Pedro siguió besándola. El deseo mutuo era tan fuerte, que ambos se rindieron a los sentidos, pero no fue algo salvaje como en la posada sino un encuentro más pausado.
Aquella vez, no había vergüenzas ni arrepentimientos.
Paula nunca había dejado de querer a Pedro y estaba empezando a darse cuenta de que, quizás, él a ella tampoco.
Sentía el rápido latir de su corazón. Le metió las manos por la camiseta y le acarició la espalda haciéndolo estremecer.
-Te deseo -dijo Pedro mordiéndole el cuello-. Creo que nunca he dejado de desearte.
-Yo también te deseo -confesó Paula besándole la barbilla-. Mucho.
Pedro la tomó de las nalgas y la apretó contra su cuerpo. Sus bocas volvieron a encontrarse y durante unos minutos se concentraron única y exclusivamente el uno en el otro, sin importarles que la señora Edwards pudiera aparecer en cualquier momento para hacer el desayuno.
Paula cerró los ojos y sintió las manos de Pedro desabrochándole los vaqueros.
-¿Sabes cuánto te quiero? -sonrió.
Paula abrió los ojos, lo miró encantada y, justo en ese momento, vio por el rabillo del ojo qúe la puerta de la cocina se estaba abriendo.
-¿Con quién hablas, papá? -dijo Emilia entrando en pijama.
Al ver a su madre, corrió hacia ella.
-¡Mamá, mamá! ¡Has vuelto! -gritó mientras Paula la abrazaba.
-Hola, cariño -le dijo.
-¿Dónde has estado? -le reprochó-. Te hemos echado mucho de menos, ¿verdad, papá?
-¿Eh? Sí, claro -contestó Pedro resignado-. No te puedes imaginar cuánto.
-Me hago una idea -bromeó Paula mirándole la bragueta.
Pedro fue hacia ella y le pasó el brazo por los hombros.
Luego, miró a Emilia e hizo lo mismo con ella.
-Mis dos amores -murmuró satisfecho-.¿Queréis que nos vayamos a desayunar fuera? Me parece que estaría bien para celebrarlo,¿no, Emi? Mamá ha vuelto y, a partir de ahora, vamos a ser una familia.
-¿De verdad? ¿Es verdad, mamá? ¿Papá se va a quedar a vivir con nosotras? -dijo la niña emocionada.
-Eso parece -contestó Paula mirando a Pedro-. ¿Estás contenta?
-Por supuesto. ¡Estoy encantada! -contestó Emilia extasiada-. Oh, mamá, ¿por qué has estado fuera tanto tiempo?
-Porque necesitaba tiempo para perdonarme -contestó Pedro cargándose la culpa-. Todo esto no tenía nada que ver contigo, Emi. Era algo entre tu madre y yo.
-¿Y ahora todo está bien?
-Sí, todo está bien -contestó Pedro abrazando a Paula-. Ya lo entenderás cuando seas mayor. A veces, los hombres somos unos completos idiotas.
-¿Cómo el señor Mallory?
-Exacto, como el señor Mallory -contestó Pedro-, pero ese ya no va a volver por aquí, ¿verdad, Emi?
-¿Qué le dijo a mi madre? -preguntó Paula preocupada.
-No le gustó cómo lo trataste y la amenazó con contarte todo. Tu madre no podía permitirlo.
-¿Por eso me lo contó ella? -preguntó Paula con amargura.
-No la juzgues con demasiada dureza, Pau -dijo Pedro-. Es mayor y está enferma. Se ha pasado la vida aferrada a un montón de ladrillos. Aunque sabe que nos ha destrozado la vida durante años por algo que, en el fondo, no merecía la pena, jamás lo admitirá.
Paula suspiró.
-Supongo que tengo que subir a saludarla.
-Le va a hacer ilusión verte -le aseguró Pedro.
-¿Te crees que le importo?
-Sí, le importas, pero no le digas que te lo he dicho yo.
-¿Dónde has estado, mamá? -preguntó Emilia sintiendo que los mayores la dejaban de lado.
-Ya te lo contará durante el desayuno -contestó Pedro-. ¿Por qué no vas a cambiarte? No creo que en McDonalds estén equipados para hacer fiestas de pijama.
-¡McDonalds! ¡Yupi! -exclamó Emilia encantada saliendo de la cocina.
-No he terminado contigo -dijo Pedro al quedarse de nuevo a solas con su mujer-. Cuando volvamos de desayunar, ya me encargaré de celebrar tu regreso a mi manera.
-Promesas, promesas -bromeó Paula saliendo de la cocina también.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario