jueves, 4 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 10





Pedro había desarrollado consumadas habilidades de negociador desde que estaba en el negocio. ¿Qué podía costarle convencer a aquella mujer de que todo estaba bajo control?


Se detuvo al pie de la escalera y miró las puertas cerradas. 


Se preguntó qué habitación habría elegido Paula. Si se había acostado, no quería molestarla. Pero, por otro lado, tampoco quería entrar sin previo aviso. Finalmente, llamó suavemente a una de las puertas. No hubo respuesta.


Seguramente Paula estaba en la otra. Pedro abrió la puerta y entró en la habitación en penumbra. Se dirigió al cuarto de baño sin molestarse en encender la luz. Quería darse una ducha antes de la cena. Abrió la puerta y al instante comprendió que se había equivocado de cuarto.


El suave olor a champú y a jabón perfumaba todavía el aire del cuarto de baño. No le hizo falta encender la luz para darse cuenta de que aquella era la habitación de Paula.


Retrocedió sigilosamente y se dio la vuelta, mirando hacia la cama. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio a Paula tapada con las mantas hasta la barbilla, su pálido rostro rodeado por una mata de pelo suavemente rizado.


Parecía tan vulnerable allí tumbada... Pedro sabía que debía irse a la otra habitación. Pero, en vez de hacerlo, siguió mirándola. Por alguna razón, parecía más pequeña que de costumbre. No es que fuera una mujer grande, pero a Pedro siempre le parecía que su presencia resultaba imponente. 


En ese momento, sin embargo, parecía una niña inocente y dormida.


Salió de la habitación y cerró la puerta suavemente tras él. 


¿Quién le iba a decir a él que una mujer le parecería inocente? Siempre había creído que hasta las recién nacidas iban equipadas con todas las armas de la manipulación y el engaño.


Su madre le había enseñado una amarga lección acerca de lo que una mujer podía hacerle al corazón de un hombre. Sí, a su madre podían llamarla muchas cosas sin caer en la maledicencia o la calumnia, pero para él había sido una maestra: le había enseñado muy pronto a no confiar en las mujeres, fuera cual fuera su edad y la relación que tuvieran con él.


Aquella lección no se le había olvidado. Sin embargo, Paula le había demostrado que era distinta a otras mujeres. Era honesta y digna de confianza. Poseía integridad. Lo había convencido de que al menos había una mujer en el mundo distinta a la que le había dado la vida.


Pedro cruzó el pasillo, entró en la otra habitación y encendió la luz. El dormitorio parecía idéntico al de Paula. Entró en el cuarto de baño para darse una ducha rápida. Cuanto antes se reuniera con la señora Crossland y calmara a Marcelo, antes podría anotar aquella tarea en su haber.




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