viernes, 23 de septiembre de 2016
MAS QUE VECINOS: CAPITULO 10
Pedro abrió la puerta de su piso, encendió la luz y echó una ojeada a su alrededor; todo estaba como de costumbre, reluciente y sin nada fuera de su sitio, y por primera vez desde que vivía allí, pensó que su hogar resultaba algo frío.
Molesto por ese absurdo pensamiento, sacudió la cabeza tratando de borrarlo. Le gustaba su casa, había contratado a uno de los mejores arquitectos de interiores de Londres para decorarla y se sentía satisfecho con el resultado. No entendía a qué venía ese repentino descontento.
«Un par de comentarios de tu excéntrica vecina, Alfonso, y cambias de opinión como Berlusconi de amante veinteañera», se reprochó, disgustado consigo mismo.
No entendía qué le pasaba últimamente; Pedro se consideraba un hombre razonablemente feliz, tenía unas metas muy claras y había encaminado su vida hacia ellas, sin desviarse ni un milímetro. Sin embargo, de un tiempo a esta parte notaba como si le faltara algo, una ligera insatisfacción lo acompañaba con frecuencia.
«Pero esto no tiene nada que ver con Paula Chaves», se dijo. «Todo esto no es más que la reacción ante un shock.
El shock que supone para mí haberme dado cuenta de que no solo no amo a Alicia, con la que hasta hace unas pocas semanas barajaba la idea de casarme, sino que ni siquiera me cae bien».
Pedro siempre se había preciado de conocer hasta el último pliegue de su alma y no entendía cómo había podido engañarse a sí mismo durante los dos últimos años; esa noche sintió como si se le hubiera caído la proverbial venda de los ojos. De repente, sentado a su lado en la elegante mesa que les habían asignado, rodeado de lo más granado de la sociedad inglesa, se dio cuenta de que Alicia tenía una risa estridente que le ponía de los nervios. Después, la escuchó realizar un par de comentarios que a Pedro le hicieron ponerse aún más recto de lo que estaba en el asiento. Los demás rieron divertidos, pero, por vez primera, él fue consciente de que el sentido del humor de Alicia era ofensivo y cruel. Reconocía que era una mujer muy bella y que muchos hombres lo envidaban por tenerla como pareja.
Quizá por eso había estado ciego hasta ese momento, le resultaba halagador saber que otros codiciaban lo que él poseía. Durante toda su vida había estado muy orgulloso de sus éxitos, tanto en el terreno laboral como en el personal; sin embargo, esa noche, de pronto, le pareció todo absurdo y sintió unas ganas terribles de escaparse de allí cuanto antes.
Alicia se enfadó mucho cuando le dijo que deseaba marcharse. Por primera vez, no pudo ocultar sus sentimientos y su rabia se desbordó de una manera que hizo que Pedro se pusiera aún más rígido de lo que ya estaba.
Tuvo que echar mano de toda su buena educación para mantenerse impasible ante los comentarios de Alicia y le anunció en un tono muy cortés que él se iba y que ella tenía dos opciones: quedarse allí o permitir que la acompañara hasta su casa. Alicia decidió quedarse y enseguida se puso a coquetear con uno de los mayores rivales de Pedro que llevaba meses detrás de ella. Incrédulo, Pedro se dio cuenta de que no le importaba lo más mínimo y, sintiendo un profundo alivio, se fue de la fiesta y condujo hasta la galería de arte.
En cuanto llegó, descubrió a Paula en un rincón hablando con Diego. Al ver el brazo del galerista rodeando su cintura, se detuvo en seco y permaneció observándolos un buen rato sin que se dieran cuenta. No pudo descubrir en la actitud de Pau ni el más ligero asomo de coquetería; simplemente, era una mujer de la que emanaba tal calidez que los demás revoloteaban a su alrededor como polillas deslumbradas por las llamas. Reparó en lo afectuosa que era con cualquiera que se le acercara, padres, alumnos... para todos tenía una palabra amable o un gesto cariñoso. No era que Paula Chaves le gustase.
En absoluto.
Solo que había algo en su actitud que, en cierto modo, resultaba refrescante. A pesar de lo mucho que a veces le irritaba su conducta, cuando estaba a su lado el leve descontento que parecía perseguirlo de un tiempo a esta parte desaparecía en el acto.
«Tonterías», se dijo, al tiempo que se quitaba el esmoquin y se ponía el pijama.
Pedro se estaba lavando lo dientes en el cuarto de baño cuando, sin saber por qué, se quedó muy quieto con la mirada clavada el espejo. Por primera vez, reparó en las finas arrugas que se marcaban en las comisuras de sus ojos y, de repente, se sintió viejo a pesar de sus cuarenta y dos años. Alarmado, se preguntó si Paula también pensaba que lo era, al fin y al cabo, debía llevarle más de diez años, quizá pensaba en él como en un anciano venerable. Al darse cuenta de a donde le llevaban sus cavilaciones, sacudió la cabeza irritado consigo mismo; ¿qué más le daba lo que esa chica pensara? Paula Chaves no significaba nada para él, así que sería mejor dejarse de tonterías; ya era tarde y al día siguiente tenía que coger un avión a primera hora. Terminó de aclararse la boca y se metió en la cama, pero su mente seguía divagando, ingobernable, y aún tardó un rato en dormirse.
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