jueves, 12 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 28





Paula contuvo el aliento cuando Pedro bajó la cabeza y la besó. La sensación de su boca sobre la suya resultaba arrebatadora. No cabía duda de que la deseaba. Y ella necesitaba tenerlo cerca, ansiaba su calor. Se arqueó contra él y unió la lengua a la suya.


Semanas de contención la habían llevado al límite. Quería saborear cada caricia, y al mismo tiempo todo iba demasiado despacio. Le desabrochó con frenesí la camisa.


–Verte cambiarte esta noche ha sido una tortura –le deslizó los dedos por el plano vientre y los abdominales hasta llegar a los hombros y dejarle caer la camisa al suelo–. Solo quería tocarte.


–Estar cerca de ti es una tortura. La mitad del tiempo no puedo pensar con claridad.


Pedro la estrechó entre sus brazos y la sostuvo con fuerza. 


Paula disfrutó del calor que salía de su piel desnuda.


Estaba exactamente donde quería estar.


Sintió una oleada de alivio y de deseo en el vientre. Por fin iba a tener lo que deseaba, lo que había pasado todo el año pasado anhelando: a Pedro.


La besó en el cuello y le bajó la cremallera del vestido, deslizándoselo por los hombros. Paula lo dejó caer al suelo y empezó a desabrocharle el cinturón.


Pedro la detuvo con las manos. –Aquí no –murmuró jadeando–. Quiero tenerte en mi habitación. He esperado mucho tiempo para hacerte el amor. Quiero que sea perfecto.


La tomó de la mano y la guio a través del salón por un pasillo hasta llegar a su dormitorio.


–Mucho mejor –murmuró tomándola de la cintura con las dos manos y tumbándola sobre la cama–. Necesito mirarte –la pálida luz de la luna se filtraba por la ventana, arrojando un brillo sobre ellos. Pedro le deslizó la mirada por el cuerpo–. Eres preciosa.


Paula tampoco podía apartar los ojos de él. La cincelada barbilla, el pecho definido. Quería recorrerle entero con las manos y quería sentirlo en su interior.


–Basta de mirar, Alfonso. Te necesito ahora –Paula se acercó al extremo de la cama, se sentó y le quitó el cinturón y los pantalones.


Estaba duro como una roca, sobre todo en la parte que tenía justo delante.


Le bajó los boxer por las caderas y le rodeó la virilidad con los dedos.


Pedro cerró los ojos y gimió, agarrándola de los hombros y
 tumbándola otra vez sobre la cama. Se tumbó a su lado y le desabrochó el sujetador. Se introdujo un pecho en la boca y le succionó suavemente el pezón mientras le deslizaba las braguitas por las caderas. A Paula se le puso la piel de gallina al presentir lo que iba a suceder. Nada se interponía entre ellos.


Tenían las piernas entrelazadas y las caderas unidas. Los besos se iban haciendo más rápidos y apasionados.


–Déjame ponerme un preservativo – dijo Pedro sin aliento abriendo el cajón de la mesilla.


–Yo te lo pongo –Paula quería disfrutar de todas las oportunidades que tuviera para tocarlo.


Pedro se lo pasó.


–¿Te he dicho ya que eres perfecta?


–No –Paula se colocó a horcajadas sobre él, disfrutando de su expresión de placer mientras se ocupaba del asunto–.
Así que dímelo.


Pedro se rio entre dientes.


–Creí que habíamos quedado en que te lo iba a demostrar –Pedro la atrajo hacia sí y la besó como si quisiera recuperar el tiempo que habían perdido–. Necesito sentirme lo más
cerca posible de ti.


Paula alzó las caderas y metió la mano entre las piernas, ocupándose de él con la mano, guiándole hacia el interior. 


En aquel instante los dos contuvieron el aliento, Pedro la llenó mientras ella se hundía en él y su cuerpo lo rodeaba. Cuando ambos respiraron ya eran uno, y no tenían suficiente el uno del otro.


Los besos llegaron al máximo de pasión mientras se movían hacia delante y hacia atrás en ritmo perfecto. El placer se apoderó de Paula. El modo en que Pedro movía las caderas fue acrecentando la presión a un ritmo que su cuerpo trataba de seguir. Supo que el éxtasis llegaría con total intensidad.


Había esperado mucho para este momento y por fin estaba sucediendo.


Pedro prendió fuego a cada fibra de su ser, como hizo la primera vez, solo que en esta ocasión era mucho mejor porque ahora lo conocía a un nivel más profundo. Tenían una historia en común.


Pedro la colocó de lado y le deslizó los dedos entre el pelo, besándola suavemente mientras la penetraba con largos y lentos embates. Ella le pasó una pierna por la cadera, acercándolo más a sí.


–Eres maravillosa –murmuró Pedro entre besos. Le deslizó los labios por la mandíbula y por el cuello, deteniéndose
en el seno, sosteniéndolo y apretándolo.


Lo lamió y lo succionó, llevándola hacia la cima.


Sus respiraciones se volvieron todavía más agitadas. 


Paula estaba al borde. La presa estaba a punto de
romperse. Pedro redobló sus esfuerzos hasta que ella echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar por las oleadas de gozo.


Pedro la siguió casi al instante, gritando mientras su cuerpo se paralizaba antes de estremecerse con su propio orgasmo. 


Estrechó a Paula entre sus brazos mientras recuperaban el
aliento. La besó en la frente con dulzura una y otra vez.


¿Aquello era real? ¿Se trataba de un sueño? Paula se entregó al calor del cuerpo de Pedro y a la dulzura de sus inolvidables besos.


–Ha sido increíble –dijo Pedro.


–Espectacular –replicó ella besándole y deslizándole los dedos por el pelo revuelto.


–Tengo que decir una cosa para que no haya malentendidos.


A Paula le dio un vuelco al corazón.


–¿Sí?


–No vas a ir a ninguna parte. No quiero que te marches después de lo que hemos compartido. Necesito que te quedes a pasar la noche.


Paula volvió a sentirse feliz. Pedro quería que se quedara. 


Pero enseguida cayó en la cuenta de las implicaciones.


–¿Estás seguro de que es una buena idea? Podría haber fotógrafos en la puerta del edificio. No estaría bien que me vieran salir de aquí por la mañana.


–Entonces ya veremos qué hacemos. No voy a perderte de vista. Esta noche te quedas aquí. Conmigo. Toda la noche.
¿De acuerdo?


¿Cómo era aquel dicho de echarle toda la carne al asador? 


Ella ya había hecho lo que había jurado que nunca
haría y había valido la pena. Si algo salía mal, Pedro y ella lidiarían con la situación juntos. Por el momento se tenían el uno al otro y toda la noche por delante.


–Por supuesto que me quedaré. Toda la noche.






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