viernes, 22 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 10





Los insistentes golpes en la puerta despenaron a Pedro de un sueño profundo. Agarró un almohadón y se cubrió la cabeza, esperando que fuera quien fuera se marchase.


A menos que fuera Paula, cuya desaparición en mitad de la noche había sido la causa principal de su inquietud desde que alargó el brazo para acariciarla y no encontró a nadie a su lado. Su olor aún impregnaba las sábanas, y cuando bajó corriendo las escaleras, pensando que la encontraría en la cocina, vio desde la ventana cómo cruzaba la calle. Pensó en ir tras ella, pero cuando volvió a la salita para recoger la película de vídeo, vio que Stanley estaba levantado.


Era muy significativo que estuviese despierto a las cuatro de la mañana, ya que siempre dormía hasta muy tarde, de modo que Pedro optó por hacer de policía durante unas horas. Esa elección lo dejó atónito. Estaba eligiendo entre el deber y el placer. ¿Era por el exceso de trabajo o por el encanto de su encantadora vecina?


Pedro no podía negar que había aprendido muchas cosas de Paula, y no todas relativas al sexo. Tenía sentido del humor, era valiente y desinhibida... El tipo de mujer con quien él querría tener una relación si tuviera tiempo.


Lo mejor que había conseguido en su vida eran los breves interludios amorosos entre caso y caso, y, por supuesto, su desastrosa relación con Marisel.Aquel fracaso lo convenció de que mientras trabajase de incógnito le resultaría imposible mantener una relación verdadera. Y Pedro no era ningún experto, pero estaba seguro de que una mujer tan tentadora e inteligente como Paula no se presentaba a diario. 


Tarde o temprano tendría que tomar una decisión crucial. 


Pero no aquella mañana. Los golpes en la puerta no cesaban, por lo que Pedro desistió de intentar ignorarlos y bajó las escaleras. Antes que Paula, ninguna mujer había conseguido escabullirse sin que él lo notara. Su trabajo le exigía estar siempre alerta, por lo que la sigilosa marcha de Paula no dejaba de sorprenderlo. ¿Tenía aquella mujer habilidades ocultas o se trataba de una distracción por su parte?


Bostezó y abrió la puerta. Se quedó decepcionado al ver a Stanley.


—Stan... Hola,amigo.


—¿Te he despertado? Lo siento. Pense que solías madrugar —dijo él metiéndose las manos en los bolsillos. Llevaba un traje de diseño, lo cual también era extraño, pues siempre vestía vaqueros y polos.


Pedro retrocedió y lo invitó a pasar. Sabía que su vecino no había dormido más de tres horas. Desde la desaparición de Paula, se había apostado en el balcón con el telescopio y había estado observando a Stan hasta la salida del sol. No le había ocultado a su vecino su afición por la astronomía, y además había encargado un telescopio con dos espejos interiores, para dar la sensación de que se estaba observando el cielo.


— ¿Has dormido mal esta noche? —le preguntó Stan.


—El insomnio, chico —respondió Pedro con un sonoro bostezo—. ¿Te apetece un café?


Stan asintió y lo siguió en silencio a la cocina, mirando a su alrededor. Era la primera vez que entraba en la casa, recordó Pedro mientras servía dos tazas y sacaba la leche, aunque sabía que Stan lo tomaba solo.


—¿Qué te ha hecho levantarse tan temprano? —le preguntó Pedro.


—Quería pedirte un favor. Hoy estoy esperando un pedido, pero me ha surgido un imprevisto de última hora, y me preguntaba si podrías recogerlo por mí.


Pedro tomó un sorbo de café. Perfecto. —Por supuesto, chico. ¿Tengo que ir a alguna parte?


—No, solo tengo que llamar y dar tu dirección. Es un equipo médico bastante caro. No quería estar siempre sentado en el porche.


—¿Equipo médico? ¿Estás bien?


Stan se encogió de hombros. Llevaba puestas unas gafas, lo que solo hacía cuando las lentillas lo molestaban, y tenía los ojos rojizos. ¿Sería por la falta de sueño o habría estado llorando?


—No del todo—respondió bebiendo de su taza—.Te conté lo del accidente, ¿recuerdas?


Pedro negó con la cabeza. Nunca habían hablado de eso con detalle, aunque Stan lo había mencionado de pasada al mudarse.


—No, solo me dijiste que no podías trabajar por culpa de una lesión.


Stan asintió, y Pedro notó en su expresión que estaba considerando la posibilidad de revelarle más.


—Pero ahora estás bien, ¿verdad? —le preguntó, fingiendo la preocupación adecuada. Stan sospechaba con facilidad, señal de que era un ladrón y un embustero.


Su vecino se echó a reír con arrogancia, borrando la posibilidad de compartir más secretos.


—No creo que pueda correr pronto la maratón.


—Yo la he corrido muchas veces. No es para tanto.


Stan se quedó con la vista fija en el café, tomó un último sorbo y dejó la taza. —Bueno, tengo que irme ya. Gracias por tu ayuda; te debo un favor.


Pedro no se levantó.


Quería que Stan se sintiera cómodo, como un amigo en vez de un invitado.Alguien que pudiera confiarle sus problemas. 


—No me debes nada —le respondió—. Pero nunca rechazo una cerveza —añadió en voz alta mientras Stan cerraba la puerta.


Pedro había repasado muchas veces los informes del juicio, y siempre había dudado de las lesiones de Stan. Pero, tratando íntimamente con él, podía comprender por qué engañaba con tanta facilidad a las personas.


Tenía una mirada inocente.


Sin embargo, a pesar de sus ojos llenos de sentimiento, Pedro tenía que demostrar que era un fraude, y para concentrarse en su trabajo antes tenía que descubrir por qué Paula se había marchado.


Agarró el teléfono y marcó su número. Esperó cuatro tonos, hasta que saltó el contestador.


—Hola, No estoy en casa. Deja tu mensaje — una grabación fría y breve, no como la mujer a la que le había hecho el amor la pasada noche.


Colgó y dio gracias por que no estuviera en casa. 


Estupendo. Nadie para distraerlo. Llamó a Jake para avisarlo de la agenda modificada de Stanley, y subió las escaleras para hojear el informe médico. No sabía de cuánto tiempo dispondría para inspeccionar el misterioso envío de Stan, pero en cualquier caso necesitaba saber todos los detalles médicos posibles. Y echarle imaginación para deducir si el equipo médico era o no necesario para la supuesta recuperación de su vecino.



****

Paula salió del despacho de su tío, presionándose las sienes con los dedos.


Elisa, que se dirigía hacia los lavabos, la agarró del codo con firmeza y le hizo seguirla.


— ¡Cielos! Los Chaves no sabéis cuándo callaros —le dijo mientras se bajaba la cremallera—. Llevo veinte minutos aguantándome las ganas.


—No tenias por qué esperar—le dijo Paula. La reunión la había dejado con un fuerte dolor de cabeza, y también con el corazón destrozado. Se había enterado de que los dos hombres a los que más quería, su tío y su hermano, estaban confabulados para acabar con sus sueños. Y lo peor de todo era que no había conseguido imponerse.


Se inclinó sobre el lavabo para echarse agua fría por el rostro, preguntándose cómo podrían hacer eso las mujeres en el cine sin estropearse el maquillaje.


Necesitaba una aspirina. Y una copa.


¿Vodka con hielo, tal vez? ¿Mezclado con limonada?


Dios, cuánto echaba de menos a Pedro. Un hombre al que apenas conocía. Un hombre que estaba haciendo algo que tal vez acabaría con el breve romance, a pesar de no haber hecho promesas. Pero el recuerdo de su tacto aún ardía en ella, e iba a necesitar mucho más que una sospecha para terminar con todo.


— ¡Vaya, tienes un aspecto horrible! —Elisa salió del retrete y se lavó las manos.


—Gracias. Creo que ya me dijiste lo mismo durante el desayuno.


—No, esta mañana solo te dije que parecías cansada. ¿Qué te ha dicho el cretino de tu hermano? 


Paula miró alrededor.


No creía que su tío fuera tan mezquino como para poner micrófonos ocultos en el lavabo de señoras, pero no podía estar segura.


—Patricio no ha dicho mucho, Ha sido Noah quien más ha hablado. Vamos a mi despacho.


Atravesaron el pasillo y Paula tecleó el código de acceso en la puerta. Tenía demasiados documentos en su mesa como para no disponer de cierta seguridad. Ojalá su corazón tuviera unas medidas de semejante...


Elisa sacó dos gaseosas de la pequeña nevera y el frasco de aspirinas de un cajón. Paula sonrió y se sentó junto a ella en el sofá.


—Bueno, ¿qué te ha dicho Noah? 


—Ha dicho que Patricio y yo tenemos que aprender a trabajar juntos. 


—¿Eso es todo? 


Paula se encogió de hombros. Había simplificado mucho el discurso de su tío, pero el punto crucial era que su futuro en Chaves Group no iba a ser como llevaba planeando desde que tenía doce años.


—Patricio quiere entrar. Tiene años de experiencia y un profundo conocimiento del sistema judicial y los procedimientos policiales


—EnAtlanta —señaló Elisa. 


—Tiene amigos por todo el país, gracias a las investigaciones interestatales. Lo que no sepa lo puede aprender.


—Chaves Group no se caracteriza especialmente por seguir métodos legales.


Paula asintió. De hecho, su tío Noah había impuesto ia prohibición de cooperar con cualquier representante de la ley, desde que una de sus ex novias, una abogada, acusó a la compañía de realizar escuchas ilegales.


—No, pero Noah se imagina que Patricio podrá pedir algunos favores cuando sea necesario. Los viejos contactos de Noah ya no sirven para nada.


Elisa se recostó en los cojines con un bufido de indignación.


—¿De modo que Noah va a pasarle el control a Patricio, sin nada más que un «gracias, muchacha», por todos tus años de duro trabajo?


Paula le puso la mano en la rodilla, agradecida por su apoyo incondicional. —Sabe que trabajo duro.Y quiere que los dos compartamos el trabajo.


—¿Compartir?


Elisa era hija única, por lo que aquel concepto siempre le había resultado extraño. Pero tampoco era uno de los puntos fuertes de Paula, a pesar de tener varios hermanos. Mientras que ella era la única que mostraba interés en la empresa de su tío, Patricio jugaba al fútbol o participaba en los campeonatos de tiros que patrocinaba la policía. Mientras él salía con chicas o se iba los fines de semana a casa de algún amigo, ella se quedaba leyendo novelas de espionaje o repasando cualquier informe de Chaves Group que pudiera encontrar.


Y mientras Patricio defendía la justicia como miembro de la brigada de élite de la policía de Atlanta, Paula se encargaba de controlar las operaciones de la empresa, enmendando los frecuentes errores de Noah. ¿Y Noah se lo agradecía haciéndole compartir el trabajo con Patricio?


No era justo.


Era una decisión muy inteligente, sí, pero no era justa.


—¿A qué se refiere exactamente con «compartir»Paula?


Paula hizo un movimiento con las manos. Era mejor no hacerlo con la cabeza, ya que seguía doliéndole una barbaridad. —Cree que Patricio debería dirigir todas las investigaciones como detective jefe, y que yo debería dedicarme al trabajo de oficina, ya que es lo mejor que sé hacer, Y lo peor es que tiene razón, y que todo es por mi culpa.


—Vamos, Paula. Ya has llevado antes otras investigaciones.


—Solo en casos pequeños —le recordó ella. Tomó un largo trago de gaseosa, que le quemó la garganta—. Casos domésticos entre matrimonios ricos.


—Y niños perdidos.Tú misma encontraste a la chica de Marbury.


Paula escondió la cara entre las manos, incapaz de reprimir la satisfacción que le producía el recuerdo de aquel caso, a pesar de que lo había conseguido consultando las bases de datos.


—La encontré a través del ordenador.


—¡Llevaste a la policía hasta la casa! Después de tres días de vigilancia, cuando Noah ya pensaba que era un caso perdido. ¿Se lo has recordado hoy? Paula, ¿lo has hecho?


—¿De qué hubiera servido? Uno o dos casos míos no se pueden comparar al centenar que Patricio tiene en su haber. Noah tiene razón, Elisa. Es lo mejor para la empresa.


—Pero no es lo mejor para ti. Ni es lo que tú quieres.


—No —corroboró ella. La combinación de cafeína y analgésicos empezaba a hacer efecto, pero no era suficiente. Aún le quedaba el tema de Pedro—. Parece que voy a tener que replantearme desde el principio lo que quiero, ¿verdad? 


—No tienes por qué —le dijo Elisa sacando una golosina del bolsillo—. ¿Qué pasa con el caso Davison? ¿También va a hacerse cargo Patricio?


—Ni hablar. Ya estoy metida en ella, y estoy consiguiendo progresos —agarró el informe que Jase le había enviado antes de la reunión—. Esto les demostrará a mi tío y a Patricio que también puedo desenvolverme fuera de la oficina. 


—¿En serio?


Paula esbozó una sonrisa.


—¿Sabías que el médico de Stan, el que testificó a su favor, se fue de la ciudad hace dos días? Después de liquidar los préstamos de sus alumnos y la hipoteca de la clínica.


El rostro de Elisa se iluminó.


—¿De dónde ha sacado el dinero?


—Buena pregunta. Nadie parece saberlo. He mandado a Jase a la clínica esta mañana.Todos están atónitos. Se han quedado sin médico y tienen que mantener abierto el local.


—¿Crees que Stan le ha pagado por su testimonio?


Paula se encogió de hombros.


—Esa es mi sospecha. Espero descubrirlo esta noche, cuando Stan venga a mi casa para una barbacoa.


—Pero si ni siquiera has hablado aún con Stanley.


—¿Tan difícil es decir: «Hola, ¿quieres venir a mi casa a probar unas deliciosas costillas de Tenessee?».


—¿Eso es lo que le dijiste a Pedro? —le preguntó Elisa moviendo las cejas. 


Paula le había dado algunos detalles de su cita con Pedro, pero no le había dicho que hicieron el amor ni que io sorprendió espiando a Stanley. Mientras menos supiera, mejor.


—No, pero tal vez lo haga. Puede que una reunión informal de vecinos sea la clave. Además, Pedro y Stan parecen llevarse muy bien. Si logro introducirme en su relación, quizá descubra algo. «Algo sobre ellos dos», pensó Paula. Al igual que Stanley, Pedro también era un misterio. Un caso que tendría que investigar ella sola. En cuanto volviera a casa.



*****


Pedro no podía creer su suerte. Allí estaba, viendo a los Yankees por televisión junto a Stanley que ya iba por su tercera cerveza. Y viendo por las persianas cómo Paula se acercaba, llevando un delantal, un top de color pálido y seguramente unos pantalones cortos o una minifalda.


—Parece que es nuestra vecina —dijo Stan apartando la vista del televisor. 


Pedro se levantó al instante y fué a abrir.


—Hola —la saludó, sin saber si invitarla a pasar antes de ver aquella sonrisa letal.


—Hola. Siento haberme ido así esta mañana — le susurró ella, viendo a Stan por encima del hombro de Pedro—. Estabas durmiendo tan profundamente que no quise despertarte.


—La próxima vez despiértame.


—¿Habrá una próxima vez?


—¡Está fuera! —gritó Stanley levantando los brazos, con la vista fija en la pantalla. Paula le hizo un guiño a Pedro. — Pedro, ¿no vas a presentarme?


—Vamos, pasa. Paula, este fanático del béisbol es Stanley Davison.Vive en la casa de al lado.


—¡El jardinero! —exclamó ella extendiendo la mano


—.Tienes un jardín precioso. Me llamo Paula Chaves.


—¿Chaves? —él la miró con ojos muy abiertos, antes de ponerse en pie. Pedro había notado que su cojera parecía más pronunciada desde que se marchó aquella mañana. Por desgracia, no nabía sacado nada en claro del envío médico.


 La caja solo contenía un kit para análisis de sangre.


—De los Chaves de Nueva Jersey —bromeó Paula.


Stan asintió y pareció relajarse. —Mi madre es de Long Island.


—Pero tú has elegido Florida, igual que yo. No soportas los inviernos, ¿eh?


—Estábamos viendo el partido —dijo él volviendo a sentarse y agarrando la lata de cerveza—. Si quieres unirte a nosotros, hay cerveza helada de sobra.


Paula miró de reojo a Pedro, que estaba cerrando la puerta.


— Sí, el congelador de Pedro funciona muy bien, ¿verdad?


Pedro puso una mueca. Aquella mujer era toda una desvergonzada.Y a él el encantaba.


—Gracias, pero prefiero esperar —siguió ella—. He venido para invitaros a los dos a una pequeña barbacoa. He instalado la parrilla, y he comprado unas chuletas de cerdo y unas costillas.Además, voy a hacer mi salsa especial, que me ha hecho bastante famosa, por cierto.


—Mmm,.. —murmuró Pedro acercándose—. Sí, es verdad.


Paula le dio un golpe en el hombro. 


—No me gusta ir de carabina —dijo Stan con una risita.


—De eso nada, a Pedro le encanta coquetear. Pero si quieres puedes invitar a alguien. Aún es pronto, y no cenaremos hasta las seis, aunque podéis venir cuando acabe el partido.


Pedro palmeó a Stanley en el brazo.


—Puedes invitar a esa preciosidad con la que comiste el otro día.


—Sí, supongo que podría llamarla —respondió Stanley sin apartar la vista de la pantalla.


—Estupendo, pero no faltes si ella no puede venir, ¿de acuerdo? —le pidió Paula—. Estoy encantada de haberme mudado y quiero conocer a gente nueva, Además, he preparado más comida de la que Pedro podría devorar.


—Estoy seguro de que podría devorar otras cosas —murmuró él, y a juzgar por la mirada de Stanley y el rubor de Paula, quedó claro que ambos lo habían oído—. ¿Habrá algún acompañamiento?


Paula soltó una carcajada.


—Claro; ensalada de patatas y judías, pero no he tenido tiempo de preparar un postre especial. Espero que no seáis alérgicos al chocolate.


Los dos hombres negaron con la cabeza.


—¡Genial! Entonces, ¿vais a venir?


—Nunca rechazo la comida gratis, y menos una buena barbacoa —dijo Stanley poniéndose en pie—. Voy a llamar a Donna antes de que se marche a trabajar. Hay personas que van a la oficina todos los días. ¿Podéis creerlo?


Pedro se encogió de hombros y Stan se echó a reír. 


Formaban un trío peculiar. Tres adultos solteros, sin hijos, en casa a las cuatro de la tarde. Solo dos de ellos cobraban un sueldo legal. El tercero vivía del dinero de los contribuyentes, quienes a cambio no obtenían de éí ningún servicio.


Pedro hizo un esfuerzo por no pensar en eso. No quería manifestar su malhumor. Aún no había conseguido sacarle información a Stanley.


—Puedes usar mi teléfono, Stan —le ofreció, señalando al televisor—. Martínez es el próximo en batear.


Stanley negó con la cabeza y se dirigió hacia la puerta.


—Gracias, amigo, pero no tengo aquí el número de Donna, y además tengo que ocuparme de algunas cosas —agarró el paquete con el equipo médico que había junto a la puerta—. Encantado de conocerte, señorita Chaves.


—Por favor, llámame Paula. Después de todo, somos vecinos, ¿no, Stan?


La sonrisa de Stanley fue un poco forzada, provocando la alerta de Pedro. Sabía reconocer la desconfianza en las personas, y había algo en Paula que había puesto nervioso a su vecino, sobre todo cuando oyó el apellido de Chaves.


¿Habría tenido problemas con esa familia o tal vez odiaba a los irlandeses?


—Es un pájaro interesante —comentó Paula cuando Stanley se marchó.


—Ni te imaginas cuánto —dijo Pedro—. No sé casi nada de él. No hace mucho que nos conocemos.


-¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?


Paula no podía creer que no le hubiera preguntado eso antes, pero Pedro parecía el tipo de hombre que se sentía cómodo con todo el mundo, y con quien todo el mundo se sentía cómodo.


—Dos semanas —respondió, tirando a la basura las latas de cerveza vacías—. Pero Stan es un tipo solitario. Me sorprende que haya aceptado la invitación.


—¿Estás decepcionado? —le preguntó Paula, apoyándose en el marco de la puerta de la cocina. Intentó no mirar el frigorífico y deseó que pudieran repetir el juego de la noche pasada.


—¿Lo estás tú?


Paula miró cómo Pedro la observaba de la cabeza a los pies. 


Había elegido su ropa con cuidado, sabiendo que la atracción sexual podría conseguir mucho de un hombre. 


Pero, aunque Pedro fuera un experto en ocultar las razones por las que espiaba a Stanley, no podía disimular su deseo por ella. Y sus ojos brillantes y profunda respiración hicieron que Paula se sintiese más sexy y segura de lo que podía permitirse.


—Oh, tengo algo que es tuyo —recordó Pedro, y señaló una bolsa de plástico que había en la mesa. Paula miró el contenido. Dos cintas de vídeo, pero ni rastro de su ropa interior.


—Falta algo.


—¿En serio? —preguntó él con una inocencia mal fingida. 


Ella se limitó a arquear una ceja—. Oh. Sí, encontré unas braguitas rosas en el suelo de la cocina. O, para ser más exactos, mi gato las encontró. Por suerte, tuvo la decencia de devolverlas intactas.


—Muy amable por su parte. ¿Y debo suponer que no puedo recuperarlas?


—Solo si tengo la oportunidad de quitártelas de nuevo.


—Eso tiene fácil arreglo —le tendió la mano con la palma hacia arriba. No le importaban nada las braguitas, pero esperaba que la llevase al dormitorio. Necesitaba una excusa para llevarlo a la habitación.


Por mucho que lo deseara, por mucho que la piel le ardiera al sentir su apetito sexual, tenía que preguntarle por el telescopio y saber por qué espiaba a Stanley Davison. Si estaba trabajando para una agencia rival, tendría que lidiar con las consecuencias antes de involucrarse más en aquella relación.


Pedro hizo un gesto hacia las escaleras, invitándola a subir. 


Ella dejó las cintas en el sofá y lo siguió, con cuidado de reprimir una sonrisa triunfal.


Pero entonces se detuvo en seco, antes de entrar en la habitación.


Las braguitas rosas colgaban del telescopio situado en mitad del dormitorio.


No había forma de no verlas. Ni tampoco el telescopio.


Como si Pedro... lo supiera



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