jueves, 1 de septiembre de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 34



Pedro


Observo a Paula alejarse de mí con paso decidido. La he perdido, la he perdido para siempre. Y lo peor es que he sido yo el que la he apartado de mí. He sido cruel y no creo que lo que le he dicho sea cierto, pero estaba tan enfadado que quería que se sintiera igual de mal que yo y, por lo visto, lo he conseguido.


Han pasado ya varios días desde que Paula se marchó. Lo sé porque el mismo Juancho me lo ha confirmado. Al día siguiente del mercado cargó sus cosas en el Golf y cogió la carretera de camino a Valencia.


Pienso en ella y me cuesta creer que estamos separados por más de quinientos kilómetros. No es lo único que nos separa. También estamos separados por el muro infranqueable que yo mismo construí al verla besarse con Santiago y que terminé de rematar con nuestra discusión.


Es un muro insalvable.


Aunque quisiera arreglar las cosas, aunque quisiera retractarme; ya no hay nada que hacer.


Estoy bien jodido.


Sé que le he hecho mucho daño. Puede que incluso más del que ella me ha hecho a mí. Ahora, solo me queda esperar a que pase el tiempo, que como no dejan de recordarme Maria y Juancho, todo lo cura.


Sé que ya nunca seré feliz. Si ahí fuera había una mujer para mí, era Paula. Nadie podrá llenarme nunca como ella lo hacía. Así que a partir de ahora seguiré solo. Con mi ganadería y mis aficiones. El montañismo y el surf me relajan. Me pierdo en los bosques a pensar o me dejo llevar por las olas para poner la mente en blanco. Y, cuando llegue el otoño, iré a recoger setas.


Mi amigo Jacinto me ha llamado para quedar un par de veces, pero no me apetece. Quiero estar solo. Algo que Maria y Juancho no parecen entender porque recibo invitaciones para quedar con ellos noche sí, noche también. 


Y a Maria no hay quien le diga que no. Como, además, a Juancho le queda un telediario en la oficina, me sabe mal negarme.


Están planificando sus vacaciones. Se van a Benidorm y no hacen más que insistirme para que me una. ¡Lo que me faltaba! Soportar a Maria noche tras noche bien, pero toda una semana… No, yo también tengo un límite. Además, no quiero estar en la misma comunidad que Paula. Resultaría insoportable pensar que, a pesar de estar tan cerca, no vamos a vernos.


Pero ellos, o mejor dicho, Maria, erre que erre.


—Tú sabes lo bien que te vendría… Vamos a alojarnos en el hotel Bali. Nos dan pensión completa y luego a tomar el sol a la playita. Con lo que te gusta a ti el mar… —insiste una noche que he ido a cenar.


—Joder, Maria, ya está bien. He dicho que no.


—Mujer, deja al pobre Pedro —interviene Juancho—. Si no quiere venir que no venga… aunque a mí me encantaría.


Me parto. El pobre lo deja caer así, como quien no quiere la cosa. Anda que no agradecería tener la compañía de otro hombre y no solo la de la marisabidilla de su mujer. Pero oye, que él la eligió. Ahora que se la coma con patatas.


—Pues yo creo que te equivocas al no venir, Pedro.


Y dale, a esta mujer parece que le hayan puesto pilas Duracell. Hay que ver lo bien que cocina y lo mal que me acaban sentando todas sus cenas. ¡Siempre consigue indigestarme con sus comentarios!


—Es verdad, lo digo en serio.


Juancho y yo nos miramos y dejamos que siga con su perorata. Es imposible callarla así que mejor que cuente lo que le venga en gana. Al menos habrá alguien contento.


—Es más —continúa—, lo que en realidad deberías hacer es bajarte con nosotros en el coche y que te dejemos en Valencia.


Al escuchar la última palabra un trocito de carne se me va por el otro lado y me atraganto. Empiezo a toser como una bestia y Juancho me pasa un vaso de agua que bebo de golpe.


—Pero, hijo, no te pongas así… Es que no entiendo por qué no has ido ya a buscarla.


—Maria, te tengo mucho aprecio pero no voy a consentir que te metas en mi vida.


—Pues es que alguien tiene que decirte las cosas claritas y como Juancho no va a ser…


Niego con la cabeza y replico:
—No voy a buscar a Paula. No tengo nada que hablar con ella.


—Pues yo creo que sí.


¡Hostia! Esta mujer es incombustible. Ahora empiezo a entender las escapadas de Juancho… estoy por salir por patas yo también.


—Que sí, que sí y que sí. A ver, ¿por qué estás tan enfadado como para no poder hablar siquiera con ella?


Ya estamos con lo mismo.


—Joder, pues por el cierre de la oficina; porque se marcha. ¿Por qué va a ser?


Maria se levanta, retira los platos y se dirige a la cocina para traer el postre. Antes de salir del comedor se gira hacia mí y, como quien no quiere la cosa, dice:
—¡Y yo que pensaba que era por lo del beso con su amigo Santiago!


¿Qué dice? Estoy boquiabierto, pero no hace falta que diga nada. Ya tenemos a Maria para eso.


—¡Ay, Pedro! Juancho y yo lo vimos todo. Que seamos muy discretos y no hayamos dicho nada es diferente… pero vuestro enfado está durando ya demasiado. No me queda otra que tomar cartas en el asunto. No puedo callarme más tiempo.


Juancho me mira y se disculpa con la mirada. No hay nada que hacer con Maria.


—Está todo decidido. Mañana sábado salimos para Benidorm y haremos escala en Valencia.


Muy bien, Pedrito, a ver quién es el guapo que le dice que no a esta mujer.


En un último intento de escapar de las tretas de Maria, me visto con el mono azul y me dirijo a la granja a ver a las pocas vacas que tengo ahí; el resto campan a sus anchas en los prados colindantes como siempre que llega el buen tiempo. Al cabo de una hora, estoy tan enfrascado en mi tarea que no me entero de que llegan.


—¿Pero se puede saber qué haces con esas pintas?


La voz de Maria resuena por toda la granja y mis vacas, que habitualmente son tranquilas, empiezan a mugir alteradas. 


¡Hostia! Si es que esta mujer sacaría de quicio al mismísimo Job.


—Te dije ayer que estuvieras preparado y ¡mírate! Estás hecho un asco…


—Muchas gracias por la parte que me toca.


—Pues no hay tiempo —sentencia—, tendrás que venirte así a Valencia.


—¡Ni hablar! Ya os dije que no pensaba ir.


Me callo al ver a Juancho que asoma la cabeza por la puerta.


—¿Queréis daros prisa? Tengo el coche en marcha y hemos de estar en Benidorm a mediodía.


Lo miro sin comprender.


—Tenemos pensión completa —explica—, hay que llegar para comer.


—Pues no os preocupéis por mí, haced camino. Yo tengo mucho trabajo.


Maria se me acerca y, decidida, me suelta una colleja de las buenas.


—¡Joder! —exclamo al tiempo que me froto la nuca.


—Tira para el coche —ruge—. Y no quiero escuchar ni una sola queja más. Que nos va a tocar viajar con este magnífico aroma a res y pienso hacer el sacrificio por vosotros porque, leñe, parece que los empujoncitos no te valen, hijo.


Se ve que no.


Y, Maria, para solucionarlo ha decidido empujarme al vacío.



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