domingo, 31 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 24





Él la siguió y ella pensó que se marchaba. Cuando ella abrió la puerta, él se la cerró y la acorraló en un rincón.


—Pues lo vas a oír aunque no quieras —le gruñó—. Yo no me acosté con tu hermana ese verano, aunque tuve muchísimas oportunidades.


—No voy a escucharte… —dijo gritando para acallarlo, pero él continuó implacable.


—Yo sabía que su interés por mí no era verdadero. Solo estaba aburrida y yo andaba por ahí. Quizás me habría sentido tentado si ella no se hubiera acostado con medio vecindario. Pero no me acosté.


Paula quería creerlo, pero le parecía imposible que un hombre rechazara a su bella hermana.


—¡Debes pensar que soy idiota! —espetó ella—. Anabella podía conseguir a todo aquel de quien se encaprichara.


—Eso era también lo que ella creía —dijo él riendo con dureza—. Y por eso se ofendió por mi rechazo. Se quejó a tu madre y tu madre me despidió.


—¿Quieres decir… —Paula no lo podía creer—, que mi madre te echó porque no querías acostarte con mi hermana?


—¡No exactamente! —dijo riendo—. Tu madre no es tan perversa. Supongo que la versión que oyó es que yo acosaba a Anabella para que se acostara conmigo. Es obvio que no tenía ni idea de cómo era tu hermana. Pero tú sí. Incluso trataste de avisarme —le recordó.


—Y tú pensaste que era divertido.


—Lo era, teniendo en cuenta que tenía que usar un palo para alejarla de mí… —¿sería cierto lo que decía?—. ¿Por qué te cuesta tanto creerme? —se lamentó él—. Solo una de las hermanas Chaves me había llamado la atención, ¡y no era Anabella!


—No sigas. Ambos sabemos que lo de aquella noche fue casualidad.


—¡Paula! —estaba exasperado—. ¿Por qué tienes tan mal concepto de ti misma? Siempre me gustaste. Más que gustarme. La noche que hicimos el amor me pareció que era lo que debía ser, aunque yo no debí hacerlo porque tú eras solo una chiquilla y yo mucho mayor. Y, además, no tenías experiencia, ¿verdad?


Paula lo miró sorprendida.


—No, no la tenía.


—Yo en el fondo lo sabía, pero dijiste que ya te habías acostado con otros y eso ayudó para acallar mi conciencia. Si puede servirte de consuelo, siempre he sentido vergüenza de cómo te traté esa noche.


—No sirve —ella pensó que podía guardarse sus remordimientos.


—De acuerdo. No puedo cambiar el pasado. Pero, al menos, créeme en lo que se refiere a Anabella —Paula permanecía callada. Querer creerlo no lo convertía en realidad—. No puedes creer que yo te prefiriera a ti, ¿verdad? —dio un suspiro de impaciencia—. De acuerdo, te lo demostraré. ¿Dónde está tu dormitorio?


—¿Mi qué?


—Tu dormitorio… En el piso de abajo, ¿no? —señaló hacia el pasillo.


—Yo… ¿Qué estás haciendo? —él la estaba llevando hacia el dormitorio.


—Lo que te dije —abrió la puerta y la empujó adentro—. Puesto que no me quieres escuchar, te mostraré lo mucho que me importas… ¿Dejo las luces encendidas o apagadas?


—Yo… Tú… —balbuceaba Paula.


—Apagadas para empezar, creo —decidió él, y ya a oscuras, se inclinó hacia ella para besarla en la boca.


—No podemos hacerlo… —protestó Paula.


—¿Por qué no?


—Porque… porque… —ella trataba de aclarar sus pensamientos mientras él le quitaba las horquillas del pelo—. Porque pronto estará de regreso Anabella.


—¿Y qué? —le rodeó la cara con las manos.


—No puedo hacerlo —era una súplica.


—Sí puedes —los labios de Pedro acariciaron los de Paula hasta que ella comenzó a responder—. ¿Ves? Es fácil.


—¿No me odias por lo de Dario?


—¿Odiarte? —preguntó él incrédulo—. Me has dado un hijo maravilloso.


El resentimiento de Paula se suavizaba, y cuando él le preguntó en un susurro «¿Por qué no hacemos otro?», ya estaba perdida.


La condujo hasta la cama y ella lo siguió sin resistirse. La hizo sentar en el borde y ella esperó estremeciéndose.


Pedro se quitó la chaqueta y se desabrochó la camisa. Sus manos temblaban. Había imaginado esa escena muchas veces durante los últimos meses. Él, tendido junto a ella, desnudos los dos. Nunca había deseado a nadie como la deseaba a ella. Y era algo más que un deseo sexual. Mucho más.


Se sentó a su lado y le tomó la mano. Ella se sobresaltó. 


¿Volvería a rechazarlo como antes? Necesitaba verle la cara y encendió la luz.


La agarró por la barbilla para que volviera la cara. En la penumbra, todo eran ojos y pómulos. ¡Qué preciosa era!


Paula, nerviosa, se humedecía los labios. Él le dibujó la boca con un dedo. Era como un beso y la dejó húmeda y lista para la suya.


Con ternura al principio, solo un aliento. Los labios cálidos y duros. Y los de ella, entreabiertos, dejando que él la saboreara y saboreándolo a él.


Respiración acelerada. Una mano levantando la de ella y poniéndola bajo la camisa, sobre la piel. El tacto húmedo del vello. La mano deslizándose hasta la cintura y ayudándolo a quitarse la camisa.


Entonces él la rodeó con sus brazos y atrajo su cuerpo contra el suyo. Mientras tanto la besaba y le robaba el aliento y la razón. Ella no notó cuando él le bajó la cremallera del vestido y la recostó sobre la cama.


No intentó detenerlo. No habría podido. Deseaba sentir sus dedos a través de la seda, y cómo le bajaba los tirantes y derramaba sus senos, rodeándolos y frotándole el pezón hasta que estuviera erecto. Deseaba que la boca de él dejara la suya y se concentrara en succionar el pezón hasta hacerla gemir.


Él terminó de quitarle el vestido para poder rozar su vientre y deslizar la mano entre la piel y la seda y alcanzar su interior con un dedo. La acarició despacio y con firmeza, dándole placer, tanto placer que gemía y sus piernas flojearon invitándolo.


Pedro notaba que perdía el control. La quería desnuda y le arrancó el resto de la ropa, recorriendo su cuerpo mientras se desvestía también.


Paula perdió el aliento y su corazón se aceleró al verlo erecto y duro de deseo. Se tendió junto a ella, boca contra boca, piel contra piel, su carne apremiando hasta que entró dentro de ella.


La llenaba por completo, y Paula se estremeció, lista para el siguiente movimiento. Gimió fuerte y le rodeó la cintura con las piernas. Lo deseaba, lo necesitaba y él correspondía con su cuerpo, implacable hasta que alcanzaron el orgasmo juntos, gritando sus nombres.


Luego, se quedaron abrazados, los cuerpos sudorosos, los corazones palpitantes. No hablaron. No hacían falta palabras. Él comenzó a besarla y acariciarla de nuevo hasta que ella lo deseó una vez más.


Saciada, completa, Paula se preguntaba cómo podría aprender a vivir otra vez sin él.



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