porque no podías tener hijos.


—Eso ya lo sabías.


—Cierto, pero él me contó por qué. Olvidaste contarme que Patricio Morrell y tú habíais tenido un hijo, Paula. Según él, fue el nacimiento de ese niño lo que hace imposible que tú vuelvas a tener hijos.


—Es verdad —dijo ella, sin expresión.


—¿Es verdad? ¿Y qué pasó, diste el niño en adopción? —exclamó Pedro—. Qué pregunta más tonta. Claro, eso es lo que hiciste. Morrell no quiso casarse contigo, supongo. Y Paula Chaves no podía dejar que se repitiera la historia...


No pudo terminar la frase porque Paula le dio una sonora bofetada. Luego, tomó su bolsa de viaje, que había dejado en el suelo, y salió corriendo de la casa.


Afortunadamente, había un taxi en la puerta. Pedro salió detrás de ella, pero estaba tan borracho que cayó al suelo.


—¿Está usted bien, señorita? —preguntó el taxista.


—Sí, sí, por favor lléveme a la estación de Paddington.


Una vez allí, corrió hacia el lavabo y vomitó todo lo que había comido aquel día. Se sentía enferma, peor que nunca en toda su vida. Por fin, consiguió lavarse la cara y, pálida como una muerta, fue al andén para tomar el tren que la llevaría de vuelta a casa.


Paula estaba agotada cuando un taxi la dejó en Gresham Road esa noche. Puso el contestador y comprobó que todos los mensajes eran de Pedro, exigiendo que le devolviera la llamada. Ni en sueños.


Desconectó el teléfono para que no la molestase, apagó el móvil y puso la cafetera. Había bebido varias botellas de agua mineral en el tren, pero ahora necesitaba algo más fuerte.


Que Pedro Alfonso le pidiera que confiase en él había sido una patética broma. Si él practicase lo que predicaba, le habría pedido que le contase la verdad, sin sacar conclusiones precipitadas. En lugar de hacerlo, la insultó de la peor forma... Así que al demonio con él.





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