viernes, 12 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 1







Paula dejó los libros que estaba desempaquetando y agarró el teléfono antes de que Emma, de tres meses, se despertara. Si la niña no hubiera estado allí, habría dejado que saltase el contestador automático. Llevaba tres meses evitando las llamadas.


—¿Sí, Granja Blacksmith? —dijo, con el corazón en un puño.


—¿Es usted el ama de llaves? —respondió una voz femenina y arrogante.


Paula sabía que aquélla podía ser la llamada que le anunciase el final de su contrato, y que si eso ocurría, Emma se quedaría sin hogar.


—Si, soy Paula…


—Soy Elena Sommers —la cortó, impaciente—. Soy la agente del señor Alfonso —el señor Alfonso era el nuevo propietario de la granja Blacksmith—. Tengo una lista de tareas para usted que tendrá que hacer antes de que llegue el señor Alfonso.


Paula se sentó al escritorio con las piernas temblorosas. Si le estaban dando instrucciones era porque aún conservaba el trabajo. Aliviada, tomó nota de todo lo que la señorita Sommers quería que estuviera hecho para dentro de dos días. Le aseguró que no habría problema y que la granja estaría lista para la visita del señor Alfonso, después la mujer colgó sin siquiera despedirse.


Con la mano temblorosa, Paula dejó el auricular en su sitio y se quedó mirando el teléfono, profundamente aliviada.


Los anteriores dueños de la propiedad habían vendido toda la granja en conjunto, con los animales y los muebles incluidos en la transacción. Su puesto podía considerarse incluido en el paquete, por lo que en un principio no tenía que haber estado tan preocupada por perderlo.


Con un poco de suerte, el nuevo propietario pasaría tan poco tiempo allí como el anterior.


Miró a Emma, profundamente dormida, en su cesto de mimbre, arropada con una colcha. Tenía los puñitos cerrados y movía la boquita como si estuviera succionando. Cada vez que miraba a su hija, Paula sentía que el corazón se le llenaba de amor.


El poco tiempo que había durado su matrimonio, Billy había sido un marido deplorable y un padre indiferente, pero le había dado a Emma, y una parte de Paula se sentía enormemente agradecida hacia él por ello.


A través de la ventana del estudio podía ver la casita de piedra del guarda, donde vivía ella. No tenía más calefacción que la chimenea, la instalación eléctrica era antigua y poco fiable y la bomba de agua no funcionaba si se cortaba la luz, pero ella adoraba cada pequeño defecto de esa casa: era el primer sitio que había podido considerar un hogar.


Paula acabó de vaciar la caja que estaba desempaquetando cuando llamó la señorita Sommers y vio que todos los libros eran copias de los escritos por el nuevo propietario.


Echando un vistazo a las estanterías que cubrían la pared oeste de la sala, pensó que al señor Alfonso, orgulloso de su obra, le gustaría tener sus libros a la altura de la vista, para que los viera todo el que entrara en la sala.


Aquélla era su habitación favorita de la casa. Le encantaba leer.


Colocó una copia de cada libro en la estantería y guardó el resto en un armario mientras pensaba qué se sentiría siendo rica y teniendo tiempo para leer todos los días. Se imaginó con Emma en una casa enorme y acogedora, como aquélla, con una ama de llaves y un jardinero. Tendría tiempo para jugar con Emma siempre que quisiera y cuando le hubiera dado el beso de buenas noches, podría acurrucarse en la butaca de flores de la sala principal y leer hasta la hora de irse a la cama.


Paula suspiró ante sus fantasías mientras limpiaba el polvo de las estanterías. Él debía de ser muy inteligente para escribir aquellos libros. Paula los había leído todos. Pedro Alfonso era uno de los autores más populares del momento y cada libro que sacaba iba directamente a la lista de los más vendidos.


En la contraportada de su último libro había una foto suya vestido con un traje y con una copa de champán en la mano. 


Era tan guapo que parecía más una estrella de cine que un escritor. Paula sonrió. No pasaría demasiado tiempo allí. A ella le encantaba la granja y la enorme casa recién restaurada, pero estaba en medio de la nada, en el estado de Pennsylvania, a kilómetros de distancia de su hogar en Philadelphia y del bullicio de Nueva York al que Pedro debía de estar acostumbrado.


Pedro Alfonso haría lo mismo que los antiguos dueños. El anterior propietario y su mujer habían comprado la granja para huir del estrés de Manhattan, pero apenas pasaron tiempo allí. Compraron caballos y una vaca, pero después repartieron su tiempo entre el piso que tenían en Londres y el caro apartamento de Nueva York.


Paula nunca entendería a los ricos. Trazó con el dedo la silueta del escritor sobre la contraportada y se repitió a si misma que él no pasaría tiempo allí.


Emma y ella seguirían teniendo su casita de piedra.



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