martes, 5 de julio de 2016
¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 7
Pedro tomó un sorbo de té. Le habría gustado que fuera whisky. Estaba atrapado y lo sabía. Una furia fría le recorría las venas como si fuera agua helada.
En primer lugar, no le gustaban los intrusos. En segundo lugar, odiaba enterarse de que ella lo había seguido y odiaba todavía más no haberse dado cuenta. Pero lo que más odiaba era que ella tenía razón. Su papel de ciudadano respetuoso con la ley era tan nuevo que la policía de Londres e incluso la Interpol lo mirarían con dudas si Paula Chaves los contactaba. Últimamente había pasado mucho tiempo en las joyerías más prestigiosas de la ciudad y la policía creería que estaba vigilando las tiendas, investigando los sistemas de seguridad y planeando un golpe. Cuando en realidad buscaba un regalo para su hermana.
Pero la policía no se creería eso. Miró a Paula intentando buscar una salida, pero no la había. Si no hacía lo que decía aquella mujer, su padre podía acabar en la cárcel. Nick Alfonso no sobreviviría a una condena de cárcel. Era un hombre acostumbrado a las comodidades, a la compañía de mujeres, a la libertad de ir cuando y adonde quería. Estar encerrado le mataría el espíritu y Pedro no iba a permitir que ocurriera eso.
–Lo haré –dijo–. Recuperaré ese collar y, cuando lo tenga, me pondré en contacto contigo.
–Me parece que no –ella negó con la cabeza y su maravilloso cabello pareció bailar alrededor de su rostro en una masa de rizos fieros–. No te perderé de vista hasta que tenga el collar en mis manos.
–¿Vienes a pedirme ayuda pero no te fías de mí? –él hizo un gesto de burla.
–¿Esperas que confíe en ti cuando he tenido que chantajearte para que me ayudes? –ella sonrió y tomó otro sorbo de té–. Recuerda que he sido policía.
Pedro la miró irritado.
–Oye, dentro de unos días tengo que asistir a una reunión familiar en Isla Tesoro. No podré ir detrás de Jean Luc hasta después de eso.
Ella enarcó las cejas, sorprendida.
–Muy bien. Iré contigo.
Él tragó aire e intentó controlar la furia que empezaba a sentir en la boca del estómago. Una cosa era que lo chantajeara y otra que esperara que le presentara a su familia.
–Es el bautizo del niño de mi hermana. No puedo llevar a una extraña.
El rostro de ella no se alteró.
–Tendrás que encontrar un modo.
Pedro fijó la vista en la pared de cristal que había detrás de ella. En la distancia se veían las luces del Ojo de Londres.
No podía eludir ir a Tesoro. Teresa, su hermana, no le perdonaría nunca que se perdiera el bautizo de su hijo.
Además, esa semana habría una gran exposición de joyas en la isla y la Interpol lo quería allí.
Tomó otro sorbo de té y acabó por aceptar lo inevitable.
–Como quieras. Vendrás a Tesoro conmigo y después iremos a Mónaco a recuperar tu maldito collar.
–Me parece bien –ella se levantó y se colgó el bolso al hombro–. ¿Cuándo nos vamos?
Pedro se levantó a su vez.
–Dentro de tres días.
–¿Tres días? –ella se mordió el labio inferior y él adivinó lo que estaba pensando. Cómo lo iba a vigilar desde su hotel, dondequiera que estuviera, e impedir que se largara solo.
–Te quedarás aquí –dijo.
–¿Cómo dices?
–Necesitaremos los tres días para practicar.
–¿Para practicar qué?
Pedro la miró. Por fin veía dudas y preguntas en sus ojos.
Por alguna razón, eso hizo que se sintiera algo mejor.
–Que somos pareja.
–¿Pareja de qué?
–Mi familia jamás aceptará que lleve a una extraña al bautizo de mi sobrino –hizo una pausa y observó la reacción de ella–. Así que, durante la próxima semana, serás mi prometida.
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