domingo, 31 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 25




Estaban llamando al timbre.


—No hagas caso —murmuró Pedro, acariciándola.


Pero Paula no podía ignorarlo. También estaban golpeando la puerta. Debía de ser Anabella y no podía dejarla en la puerta.


—Tengo que abrir —insistió, y él la soltó. 


Se quedó mirándola mientras iba desnuda, entre tímida y excitada, a ponerse una bata.


—No saldrás de aquí, ¿verdad? —no quería que su hermana se enterara.


Él sonrió y ella cerró la puerta.


Enfadada, Anabella la llamaba a gritos y aporreaba la puerta.


—Abre, Paula. Sé que estás ahí —Paula le abrió y Anabella entró—. ¡Típico de ti! Tú siempre te escondías en la cama cuando algo te disgustaba… Supongo que Pedro se ha ido.


—Sí —mintió Paula—, claro.


Anabella aceptó la respuesta pero dijo:
—Me pregunto por qué dejó el coche.


—No arrancaba —balbuceó Paula—. Después de que paró para dejarme aquí.


—Supongo que te soltó y salió pitando —continuó Anabella marchando hacia la sala—. Mientras tanto yo me tuve que quedar con esa mujer. Rebecca insistió en que nos quedáramos una hora más, y luego se perdió camino a casa. ¡Increíble! ¡Las mujeres estadounidenses pueden ser tan estúpidas!


«No tanto como algunas británicas», decidió Paula pensando que Rebecca les había estado dando tiempo a Pedro y a ella. 


Se sonrojó al recordar cómo lo habían empleado.


Anabella lo notó y comentó:
—En cuanto a ti, sí que puedes estar avergonzada. No fue teatro de aficionados… Quizás debería ir a la casa grande y disculparme por tu comportamiento.


Paula casi no podía contener la risa, pero contestó en tono seco:
—Sí, ¿por qué no vas?


Anabella se quedó confundida por su actitud y ya se iba a marchar cuando oyeron que una puerta se abría.


Ambas se volvieron a la vez y vieron a Pedro que entraba completamente vestido. Pero la camisa desabrochada y el atuendo de Paula los delataban.


—¡Bueno! ¡Bueno! —el tono de Anabella era estridente—. Así que no estabas escondiéndote en tu dormitorio sola…


—No estábamos escondiéndonos —dijo Pedro con frialdad—. Estábamos haciendo el amor.


Paula se sonrojó ante tanta franqueza y Anabella se quedó anonadada.


Pero se recobró de inmediato y respondió:
—¿No es una forma muy grandilocuente de describir un revolcón por lástima? ¿Qué hiciste? —inquirió a su hermana—. ¿Representar la función: Pobre pequeña Paula. Sintamos lástima de ella? ¿No pensarás que va en serio contigo?


Paula no tenía ni idea de lo que Pedro sentía, pero se dio cuenta de que Anabella hablaba así por celos. Pedro se acercó a ella y la rodeó con un brazo.


—En realidad, estoy loco por ella y siempre lo he estado.


Miró a Paula de tal forma que ella casi lo creyó.


Anabella lo puso en duda.


—Nunca la miraste dos veces cuando éramos jóvenes.


—¿Ah, no? —miró a Paula—. Entonces, ¿cómo te explicas a Dario?


—¿Dario?


—Mi hijo.


Estaba claro que Anabella nunca había sospechado la verdad. Miró a su hermana sorprendida.


Envalentonada por la actitud de Pedro, Paula confirmó:
—Dario es hijo de Pedro.


—¡Eso sí que es bueno! —Anabella recriminó a Pedro—. Todo ese verano fingiendo que estabas por encima de las relaciones promiscuas y estabas acostándote con mi hermana pequeña.


Paula se avergonzó por la crudeza de su hermana, aunque confirmaba que Pedro nunca se había acostado con Anabella.


—Tuviste tu venganza —dijo Pedro mirando con desprecio a Anabella—. Lástima que esta vez no puedas hacer que me echen de la finca.


—Supongo que vas a devolverme el favor.


—Es tentador —admitió él—. Pero, en aras de nuestras futuras relaciones como cuñados, prefiero una tregua.


—¿Cuñados? —exclamó Anabella—. ¿No irás a casarte con ella? ¡No te creo!


Paula tampoco se lo creía, teniendo en cuenta que no se lo había pedido. Solo serían palabras para desconcertar a Anabella.


—Está bromeando —dijo Paula—. Estoy cansada, así que perdonadme…


Se fue a su habitación y cerró la puerta para no oírlos. Vio la cama deshecha y recordó. Estaba tan viva que no se arrepentía de nada. Era como si él fuera el príncipe que la había despertado. Estaba completamente segura, Pedro Alfonso era el único para ella. Lástima que él no sintiera lo mismo aunque se lo dijera a Anabella.


Cuando él entró en la habitación estaba acurrucada en una silla.


—Tu hermana se ha ido a la cama.


—Bien.


—¿Tienes una maleta de fin de semana?


—Sí, ¿por qué? —dijo ella mirando hacia el armario.


Él la bajó y la abrió sobre la cama.


—Creo que deberías mudarte a la casa grande —declaró él, y Paula se preguntó «¿temporalmente?»—. Anabella tiene un efecto demoledor sobre ti y no quiero que derrame veneno en tu oído cuando se vaya por la mañana.


«Entonces es temporalmente», pensó ella.


—No sé…


—Bueno… mientras lo piensas te haré la maleta —buscó en los cajones y puso ropa interior y sacó varios conjuntos del armario.


«Entonces, es para más de una noche…».


—No me gustaría que Dario me encontrara en la casa y se hiciera una idea equivocada.


Él cerró la maleta.


—¿Y cuál sería esa idea equivocada? —preguntó él divertido. Ella no lo sabía tampoco—. ¿Quieres que salga al pasillo mientras te vistes? —preguntó.


Eso sí que era divertido. Ofrecerle cuidar de su pudor, cuando habían compartido tanta intimidad.


—No —dijo con una mueca, mientras se ponía ropa interior y vaqueros antes de quitarse el camisón.


—La mujer de mis sueños —comentó él—. Una que puede vestirse en solo un minuto.


Ella sonrió para disimular lo mucho que deseaba que fuera en verdad la mujer de sus sueños y no la chica de al lado.


¿Cómo lo había llamado Anabella? Un revolcón por lástima. 


¿Había sido eso?


—Vamos —Pedro quería salir de allí antes de que ella cambiara de opinión.






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