viernes, 22 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 11





Paula se tragó su sorpresa y caminó hacia el telescopio. 


Agarró las braguitas con las uñas, sin saber por qué Pedro las habría dejado allí. ¿Era para asegurarse de que las vería, o porque sabía que lo había estado observando?


—De modo que mis sospechas sobre ti son acertadas —dijo ella cruzando los brazos al pecho.


Pedro se apoyó en el marco de la puerta, igual que ella había hecho abajo, pero Paula no hacía ocupado tanto espacio como él. Dios, aquel hombre era letal. El brillo de sus ojos verdes la dejaba sin respiración. Cuánto deseaba hacerle el amor... Allí mismo, a plena luz del día, sin sombras donde ocultarse.


—¿Tienes sospechas sobre mí? —preguntó él—. Qué casualidad... Yo iba a decirte lo mismo.


Paula lo miró con ojos entrecerrados, intentando leer su expresión. Todo lo que percibió fue deseo masculino.


—No sé a qué te refieres —decidió tomar la iniciativa. Después de la reunión con su tío y con su hermano, no estaba dispuesta a que la siguieran manipulando—. Soy yo quien te vio anoche espiando a Stanley con el telescopio.


—De modo que me estabas observando —dijo él sin pestañear.


Paula soltó un suspiro y cambio el peso de una cadera a otra.


—Miré por la ventana de camino a la cama. No hay ningún delito en eso, supongo. Pero, salvo que Stanley corra los cien metros en mitad de la noche de un extremo a otro de su habitación, no tienes motivos para espiarlo... a menos que no seas quien dices.


—¿Cómo sabes que no observaba las estrellas? 


—Ya te he dicho que trabajo para una agencia de detectives. Hace unos meses estudié este modelo para unas recomendaciones —aquello no era falso. Había hecho algunas comprobaciones cuando la factura pasó por su mesa.


Pedro se pasó la mano por el pelo con una sonrisa libidinosa.Paula tuvo que reprimir el deseo de tocarlo. Aquel hombre no jugaba limpio, al intentar distraerla de la conversación. 


—No puedo negarlo —dijo él.


—Entonces, ¿no eres un explorador de béisbol?


Pedro se rascó la barbilla, ensombrecida por la barba incipiente. —No, no lo soy.


—¿Eres un investigador privado?


—No —respondió con una mueca de desaprobación.


—¿Tu vigilancia es legal?


—Sí.


Eso solo dejaba una posibilidad. Pedro era un policía. A Paula se le hizo un nudo en el estómago, pero consiguió ocultar la reacción. no le habría importado si Pedro fuera el jefe de policía, de no ser por la prohibición de su tío Noah de cooperar con los representantes de la ley... Alguien que pudiera denunciarlos o detenerlos.


A Paula esa medida de seguridad siempre le había parecido un poco exagerada, pero comprendía el deseo de Naoh de mantener a la empresa fuera de problemas.Tal vez había llegado el momento de que Chaves Group mantuviera todos sus métodos dentro de los límites legales. Tendría que hablar con Patricio de ello.


Pero eso no solucionaba su actual problema. Pedro estaba viviendo en una casa plagada de cámaras y micrófonos que ella usaba para espiarlo a su antojo.


No era extraño que Pedro fuera policía. El departamento de policía de Tampa había sido el último perdedor en el caso de Stanley, y tras el juicio se había ganado muy mala fama. La prensa los acusaba de perseguir a los delincuentes sin la menor consideración hacia el resto de ciudadanos, y se encargaba de airear y exagerar cualquier rumor sobre abuso de autoridad, fuera o no fundado.


Pero tampoco era un procedimiento habitual que la policía de Tampa investigase a Stanley. ¿De qué se trataba todo aquello?


Paula no tenía respuestas. Ni tampoco ningún plan. No se había esperado que Pedro fuera policía, pero aunque no lo fuese, no tenía defensas contra su irresistible atracción.


Pedro se apartó de la puerta y caminó lentamente por la habitación. Parecía un depredador, dispuesto a lanzarse sobre su presa. Pero Paula no sentía miedo, sino un irreprimible deseo de sentir su tacto.


—No quiero volver a mentirte —le dijo él—. Pero acordamos que no hablaríamos de nuestros trabajos, ¿recuerdas? 


Paula retrocedió un paso. No podía permitir que aquella sonrisa ni aquel fragmento de la verdad ocultaran todo el asunto. No en esos momentos, cuando estaba en juego el respeto de su tío y de su hermano. No podía permitir que las actividades de Pedro, fueran o no legales, arruinaran su caso, demostrando el fraude de Stanley antes que ella. Si Pedro sabía algo, tenía que compartirlo.Y pronto.


Pero no tan pronto como para arriesgar lo que ambos habían comenzando la noche anterior en la cocina. Pedro la había hecho sentirse una mujer viva, y le había demostrado algo de ella misma que creía muerto y olvidado.


Le había llegado al corazón. Con sus ojos, sus palabras y sus caricias le había prometido y transmitido un placer y una confianza absoluta.


—Ayer dejaste muy claro que no buscabas nada permanente —le recordó él—. ¿Has cambiado de opinión?


Ella negó con la cabeza. Tenía que atenerse a su plan original, si no quería arriesgar su carrera y su corazón al mismo tiempo.Y sin embargo... le había parecido oír un ligero tono de esperanza en la pregunta.


—Entonces cree todo lo que te diga —si se sentía decepcionado, lo ocultó muy bien—.Y cuando te toque, convéncete de que es verdad lo que sentimos.


Le acarició la mejilla con ternura, provocándole una explosión de anhelo por todo el cuerpo. Pedro no quería mentirle, por eso no hablaba de lo que no podía revelar. Pero la atracción era un asunto distinto.Algo que podía confiarle y demostrarle sin tapujos.


Era la oportunidad de Paula.


—Dime solo una cosa —le pidió, intentando sofocar la corriente de excitación que le traspasaba el cuello—. La verdad. Lo que estás haciendo... ¿puede hacerle daño a alguien?


La empresa de Paula se había saltado alguna que otra ley en la búsqueda de la verdad, pero si Pedro no era policía, ella no podía permanecer callada si Stanley corría un peligro
serio.Tal vez Pedro estaba trabajando para algún enemigo de Stanley.Alguien que quisiera vengarse.


Pero Pedro soltó un silbido y negó con la cabeza, y Paula se olvidó al instante de las conspiraciones y las tramas de espionaje.


En cuanto sintió sus manos sobre los hombros desnudos, perdió la capacidad mental de analizar y relacionar los casos.


—Lo único que pretendo es observar a Stan de vez en cuando. Nadie va a arrestarme por ello, y nadie resultará herido. 


Paula suspiró de alivio, y dejó que los dedos de Pedro le aliviaran la tensión de los hombros y el cuello. No iba a hacerle daño a Stanley. No era un investigador rival. Y no podía confirmar si era policía hasta hablar con los contactos de su tío Noah.


Pero hasta entonces, nada era tan interesante como la presión y la pasión con la que Pedro le deslizaba las manos por los brazos,


—Nada de arrestos, ¿eh? —dijo ella—. Eso es muy tranquilizador. Y decepcionante. Pensaba que iba a suceder algo interesante.


La risita de Pedro se transformó en un gruñido al presionar los labios contra su cuello.


—Si te sirve de consuelo, lo que estoy pensando ahora mismo no solo haría que me detuvieran, sino que me condenarán a muerte en más de un Estado.


Ella le puso las manos en el pecho, pero sin intentar apartarlo. Él expandió los pectorales al tomar una profunda inspiración y aspirar su olor.


—Y eso que estás pensando... ¿hará que recupere mís braguitas?


—¿Llevas puestas algunas?


—¿Tú qué crees? —preguntó ella humedeciéndose los labios.


Pedro no sabía qué pensar, salvo que en todos sus años de trabajo en secreto nunca había estado tan cerca de revelar la verdad sobre su profesión.


Paula se había presentado allí después de haberlo visto fisgonear con un telescopio, y se había formado toda clase de hipótesis para encontrar una explicación.


Y sin embargo no estaba enfadada. Había confiado en él y había aceptado sus respuestas con tranquilidad, no con los ataques de furia que le habían dado a Marisel al sospechar que él no era quien decía ser. Sorprendente. Paula Chaves estaba llena de sorpresas.Y la fascinación que creaba en él estaba alcanzando cotas peligrosas. Tal vez ella pudiera ayudarlo.Tal vez no le importara que fuese un policía de incógnito, que estaba empezando a ver la diferencia entre el hombre que era y el que quería ser.


En sus primeros casos, misiones oficiales en las que había trabajado durante meses e incluso años, nunca había sido Pedro Alfonso. Había sido joe Dawson, traficante de drogas, Mike Riley, ladrón de coches, Lanzo Diez, estafador. 


En aquella investigación extraoficial tenía la oportunidad de llevar su verdadero nombre, pero lo único que quería ser era el amante de Paula Chaves.


—Creo que eres increíble —le dijo.


—¿Por qué? —preguntó ella echándose a reír, pero Pedro supo que la declaración no le había hecho más gracia que a él. Su atracción por Paula trascendía de la mera lujuria, y aunque sabía que ella le ocultaba tanto como él, odiaba mentirle y quería protegerla.


Tal vez aquella fuera la clave de la atracción. Había seducido a muchas mujeres que conocían muchos secretos, pero ninguna ocultaba nada personal, puesto que no había nada que ocultar. Eran personas sencillas, sin complicaciones, simples marionetas en el oscuro mundo de los timos, los robos y las estratagemas ilegales.


Pero, aunque sabía muy poco sobre Paula, presentía que no era la marioneta de ningún hombre. Los secretos que guardaba eran propios.


—Eres sexy, sensual y muy lista.


—No es una combinación tan extraña —su voz ronca y el calor de su respiración lo sedujeron más aún—. Conozco a muchas mujeres que lo son.


—Yo no.


—Quizá no hayas salido con la gente adecuada.


Pedro entrelazó los dedos con los suyos y se llevó las manos a la boca. La besó suavemente en los nudillos, sonriendo al notar el olor a salsa que impregnaba la piel.


—Me muero de impaciencia por probar esa salsa.


Paula apartó la mano con delicadeza.


—No tendrás que esperar mucho —se metió las braguitas en el bolsillo del delantal, y tras mirar su reloj, se dirigió hacia la puerta—. Una hora.


—¿Te marchas?


Ella se mordió los labios. Allí estaba. En sus ojos. El secreto...


—No querrás que se me queme el postre, ¿verdad? —dijo, pero Pedro no era tonto. Paula había conseguido lo que quería. La confesión de que él le había mentido acerca de su trabajo... y sus braguitas.


—¿No eres tú el postre? —le preguntó él.


—Me refiero al pastel de chocolate que se está cociendo en el horno. Si vienes pronto te dejaré probar el dulce de mantequilla antes de rociarlo sobre la masa.


Él se encogió de hombros. —Podría decirte otras muchas cosas que quiero probar antes que el dulce. 


—No te he dicho dónde estará el dulce cuando lo pruebes...


Se marchó sin decir más. Pedro se quedó inmóvil, hasta que la oyó cerrar la puerta, y entonces se dejó caer en la cama. 


Su mente era un hervidero de deseos. Quería atrapar a Stanley. Quería volver al servicio activo. Pero lo que más quería era conquistar a Paula... y no creía que los tres deseos pudieran darse a la vez sin destruirse mutuamente.


Se tumbó de espaldas e intentó ignorar el olor a champú de limón que aún impregnaba la cama, aunque tal vez persistiera solo en su recuerdo. Miró a su alrededor, el dormitorio de una casa que no era suya, y se preguntó a quién demonios le gustaría tanta luz en una habitación. Todo era blanco, desde las paredes hasta el cabecero de la cama. 


No se había fijado en la decoración cuando se mudó, interesándose únicamente en la disposición de las ventanas para observar a Stanley, pero tras ver a Paula allí, se sorprendió pensando en la estancia de otra maneta.


Sacudió la cabeza. ¿Qué le estaría ocultando? ¿Algo sobre su divorcio, sobre su trabajo...? A no ser que fuera cómplice de Stanley en el fraude, a Pedro no se le ocurría
ningún motivo por el que pudiera romperse la conexión tan intensa que existía entre ambos.


Y esa conexión necesitaba atención exclusiva, sin distracciones por el deber o por la necesidad de conseguir la gloria en el departamento. Tal vez, cuando acabara la investigación de Stanley, podría tomarse las vacaciones que llevaba acumulando tanto tiempo, y llevarse a Paula a alguna parte. 


Los dos solos.


Sin secretos ni mentiras.


Maldijo en voz alta. En una hora estaría intentando ganarse la confianza de Stanley, y lo único en lo que podía pensar era en estar tumbado en alguna playa desierta junto a una mujer que le ocultaba tantos secretos como él a ella.


Y lo peor era que no veía ninguna posibilidad de que la situación cambiase. La única opción era atrapar a Stanley en el acto.



****


Paula removió la salsa que hervía en la cocina, y se apartó con la mano el sudor de la frente. No podía creer que hubiera salido así de casa de Pedro. Había deseado hacerle el amor con desesperación, enterrar los secretos y las mentiras bajo un manto de lujuria y deseo... pero cuando le surgió la oportunidad, la había rechazado.


Antes de conocer a Pedro, su gran temor era volver a enamorarse de un hombre que le partiera el corazón, como había pasado con Leonel. Pero con Pedro se había vuelto a entregar por completo, sin mirar atrás.


Además, había aprendido que los secretos y las mentiras solo servían de algo cuando las únicas emociones eran el deseo y la lujuria, porque protegían al corazón y mantenían cierta distancia.


Pero Paula ya no estaba preparada para ese juego. Se preocupaba por Pedro Alfonso. Lo admiraba y lo respetaba, y, fuera de toda sospecha, intuía que si observaba a Stanley era por una buena causa.


Él le había mentido, pero también lo había reconocido. Ella pensaba que podía espera un poco más para ser sincera, pero sus caricias y besos la habían convencido de lo contrario. Antes de que volvieran a hacer el amor, tenía que hablarle del equipo que tenía en el dormitorio, en especial de los medios que tenía para observarlo. No tenia por qué revelar para quién trabajaba, ni tampoco el objeto de su investigación, pero al menos tenía que darle la oportunidad de perdonarla por haber invadido su intimidad.


Le debía una explicación, y si se enojaba con ella, lo comprendería. El tiempo de saltarse las leyes, especialmente las de la honestidad, se había acabado.


Pero ¿cómo decirle a un hombre que lo había estado observando en secreto sin traicionar su confianza?


Entonces se le pasó una idea por la cabeza, y, antes de que pudiera negarla, agarró un cuaderno de notas y empezó a escribir. ¿Cómo decirle a un hombre algo así sin provocar su frialdad? Muy fácil. Excitándolo antes.






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