jueves, 5 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 5





Pedro agarró las asas de la cacerola con un trapo de cocina y vació el contenido en un colador. Luego vertió la pasta en la sartén con la salsa y la removió con garbo. El hombre más brillante del mundo de los negocios de los últimos tiempos, el hombre que le había dado la mejor noche de pasión de su vida, estaba cocinando para ella.


Pedro dividió la pasta en dos cuencos y puso queso parmesano rallado por encima. Dejó uno de los cuencos delante de ella y le volvió a llenar la copa de vino antes de hacer lo mismo con la suya.


–Salud –dijo sentándose a su lado y entrechocando las copas.


–Gracias. Esto tiene un aspecto increíble –comió un poco y luego se limpió la boca con la servilleta–. Está delicioso. Bueno, ahora que hemos arreglado las cosas, ¿te parece bien que empecemos a trabajar mañana? Necesitamos enterrar el escándalo de la princesa juerguista.


–¿No podemos sencillamente ignorarlo? Si nos ponemos a la defensiva, ¿no estaremos alimentando el fuego?


–Si tuviéramos un año o más, eso podría funcionar. Pero con la enfermedad de tu padre, no contamos con ese tiempo. Siento decirlo así.


Pedro dejó escapar un suspiro y puso el tenedor en la mesa. Paula sintió lástima por él. No podía ni imaginar por lo que estaría pasando al encontrarse a punto de ascender al puesto con el que soñaba desde niño debido al cáncer terminal de su padre.


–Sí. Me lo contó en secreto. Creo que necesitaba que entendiera lo urgente que es esto. Es crucial que la junta de directores te vea bajo una mejor luz y así aprueben tu candidatura a la presidencia. El escándalo tiene que ser un recuerdo distante cuando se anuncie formalmente la sucesión en la gala de la empresa. Y para eso solo faltan unas semanas.


–La junta de directores. Buena suerte Pedro sacudió la cabeza. En aquel momento le sonó el móvil–. Lo siento, tengo que contestar.


Pedro se levantó del asiento y se acercó a la zona del salón. Paula agradeció el descanso. Aunque él cooperara, la presión de cambiar la percepción de la gente en el plazo de un mes resultaba monumental. No estaba muy segura de poder conseguirlo, pero tenía que hacerlo.


–Lo siento –dijo Pedro colgando–. Problemas con el lanzamiento de la nueva aplicación.


–No te disculpes, lo entiendo – Paula se puso de pie y llevó el plato al fregadero. Lo enjuagó antes de meterlo en el lavaplatos–. Tú termina de cenar. Yo voy a buscar mi maleta y a descansar un poco. Si me dices dónde está la habitación de invitados…


–Llámame anticuado, pero creo que ninguna mujer debería salir a la lluvia a buscar una maleta. Yo lo haré –alzó un dedo al ver que ella iba a protestar–. Insisto.


Paula vio desde el umbral cómo salía al viento y a la lluvia sin chaqueta.


Cuando volvió a entrar tenía el pelo y la camisa empapados.


–Tu habitación está arriba. La segunda puerta a la derecha.


Pedro fue tras ellas mientras subía por la enorme escalera.


–¿Esta? –preguntó Paula asomando la cabeza dentro.


Pedro pasó por delante de ella y encendió la luz, iluminando un dormitorio equipado con una preciosa cama de matrimonio, chimenea de piedra y su propia zona de estar.


–Espero que estés a gusto aquí – Pedro entró y puso la maleta sobre un soporte al lado de una preciosa cómoda.


–Es perfecto –Paula se giró para mirarle, su presencia física ejercía sobre ella una influencia injustificada.
Su cerebro no tenía muy claro cómo reaccionar a su amabilidad, pero su cuerpo sabía perfectamente lo que pensaba. Volvió a sentir un aleteo en el pecho–. Gracias por todo. Por la habitación. Por subirme la maleta.


–Siento decepcionarte, pero no soy el sinvergüenza que el mundo cree que soy –pasó por delante de ella y se detuvo en el umbral.


Paula no estaba muy segura de cómo era Pedro, de dónde estaba realmente la verdad. Tal vez lo averiguara aquel fin de semana. O tal vez nunca.


–Eso está bien. Eso hará que sea mucho más sencillo mostrarle al mundo la mejor parte de Pedro.


Una sonrisa pícara le cruzó el rostro a Pedro.


–Me has visto desnudo, así que sabes perfectamente cuál es mi mejor parte.


Paula sintió que le ardían las mejillas.


–Buenas noches –dijo Pedro dándose la vuelta para marcharse.



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