Merecía la pena intentarlo. Como había dicho Melina, ¡lo único que podía hacerle el nuevo propietario era cerrarle la puerta en las narices!
Dirigiéndose lentamente hacia el camino en su antiguo Mini, Paula se despidió con un gesto de su tía abuela, que la observaría desde la ventana, y se internó en una maraña de estrechos senderos en dirección a Felton Hall.
Nada más doblar la curva desapareció la sonrisa que llevaba en la cara, porque estaba preocupada por la anciana. Edith había fundado la organización de beneficencia hacía muchos años, organizando recogida de objetos para vender, mercadillos y escribiendo peticiones a los gerifaltes locales para exponerles sus intenciones. Había confiado en sus voluntarios, sobre todo en Alice Dunstan, que le había llevado las cuentas meticulosamente. Pero ahora Alice se había mudado a otra ciudad, lo que significaba que las cuentas eran un embrollo y los fondos cada vez más escasos. El Mini, comprado de segunda mano gracias a una donación, se usaba para el transporte de personas entre muchas otras cosas, por lo que estaba muy destartalado.
Había que pagar el seguro, ya que sin él no podía circular, y Paula no sabía de dónde iban a sacar el dinero.
Pero lo que era aún peor es que, por primera vez en ochenta años, Edith había reconocido que le pesaba la edad. Su espíritu infatigable se estaba apagando y hablaba incluso de verse obligada a tirar la toalla.
Paula había tomado una decisión: ¡No si ella podía evitarlo!
Le debía todo a su tía abuela, que la había cuidado después de la muerte de su madre. Su padre, alegando que no podía cuidar de una niña de dieciocho meses, se la había dejado a la única pariente viva de su esposa y se había largado sin dejar rastro. Aquella anciana merecía todos sus desvelos, ya que la había adoptado legalmente, le había proporcionado amor, una infancia feliz y segura, y, aunque fuese a la antigua usanza, una buena educación.
Si conseguía material en el Hall, el mercadillo del sábado iba a ser un éxito y salvarían el obstáculo del seguro del coche.
Paula se dejó llevar por su optimismo y se dispuso a pisar el acelerador, pero se vio obligada a frenar bruscamente al torcer la esquina, deslizándose por el barro para no embestir por detrás a un flamante Ford que bloqueaba el camino.
Con las manos apretadas sobre el volante, Paula observó que del coche salía una mujer elegantemente vestida de unos treinta y tantos años y se dirigía hacia ella a toda prisa con una expresión mezcla entre expectación y ansiedad.
Pero cuando Paula bajó la ventanilla, fue la ansiedad la que ganó la mano.
—Oh, esperaba… Llevo horas aquí. ¡Mi jefe me estará esperando y detesta que le hagan esperar! Había obras en la autopista, luego me perdí porque me equivoqué de salida en dirección a Market Hallow, ¡y ahora este maldito pinchazo! Para colmo, salí con tanta prisa que me dejé el teléfono móvil y no puedo avisarle de lo que me ha pasado. ¡Me va a matar!
Estaba al borde de la histeria y su jefe, fuera quien fuese, parecía el mismo demonio. Escondiendo una sonrisa, Paula salió como pudo de su viejo coche. Aquella especie de secretaria elegante esperaba por supuesto que pasara un tipo fornido, ¡y debía de haberse hundido al ver aparecer a una mujer tan flacucha!
—No te preocupes —Paula descubrió su sonrisa—. Enseguida estarás en marcha.
—¿Estás segura? —preguntó sin mucha convicción.
—Abre el maletero —le pidió Paula con decisión. Para ahorrar en facturas de taller, se encargaba personalmente del mantenimiento de su coche e incluso tenía nociones de mecánica.
Diez minutos después, la rueda había sido reemplazada y la gabardina medio elegante que llevaba estaba cubierta de barro, por no hablar de sus manos y sus mejores zapatos.
La lluvia copiosa de aquella mañana había sido sustituida por una ligera llovizna, así que no se encontraba calada hasta los huesos como antes. Pero el pelo le caía en mechones como colas de rata y debía de parecer recién salida de una pelea en el barro. ¡Y le había costado tanto arreglarse para ir a conocer al nuevo dueño del Hall!
Todo le mereció la pena cuando vio que recibía una enorme sonrisa de gratitud.
—¡No sé cómo agradecértelo, me has salvado la vida! ¡Sólo puedo desearte que alguien acuda en tu rescate si alguna vez lo necesitas!
Tras un agarrón por los hombros y dos besos en las mejillas, Paula sonrió, contemplando cómo la mujer se alejaba, y luego volvió a su coche para quitarse todo el barro que pudo de los zapatos y las manos con los últimos pañuelos que le quedaban en la caja. No consiguió mejorar el aspecto de su gabardina.
Era de esperar que su desaliño no provocase que el nuevo propietario le diese con la puerta en las narices. Por lo general, la gente se mostraba receptiva con las buenas causas. Con este pensamiento reconfortante, se introdujo en el camino flanqueado de árboles que llevaba a Felton Hall, animándose al ver el coche de aquella mujer aparcado junto a un Lexus de lujo y echándose a temblar a continuación al recordar que, por lo que le había contado, su jefe era una especie de monstruo.
Pero ya no iba a echarse atrás. Agarró el llamador de hierro y tiró de él con decisión.
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Rechazando las disculpas de Penny Fleming, Pedro Alfonso le había pasado el proyecto del arquitecto y otros documentos para que los revisase antes de la reunión del día siguiente. Estaba terminando de darle instrucciones cuando el antiguo timbre de la puerta dejó oír su sonido discordante.
—¡Mira a ver quién es y deshazte de él!
Caminando por el estudio forrado de libros, miró su reloj. El jet privado del banco le estaba esperando. Tardaría una hora llegar al aeropuerto, menos si pisaba el acelerador. ¿Qué era lo que entretenía a aquella mujer? ¿Tanto tiempo llevaba abrir una puerta y decir a quien fuese que se marchara?
Como exitoso hombre de negocios, responder agresivamente a cualquier tipo de demora formaba parte de su carácter. Estaba indignado, ¡y se indignó aún más al ver a Penny Fleming entrar en la habitación seguida de la mendiga!
Exasperado, Pedro respiró hondo, y estaba a punto de decirle a su eficiente asistente que la despediría a menos que se organizase como Dios manda y que no se lo iba a advertir dos veces, cuando ella se adelantó a sus obvias objeciones:
—Le presento a Paula. Trabaja para una organización benéfica. ¿Hay algo que pueda llevarse para un mercadillo?
Madonna diavola! ¡Estaba rodeado de locos! ¡Y la criatura que había tomado por mendiga aquella mañana parecía ya de por sí un caso de beneficencia!
Pero no era un hombre tacaño. De hecho, contribuía generosamente a muchas buenas causas.
Preguntó a aquella mujer escuálida y cubierta de barro a qué se dedicaba la organización.
Paula tragó saliva al verse ante el hombre que la había impresionado aquella mañana. Tenía un magnífico aspecto, ¡pero la miraba con unos ojos de hielo que seguramente reflejaban cómo era en realidad su corazón!
Cuando Penny, que era el nombre con que se había presentado, le había abierto la puerta y escuchado su petición con simpatía evidente, había ganado confianza.
Sobre todo cuando le dijo en un susurro que creía que su jefe no quería conservar el contenido de la casa y que estaba en deuda con ella e iba a hacer todo lo posible por ayudarla.
Paula notó que él se impacientaba porque apretaba la boca.
¡Seguramente la paciencia tampoco era lo suyo!
Ella respondió tardíamente, pero con toda la decisión que pudo.
—Mi tía abuela fundó Life Begins hace diez años. Yo le echo una mano —animada por el modo en que Penny le apretó el codo, prosiguió—: ayudamos a la gente de la ciudad en tareas prácticas como hacer la compra, la limpieza, proporcionarles asistencia a domicilio si no tienen seguridad social, llevarlos y traerlos en coche…
—¡Basta! —dijo él, interrumpiendo aquella perorata cada vez más confiada. Ella tenía unos ojos increíbles. Claros, inocentes, sinceros. Y la forma más rápida de volver a tratar asuntos serios era dejar que obtuviese lo que deseaba—. Espera en el vestíbulo. En cuanto quede libre, la señorita Fleming te ayudará a decidir qué es lo que puede servirte.
Despedida de su presencia, se retiró sonriendo con sentidas palabras de agradecimiento, pero él ya no la escuchaba: se estaba volviendo para contestar el teléfono que había empezado a sonar. Ella se dijo que no le importaba, que no importaba que se deshiciesen de ella como si fuese insignificante y molesta, y esperó tal y como le habían indicado. Tenía lo que había venido buscando; autorización para marcharse con el tipo de cosas en las que la gente se gasta el dinero que tanto les ha costado ganar, con el fin de colocar a Life Begins en una posición económica más desahogada.
Angustiado, Pedro colgó el teléfono.
—¿Se encuentra bien, señor? —ignorando las palabras de Penny Fleming salió del estudio completamente decidido.
Sólo podía hacer una cosa. Como de costumbre, cuando se le presentaba un problema su cerebro encontraba rápidamente la solución.
La llamada del médico había confirmado sus peores temores, temores que como un puño de hielo le apretaban el corazón. Por lo que había deducido de la jerga médica que acababa de escuchar, su madre iba a morir muy pronto, así que se disponía a hacerla feliz en los últimos momentos de su vida. Era lo menos que podía hacer.
Y aquella desaliñada chica de la beneficencia sería estúpida si rechazase una sustanciosa donación a cambio de echarle una mano.
Buen comienzo!!
ResponderBorrarYa me atrapó.
ResponderBorrarMuy buen comienzo! dónde se metió Paula! Que carácter Pedro...
ResponderBorrarNooono me quiero imaginar lo que se viene!!!! Ya me engancho!!
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