martes, 9 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 28





Paula canturreaba mientras cocinaba, pensando en su relación. Se daba cuenta de que Pedro se mostraba cada vez más abierto con ella. Y había llegado a entender por qué él llevaba tantos años intentando protegerse. Pedro no había conocido a mucha gente en la que pudiera confiar. Si Casey Bishop no lo hubiera sacado de las calles, seguramente habría acabado en la cárcel. O, al menos, tendría una larga ficha policial. Pero, en lugar de eso, había tenido éxito y sacado adelante su empresa. Había aprendido qué se esperaba de él en sociedad, cómo vestirse y cómo ocultar su impaciencia... casi todo el tiempo.


Paula oyó la puerta del garaje mientras metía la ensalada en la nevera. La cena estaba calentándose en el horno. Pedro llegaba justo a tiempo.


Paula cerró la nevera y se dio la vuelta justo cuando él abría la puerta de la cocina. Al verla, soltó el maletín y se acercó a ella dando tres largas zancadas.


—Bienvenido a ca... ¡Pedro! Pero ¿qué haces? —exclamó ella. Pedro la tomó en brazos y atravesó la casa hasta llegar al dormitorio. No se detuvo hasta que estuvieron en la cama. 


Se quitaron la ropa apresuradamente, riendo y abrazándose en un arrebato de deseo. Tras alcanzar el climax, Pedro siguió abrazándola y besándola, pasando las manos por su cuerpo como si quisiera asegurarse de que todo seguía en su lugar. Un rato después, Paula dijo:
—La cena está lista. ¿Tienes hambre?


Él se echó a reír y se sentó.


—Muchísima, pero creo que será mejor dejarlo para después de la cena.


Se pusieron los albornoces y regresaron a la cocina. 


Mientras ella ponía la comida en la mesa, Pedro le contó cómo había pasado el día. Paula le habló de algunos problemas que había tenido en el trabajo y pronto se encontraron hablando de los asuntos de la empresa.


Más tarde, después de ducharse, cuando se preparaban para irse a la cama, Paula dijo:
—Pedro, sé que te dije que de momento no hacía falta que contáramos lo de la boda, pero ya han pasado tres semanas. ¿Crees que deberíamos decírselo al personal de la empresa?.


Él se estiró en la cama y la atrajo hacia sí. Paula descansó la cabeza sobre su hombro y pasó una pierna sobre sus muslos.


—He estado pensando en ello —contestó jugando con su pelo —. La verdad es que tengo la impresión de que por mi culpa no tuviste una auténtica boda. Me pregunto si no deberíamos hacerlo bien..., por la Iglesia si tú quieres. Podríamos invitar a tu familia, a los empleados y a quien tú quieras.


Ella alzó la cabeza y lo miró, sorprendida. Ni en un millón de años habría esperado semejante sugerencia del hombre que la había contratado ocho años atrás. Sin embargo, sabía que algo había cambiado en él, y confiaba en que esos cambios se debieran a ella.


Paula nunca le comentaba nada sobre su acuerdo para que no se sintiera incómodo. Pedro tomaba cuidadosas precauciones cada vez que hacían el amor, razón por la cual ella suponía que no deseaba tener hijos. Eso también podía entenderlo. Con el tiempo, tal vez Pedro se acostumbrara a la idea de traer hijos al mundo, hijos a los que amaría y protegería. Paula había descubierto que poseía un enorme caudal de amor, aunque él no lo supiera aún. Pero, de momento, no quería que se sintiera presionado. Por eso tampoco le decía que lo quería. Pedro había dejado claros sus sentimientos hacia ella. Paula no necesitaba decirle nada, pero, a veces, cuando estaba especialmente encantador, tenía que morderse la lengua para no declararle lo que sentía.


—Eh, ¿es que te has quedado dormida?


Ella le dio un beso en el pecho.


— Creo que ha tenido usted una buena idea, señor Alfonso. ¿Para cuándo cree que deberíamos fijar la boda?


Él se tumbó de lado y se restregó contra ella, dejándole claro que no le apetecía seguir hablando. Deslizó la mano entre sus muslos y empezó a tocarla.


—Mmm... Depende. Tal vez a final de año. Antes quiero sacarte por ahí y presentarte a toda la gente que conozco.


—Pensaba que ya conocía a casi todo el mundo —dijo ella, conteniendo el aliento cuando él hizo un movimiento particularmente audaz.


— Seguramente, pero ahora eres mi mujer. A principios de diciembre se celebra una cena benéfica. Quiero que me acompañes y que todo el mundo sepa que eres mi esposa. ¿Crees que podríamos organizar la boda para entonces?


Ella gruñó, incapaz de concentrarse en aquellas palabras mientras él despertaba una marea de placer en su cuerpo.


— Me encargaré de ello a primera hora de la mañana, jefe.


Las últimas palabras coherentes de Pedro sonaron a algo parecido a: —Hazlo, hermosa dama.


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