domingo, 3 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 2





–Parece que el crimen paga bien –susurró Paula Chaves para sí.


Estaba en posición de saberlo, puesto que se hallaba en aquel momento registrando la guarida privada de uno de los ladrones de joyas más famosos. Sentía los nervios agarrados al estómago y no le resultaba fácil respirar. Toda su vida había cumplido las reglas, obedecido las leyes, y esa noche había tirado todo eso por la borda por la posibilidad de hacer justicia. Desgraciadamente, esa idea no le aplacaba los nervios. Pero estaba allí y estaba decidida a registrar concienzudamente la casa.


Después de semanas siguiendo a Pedro Alfonso y estudiando sus costumbres, estaba casi segura de que permanecería horas fuera, pero no tenía sentido correr riesgos.


No encendió ninguna luz. No quería arriesgarse. Aunque las probabilidades de que la vieran los vecinos merodear por el apartamento eran casi nulas. El piso de lujo de Pedro Alfonso era un ático situado en la décima planta, con unas vistas espectaculares de Londres. Había una pared de ventanas de cristal que mostraba esas vistas y dejaba pasar suficiente luz de la luna como para que no hiciera falta encender las lámparas.


–Es bonito, pero parece más un museo contemporáneo que un hogar –murmuró Paula, cruzando el suelo brillante de mármol blanco.


El piso entero era blanco. Movió la cabeza, dejó atrás la esterilizada, aunque hermosa, sala de estar y continuó por un largo pasillo. El mármol estaba presente en todo el piso y sus tacones golpeaban levemente la superficie. Se encogía cada vez que oía un ruidito, como si fuera un claxon que anunciara su presencia.


La minifalda negra, tacones de aguja y camisa de seda roja que llevaba no estaban diseñados para el sigilo. Pero había tenido que pasar la barrera del portero y por eso se había vestido como una de las visitas de Alfonso. Y así había conseguido atravesar la primera línea de defensa de este.


La cocina era tan austera y desalentadora como el resto del lugar. Daba la impresión de que no se hubiera usado nunca, a pesar de los fogones propios de un restaurante y del enorme frigorífico. Al lado de esa cocina había un comedor con una mesa de cristal rodeada por seis sillas fantasma, de modo que parecía que allí no había nada, a pesar de que ocupaban un buen trozo de la estancia.


Siguió adelante.


Pasó dos cuartos de invitados y se dirigió al dormitorio principal. Cuanto más se acercaba, más sentía los nervios en el estómago. Paula no estaba hecha para aquello. A diferencia del dueño de aquel palacio de color blanco, cromo y cristal.


–Sinceramente, ¿tan mal le sentaría darle un poco de calidez a esto? –su voz hizo eco en el ático vacío.


Paula se dijo que debía concentrarse en la razón de su visita. Había ido allí a buscar algo que pudiera usar contra Pedro Alfonso. Sabía que la policía de todo el mundo llevaba años intentando, sin éxito, conseguir pruebas contra la familia Alfonso. Pero ella tenía ya algo interesante que sabía que llamaría la atención de Pedro. Había sido pura suerte, pero a veces la suerte era suficiente.


Solo quería un poco más. Necesitaba más, teniendo en cuenta que estaba planeando algo que la mayoría de la gente consideraría una locura.


–Pero no es una locura –dijo en voz alta.


El dormitorio principal también tenía una pared de cristal con vistas a una terraza de la planta décima y al Londres nocturno. Por supuesto, allí también era todo blanco.


La enorme cama estaba contra una pared, mirando una gigantesca pantalla de televisión que colgaba encima de una chimenea ancha. Había armarios empotrados y un vestidor y también un cuarto de baño con kilómetros de azulejos blancos, una bañera que parecía una canoa blanca gigante y una especie de catarata en lugar de ducha.


Aunque no le gustara ver tanto blanco, Paula podía apreciar el lujo del lugar.


Abrió un armario y lo registró rápidamente y sin alterar nada. 


No quería que Alfonso supiera que había habido alguien allí. 


Miró los bolsillos de los abrigos, las chaquetas y los pantalones. Al menos aquel hombre tenía buen gusto para la ropa. Revisó cajones e intentó no darse cuenta de que el hombre en cuestión usaba boxers negros de seda. No era asunto suyo.


Como no encontró nada, se arrodilló para mirar debajo de la cama. Todo el mundo escondía cosas debajo de la cama, ¿no? Vio una caja larga plana y sonrió.


–¿Secretos, Alfonso? –susurró.


Se tumbó en el suelo y estiró el brazo. Sus uñas rascaron el lateral de la caja de madera y frunció el ceño. Se metió más abajo de la cama.


De pronto se quedó inmóvil. ¿Había oído un ruido? Contuvo el aliento y esperó un segundo. Dos. Todo iba bien. Estaba sola en aquel palacio frío. Y le faltaba muy poco tiempo para descubrir qué era aquello que escondía Pedro Alfonso. Un poco más y… Tiró de la caja y susurró:
–¿Qué voy a encontrar aquí?


–La pregunta es –dijo una voz profunda detrás de ella–, ¿qué es lo que he encontrado yo?


Paula soltó un grito y, un segundo después, dos manos fuertes la agarraran por los tobillos y la sacaron de debajo de la cama.




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