domingo, 22 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 7





Paula. —El tono de desaprobación de mi madre llamó mi atención.


Golpeó una uña lacada de rojo contra la mesa—. Pareces un
desastre. Espero que tu noche de fiesta con tus amigos valiera la pena.


Enderecé el vestido de verano alrededor de mis rodillas, y me removí en el asiento. Aunque mis recuerdos de la noche anterior eran algo brumosos, una lenta sonrisa cruzó mis labios. Fue todo lo que un vigésimo primer cumpleaños se suponía que sea. Y esta mañana, tenía una resaca infernal para probarlo.


Buscó en su bolso y me ofreció una polvera. —Necesitas un poco de corrector. —Lo único que mi madre criticaba más que mis malos modales era mi aspecto, y aunque la aplicación de maquillaje en público habría normalmente ganado un suspiro de exasperación, al parecer, las cosas estaban lo suficientemente terribles que la intervención inmediata era justificada. Eso y supongo que estando escondida en la alta cabina de un oscuro restaurante no
era exactamente en público.


Tomé su polvera y la abrí, inspeccionando mi apariencia. 


Había círculos oscuros bajo mis ojos, y mi cabello colgaba alrededor de mi cara, ya que no había tenido tiempo esta mañana para secarlo. Lo retorcí en un suelto moño bajo y lo aseguré con unas cuantas horquillas sacadas desde el fondo de mi bolso. Entonces arrastré algo de corrector debajo de mis ojos hasta que estuve satisfecha que era lo mejor que podía hacer.


—Eso está mejor —dijo mi madre, alargando la mano para recuperar la polvera.


Estábamos esperando a que mi padre llegase, y hasta el momento estaba retrasado unos siete minutos. Estaba segura de que obtendría un regaño por eso más tarde. Mi madre eligió el restaurante, un restaurante de carnes de alta calidad. Nunca fui una gran consumidora de carne, pero ella y mi papá estaban en una dieta alta en proteínas. Escudriñé el menú por algo que no me diera ganas de vomitar. Me decidí por una ensalada César con camarones a la parrilla.


Mi padre llegó, deslizándose en la cabina al lado de mi madre y ofreciéndole un casto beso en la mejilla a modo de disculpa. —Lo siento, llego tarde. La reunión de negocios se alargó —Se inclinó sobre la mesa y le dio a mi mano un apretón.


Asentí con la cabeza. —Está bien, papi.


Sabía que mi papá tenía un trabajo estresante. Era socio de una empresa de contabilidad y trabajaba duro para darnos a mi madre y a mí todo y algo más. No puedo estar enojada con él por llegar unos minutos tarde a un almuerzo en el que yo no quería estar tampoco.


Mi estómago aún estaba revuelto de anoche, y mordisqueé el pan y tomé un sorbo de mi agua mientras mis padres discutían las mejoras que habían planeado para nuestra casa de vacaciones en Aspen. Mi mente vagó a los acontecimientos de la noche anterior. Oh, está bien, directamente a Pedro. Esta mañana mientras estaba bajo el chorro de vapor caliente de la ducha, fregando su dirección de mi antebrazo, no pude dejar de recordar su sonrisa sexy y desafiante.


En serio, ¿quién diablos organiza una reunión para perder su virginidad?


No era como si fuera realmente a llevar a cabo lo de tener sexo con una estrella porno, y un completo extraño sin más. 


Dios, ¿era una locura o qué? Realmente necesitaba mantener a Martina con una correa apretada. Todo esto fue obra suya. Cuando recordé la mirada que me dio cuando le confesé que era virgen, me estremecí. Incluso Ivan saltó diciendo que estaría feliz de hacerme una mujer. Lástima que no había ninguna atracción allí. Era un buen tipo, y yo sabía que haría cualquier cosa por mí, ¿pero eso? No, gracias. Sería como besar a mi hermano. Asqueroso.


La mirada en el rostro de Pedro al escuchar a Ivan avanzar era pura ira, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, ellos estaban llenos de algo más...


¿Anhelo? No, no podía pensar en la posibilidad del deseo en la expresión de Pedro. Eso me había estremecido por una razón completamente diferente.


Pero lo que quedó grabado más profundamente en mi memoria fue la mirada de suficiencia en su rostro, la certeza de que yo no iba a tener las agallas para buscarlo hoy.


Eso, junto con las miradas de desaprobación de mi madre y las indirectas no tan sutiles sobre salir con Guillermo Wyndham III fueron suficientes para convencerme. A pesar de que había borrado todo rastro de su escritura de mi piel, recordaba la dirección. 715 Evergreen Terrace.


No es que yo en realidad fuera a ir. Dios, ¿puedes imaginarlo? Lo siento, mamá y papá, tengo que cortar este horrendo almuerzo para ir a encontrarme con una estrella porno para así poder perder mi virginidad. ¡Ja! Me atraganté con mi agua por lo absurdo.


Los pocos bocados de alimentos sólidos en mi estómago y múltiples vasos de agua helada me habían regresado a mi antiguo yo. Iría a Pedro, pero sólo para recriminarlo. ¿Quién demonios se creía que era? Ofreciendo sus servicios como si fuera una inconveniencia total para él, ¿pero aun así acordando tomar mi virginidad? Me estremecí. Estaba a punto de conseguir un regaño.


Mis padres insistieron sobre el postre, ya que era mi cumpleaños después de todo, así me obligué a comer varios bocados de pastel de queso antes de despedirme de mis padres. Una vez que se fueron, me dirigí al baño en el interior del restaurante y escaneé mi aspecto en el espejo de cuerpo entero.


Ajusté las correas del ceñido vestido veraniego color crema y alisé la tela sobre mis caderas. Todo sobre mi aspecto, desde el brillo coral en mis labios a mi pedicura francesa en mis pies envueltos en sandalias de diseñador doradas aseguraba que Pedro entendería que yo estaba fuera de su liga. Satisfecha, me veía tan bien como podía con una resaca, enderecé mis hombros y agarré mi bolso. Esto no tenía nada que ver con ver a Pedro una vez más, y todo que ver con dejar que él vea lo que nunca tendría.


Cuando me detuve delante de 715 Evergreen Terrace, pensé que tenía que haber algún tipo de error. Probablemente me había dado una dirección falsa, ya que dudaba de que Pedro, la caliente estrella porno viviera en este suburbano barrio de clase media.


Puse mi coche en el aparcamiento y apagué el motor. La casa en sí era pequeña, pero limpia y ordenada, su revestimiento blanco recién pintado. Una hilera de setos recortados bordeaba el pequeño patio.


Una camioneta negra estaba estacionada en la entrada, pero aparte de eso, no se sabía si había alguien en casa. Revisé mi aspecto en el espejo retrovisor por última vez, respiré hondo y dejé la seguridad de mi coche antes de que me acobardara completamente.


No llegué muy lejos. Un autobús escolar se detuvo en la esquina, dejando salir un pequeño ejército de niños. Los ruidosos niños se esparcieron en diferentes direcciones, desfilando a sus casas por las calles y aceras, pero mi atención fue capturada momentáneamente por una niña de ojos brillantes, más pequeña que el resto, que cojeaba su camino más allá de mí con la ayuda de un pequeño andador. 


Me echó un vistazo curioso, pero continuó, sus ojos brillando
con determinación.


—¡Pedro! —Llamó, tratando de hacer que sus piernas la llevaran en dirección de la casa, donde Pedro apareció en el jardín delantero. Cruzó los últimos metros que los separaban y la levantó fácilmente desde el suelo, el andador momentáneamente dejado de lado.


—¿Cómo estuvo la escuela, nena? —Plantó un beso en sus rizos rubios antes de bajarla al suelo.


—Estuvo bien. Coloreé un dibujo de una mariposa para ti hoy.


—¿Sí? Eso suena muy bonito. ¿Está en tu mochila?


Asintió, sus rizos rebotando mientras lo hacía. La mochila rosa era casi tan grande como ella. Pensé que tal vez tomaría el bolso de sus hombros, o la ayudaría a subir la rampa que conducía al pórtico, pero simplemente la miró orgullosamente mientras su pequeña figura lentamente arrastraba los pies hacia arriba, empujando el andador delante de ella con cada paso.


La pequeña niña atrapó la completa atención de Pedro y todavía ni siquiera me había notado.


—¿Pedro? —Mi voz sonaba temblorosa e irregular, incluso a mis propios oídos.


Se dio la vuelta y me miró, todavía esperando por el coche junto a la acera. —¿Paula? —La confusión se grabó en su rostro, arrugando su frente.


Mierda. Así que no debí haber venido. Todo mi anterior veneno sobre recriminarlo se evaporó al observarlo con la niña.


Vi como conectó los puntos en su cabeza, y la expresión de sorpresa en su rostro desapareció, una lenta sonrisa curvando sus labios. —Así que realmente quieres llegar hasta el final, ¿verdad?


Y el veneno volvió. Caminé por el patio, deteniéndome justo frente a él, y pinché mi dedo en su pecho. —No estoy aquí para tener sexo contigo, canalla. No creías que me iba a presentar, así que sólo vine aquí para probarte que estabas equivocado.


La puerta principal se abrió y la niña se asomó. —¿Pedro? —Su voz estaba llena de preguntas y sus ojos se agrandaron al verme tan cerca de Pedro.


Dejé caer mi mano de su pecho y retrocedí. Era difícil estar enojada con él cuando una niña tan dulce, obviamente, le adoraba.


—Está bien, Lily. Vuelve a la casa. Voy estaré ayudándote con tus estiramientos en sólo un minuto.


Se rascó el vientre y suspiró. —¿Puedes hacerme mantequilla de maní y jalea?


Él se rió entre dientes. —Claro que lo haré. Ve a encender tus caricaturas por un minuto.


—¡Está bien! —gritó alegremente, cerrando la puerta detrás de ella mientras desaparecía en el interior.


—¿Es... tuya?


Se pasó una mano por el pelo y dejó escapar un suspiro de frustración. — Lily es mi hermana, pero tengo la custodia completa. La tengo desde que ella tenía tres años.


—Oh. —¿Criaba a su hermana pequeña? Di un paso atrás con el peso de esta nueva información. El fuerte vínculo entre ellos era innegable—. ¿Es escoliosis? —Le pregunté en voz baja.


—Espina bífida —dijo, con los ojos muy lejos.


—Oh —dije de nuevo. Sabía que era una enfermedad infantil paralizante que deja la columna vertebral torcida y con frecuencia afecta las piernas, pero no mucho más—. Lo siento.


—Podemos manejarlo —espetó él.


—Pude ver eso. Mira, lo siento. ¿Por qué no nos olvidamos de que alguna vez vine aquí? —Quería dar otro paso atrás, para desaparecer por completo, pero me quedé donde estaba, luchando contra el impulso de correr.


—¿Por qué has venido aquí? —Su mirada se despertó con curiosidad, el desafío en su voz inconfundible.


Sus ojos barrieron a través de mi piel, y envió breves escalofríos deslizándose por mi espalda. Me maldije por llevar este maldito vestido de verano y por la cantidad de piel que estaba mostrando. Mis pechos apretados contra la fina tela de algodón, recordándome que este vestido no tenía cabida para un sujetador y dejaba mucho a la vista. Odiaba cómo su mera presencia me dejaba fuera de balance y tambaleándome.


—Por lo menos una pequeña parte de ti sentía curiosidad. No habrías aparecido de lo contrario. —Tocó mi hombro, su pulgar rozando a lo largo de la piel expuesta junto a la tira de mi vestido.


Mis ojos se cerraron brevemente en la intensidad de su caricia, e inútilmente abrí y cerré mi boca, incapaz de responder. Diablos, sí, tenía curiosidad. Tenía curiosidad por cómo se sentiría su mandíbula cubierta de rastrojo contra mi piel y cómo se sentiría su boca cubriendo la mía.


Dejó caer la mano, aparentemente inconsciente del efecto derrite-bragas que estaba teniendo en mí. —Sólo para que sepas, no intentaba de avergonzarte, o aprovecharme de ti. Intenté de conservar algo de tu dignidad. Tu única amiga estaba prácticamente subastándote, y tu otro amigo estaba listo para sacar su polla y tomarte justo allí. Deberías agradecérmelo.


¿Agradecerle? Sí, claro. Pero supongo que lo había puesto en una situación incómoda, también. —Bueno, sólo vine aquí a decirte que no importa. Que no estaba interesada.


—¿En serio? ¿Es por eso que condujiste todo el camino hasta aquí? — Una de sus cejas se arqueó con incredulidad.


Mis mejillas enrojecieron. Supuse que la curiosidad tenía más que un poco que ver con esto... Bueno, eso, y yo habría hecho cualquier cosa para escapar de los planes de compras por la tarde de mi madre para nosotras.


—Los dos sabemos que hay mucho más que eso. Una pequeña parte de ti quiere esto, pero puedo ser paciente. Tengo todo el tiempo del mundo.


Estaba en lo cierto en que yo lo quería, pero no estaba dispuesta a decirle eso. Su arrogancia comenzaba a ponerme de los nervios. —Supéralo. Hará frío en el infierno cuando venga pidiéndote por sexo.


Se rió de mi repentino arrebato, el sonido completo y gutural. 


—Lo que tú digas, pastelito. —Miró hacia la casa donde sabía que su hermana lo estaba esperando.


Oírlo hablar acerca de ayudarla con sus estiramientos envió mi mente de vuelta a la escuela de enfermería, y traté de recordar lo que sabía acerca de problemas con la columna vertebral. —¿Va a terapia física?


—Ya no más. No podía permitirme el lujo de pagarlas, así que una terapeuta me enseñó los ejercicios que podía hacer con ella en casa.


—Oh. —Me pareció tonto decir eso cada vez que me encontraba pérdida sin palabras. En los últimos minutos se había transformado de un ultra-sexy, malo-para-mi estrella porno a un amoroso y cuidadoso ser humano. Estaba claro que quería a su hermana y se preocupaba por su estado. No sabía qué hacer con esta nueva información—. Me tengo que ir. Además, tienes que hacer un emparedado de mantequilla de maní y jalea. —Mantuve mi rostro impasible, tratando de no dejarlo ver lo confusa que me sentía.


—Sí, está bien. —Metió las manos en los bolsillos, los antebrazos flexionándose con el movimiento, una sonrisa satisfecha en sus labios.


Giré y me dirigí a mi coche, su risa erizando mi piel por lo que supuse que era la última vez. 


Qué equivocada estaba.





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