miércoles, 22 de junio de 2016

TU ME HACES FALTA: CAPITULO 24






Paula en los dos días siguientes fue realmente consciente de lo que le había pasado. Después de realizarle pruebas le quitaron el collarín, pero no se podía sentar por la fisura en la cadera pues estaba en un lugar peliagudo. La inyectaban en la barriga para evitar que la inactividad le provocara un coagulo y sufría unos dolores en la pierna terribles pues ya no la tenían tan sedada.


Su padre había buscado un hotel en la ciudad Mouroubra y se pasaba casi todo el día con ella. Pero Pau sabía que tenía que volver a casa por su trabajo y estaba muy preocupada por quedarse allí sola.


Cuatro días después de despertar llamaron a la puerta de su habitación –Adelante.


Cristina abrió lentamente y sonrió al verla- Esperaba no haberme equivocado de habitación. ¿Puedo pasar?


-Claro- dijo sonriendo abiertamente. Estaba muy pálida porque la pierna en ese momento le dolía bastante. Y al no descansar bien tenía ojeras.


La tía de Pedro entró en la habitación seguida de Gwen- ¿Cómo está, señorita?


-Gwen, llámame Pau- dijo sonriendo- Estoy muy bien gracias.


Gwen llevaba un ramo de rosas blancas- ¿Son de las tuyas?


-Sí ¿te gustan?- Cris se las colocó sobre la mesilla al lado de la cama.


-Huelen bien.- dijo al llegar su aroma a ella.


-¿Cómo estás?- preguntó Gwen mirándola preocupada. –Te duele mucho.


-Uff, los dolores son horribles. –dijo sin poder evitarlo. 


Entonces ya no lo puedo evitar y se echó a llorar tapándose la cara- Lo siento, es que no sé qué me pasa.


-Es comprensible, querida- dijo Cris acariciando su pelo.- Has sufrido una caída horrible y es una suerte que estés viva.


-Sí, eso me digo para darme ánimos –se sorbió la nariz hasta que Gwen le dio un pañuelo de papel.


-¿Cuánto tiempo te quedarás aquí?


-Una semana más o menos.-dijo encogiéndose de hombros como si le diera igual.


Cris y Gwen se miraron- Habíamos pensado que podrías volver a casa hasta que estuvieras recuperada. Allí tendrás una fisioterapeuta que te ayudará en la recuperación y estarás muy cómoda.


-No, gracias- dijo sonrojándose molesta- Nos arreglaremos.


-Hemos estado hablando con tu padre y está preocupado por su trabajo. No puede quedarse hasta que te recuperes y al fin y al cabo es nuestra responsabilidad lo que te ha pasado. Creo que lo mejor es que te quedes en la habitación trasera de la planta baja para que te puedas manejar con la silla de ruedas. Podrás salir al porche y seguirás la rehabilitación que será diaria. La fisioterapeuta también es enfermera y te cuidará en todo lo que necesites. Tu padre ya es mayor y debe estar agotado.


Las mujeres la miraron muy serias y ella se sintió fatal por su padre. Es cierto que era mayor y todo aquello no le convenía nada, pero tener que compartir techo con Pedro…No sabía si podría soportarlo. – ¿Podré comer y cenar en mi habitación?


Se miraron de reojo y Cris hizo una mueca antes de asentir. 


–Claro que sí. Si quieres puedes hacer las comidas en tu habitación.


-No quiero parecer una desagradecida pero…- dijo al borde de las lágrimas otra vez.


-No tienes que disculparte. Faltaría más.


Tragó saliva al ver en los ojos azules de Cris que lo entendía y asintió- Entonces sí. Gracias.


-No tienes que agradecernos nada. Es lo menos que podemos hacer.


Sonrió sin ganas y Cris dijo preocupada-Siento que te haya ocurrido esto. Pedro...


-No me hables de Pedro, por favor- dijo angustiada.


-Está bien.


-¿Sabes? Rufus está totalmente recuperado- dijo Gwen cambiando de tema.


-Que lo vigilen, no quiero una recaída.


-Y el potro deja que lo acaricien desde fuera- dijo Cris sentándose en una de las sillas.


Estuvieron hablando un rato pero a ella se le cerraban los ojos del agotamiento. Le acababan de poner la medicación y al no tener dolores no podía evitarlo.- Nosotras nos vamos. Vendremos a verte mañana.


-No hace falta, de verdad. Estoy bien.


Cris apretó los labios preocupada, pero aún así sonrió antes de decir- No nos quites el gusto. ¿Quieres que te traigamos algo?


Negó con la cabeza porque no era ni capaz de leer de lo mal que se encontraba. –Estoy bien, gracias.


-Cuídate.- susurró Gwen con una encantadora sonrisa.


Ellas le iban a visitar todos los días. Debían haberse puesto de acuerdo con su padre porque nunca coincidían mientras él se iba a descansar por la tarde. Pasaron otros diez días y el médico empezó a dejar que se sentara lo que era un alivio. Estaba pálida y había adelgazado bastante porque no tenía mucho apetito. Sentada en una silla de ruedas con la pierna extendida miraba por la ventana de su habitación el aparcamiento del hospital cuando llegó el médico por la mañana- ¿Paula?


Se volvió con una sonrisa y la perdió al ver a Pedro tras él.- ¿Qué hace él aquí?


Pedro la miró fijamente y apretó las mandíbulas sin responder. Al parecer tenía mal aspecto y no le extrañaba.


Le miró con desprecio antes de mirar a su médico que parecía incómodo.- Al parecer se va a quedar en el rancho Alfonso durante su recuperación y el señor Alfonso está aquí para saber lo que tienen y lo que no tienen que hacer.


-¿Y qué tiene que ver con él? ¿Acaso no voy a tener una enfermera?


-Si vas a tener una enfermera –dijo Pedro sin poder evitarlo. 


Ella le fulminó con la mirada para que se callara pero él apretó los puños antes de continuar- Es para evitar problemas, nada más.


-Paula –el médico suspiró acuclillándose ante ella y cogiéndole la mano que tenía una cicatriz en la palma. –Sé que lo estás pasando mal y que te duele mucho, pero me tienes que prometer que no protestaras con la rehabilitación.-Miró a Pedro de reojo que estaba más que tenso- Que la harás todos los días y que no dejarás de luchar para que la pierna quede como antes.


Ella asintió y el doctor Cummings sonrió satisfecho. –Te veré en dos semanas para ver si podemos quitar los clavos exteriores. –Se volvió hacia Pedro- Nada de posar la pierna, nada de esfuerzos que no sean vigilados atentamente por la fisio, tiene que alimentarse más y que no se pase mucho tiempo en la cama.


-Sí, doctor.


Su padre llegó en ese momento y saludó a Pedro como si fueran grandes amigos. –Nos la llevamos hoy- dijo su padre a Pedro dejándola atónita. Habían hablado a sus espaldas.


Pedro la miró de reojo y asintió. Paula se sintió traicionada por su padre y se cruzó de brazos para mirar por la ventana ignorándolos. Estaba deseando poder levantarse de esa horrible silla para salir de ese país aunque fuera a rastras.


Una enfermera le puso una bata que ella no conocía de seda verde. Volver a sentarse fue una auténtica tortura y el sufrimiento se reflejó en su cara. Ni protestó cuando Pedro empujó la silla fuera de la habitación sacándola del hospital, mientras su padre la seguía con su bolsa de aseo y los papeles con la medicación.


Al llegar al final del pasillo, una mujer de unos treinta años vestida de enfermera le sonrió y ella entrecerró los ojos porque parecía estar esperándola. Se detuvieron ante ella- Pau ella es Judy y será tu enfermera hasta que te recuperes.


-Hola- dijo intentando sonreír alargando la mano.


-Encantada de conocerla. La dejaré como nueva antes de que se dé cuenta.


-Lo dudo mucho- dijo ella dejándolos a todos atónitos.-lo que está roto nunca queda nuevo.


Judy asintió levantando la mirada hasta Pedro pero ella no se giró. Mientras ella caminaba ante ellos la observó de reojo. Era bonita. Tenía el pelo castaño liso hasta los hombros, recogido con unas horquillas en los laterales y su cuerpo era bonito. No dudaría que sería su sustituta en cuanto pasaran dos días. Eso sino lo era ya. Molesta por tener esos pensamientos miró al frente. Cuando salieron a la calle se sorprendió al ver una furgoneta para discapacitados. 


La subieron por una rampa y le aseguraron la silla.


Miró por la ventanilla apática mientras su padre la observaba preocupado.- ¿Sabes, cielo? Gwen te ha preparado una tarta de manzana. Están deseando verte.


-Es muy amable- respondió totalmente apática.


Pedro la miró por el espejo retrovisor y apretó los dedos alrededor del volante hasta dejar los nudillos blancos.-Había pensado en comprarte unos lienzos para que pintaras. Te encantaba pintar en el instituto y para entretenerte podrías volver…


-No te molestes, papá. –susurró sin dejar de mirar por la ventanilla.


Al ver que no tenía ganas de conversar nadie abrió la boca y cuando llegaron al aeropuerto la subieron al avión por otra rampa. Al entrar se dio cuenta de que era el mismo con el que Billy había ido a rescatarlos. Su enfermera se colocó a su lado y su padre al otro lado del pasillo vigilándola atentamente.


Pedro después de comprobarlo todo cerró la puerta –Enseguida llegaremos- dijo pasando a su lado.- ¿Estás bien?


Ella asintió sin mirarlo y él apretó los labios antes de ir hacia la cabina.


El avión tembló un poco al despegar y Paula palideció de dolor. Su enfermera se mordió el labio mirando a su padre que la observaba preocupado. Afortunadamente ascendieron y ya no sintió el movimiento. Pudo relajarse y miró a su enfermera.- ¿Lleva mucho tiempo trabajando en esto?


-Dos años- respondió con una sonrisa- Ahora trabajo para una clínica privada que fue donde me encontró el señor Alfonso. Es muy atento ¿verdad?


-Sí, mucho- dijo irónica dejándola de piedra- Es una de sus múltiples virtudes, ser atento y agradable.


Molesta volvió a quedarse callada mirándose las manos. 


Volvió la mano y frunció el ceño al ver la cicatriz que iba desde el centro de la palma hasta el monte de Venus. Suerte había tenido de no haber roto algún tendón. Esa era la primera de las cicatrices que le quedarían. Suspiró reteniendo las lágrimas y apretó los puños. Ni se dio cuenta de que estaban descendiendo hasta que tocaron tierra y Paula gritó por el dolor que le traspasó la rodilla. Pálida se aferró a los brazos de la silla mientras el avión frenaba. En cuanto se detuvieron Pedro salió de la cabina a toda prisa y se acercó a ella- ¿Pau?


-¡Estoy bien!- gritó totalmente pálida.


-Paula, por Dios- dijo su padre reprendiéndola con la mirada.


Frustrada porque no tenía ni el derecho al pataleo se echó a llorar.- ¡Joder!- Pedro se acuclilló ante ella y le intentó coger la mano. Ella se apartó de golpe sin dejar de llorar. No sabía que le pasaba pero no podía parar.


-Señor Alfonso, necesita un calmante. Está algo alterada.


-Pau. Enseguida llegamos, no te preocupes. – dijo él mirándola preocupado.-Estarás cómoda enseguida.


Se levantó y fue hasta la puerta donde pegó cuatro gritos. –Lo siento, cielo. No quería regañarte.-dijo su padre arrepentido.


Una rampa apareció ante el avión y ella se preguntó de dónde habría salido. Cuando llegó abajo guiada por Pedro, vio a Billy que se acercó de inmediato- ¿Cómo está, señorita?


-Llámame, Pau- dijo algo avergonzada por que la vieran con los ojos llorosos y con tan mal aspecto. –Estoy bien, gracias.


Alvaro se acercó con una camioneta y ella entrecerró los ojos. –Nena, tendremos que ponerte en la parte de atrás. No he podido conseguir otro transporte adaptado con tan poco tiempo.


Se dio cuenta de todas las molestias que se había tomado y se sintió culpable- No pasa nada.- susurró pensando que aquello iba a doler.


La subieron a la parte de atrás donde aseguraron la silla con correas para que no se moviera. Se iba a subir la enfermera detrás pero Pedro le dijo que se subiera delante que él iba con ella.


Cuando se subió con ella se acercó y se sentó frente a ella cogiendo las ruedas de la silla. –Vamos a ir muy despacio –le dijo mirándola a los ojos. Ella desvió la mirada apretándose las manos y él gritó- ¡Vamos Alvaro!


La camioneta empezó a moverse lentamente y a subir por el camino. Ella miró sus brazos que estaban totalmente en tensión y se fijó en la cicatriz del interior de su brazo que ya no tenía vendaje. La tenía sonrojada y le miró a los ojos sin querer- ¿Te duele?- preguntó él.


-No- susurró antes de desviar la mirada otra vez.


Pasaron por un bache lentamente pero ella se resintió llevándose las manos a la pierna sin querer. Al pasar por otro intentó disimular quedando pálida como una sábana y cuando al fin llegaron a la casa pensó que lo único que quería era morirse tranquila.


Al llegar a la casa, ni pudo saludar a las mujeres como hubiera querido porque la enfermera la llevó rápidamente a una habitación que no conocía y la tumbó en la cama con ayuda de Pedro. La sedó rápidamente y prácticamente se durmió enseguida rodeada de personas que la observaban con preocupación.





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