lunes, 9 de mayo de 2016
CENICIENTA: CAPITULO 20
La mayoría de los editores de revistas eran dados a cambios de última hora, y Fiona March, editora jefa de Metropolitan Style, no era una excepción. La aparición de Pedro en la portada de la revista semanal era uno de los objetivos de la campaña de Paula y su mayor logro. Así que cuando Fiona la llamó la noche anterior y le pidió que Julia estuviera presente en la entrevista de Pedro y en la sesión de fotos, Paula no tuvo elección. Además, Fiona había decidido hacer ella misma la entrevista, algo que solo hacía un par de veces al año.
Dejó escapar un suspiro y miró los números que había sobre la puerta del ascensor. Pensó en pulsar la alarma. La sirena retrasaría al menos su llegada al ático de Pedro y supondría una distracción. Pero no tuvo el valor de pulsar el botón rojo, y las puertas se abrieron al llegar al apartamento de Pedro.
Aquella era la primera vez que estaba allí desde la noche que pasaron juntos, y ya se le cruzaban imágenes por la mente. Para empeorar las cosas, su paseo por el camino de los recuerdos sería también su primer encuentro con el nuevo «interés amoroso» de Pedro, Julia.
La última vez que estuvo en su dormitorio estaba medio desnuda. Las manos de Pedro le recorrían todo el cuerpo mientras ella le desabrochaba frenéticamente la camisa y le bajaba la cremallera de los pantalones antes de tropezarse vergonzosamente con su pie.
Pedro la tomó en brazos y le murmuró al oído:
–Ya no tienes que andar más.
Un minuto más tarde tenía el pelo desparramado por la cama y Pedro le estaba cubriendo el cuerpo de besos hasta el vientre. El mero hecho de pensar en ello le provocaba oleadas de calor placentero, y a continuación un vacío.
Aquella noche le había necesitado desesperadamente. Igual que la noche de la montaña. ¿Por qué provocaba aquella respuesta en él?
Un fotógrafo del Metropolitan Style estaba ocupado captando el salón abierto de techos altos, suelo de madera oscura y muebles de cuero marrón.
También había ahora más toques femeninos: una manta de cachemir, velas decorativas y objetos de arte en la mesita auxiliar, todo añadido por un decorador contratado por Paula y por lo que Pedro había protestado.
Aunque no le hacía ninguna ilusión conocer a Julia, necesitaba estar allí para asegurarse de que la entrevista fuera perfecta. Necesitaba hacerle señas a Pedro si tomaba el camino incorrecto en sus respuestas. Escudriñó la sala y vio a Pedro apoyado en un taburete alto de madera en una esquina con Moro a su lado.
Paula se acercó a toda prisa y admiró la camisa azul helado que le había convencido que se pusiera. No era lavanda, pero al menos los tiros iban por ahí. Estaba absurdamente guapo vestido en tonos claros, aunque la expresión de su rostro era de angustia.
–Se puede sonreír, ¿sabes? –dijo ella.
El maquillador que estaba trabajando con Pedro miró a Paula.
–Terminaré con él en un minuto. Creo que no lo está disfrutando.
–Solo quiero terminar con esto – murmuró Pedro mientras le ponían corrector en la comisura de los labios–. He recibido una docena de correos importantes en los últimos cinco
minutos. Esto es lo último que me gustaría estar haciendo en estos momentos.
–Le he obligado a dejar el móvil – comentó el maquillador–. Estaba arrugando la frente, y así no puedo trabajar.
Paula escuchó una voz de mujer vagamente familiar a su espalda.
–Yo creo que están tan guapo como siempre.
Paula se dio la vuelta y se encontró cara a cara con la pesadilla más impresionantemente bella que había visto en su vida.
–Tú debes de ser Paula. Yo soy Julia –le tendió la mano y le dirigió una sonrisa que había visto docenas de veces en las revistas. El cabello castaño y largo le caía por los hombros y tenía un maquillaje mínimo. Y luego estaba la ropa que llevaba.
Julia soltó una carcajada. Sus impresionantes ojos rojos se abrieron de par en par por la sorpresa.
–Oh, Dios mío, llevamos el mismo vestido. ¿Neiman Marcus?
Si Paula hubiera podido hacer algo en aquel momento, habría aprovechado la oportunidad de pulsar la alarma del
ascensor.
–Vaya. Oh. Sí.
–Qué casualidad –Julia se puso el pelo detrás de la oreja. La voz de Julia tenía un tono dulce que hacía sentir cómodo a todo el mundo al instante.
Pero Paula se negaba a estar cómoda. Estaba demasiado ocupada sintiendo la mirada de Pedro en ellas.
–Date la vuelta para que pueda mirarte –Julia hizo un círculo con el dedo en el aire.
A Paula se le cayó el alma a los pies cuando vio la expresión de Pedro.
Aquello se parecía demasiado a las cosas que su padre solía obligarla a hacer: girar con un vestido bonito para que lo vieran los vecinos, estar guapa para la gente. Las hermanas de Paula siempre estaban más guapas que ella, igual que Julia en lo que se refería a mostrar las sublimes líneas del vestido de lana negra.
–Te lo prometo, no te estás perdiendo nada –Paula rezó para dejar de ser el centro de atención. Sobre todo porque estaba al lado de una mujer con un cuatro por ciento de grasa corporal y sin un solo centímetro de más.
–Te voy a decir una cosa, llenas la falda mucho mejor que yo –Julia se apoyó en el respaldo del sofá de cuero de Pedro.
–Está fantástica, ¿verdad, Jules? – intervino Pedro.
–Perfecta –Julia cruzó sus kilométricas piernas.
Paula estaba algo confundida. Tal vez fuera fácil ser generosa en cumplidos cuando siempre se era la mujer más bella de la sala fuera donde fuera.
El ascensor del apartamento de Pedro se abrió y Fiona March hizo su entrada con su cabello corto y negro. Llevaba un bolso grande de diseño y una botella enorme de agua.
–Paula, me alegro de que ya estés aquí. Siento llegar tarde.
Paula se acercó a toda prisa a ella.
Fiona era uno de sus contactos más importantes.
–Tú nunca llegas tarde. Has llegado justo a tiempo.
–Eres un encanto –respondió Fiona–. Pero mientes fatal.
Paula se rio y guio a Fiona a través de la sala.
–Déjame presentarte a Pedro y a Julia.
Los tres intercambiaron saludos, pero Pedro parecía distante, como si hubiera algo que le molestara. Paula se lo llevó a un aparte mientras el cámara ajustaba la luz para las fotos.
–¿Te encuentras bien? –le preguntó alzando la vista pero intentando no mirarle a los ojos.
Pedro esbozó una media sonrisa pícara.
–Cuando quieres eres un encanto.
–Solo quiero asegurarme de que estás preparado. Eres mi cliente y necesito que estés bien.
–Ah, así que eso es lo que te preocupa. Si tu cliente va a hacer bien la actuación de hoy.
–No exactamente. Me preocupa de verdad –Paula le señaló la frente–. El maquillador tenía razón. Se te forma una arruga en la frente cuando piensas demasiado –le tomó del codo–. Si necesitas más tiempo dímelo, ¿de acuerdo? No quiero que te veas atrapado en una situación incómoda
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Ayyyyyyyy, qué intrigada me tiene esta historia.
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