lunes, 9 de mayo de 2016
CENICIENTA: CAPITULO 19
Después de la cena, Pedro siguió a su padre a su despacho agitando su copa de bourbon. Desde que a su padre le diagnosticaron cáncer, había dejado el alcohol. Roberto ocupó su lugar tras el enorme escritorio de caoba que había sido herencia de su abuelo.
–Dime cómo van las cosas con Julia. Sé que no querías hablar de ello delante de tu madre, pero a tu viejo se lo puedes contar. Ahora estamos deseando ver tu foto en el periódico –se rio entre dientes–. Eso es una gran mejoría con respecto al mes pasado.
Pedro no estaba convencido de que las cosas hubieran mejorado para él, al menos personalmente. Desfilar por Manhattan con su novia falsa le hacía sentirse una marioneta humana, y eso no le gustaba. Se acomodó en una de las butacas de cuero frente al escritorio de su padre.
–Papá, ya te dije que esto no es real. Fue idea de la señorita Chaves, ¿recuerdas?
–Yo sé lo que vi en esas fotos. Sois felices juntos –Roberto recolocó unos sobres encima del escritorio–. A veces un hombre necesita abrir los ojos ante lo que tiene delante. Serías un idiota si dejaras escapar a una mujer como Julia.
Pedro solo pudo pensar en que la mujer que tenía delante era Paula. Y ella no quería tener nada con él.
–Julia es preciosa y famosa, Pedro. Es la clase de mujer que a tu madre y a mí nos gustaría ver contigo. Tú eres un hombre. Ella una mujer. No veo dónde está el problema.
«El problema es que no siento nada cuando estoy con ella». Pedro le dio un sorbo a su copa. Su padre estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería. Pedro no quería negarle nada a un moribundo, pero no podía mentir.
–Necesito que mamá y tú tengáis los pies bien puestos en la tierra. Entre Julia y yo no hay nada.
–Entonces déjame decirte algo. Me queda poco tiempo en este mundo, y lo único que quiero es que tu hermana, tu madre y tú estéis bien cuando me haya ido. Necesito saber que tendréis la vida que queréis. Eso significa un marido para tu hermana y una esposa para ti.
Eso significa una habitación llena de.... nietos en Navidad para tu madre –a su padre se le quebró la voz y se le resbaló
una lágrima por la mejilla.
Pedro aspiró con fuerza el aire. Solo había visto llorar a su padre una vez, el día que murió la abuela Alfonso. Pedro sabía que su padre tenía un corazón enorme aunque fuera exigente y estricto.
–No deberías preocuparte por nosotros. Vamos a estar bien. Y debes dejar de dar por hecho que no estarás aquí cuando pasen todas esas cosas, porque nunca se sabe.
–Solo quiero que sepas que vosotros tres sois lo más importante del mundo para mí. Sois en lo único que pienso cuando me levanto por la mañana.
–Papá, ya sabes que tenemos que hablar de Ana y de AlTel. Has herido sus sentimientos durante la cena, y no entiendo por qué te niegas a ver el trabajo tan increíble que haría.
–Yo no cuestiono sus habilidades. La puse al mando de la organización de la gala, ¿no?
–Ese no era el encargo que ella anhelaba.
–Es una chica lista, pero para hacer mi trabajo hay que ser a prueba de balas, y no estoy dispuesto a colocar a mi niña en esa posición. Mi trabajo es protegerla.
Pedro estaba empeñado en demostrar que su padre se equivocaba en aquel punto. Y no estaba motivado únicamente por razones egoístas. No se trataba solo de su falta de entusiasmo para dirigir AlTel. Su hermana había crecido a la sombra de Pedro, y él lo odiaba. Era tan inteligente como él, tal vez incluso más, rápida y creativa.
–Ana es tan fuerte como cualquier hombre. Tal vez más. Ella me ayudó mucho cuando me pusiste al mando durante tu operación y la primera tanda de tratamientos. No entiendo por qué no le das una oportunidad.
–Acabas de decirlo. Te ayudó. La veo en un papel subordinado. Tal vez como asistente de dirección o algo así. Tú estarás al frente, como siempre soñaste desde que eras pequeño.
Pedro no pudo callarse.
–¿Y si yo no quiero dirigir AlTel?
Su padre puso cara de terror.
–No dejes que los deseos de tu hermana nublen el asunto. Por supuesto que vas a dirigir AlTel. Ese ha sido el plan desde el día que naciste, y no voy a cambiarlo ahora. Fin de la discusión.
–Soy un hombre adulto, papá. Tengo mi propia empresa. Tú mejor que nadie deberías apreciar que quiera ver mi sueño hecho realidad. Quiero triunfar con mis propios planes.
Roberto le dio un puñetazo al escritorio.
–AlTel es el trabajo de toda mi vida, y la seguridad financiera de tu madre, y tú eres la persona en la que confío. Así que, te guste o no, necesito que aceptes el hecho de que naciste para hacer este trabajo. Punto.
Pedro se reclinó en la silla. ¿Cómo iba a discutir con su padre si se estaba enfrentando a la muerte? No podía.
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