jueves, 7 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 14






Pedro estaba hecho un manojo de nervios y sabía que era culpa de Paula. Ella iba sentada con su nueva ropa de diseño y él solo podía imaginarla con aquel ridículo camisón de las jirafas.


Su pelo era suave y bien peinado y el maquillaje perfecto. 


Pero él retenía la imagen de unos rizos empujados por el viento, unos ojos somnolientos y unos labios hinchados por el beso. Y no podía dejarse atrapar por aquella obra de teatro que habían montado. Aquella mujer lo estaba chantajeando y esa no era una buena base para el tipo de relación que le gustaría tener con ella.


Decidió que mantendría las distancias. Sobreviviría a esa semana con su familia y después recuperaría el collar y conseguiría las pruebas contra su padre. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo para mantener a su familia a salvo. Incluso estaba dispuesto a pasar una semana en la misma habitación que Paula Chaves.


Cuando llegaron a Tesoro, Pedro estaba ya en control de la situación. Había aprovechado la familiaridad del vuelo hasta St. Thomas y el recorrido en la lancha que los llevaba a la isla para aclarar sus pensamientos.


–¡Qué hermosa!


Pedro se volvió a mirar a Marie, que iba sentada en el banco azul zafiro enfrente de él. La luz del sol iluminaba el fuego oscuro de su cabello. El viento revolvía ese cabello y ella miraba la isla con un brillo en los ojos.


Estaban solos en la lancha, pero no habían hablado desde que salieron de St. Thomas. Desde la noche anterior, había tensión vibrando entre ellos. Pedro nunca había vivido un beso tan explosivo. Casi se había permitido olvidar quién era ella y por qué estaba allí. Casi había dejado a un lado su cautela innata para meterse en algo que podría haber terminado poniendo en peligro a la familia que intentaba proteger.


Le había costado apartarse de ella y había pasado las horas siguientes con un dolor exquisito por lo que se había negado a sí mismo.


–Tesoro es hermosa –asintió.


Miró lo que miraba ella. Kilómetros de playas blancas, de palmeras extendiéndose a lo largo de la costa, mezcladas con otros árboles que daban sombra a calles estrechas y casas con tejados de baldosas de terracota suspendidas a lo largo del borde de los acantilados.


–Es como un arco iris en tierra –dijo ella. Le sonrió.


–Es un lugar muy agradable –repuso él–. A Teresa le encanta vivir aquí.


–¿Y a ti no?


Él fijó la vista en el muelle.


–Tesoro es perfecta para unas breves vacaciones. Ya verás cuando llegues al pueblo. Flores por todas partes, calles adoquinadas con tiendas de colores brillantes.


–Suena maravilloso.


–Oh, lo es. Pero yo me pongo nervioso después de una semana –la miró–. Creo que necesito la ciudad. El jaleo. El ruido. La sensación de perseguir la vida sin tregua, mientras que aquí la mayoría están contentos con dejar que transcurra la vida en sus propios términos.


Ella asintió pensativa.


–A mí también me han gustado siempre las ciudades grandes. La gente dice que son impersonales, pero no es cierto. Es solo que la gente está demasiado ocupada para meterse en las vidas de los demás –alzó la cara al viento–. Pero puedes contar con tus amigos y, cuando tienes la oportunidad de frenar un poco, hay mucho que hacer y ver en una ciudad.


¡Maldición! Aquella mujer era casi perfecta. Excepto por el tema del chantaje. Y él no debía olvidar eso en ningún momento. Ella había acudido a él con la amenaza de meter a su padre en la cárcel. Su relación no era más que un juego.


Y eso era algo que Pedro lamentaba cada día más.






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