sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 4




Pedro soltó una carcajada y, a desgana, soltó a la sirena que acababa de besar. Había acudido a la habitación de hotel para retorcerle el cuello, pero ella le había cambiado el ánimo.


Lo cual no significaba que fueran a retomar su alocada aventura, no cuando había tanto en juego.


—Eso depende de a qué te refieras.


Paula frunció los labios y él decidió poner un poco más de distancia entre ellos. Esa mujer era aún más peligrosa de lo que se había imaginado y se negaba a seguir los pasos de su padre. Pablo había abandonado a Bettina por una mujer más joven y sexy, sin importarle las consecuencias para la empresa o la familia. Al parecer, la sangre Alfonso buscaba pasión, pero no tenía por qué ser su destino.


Tenía muy claro cómo recolocar de nuevo las piezas de su vida y ninguna mujer iba a impedírselo. Él era más fuerte que su padre.


Mientras se dejaba caer en uno de los mullidos sillones, Paula sacó dos cervezas de la nevera del minibar y le pasó una.


—No quisiera llevarte la contraria, Pedro. Comprendo que estés alterado, pero no vengas aquí con tu ultimátum y esperes que acepte sin más. Vamos a hacerlo de otro modo.


—¿Y eso cómo es? —Pedro se aflojó la corbata y bebió un trago largo de cerveza.


Ella se acurrucó en otro sillón tras quitarse los tacones.


—Habla conmigo. Cuéntame qué quieres a cambio del divorcio. Puede que acceda a concedértelo. Por los viejos tiempos.


Como si tuvieran un pasado.


Lo cierto era que lo tenían. El que solo hubiese durado un fin de semana no le restaba ninguna importancia.


—¿Y si lo que quiero realmente es seguir casado?


No era verdad, pero después de ver cómo todos sus planes se fastidiaban en una tarde, estaba de pésimo humor. Un beso no bastaba para superar el destrozo ocasionado por esa mujer. Además, el divorcio lo inquietaba. ¿Por qué era tan importante para ella? A muchas mujeres les resultaría muy cómodo estar casadas con alguien perteneciente a una familia como la suya.


Claro que Paula era única en su especie.


Su sincera sonrisa le afectaba en la todavía acalorada parte inferior del cuerpo. Ninguna mujer lo había excitado con una simple sonrisa. Salvo, al parecer, su esposa.


—Tú quieres seguir casado tanto como yo —insistió Paula—. El que me estés amenazando significa que hay algo que necesitas desesperadamente. ¿Qué es?


Pedro no pudo disimular una sonrisa. Lo más atractivo de Paula siempre había sido su cerebro. Jamás habría regresado de Las Vegas con una idea clara de cómo sanar su maltrecha alma de no haber sido por ella.


—¿Recuerdas por qué estaba en Las Vegas?


—Lo recuerdo todo. Tus padres se habían divorciado y dividido la empresa Alfonso. Estabas hecho polvo —ella movió las cejas—. Al menos lo estabas hasta que yo te distraje.


—Me cuidaste bien —los recuerdos también permanecían vivos en su mente—. Y viceversa.


—Desde luego —Paula cerró los ojos un instante—. Fueron los mejores diecinueve orgasmos de mi vida.


—¿Los contaste?


—Cielo —ella le dedicó una ardiente mirada—, tengo cada uno de ellos grabado en mi zona íntima.


—Sé a qué te refieres —Pedro se rindió a los recuerdos.


Él también tenía la experiencia grabada en su alma. 


Paula había sacado su lado salvaje, uno que ni siquiera sabía que existiera. O quizás solo existía con ella.


—¿Tienes algún motivo para sacarlo a relucir? —preguntó ella.


Él sacudió la cabeza para aclararse la mente y carraspeó.


Era evidente que necesitaba una ducha fría. No podía permitir que el poder que esa mujer ejercía sobre él interfiriera en el resultado final.


—He pasado dos años ejecutando el plan con el que regresé de Las Vegas: unificar Al Couture y Alfonso House bajo Empresas Alfonso y asumir el puesto de director ejecutivo. ¿Quién mejor que yo para dirigir la empresa?


—Sí —Paula asintió—. Lo llevas escrito.


—Meiling formaba parte de ese plan —era la clase de esposa que necesitaba un director ejecutivo, no la alocada diosa del sexo que tenía sentada enfrente—. Pero ahora tengo que poner en práctica un plan B.


—Y ahí intervengo yo.


—No quiero utilizar el divorcio como trampolín —él asintió.


—Pero lo harás.


—Es mi legado —tenía que explicarle todos los detalles—. Tendré que improvisar para arreglar la grieta abierta en la empresa familiar. Tú rellenarás el hueco que ha dejado Meiling y yo firmaré los papeles.


Paula era una bala perdida, pero también era muy inteligente y, sobre todo, quería algo de él.


—¿Por qué no los firmas ahora y en agradecimiento yo te ofrezco mi ayuda?


—¿Por qué tienes tanta prisa en divorciarte de un tipo con el que ni siquiera sabías que estabas casada hasta hace una semana? —Pedro inclinó la cabeza.


La risita nerviosa de Paula le despertó un excesivo calor a Pedro.


Y no respondió a su pregunta. Debería firmar esos papeles para que regresara a Houston. Pero no podía, ni quería analizar por qué le resultaba tan fundamental recibir su ayuda.


Si Valeria desistía en su empeño de ser director ejecutivo, no le haría falta montar todo ese numerito. Pero Valeria era una Alfonso y eso la convertía en un peligroso enemigo. Jamás se le ocurriría subestimar el carácter vengativo o la mente estratégica de su hermana, pero solo cedería el puesto de director ejecutivo una vez muerto. Paula era su arma secreta.


—Esto funciona en ambas direcciones —él agitó una mano en el aire—. Cuéntame por qué es tan importante este divorcio.


—Tú tienes un sueño, y yo también —Paula eligió cuidadosamente las palabras—. Me han aconsejado que para perseguir el mío antes debo tener todo en regla. No tengo ningún interés en estar casada. Ni contigo ni con nadie. Firma los papeles y todos ganaremos.


—Cuéntame cuál es ese sueño, Paula —la curiosidad de Pedro crecía por momentos.


—¿Por qué? —preguntó ella con desconfianza.


—Mi boca estuvo entre tus piernas, eso me da cierto derecho a saber qué hay también entre tus dos orejas.


—Tú ganas —ella sonrió lánguidamente—. Pero solo porque me ha gustado tu observación —abrió dos nuevas botellas de cerveza y se sentó.


—¿Intentas emborracharme para aprovecharte de mí?


—Cariño —Paula bufó—. Para eso no necesito alcohol. 


Desgraciadamente, tenía razón.


—De acuerdo, he hecho una gran observación. Cuéntamelo todo.


—Voy a comprarle a mi hermana una parte del negocio de diseño de vestidos de novia.


—Pues yo diría que estar casada supondría una ventaja en esa clase de trabajo.


—Así no —ella sacudió la cabeza—. No puedo contarle a mi familia que me emborraché en Las Vegas y terminé casada con un desconocido. Jamás volverían a tomarme en serio.


—Haces que suene vulgar —Pedro sonrió—. ¿No podrías contarles que nos enamoramos?


—¡Por favor! Ni siquiera eres capaz de decirlo sin reírte, ni yo tampoco. Para empezar, se preguntarán por qué no hemos tenido ningún contacto en dos años.


—Ahora que lo mencionas. ¿Alguna vez sentiste curiosidad por encontrarme?


Durante el vuelo de regreso, Pedro había acariciado brevemente la idea de buscarla, pero luego la había desechado. Además, nadie podía estar unido a Paula durante mucho tiempo. No era la clase de mujer con la que uno sentaba la cabeza. Era demasiado exuberante, demasiado absorbente, demasiado… todo.


—Jamás —Paula bebió otro trago de cerveza, pero él vio claramente la expresión de culpa en sus ojos—. Acordamos separarnos en Las Vegas. El Pacto de Adultos no incluía permanecer casados. Pretendía demostrar que éramos capaces de tomar decisiones adultas. ¿Por qué tantas evasivas sobre el divorcio? No tiene sentido.


—Sí lo tiene. Casarse tenía su valor. Permanecer casados, sus ventajas.


—Será para ti. Yo aún tengo que descubrirlas.


—Para poder reunificar Empresas Alfonso —había llegado la hora de sincerarse— necesito presentar un plan estratégico ante el comité ejecutivo de Al Couture y de Alfonso House Fashion. El padre de mi exnovia posee el mayor imperio textil de Asia y nuestro matrimonio habría consolidado su asociación con Al Couture, rebajando espectacularmente los costes de producción. Alfonso House se beneficiaría de esta asociación, y de mi liderazgo en la empresa.


Paula no podría llenar el vacío, pero lograría que la situación se volviera ventajosa.


—Mi hermana, Valeria —continuó él—, dirige la parte de marketing de Alfonso House, y la idea era que renunciara a su trabajo allí para aceptar un puesto en Al, forzando así a mi padre, actual director ejecutivo de Alfonso, a aceptar la fusión para que la empresa no se hunda.


—Muy brillante —la mirada de Paula reflejaba sincera admiración—. Siento que un fin de semana en Las Vegas lo haya fastidiado todo.


Ese fin de semana le había ayudado a concebir el plan. Era el mismo fin de semana que había regresado para hundirlo.


—Pero ahora, Valeria quiere el puesto de director ejecutivo —Pedro ya sabía cómo podía ayudarle Paula—. Necesito que alguien desconocido para ella sea mi espía en Alfonso House.


—¿Quieres que ejerza de espía en una casa de modas de Nueva York? —el rostro de Paula se iluminó, aunque enseguida se contuvo—. ¿A cambio del divorcio? No me parece un trato justo.


—¿En serio? —Pedro apuró la cerveza—. ¿Y cuál sería ese trato justo?


—Tienes que incluirme en nómina.


¿Eso era todo?


—Claro. No será ningún problema, aunque deberás estar en la nómina de Alfonso para que nadie sospeche. ¿Algo más?


—El matrimonio debe permanecer en secreto, ahora y después del divorcio


—No tengo especial interés en que nadie lo sepa.


Si Valeria lo descubría, lo utilizaría en su favor.


—Pues hace un rato no me lo pareció —ella lo miró con desconfianza—. Estabas dispuesto a explicarle a tu familia lo enamorados que estábamos.


—Bromeaba. Puede que el amor mueva el mundo, pero destroza los negocios. La única razón para casarse con alguien es por los beneficios que te pueda reportar.


—El matrimonio es tu arma. Qué romántico —ella puso los ojos en blanco—. Qué suerte tengo.


—El matrimonio es una herramienta —le corrigió él—. El romanticismo es para los perdedores que no saben cómo llevarse a una mujer a la cama. Yo no tengo ese problema.


—Te sorprendería saber qué cosas me resultan románticas.


—Solo serás mi esposa sobre el papel. Este es un trato estrictamente platónico, Paula. Lo digo en serio.


—Ya lo veremos —ella volvió a poner los ojos en blanco.


—Entonces, ¿tenemos un acuerdo?


—Te ayudaré a cambio del divorcio, pero solo durante unas semanas. Quiero veinte de los grandes, no un mísero sueldo. Y pagarás la factura del hotel.


—Bienvenida a Alfonso —Pedro le estrechó la mano.


—Encantada —sin soltarle la mano, Paula lo atrajo hacia sí—. ¿Qué tiene que hacer una chica para que el jefe de operaciones la invite a cenar?



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