viernes, 6 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 9




Paula y él llevaban horas hablando de entrevistas y vestuario. Habían profundizado en los detalles de su pasado en los que debían centrarse y los que debían evitar. Paula le había reprendido por enfrentarse a los fotógrafos cuando se ponían pesados.


Pedro lo había hecho en una ocasión, pero no estaba seguro de poder prometer nada al respecto.


Admiró a Paula mientras ella consultaba el reloj por tercera o cuarta vez. Estaba especialmente bella bajo la débil luz del día, con un brillo rosado en las mejillas que le hacía juego con el de la boca.


–¿Tienes que estar en algún otro sitio, Suero de Leche?


–Si vas a llamarme así, al menos enciende la televisión para que podamos ver el baloncesto. Está jugando mi equipo –Paula sonrió.


–Sí, por supuesto –Pedro agarró el mando y encendió la televisión–. Pero espera, la NBA no empieza hasta junio.


–Estoy hablando del equipo universitario –ella sacudió la cabeza y le miró con aquellos ojos azules tan mágicos.


–Tus deseos son órdenes para mí – Pedro buscó entre los canales hasta que encontró el partido–. A mí me gusta más
la NBA que la liga universitaria, pero estoy dispuesto a ver cualquier cosa.


Paula se acercó al extremo del asiento y observó con atención la pantalla.


–La liga universitaria es mucho mejor que la profesional –no apartó los ojos de la televisión–. No puedo soportar un partido con un puñado de millonarios dando vueltas sin jugar a la defensiva.


–Eso suena a la mayoría de las fiestas a las que yo voy.


–Apuesto a que sí.


La intención de Pedro había sido hacerla reír, pero al parecer aquel era un asunto serio para Paula.


–¿Tienes cerveza? –le volvió a mirar y sonrió con expresión beatífica–. Si perdemos me muero.


Pedro se levantó del sofá.


–Marchando una cerveza –entró en la cocina, sacó dos cervezas de la nevera, agarró una bolsa de patatas de la despensa y volvió al salón.


–Gracias –Paula alzó la vista para mirarle y sus dedos se tocaron cuando agarró la botella. Tenía los ojos abiertos
de par en par. Se podría pasar la vida observando sus profundidades.


Ella le hizo un gesto para que se apartara y estiró el cuello.


–¿Puedes quitarte? No veo.


Pedro obedeció y se acomodó a su lado, dejando una distancia prudencial y deseando que pudieran sentarse cadera con cadera. ¿Cómo sería volver a pasar una noche con Paula, tenerla acurrucada, besarla, deslizarle los dedos por la mandíbula?


Cuando Paula cruzó por aquella puerta veintidós horas atrás, no estaba muy seguro de qué esperaba exactamente, aunque sí sabía lo que quería que sucediera. Quería escucharla confesar que dejarle en medio de la noche era la decisión más estúpida y precipitada que había tomado en su vida, que esperaba que Pedro la perdonara, que quería una segunda oportunidad.


No se había acercado ni por asomo a ello. Siendo imparcial, entendía sus razones aunque le resultaran decepcionantes. 


Así que en lugar de disfrutar de otro apasionado encuentro
sexual, se tenía que limitar a ver el baloncesto y tomar cerveza con ella, una mujer inteligente y sexy. Podría haber sido peor.


Tal vez Paula esperara que él viera también el partido, pero no podía dejar pasar la oportunidad de observarla. Se parecía mucho a la primera vez que la vio en la fiesta del Park Hotel. Se fijó en ella porque estaba hablando con uno de sus mayores rivales en los negocios. Su risa musical llenaba el abarrotado espacio, elevándose por encima de las conversaciones, y le despertó la curiosidad. Mientras escuchaba áridas charlas sobre inversiones y empresas,
Pedro hizo un esfuerzo por mantener los ojos apartados de ella. Todo su ser cobraba vida cuando hablaba. Era un faro en medio de un mar de aburrimiento.


Noventa minutos más tarde, tras la montaña rusa de emociones de Paula entre el júbilo y la rabia por el partido,
su equipo iba perdiendo por un punto y quedaban solo doce segundos. Dejó clara su resignación durante la pausa
comercial.


–Tendría que haber imaginado que era demasiado bueno para ser verdad –se giró hacia él con expresión vulnerable.


Pedro le costó trabajo lidiar con la decepción de su tono de voz. Si Paula fuera suya, no dudaría en estrecharla entre sus brazos. Qué diablos, incluso habría pagado al árbitro para que ganara su equipo y ella fuera feliz.


–Nunca se sabe. Hay tiempo de sobra para hacer un buen lanzamiento.


–Sí, claro. Eso no va a pasar.


Volvió el partido. Uno de los jugadores del equipo de Paula estaba esperando para lanzar la pelota.


Paula se levantó del sofá de un salto.


–No puedo mirar –se balanceó sobre los talones y sacudió las manos como si se le hubieran quedado dormidas.


Pedro no tuvo más remedio que admirar el atractivo de su trasero.


Deseaba volver a acariciárselo.


–¡Lánzala! –gritó ella.


El jugador tiró desde la línea de tres puntos… y encestó.


Paula empezó a dar saltos con los ojos como platos.


–¡Ha encestado! –se lanzó a los brazos de Pedro y lo devolvió al sofá–. ¡Oh, Dios mío, Pedro, hemos ganado! –
afirmó sin aliento–. Tenías razón.


Él la rodeó instintivamente con los brazos y aspiró el dulce aroma de su pelo.


–Sí, eso parece. Es maravilloso – aunque no tan maravilloso como aquello.


–Lo siento –Paula se apartó unos centímetros y sacudió la cabeza–. No habíamos ganado un campeonato desde que yo era niña.


–No lo sientas. Esto es lo mejor que me ha pasado en toda la semana –Pedro le deslizó los dedos por la espina dorsal
mientras Paula se inclinaba sobre él.


Los dos estaban todavía sentados, pero inclinados.


–No tendría que haberte abrazado. Ha sido poco profesional.


–Creí que nos habíamos dado un respiro del tema profesional.


Ella le miró a los ojos.


–¿No vas a soltarme?


–Tú me estás sujetando también a mí.


Paula puso los ojos en blanco.


–Estoy tratando de mantenerme recta.


Pedro escuchó cada palabra que dijo, pero sus labios resultaban demasiado tentadores.


–Pues deja de estar tan recta.


Antes de que Paula supiera qué estaba pasando, Pedro la besó. Y ella le correspondió como una tonta.









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