sábado, 3 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 5




Pálida y sintiéndose muy desgraciada, Paula temblaba vestida de novia. No se sentía como una novia.


A pesar de la alianza que llevaba en el dedo, todavía no podía creer que hubiera hecho aquello.


Hacía sólo quince días desde que lo había visto en la isla. Y desde entonces había habido una actividad frenética. 


Abogados trabajando día y noche, papeles firmados, organización de la boda del siglo.


Para Paula la ceremonia había sido una pesadilla. No había imaginado la atracción que aquel evento sería para la prensa, que siempre habían estado fascinados por Pedro Alfonso. Y el hecho de que se hubiera casado con la nieta de su enemigo había sido una noticia bomba. Los flashes no habían dejado de brillar, pidiéndole una mirada, una sonrisa, así todo el tiempo.


La presencia de su abuelo en la boda había despertado mucho interés, puesto que éste no solía aparecer en público.


Y todos querían ver el encuentro entre Alfonso y Chaves.


Paula no quería despertar el interés de la prensa, y no había levantado la vista del suelo. No quería que los periodistas empezaran a hurgar en su vida. No quería que nada impidiese aquella boda y la operación de su madre.


Se había puesto el vestido de novia que su abuelo le había dado y había intentado representar el papel de heredera de Chaves, algo nuevo para ella.


Cuando tomó consciencia de que estaban casados, sintió un gran alivio.


Varias veces había pensado que aquélla no era una boda como debía ser. Pero ella no había tenido expectativas de boda, así que tampoco se había sentido decepcionada.


—Podrías intentar parecer una novia excitada en lugar de alguien a quien se ha llevado a la tortura, ¿no crees? —le dijo Pedro—. Esto es lo que querías, después de todo. Te has hecho multimillonaria. Sonríe.


Paula agarró la copa que le ofreció el camarero, agradecida, y bebió. Su desprecio por Pedro Alfonso aumentaba cada vez más. Era frío, horrible. Ella al menos se sentía incómoda con la situación. Pero a él no parecía importarle que ni siquiera se gustasen.


De acuerdo, ella se casaba por dinero. Pero lo hacía porque estaba desesperada, no como él. Pedro ya tenía una empresa. ¡Era asquerosamente avaricioso por querer dos!


Era como su abuelo. Rico, exitoso, codicioso.


Decidió que una copa de champán podría ayudarla. No solía beber alcohol. Pero necesitaba adormecer los sentidos para soportar aquello.


—Yo no esperaba todo esto…


—Se llama boda —le dijo Pedro, sonriendo a una mujer deslumbrante que lo había mirado—. Y es una de las cosas por las que has firmado el acuerdo. Disfrútala. Cuesta mucho dinero.


El dinero. Hacía bien Pedro en recordárselo.


Paula tomó otro sorbo de champán. Lo que tenía que hacer era recordar el dinero. Nada más. No importaba que se sintiera la persona más desgraciada del mundo. Lo que importaba era que por fin, su querida madre recibiría el tratamiento que necesitaba.


Paula miró al hombre que tenía a su lado. Estaba relajado, como si todos los días se casara con una extraña. Era el tipo de hombre por el que se morían las mujeres. Sofisticado, caprichoso, y tan terriblemente rico que jamás comprendería lo que podría sentirse siendo pobre. Lo que era necesitar tan desesperadamente el dinero como para hacer cualquier cosa para conseguirlo.


El traje le quedaba perfecto, resaltando sus anchos hombros, su complexión atlética. Y se movía con la seguridad de alguien que ha vivido con cubertería de plata toda la vida.


No había vivido nunca la pobreza ni la dureza de la vida.


¿Cómo iba a poder comprender lo que la había llevado a aquel momento?


De pronto sintió miedo de que se arrepintiese de su acuerdo y no le diera el dinero. Debía haber ido al banco, pensó.


Lo miró y preguntó:
—¿Han transferido el dinero a mi cuenta? —en cuanto lo dijo se arrepintió.


—Me extraña que no te hayas ido de la fiesta para empezar a gastarlo…


Paula se relajó, y se dijo que la opinión de Pedro no debía importarle. No estaba en posición de criticarla por querer dinero.


Miró el reloj de pulsera que llevaba. Sólo eso valía más que lo que ella gastaba en todo un año.


—¿Y la empresa de mi abuelo?


—Ahora me pertenece, junto con una gran cantidad de deudas y problemas con la plantilla. Así que estaré muy ocupado arreglando sus problemas en el futuro. Me temo que eso demorará nuestra luna de miel, pethimou.


«¿Luna de miel?», pensó Paula. Lo miró.


—No… No pensaba que tendríamos una luna de miel…


—Los amantes tienen luna de miel. Y se supone que nosotros lo somos. Pero de momento, no tengo tiempo para una esposa. Así que no habrá luna de miel.


Paula respiró, aliviada. Una luna de miel habría sido insoportable.


Con suerte, Pedro estaría tan ocupado que no tendría tiempo para ella y podrían llevar vidas separadas.


Paula miró el jardín que era escenario del banquete, observando el glamour y el lujo. Habían venido invitados de todo el mundo para asistir a la boda de Pedro Alfonso, y adonde mirase había mujeres ricas y elegantes, y hombres poderosos y seguros.


¿Se notaría que ella no pertenecía a ese círculo a pesar de ser la esposa de Alfonso y la nieta de Chaves? ¿Qué no tenía un céntimo? ¿Qué trabajaba de camarera para ganar dinero extra?


Pero ahora tenía dinero, se recordó, llevándose la copa a los labios. Gracias a su marido ahora era una mujer muy rica. 


En los papeles. En la realidad el dinero ya estaba gastado. 


Había firmado un acuerdo con el banco de manera que el dinero era transferido inmediatamente para pagar los gastos médicos de su madre.


—Me pregunto qué estás planeando —le dijo Pedro—. Tienes aspecto de mujer que está tramando algo.


—Yo… No… no estoy tramando nada.


—¿No? Entonces serás la primera mujer que no lo hace.


Antes de que pudiera contestar, Pedro levantó una mano y le quitó una horquilla del cabello.


Ella exclamó al ver que su pelo caía suelto sobre sus hombros.


—¿Qué estás haciendo?


—He pagado por ti. Y has sido muy cara, ágape mou. Por lo tanto tengo derecho a usarte como quiera.


Paula casi se atraganta de rabia.


—Tú no eres mi dueño…


—Oh, sí, lo soy. Soy tu dueño, Paula. De cada una de tus partes. Soy el dueño de tu pelo sedoso y de esos ojos increíbles que casi me convencen de que eres inocente aunque sé que eres una mujer codiciosa. Soy dueño de ese cuerpo fabuloso que debes haber usado en numerosas ocasiones para convencer a los hombres de que gastasen su dinero en ti. Soy dueño de todo, Paula. El acuerdo que firmamos ha sido una compra por mi parte.


Ella cerró los ojos.


—Me haces sentir una… una…


—¿Una prostituta? Supongo que es difícil ver la diferencia, pero tú estás satisfecha con la carrera que has elegido, ¿y quién puede culparte? Hay formas peores de ganar una suma sustancial de dinero.


—¡Yo no soy promiscua! —exclamó Paula, furiosa.


—No me extraña, con lo que cobras… —dijo él mirándola cínicamente—. Sabes muy bien cómo ser exclusividad de un hombre. Sólo pueden permitírselo los más ricos.


—Te odio —respondió Paula, ofendida.


—Es posible —él sonrió—. Pero necesitas mi dinero, pethi mou, lo que dice mucho de tu personalidad, ¿no crees?


Paula se sintió tentada de decirle exactamente por qué necesitaba su dinero, pero se reprimió el pronto y las ganas de darle un bofetón y se quedó mirándolo.


No podía decírselo.


Paula se puso de pie, decidida a poner distancia entre ellos, pero unos dedos bronceados le rodearon la cintura.


—Si vas a hacer una escena, piénsatelo nuevamente —le aconsejó Pedro—. Ahora eres mi esposa y espero que te comportes como tal. Éste no es momento ni lugar para pataletas. Todo el mundo te está mirando. Siéntate.


Paula intentó soltarse, pero él apretó más la mano en su cintura. Y ella se volvió a sentar en la silla preguntándose cómo diablos iba a hacer para sobrevivir a la siguiente hora con aquel hombre, y menos a toda una vida con él.


Paula alzó la mirada y se encontró con una atractiva morena mirándola.


—Ahora comprendo lo que quieres decir con eso de que la gente nos mira. Esa mujer parece disgustada —dijo a Pedro, mirándolo de lado—. ¿Me equivoco al pensar que a ella le gustaría estar sentada donde estoy yo?


Pedro fijó los ojos en la mujer en cuestión y sonrió.


—Unas cuantas mujeres querrían estar sentadas donde estás tú, así que deberías considerarte afortunada.


—¿Ni siquiera te importa que esté disgustada? —dijo Paula—. Realmente no tienes sentimientos. Tal vez estuviese enamorada de ti, y le hayas roto el corazón.


—Curioso… Jamás habría pensado que eras una persona romántica. Después de todo, te acabas de casar para tener más dinero… ¿Es que vas a decirme que crees en el amor?


—Evidentemente, esa mujer está disgustada…


—Tú también lo estarías si vieras amenazar tu glamuroso estilo de vida. Relájate. Su afecto está basado en mi cartera. Sus heridas serán curadas por el próximo hombre rico que la mire.


Paula lo miró, estupefacta.


—¿Con qué tipo de gente te has pasado la vida? ¿De dónde sacas una opinión tan baja de las mujeres?


—¿De gente como tú, quizás?


Paula tuvo que callarse. No podía contradecirlo.


—Será mejor que no finjamos que creemos en cuentos de hadas ni en el amor. Evidentemente, tú no crees en ellos, si no, no estarías sentada aquí ahora.


Paula miró su plato, y luego se sobresaltó al sentir la mano de Pedro encima de la suya. Alzó la mirada, e inmediatamente fue hechizada por el brillo seductor de
sus ojos negros. Era una mirada que anticipaba algo. Y por un momento ella se sintió presa y no pudo apartar los ojos de aquella sexualidad.


Él tenía algo que ella jamás había conocido. Un magnetismo…


Pedro se inclinó hacia Paula y ella contuvo la respiración.


—Mi madre va a venir a vernos y a hablar contigo —murmuró Pedro suavemente al oído. Sus dedos morenos jugaron con un mechón de cabello de Paula—. Y tú no dirás nada que pueda disgustarla, ¿has comprendido? Para ella estamos locos el uno por el otro. Un solo movimiento en falso de tu parte y el dinero deja de llegarte.


Paula se estremeció. Aquel tono implacable contrastaba con el brillo seductor de sus ojos.


—Seguramente sabrá que esto es un acuerdo de negocios… —murmuró ella—. Nos hemos conocido hace sólo dos semanas.


—Mi madre es una romántica —sonrió Pedro—. Cree que estamos hechos el uno para el otro. Ella cree que esto termina con el enfrentamiento entre las familias.


Paula apenas podía respirar cuando él estaba tan cerca. 


Tragó saliva y luego se giró para saludar a la mujer que se había acercado a ellos mientras estaban hablando. Se la había presentado brevemente antes de la ceremonia, pero nada más. Y Paula había estado muy nerviosa para prestarle atención.


Su madre era otro miembro de la familia Alfonso, responsable de la muerte de su padre como todos, desde su punto de vista.


Diana Alfonso miró a los recién casados con ternura y orgullo. Y de pronto Paula sintió que no podía odiarla, ni la podía ver como a una enemiga. Era simplemente la madre de alguien. Una madre asistiendo a la boda de su amado hijo. Orgullosa. Nerviosa.


—Estás muy guapa, Paula —dijo la mujer—. Tu madre habría estado muy orgullosa de ti si hubiera podido verte…


El que le recordase que su madre ni siquiera sabía que se había casado le rompió el corazón. Su madre se habría horrorizado de saber que se había casado y con quién.
Incapaz de hablar por un momento, sabiendo que no podía revelar que su madre estaba viva, Paula luchó con un torbellino de emociones que amenazaban con salir al exterior.


—Éste es un día muy feliz para nuestras familias. Me alegro de que tu abuelo haya venido hoy —su madre se sentó en una silla cerca de Paula—. Todos quieren tener a la familia cerca en el día de su boda.


«¿Familia?», pensó Paula. Su madre no estaba enterada de su boda. Y a su abuelo lo había conocido hacía dos semanas, nunca habían tenido relación en el pasado y jamás la tendrían.


Tuvo que reprimirse para no decir que su abuelo no era su familia. Había mucho en juego. Si descubrían que su madre estaba viva y que su abuelo las había desheredado, adivinarían que aquella boda era una venganza.


Se sintió culpable por engañar a la madre de Pedro y cambió de tema.


—No sabía que Pedro tenía una familia tan grande —comentó Paula.


Mirase donde mirase, había hermanas, primos y tías abrazándolo y niños esperando trepar a su regazo.


Su madre sonrió y dijo:
—Ahora son tu familia también —la mujer agarró la mano de Paula—. No sabes cuánto he esperado este momento. Creí que Pedro no sacrificaría nunca su vida de soltero por una chica. Había perdido las esperanzas de que encontrase a alguien que lo mereciera.


Al ver que la mujer estaba sinceramente conmovida, Paula se sintió incómoda. No podía fingir…


—Mi madre es una romántica —dijo Pedro, dejando a los niños de la familia y dirigiéndose a los mayores—. Sólo sueña con finales felices… —hubo una mirada de advertencia a Paula.


—Siempre he soñado con tener nietos —confesó su madre—. Como supongo que lo ha hecho tu abuelo.


Paula sintió una punzada en el corazón.


Aquello era lo que jamás podría darle…


Cerró los ojos, diciéndose que no debía importarle lo que quería la familia Alfonso, que los odiaba, al igual que odiaba a su abuelo y a todo lo griego, porque representaba todo lo que había arruinado la vida de su madre.


Entonces, ¿por qué sentía aquel cargo de conciencia?


Pedro observó a su flamante esposa. Estaba acostumbrado a las mujeres interesadas en su dinero, pero Paula ni siquiera se había molestado en fingir ningún otro interés. Era lo único que le había preguntado, si el dinero había sido transferido a su cuenta.


Había estado desesperada toda la ceremonia, ansiosa, angustiada, pálida. Hasta el punto de que había empezado a preguntarse si no le pasaba algo serio a su consorte.


Cualquiera que hubiera pensado que necesitaba el dinero. 


Pero él sabía que no era más que codicia.


Consciente de que su madre los seguía mirando, Pedro intentó sacar un tema de conversación que les interesara a los dos.


—Dime, ¿cuál será tu primera compra con tu nueva riqueza? ¿Mil pares de zapatos de diseño? ¿Un yate? ¿Un caballo de carrera o dos?


Paula levantó la mirada de su plato de comida intacto y lo miró:
—¿Cómo dices?


Por primera vez él notó sus ojeras. No debía haber dormido.


—Te estaba preguntando cómo vas a gastar mi dinero —repitió Pedro, dándose cuenta de que ella no le estaba prestando la mínima atención, algo a lo que no estaba acostumbrado—. Creo que debería saber algo por lo menos de mi esposa.


—Oh —ella dudó—. Yo… No lo sé todavía. Supongo que… iré de compras.


Tendría que comprar hasta hartarse para poder gastar aquella suma de dinero, pensó Pedro. Y evidentemente, le llevaría mucho tiempo gastarlo, por lo que no vería mucho a su esposa.


Extendió la mano, se puso de pie y dijo:
—Es hora de que te empieces a ganar ese dinero. Se supone que tenemos que bailar.


—¿Bailar? ¿Tú y yo?


—El novio y la novia deben bailar, según la tradición.


Sin darle tiempo a discutir, tiró de ella hacia él y le sonrió.


Ella se sorprendió de aquel gesto.


—Es hora de que le demos al público lo que ha estado esperando, pethi mou.


La llevó a la pista de baile rodeándole la cintura, un afectuoso gesto de cara a los invitados. Pero él sospechaba que si la soltaba, ella huiría.


Paula lo miró como si se hubiera vuelto loco.


—Sonríeme como si yo fuera el único hombre en el mundo —le ordenó Pedro suavemente cuando la situó en el medio de la pista y se dispuso a bailar—. Somos el centro de atención y no quiero decepcionar a los invitados.


—Esto es ridículo. Creí que habíamos acordado que no jugaríamos juegos. Que seríamos sinceros el uno con el otro.


—En privado, sí. Pero al mundo exterior hay que darle la impresión adecuada. Mi madre necesita pensar que este matrimonio es real, el mercado financiero necesita pensar que este matrimonio es real. Así que les vamos a hacer pensar que lo es…


Por un momento, él se fijó en la forma perfecta de su boca, y olvidó lo que estaba diciendo del mercado financiero. Vio cómo se entreabrían sus labios, suaves y delicados.


Su cuerpo se tensó en una reacción masculina primitiva al ver el movimiento nervioso de su lengua, un gesto de vulnerabilidad.


—Te estás engañando. Nadie que nos esté mirando pensará que somos más que un matrimonio de conveniencia.


Pedro desvió la mirada de su boca.


—Entonces, habrá que probarles que se equivocan —sin pensarlo, Pedro la apretó contra él con un movimiento posesivo, y notó que ella se estremecía al sentir su cuerpo.


Una corriente eléctrica pasó entre los dos. Pedro respiró profundamente, sorprendido por la inesperada fuerza de aquella sensación. Fue como si sus cuerpos hubieran reconocido algo que ellos no habían sido capaces de notar.


La fragancia suave de Paula embriagó sus sentidos y seducía su mente para que se olvidase de todo, excepto de la mujer que tenía en sus brazos.


No habló ninguno de los dos, pero él vio que ella respiraba irregularmente, notó que las pupilas de aquellos increíbles ojos violeta se dilataban al sentir aquella atmósfera opresiva.


La sintió temblar y entonces tomó conciencia de lo frágil que era. La primera vez que la había visto, ella había mostrado un escote generoso y un cuerpo formidable. Pero se había equivocado en su primera impresión. El resto de Paula era delicado y frágil.


Pedro puso su mano en la espalda de Paula. Al parecer, a su libido no le importaba que ella fuera una mujer codiciosa. 


Pero, ¿qué había de malo en eso? Codiciosa o no, era increíblemente hermosa, y tenía que alegrarse de que su flamante esposa tuviera sus compensaciones. Mientras no tuvieran que mantener grandes conversaciones, la noche que los esperaba distaba mucho de ser aburrida, pensó él.


Desde que le había soltado el cabello, éste caía como un telón de seda sobre su espalda. Y él se vio tentado de hundir su cara en aquella fragancia sedosa.


Ella intentó apartarse, pero él la sujetaba firmemente.


—¿No es asombroso? ¿Qué nuestros cuerpos puedan sentir algo que nuestras mentes no quieren registrar?


Ella puso una mano en el pecho de Pedro como para separarse de él.


—No sé de qué estás hablando.


—Oh, sí lo sabes. Lo sabes perfectamente.


—¿Qué estás haciendo? Nos están mirando todos…


—Para ser una persona inescrupulosa, pareces demasiado sensible —murmuró él, rodeándola con la otra mano y apretándola más contra él—. ¿Cómo es que te preocupa lo que piense la gente?


—No me gusta que me miren, simplemente.


Él se rió burlonamente.


—Entonces, será mejor que te vayas acostumbrando. Toda mi vida me han estado mirando.


Otras parejas se unieron a ellos en la pista de baile y Pedro se dio cuenta entonces de que ella apenas se estaba moviendo, sino que estaba aferrada a él como si fuera a caerse.


Pedro frunció el ceño. ¿De dónde sacaba aquella vulnerabilidad?


Tuvo que recordarse que aquel matrimonio era el fruto de su falta de principios. Su vulnerabilidad debía ser parte de su representación para cazar hombres ricos. La verdad era que ella era una mujer especuladora, manipuladora, que estaba dispuesta a cualquier cosa por acumular dinero.


—No voy a dejarte marchar. Tú has firmado por esto cuando has aceptado casarte conmigo por mi dinero.


—No he firmado para hacer representaciones públicas.


—Has aceptado ser mi esposa, con todos los detalles. ¿Sabes lo que pienso, pethi mou! Creo que te has enceguecido tanto con mi dinero, que no has visto el resto del trato. Creo que sólo has pensado en el dinero…


Pedro notó que ella se ponía rígida. Notó el pulso en su cuello, la tensión emanando de su delicioso cuerpo. Y volvió a excitarse.


¿Cómo había podido pensar que la heredera de Chaves era fría?


Podía ser inglesa y reservada en la superficie, pero ahora no tenía ninguna duda de que en sus venas corría una sangre caliente griega que le aseguraría una vida sexual muy entretenida.


Pedro bajó la cabeza, tan cerca de la boca de Paula que sus labios casi se tocan.


—Has conseguido lo que querías. Ahora me toca a mí.


—Tú también has conseguido lo que querías: la empresa de mi abuelo.


—La empresa de mi padre —la corrigió Pedro suavemente, deslizando su mano hacia el cuello de Paula—. Y eso sólo era parte de lo que quería. Ahora es el momento de tomar el resto.


Pedro bajó la cabeza y la besó, algo que había estado deseando desde que la había visto en la isla. Con aquel beso le demostraba a la heredera de Chaves qué había entregado por dinero. Quería demostrarle que la codicia tenía un precio.


Su boca era tibia y suave, y los sentidos de Pedro explotaron, haciéndole perder el control. Sintió un calor en sus partes bajas, y un ardiente deseo se apoderó de él.


La apretó más para satisfacer aquel deseo de poseerla. Pero aquello no hizo más que aumentar el deseo.


Estaban tan cerca que él podía sentir cada leve estremecimiento de su cuerpo. Sentía que Paula temblaba en sus brazos. Vio el shock en sus ojos violeta. Luego los cerró, y apoyó sus dedos en el pecho de la camisa de él como buscando sujeción.


El último pensamiento de Pedro fue que aquello no era como lo había planeado.


Una parte de su cerebro le decía que se apartase, que cortase aquello. Pero aquella boca suave y delicada embriagaba sus sentidos y no lo dejaba separarse de ella. Al contrario, quería más.


Decidió llenarse de ella. Su fragancia era intoxicante; no lo dejaba respirar. Y la sangre en su cabeza golpeaba nublándole la razón. El deseo se apoderó totalmente de él. 


Lo consumía un fuego que jamás había experimentado, y él se adentraba más y más en sus llamas.


Como a la distancia, oyó un suave gemido de asombro y de deseo, y ese leve sonido fue suficiente para romper el hechizo sensual con el que ella lo había envuelto.


Pedro dejó de besarla, turbado. Por primera vez sabía lo que era perder totalmente el control.


¿A qué estaba jugando? Él siempre se había considerado un hombre disciplinado. Entonces, ¿por qué había perdido el control?


Su cuerpo todavía anhelaba el de Paula, y su sexo se quejaba de excitación.


La idea de que ella lo excitase tanto lo molestaba, y quería recuperar la racionalidad. Encontrar alguna explicación para aquello.


La miró. No era como para sorprenderse. Su esposa podía ser cualquier cosa, pero indudablemente era hermosa. Y proyectaba un aire de vulnerabilidad e inocencia muy tentadores para un macho griego, se dijo. No habría sido humano si no hubiera reaccionado.


La solución estaba en llevarla a la cama. Las mujeres no solían interesarles más de una o dos noches, aunque fuesen hermosas. Después de eso, sería capaz de pensar con claridad y seguir adelante.


Agarró la muñeca de Paula y la llevó hacia la salida sin decir nada.


Y para que los invitados no dudasen de sus sentimientos hacia su esposa, la levantó en brazos y le dio otro beso. 


Sonrió a su madre, que estaba tratando de contener sus lágrimas del brazo de su padre, y salió hacia el jardín en dirección a la limusina que los estaba esperando.


Paula no se movió. Tenía la cabeza apoyada en su hombro, como si estuviera resignada. Y nuevamente él se sintió conmovido, un sentimiento que rápidamente quiso borrar de su corazón.


La dejó en el asiento de la limusina. «Una noche», se dijo.


La dejaría embarazada esa primera noche y eso sería todo. 


No tendría que volver a tocarla. Cada uno podría vivir su vida a partir de entonces.





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