lunes, 27 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 10




—Esto me resulta familiar —murmuró Paula mientras abría la puerta por segunda vez aquella noche—. ¿Quién es? —preguntó desde el interior.


—¿Tú qué crees?


—Márchate. Ya he tenido bastantes Alfonso por hoy.


—Venga ya, déjame entrar y hablaremos como adultos, suponiendo que sea posible.


—¿A qué te refieres? —la puerta se abrió de golpe—. ¿Crees que no soy capaz de comportarme como un adulto?


Al menos seguía vestida, aunque el espectacular modelo le había hecho fantasear toda la noche con bajarle la cremallera.


Pedro ignoró las protestas de Paula y entró en la habitación, dirigiéndose al minibar.


—El comentario iba dirigido a ambos. Al parecer solo somos capaces de insultarnos y me gustaría superarlo.


—Y a mí me gustaría divorciarme —ella se paró a escasos centímetros de él.


—Pero te largaste de la fiesta cuando lo único que yo intentaba era acelerar ese divorcio.


Algo brilló en los ojos de Paula y Pedro tuvo que mirar dos veces. Nunca había visto a Paula llorar. 


Impulsivamente, la tomó en sus brazos.


Tras un instante de rigidez, ella se derritió contra él y le rodeó la cintura con los brazos, la cabeza apoyada en esa curva del cuello que parecía hecha para ella.


Pedro la apartó para mirarla de nuevo a los ojos, la única forma que conocía de analizar a la gente. Las lágrimas seguían allí, aunque también parecía haber recuperado cierta normalidad.


—No pretendo fingir que se me dan bien las relaciones y, además, ni siquiera mantenemos una. Pero es evidente que estoy fastidiando algo. ¿Podrías darme una pista?


Paula suspiró y se soltó del abrazo, dejando en su lugar mucho frío.


—Ese es el problema, Pedro. No estás haciendo nada mal. Así es como eres, y debo admitir que estoy profundamente desilusionada.


—Un momento —a Pedro le zumbaban los oídos—. ¿Estás desilusionada por cómo soy?


—El hombre que conocí en Las Vegas no era tan frío y calculador. Era apasionado y abierto.


—También estaba perdido y confundido —añadió Pedro. Y sometido al poder seductor de Paula—. Me gusta pensar que me ayudaste a llegar donde estoy ahora.


—Genial —ella puso los ojos en blanco y se sirvió una copa—. De modo que soy la responsable de que te hayas convertido en un zombi. ¿Quieres saber qué me dijo Valeria? Quiere que me quede a trabajar fuera de horario en un proyecto especial con ella.


—Eso es fantástico. Perfecto —Pedro se sintió exultante—. Si juegas bien tus cartas, puede que empiece a confiar en ti. Así le sacarás más información sobre sus planes.


—¡No es perfecto! —Paula le golpeó el pecho con un dedo—. ¿Sabes por qué me lo pidió? Me quiere cerca porque no se fía de mí. Vengo de Houston y tengo un pasado en el diseño de vestidos de novia. Quiso saber por qué había venido a entrometerme en la moda de Nueva York.


Pedro hizo una mueca. Debería haber preparado una historia convincente. Demasiado tarde.


—¿Y qué le dijiste? —quizás Valeria había averiguado lo de su relación con Paula…


—Le dije lo que quería oír. No quería fastidiar una oportunidad para ayudarte. Esa es mi meta ¿no?


—Desde luego. Muchas gracias —Pedro no entendía por qué Paula parecía tan alterada.


—Vaya, Pedro—ella murmuró un juramento—. Veo que no lo entiendes. Estaba escuchando lo que ella me decía y solo podía pensar en lo mucho que os parecéis. Fríos y calculadores. Solo os interesa pisotear al otro. Y los dos estáis encantados de utilizarme.


—Yo no te estoy utilizando —protestó él. No se parecía a su hermana. Él se aprovechaba de la situación, no de Paula—. Tenemos un trato, y tú también vas a obtener algo. Ni siquiera utilizaría el divorcio si tú no hubieses registrado los papeles.


De repente, Pedro se sintió como un canalla. No le gustaba la idea de haber defraudado a Paula.


Los chicos buenos no salían victoriosos de una fusión hostil, ni le birlaban el puesto de director general a su hermana.


—Ya estás otra vez —ella lo miró indignada—. El matrimonio no fue culpa mía. Tú también estabas ahí, delante de Elvis. No te arrastré hasta el altar. Y si no recuerdo mal, fue idea tuya.


—Sí, lo admito —él dio un paso atrás, alejándose de ella, de la verdad—. Cometí un error.


—Ya te digo —Paula continuó con el asalto de sensualidad—. Fue un momento tórrido. Puedes fingir que esto —agitó una mano en el aire—, era lo que buscabas, pero yo te conozco. Conozco al hombre que se esconde tras la fachada de director general. Ese hombre no tiene problemas para admitir su pasión. Es dueño de ella. Ese es el hombre con el que me he pasado soñando dos años.


—¿En serio? —hechizado, Pedro la miró a los ojos—. ¿Y qué soñabas?


No era lo que había pretendido preguntar. Demasiado tarde, ya lo había soltado.


—Con tu boca —ella le acarició los labios con un dedo—. Tus abdominales.. El modo en que suspiras después de llegar. El modo en que mis dedos se hundían en tus cabellos.


—Creía que no querías complicar esto con sexo —Pedro no estaba dispuesto a dejarse llevar.


—Difícil que pueda complicarse más —ella sonrió traviesa—. Y eso lo dije antes de que me persiguieras hasta la habitación. ¿Estás seguro de saber lo que quieres?


—Sí —él sabía que debería cerrar la boca—. Sé exactamente lo que quiero.


—Yo también. Quiero a ese hombre —murmuró Paula—. Por dentro y por fuera. Quiero saber que no fue todo una mentira, que no he confundido los recuerdos. Te quiero dentro de mí.


El evidente deseo en su voz y en sus caricias encontraron un deseo parejo en Pedro. Un deseo que no había sido consciente de sentir y que aguardaba ser desenterrado por ella. Y en ese instante quiso darle lo que le pedía, ser de nuevo el Pedro de Las Vegas.


¿Tan malo sería disfrutar unas horas con Paula antes de regresar al mundo real?


Sí, lo sería. Porque él ya no era ese hombre. Aquel no había sido el verdadero Pedro Alfonso. Solo la combinación de confusión, y Paula podría haberlo empujado a actuar de un modo tan poco propio de él, y tan parecido a su padre.


Si cedía, no habría regreso al mundo real. Y ella se aprovecharía de su debilidad. Su visión de futuro para Empresas Alfonso no incluía a Paula. Sería injusto hacerle creer que podía ser el hombre que ella parecía desear.


—Aquello fue mentira —le explicó—. No te acuerdas bien. Jamás recuperaremos Las Vegas.


Pedro casi se atragantó con las palabras y, de inmediato, deseó haber dicho otra cosa. Porque no había sido mentira y Paula lo recordaba todo claramente.


Y lo peor era que él deseaba lo mismo que ella. Quería deleitarse con una mujer que le hacía sentir, olvidar. Lejos de las feas batallas por los despojos de Empresas Alfonso.


—Nos vemos —Paula asintió, bloqueando el dolor que intentaba reflejarse en su mirada—. No me llames. Ya te llamo yo.





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