lunes, 25 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 4




Paula no estuvo llorando mucho rato. No podía permitírselo. 


Era por la tarde y tenía que ir a buscar a Dario.


Se lavó la cara con agua fría en el grifo de la cocina y guardó la tónica y la bandeja del hielo. Arrinconó la botella de ginebra pensando que si hubiera bebido tendría alguna excusa para su estúpido comportamiento.


La reaparición de Pedro en su vida no la había pillado totalmente desprevenida. Había imaginado miles de veces la escena, pero en su versión él había cambiado, no era tan atractivo ni tan listo, ni tan superior a otros hombres. Ella se preguntaba qué había visto en él y se había mostrado distante y digna. Ya no sentía el enamoramiento de adolescente, porque ya no era una niña.


Pero la realidad había puesto en ridículo a su imaginación. Él no había cambiado. La mayor parte del tiempo era frío y comedido, pero tenía una vena apasionada que daba miedo.


 ¿Y ella? Ella todavía reaccionaba como una niña, aunque había reemplazado el amor infantil por resentimiento.


O quizás era lo que él había insinuado, que su vida privada era demasiado tranquila. Hacía mucho tiempo, desde que había hecho el amor. Tres años de abstinencia eran la causa de que se hubiera dejado besar.


Era una buena explicación y Paula casi quedó convencida de que era verdad, si no hubiera sido por Carlos Bell Fox, lo más parecido a un novio que tenía. Lo conocía hacía años, siempre le había gustado y, animada por su madre, le había parecido un posible marido. Pero siempre había rechazado sus avances.


Carlos era un caballero. Nunca la besaba contra su voluntad, nunca la apremiaba para más intimidad. Quizás si lo hubiera hecho su relación habría progresado.


Paula comprobó que Pedro se hubiera marchado, cerró la puerta con pestillo y conectó la alarma antirrobo. Salió por la puerta de la cocina y, atravesando la parte trasera, llegó a su casa.


Construida en piedra tosca a finales del diecinueve, no era una casa bonita. Paula había intentado mejorar el exterior pintándolo de color terracota, un azul fuerte para las puertas y poniendo tiestos de flores a su alrededor. Estaba segura de que Pedro no la habría reconocido.


Se puso zapatos bajos, agarró una chaqueta, y sin molestarse en cerrar la puerta con llave se apresuró por un atajo a través del bosque. No quería arriesgarse a que el autobús escolar llegara pronto y dejara a Dario solo al borde de la carretera.


Como la verja estaba cerrada, salió de la finca por una puerta pequeña que había en el muro, y al llegar a la carretera observó que había un coche estacionado cerca de la verja.


Era un automóvil deportivo verde oscuro con cristales ahumados, por lo que no pudo ver al conductor. Pero intuyó quién era. ¿Quién si no iba a estar estacionado frente a Highfield, en una carretera de segunda donde no había nada interesante?


Seguramente él la habría visto, por lo que no podía volverse atrás. Además, el autobús estaba a punto de llegar.


—¡Vete! —murmuró entre dientes, y como por arte de magia el coche se puso en marcha. Pero su alegría duró poco, pues el coche giró en redondo y se paró junto a ella.


—¿Esperas a alguien? —preguntó Pedro con una de sus sonrisas. Paula asintió con la cabeza—. ¡Qué falta de responsabilidad, dejarte aquí sola! Podría venir cualquiera.


Su preocupación parecía falsa. Ella le contestó en tono cortante.


—Ya ha venido.


Él ignoró el comentario.


—Puedo llevarte a donde vayas.


—No, gracias.


—De acuerdo. Como quieras —dijo encogiéndose de hombros—. Esperaré aquí hasta que venga.


—No. No debes hacerlo.


Él la miró con curiosidad.


—¿Es celoso?


Estaba completamente equivocado, pero Paula no lo sacó de su error. Lo importante era que se fuera antes de que llegara el autobús.


—Sí, sí lo es. De verdad. Llegará de un momento a otro y si te ve…


Paula dejó que él completara la frase.


—¿Por eso te alteraste tanto cuando te besé?


Paula asintió. Era una excusa estupenda que no debía desperdiciar.


—Es muy posesivo. No le gusta que hable con otros hombres. Así que, Pedro, por favor, vete —imploró mirándolo con sus preciosos ojos azules. Pedro vislumbró a la pequeña Paula y le dolió. Se sentía responsable de ella y tenía la certeza de que un hombre tan posesivo no era algo bueno. 


¿Pero qué derecho tenía a inmiscuirse después de tanto tiempo de estar fuera?—. Por favor… —repitió Paula encarecidamente al oír que se acercaba el autobús.


—De acuerdo —se quedó mirándola unos instantes y arrancó.


Paula se sentía culpable, pero pensó que tenía razón. El coche de Pedro y el autobús se cruzaron.


—¿Qué te pasa? —preguntó Dario cuando ella prácticamente lo arrancó del autobús y lo hizo entrar por la puerta del muro.


—Nada —contestó Paula. Tenía miedo de que Pedro cambiara de opinión y regresara. Recordaba que a veces se sentía muy protector hacia ella y la cuidaba cuando se lastimaba, física o sentimentalmente—. ¿Qué tal el cole? —preguntó en tono forzado.


—Como siempre.


—¿Y esos chicos? —mostraba preocupación verdadera. Él contestó con una mueca que Paula interpretó como que algo iba mal—. Mira, si me dejas que vaya al colegio…


—¡No! —Dario la interrumpió—. Solo conseguirás empeorar las cosas.


Quizás él tuviera razón. Paula lo entendía. El que fuera la madre a quejarse de los gemelos Dwayne y Dean que provenían del barrio más duro de Southbury no iba a mejorar su imagen. Ella se sentía indefensa.


—¡Vale! ¡Vale! —le rodeó los hombros con un brazo y le dio un apretón—. Pero, si la situación empeora, tienes que decírmelo —él asintió y Paula prosiguió—: Por empeorar quiero decir…


—Lo sé, mamá. Que si me amenazan con una pistola debo decírtelo —Dario le sonrió con picardía.


—Ya sé que bromeas, Dario, pero ¿alguno de ellos lleva armas?


—No está permitido.


Eso no contestaba la pregunta. Su escuela tenía todo tipo de reglas contra el acoso y la intimidación, pero eso no había impedido que los chicos del curso superior tomaran a Dario como blanco de sus intimidaciones.


Paula lo observaba mientras caminaba delante de ella. No había motivo para que se burlaran de él. Era alto para su edad, bastante guapo. De pelo rubio y la cara delgada e inteligente, sin gafas ni defectos físicos ni amaneramientos que lo hicieran parecer raro.


Su profesor había sugerido que podía tratarse del acento, pues Dario hablaba en un inglés preciso y sin acento local. 


Pero eso no era todo. Era un chico inteligente. Aunque había aprendido a no levantar la mano ni llamar la atención en clase, no lo podía ocultar y lo asimilaba todo sin gran esfuerzo.


Paula no sabía si eso era una ventaja o no. Lo que sí sabía era que el mérito no era suyo. Ella solo era responsable del pelo rubio y la tez clara. En realidad se parecía al padre. No demasiado, pero sí en los ojos grises y algunos gestos. Lo suficiente como para que ella sintiera que debía mantenerlos alejados.




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