martes, 5 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 8




–¿Prometida? ¿Estás loco?


–En absoluto. Si quieres acompañarme a la isla, tendrá que ser así. Mi familia no aceptaría que llevara a una desconocida a un bautizo…


–Oh, ¿pero aceptarán que te hayas prometido con una mujer de la que nunca han oído hablar?


Él se encogió de hombros.


–Mi familia no sabe nada de mi vida privada. Me creerán si les digo que me he enamorado perdidamente de ti.


Ella soltó una risita. Aquello no podía estar pasando. 


¿Prometida de Pedro Alfonso?


–No me gusta la idea de mentirle a mi familia, pero no veo otro modo de que esto funcione.


A Paula no le gustaba nada todo aquello. No porque se sintiera mal por mentir, sino porque se iba a sentir incómoda. 


Fingir un compromiso implicaba que tendrían que actuar como si estuvieran enamorados.


–¿Estás cambiando de idea? –preguntó él–. Es por tu alma de policía. Para vosotros es más difícil mentir. No tiene por qué ser así. Si prefieres esperar y que haga esto a mi modo…


–No.


Paula sabía que lo tenía pillado con la amenaza a su padre, pero si le daba ocasión, podía desaparecer y encontrar el modo de que su padre desapareciera también. No podía arriesgarse a eso. Tenía que permanecer cerca de él hasta que tuviera lo que había ido a buscar.


Respiró hondo.


–Como ya he dicho, no te perderé de vista hasta que recupere el Contessa.


–En ese caso, vamos a buscar tus cosas a tu hotel. Tendremos que empezar a practicar que nos adoramos –Pedro la miró de arriba abajo–. Esto va a requerir buenas dotes interpretativas.


–Muchas gracias.


Él sonrió y algo se movió dentro de ella. Aquello no era buena idea. Ya se sentía atraída por él. Pasar más tiempo juntos no haría que fuera fácil ignorar esa atracción. Solo tenía que recordar lo que le había hecho hacer Jean Luc. Y Pedro Alfonso era mucho más peligroso.


Pedro era guapísimo y posiblemente muy encantador cuando se lo proponía. En otras circunstancias ella quizá habría disfrutado de la farsa de ser su prometida, pero en aquella situación estaban en bandos opuestos.


–Última oportunidad para que cambies de idea –dijo él, mirándola–. Una vez que empiece esto, llegaremos hasta el final. No permitiré que mi familia tenga que preocuparse de que vayas a meter a mi padre en la cárcel.


Paula pensó que los ojos de él eran oscuros y casi sin fondo. 


Una punzada de culpabilidad la invadió, pero se disipó un momento después. Ella tampoco quería ver a Nick Alfonso en la cárcel. Era un ladrón pero había sido amable con ella. 


Se riñó. La junta directiva del hotel Wainwright había hecho bien en despedirla.


Simpatizaba con un ladrón mayor, se había dejado cortejar por otro más joven y ahora se sentía muy atraída por otro más.


–No voy a retroceder –dijo–. Estoy en esto hasta el fin.


Él asintió.


–Entonces estamos oficialmente enamorados.


A Paula le dio un vuelco el estómago cuando él bajó la cabeza hacia ella.


–¿Sellamos el trato con un beso?


–Sí –murmuró ella, con la vista fija en los labios de él, que se acercaban cada vez más. Retrocedió un paso–. No es necesario.


Él sonrió.


–Querida –dijo, fingiendo sentirse dolido–. ¿Crees que ese es modo de tratar al hombre que amas?


Paula casi se atragantó con la saliva.


Él dejó de sonreír. Hizo una mueca.


–Este es el único modo de que podamos hacer lo que quieres. Acostúmbrate.


–En público sí –dijo ella, con más seguridad de la que sentía.


–Y en privado. Mi familia esperará ver a una mujer que está loca por mí.


Desafortunadamente, no tendría que fingir mucho para interpretar a una mujer que lo deseaba profundamente. 


Fingir amor sería más difícil, pero podría lograrlo.


–He trabajado como policía infiltrada. Puedo arreglármelas.


–Eso lo veremos, ¿no crees? –él la tomó de la mano y tiró de ella hasta la sala de estar–. Vamos a instalarte en nuestro nido de amor para que podamos empezar a practicar nuestra adoración mutua.




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