martes, 31 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 37





La reacción de Paula ante esas cinco pequeñas palabras no era exactamente lo que yo esperaba. Sus ojos azules se quedaron bloqueados en los míos durante unos segundos antes de que se cerraran. Negó con la cabeza. —No lo digas sino lo dices en serio.


Ahuequé sus mejillas y abrió los ojos. —Quise decir cada palabra. Te amo —Una sonrisa floreció en sus labios y me incliné para besarla—. Si tengo que sacrificarme para darte todo lo que quieras, si tengo que cambiar lo que soy, lo que sea que tenga que hacer, dímelo. Está hecho. No puedo creer que pensé que podría vivir sin ti.


Bajó la mirada, un rubor rosado manchando sus mejillas. —Pedro — susurró en voz baja, agarrando puñados de las sábanas en sus pequeñas palmas.


—Yo era jodidamente desgraciado sin ti. Una ruina absoluta. Por favor, perdóname, pastelito.


Levantó la vista, pareciendo sacar algo de fuerza al escucharme arrastrarme, su sonrisa pícara volviendo a caer en su lugar. —Y te comprometerás sólo para mí. No más rodaje sin importar cuan difíciles se pongan las cosas.


—Te lo prometo —Besé el dorso de su mano, los nudillos, la muñeca.


—Y ni siquiera miraras a otra mujer cuando estamos juntos.


La miré a los ojos —No será necesario. Tengo a la chica más bella del mundo conmigo —Hacíamos nuestros propios votos el uno al otro y no importa lo extraño que pudieran parecer, eran perfectos para nosotros—. ¿Vas a estar bien conmigo sentado sobre mi culo los domingos por la tarde, viendo el partido y tomando una cerveza?


Se echó a reír, profundo y gutural. —Sólo si me dejas tener alitas de pollo.



Sonreí. —Hecho.


Se arrastró sobre mi regazo a horcajadas sobre mí y apoyó la cabeza en mi pecho. Era extraño cómo yo había llegado a pensar en esto como su sitio.


Trazó con la punta del dedo ligeramente sobre mi pecho, rozando contra el vello. —¿Irías a la tienda y me conseguirías tampones y helado de chocolate y revistas de chismes cuando los necesite?


—Maldita sea, nena, si puedo jugar a la tienda de Belleza Barbie con Lily, ¿no crees que puedo manejar eso?


Se echó a reír, su pecho rozando el mío mientras se reía. Mi cuerpo despertó a la vida, recordando que todavía estábamos en su mayoría desnudos.


Me volví y suavemente la deposité sobre la cama, acomodándome a mí mismo sobre ella. Lamí sus pezones, tirando de uno en mi boca, y mantuve los ojos fijos en los de ella. Me tomé mi tiempo, a fondo adorándola con mi boca y dedos hasta que ella estuviera empapada y me pidiera más. 


Dios, amaba a esta chica.


La acomodé sobre su espalda, las piernas abiertas para mí y me arrodillé entre sus rodillas. Me acerqué hacia adelante hasta que desaparecí en su interior. Mirar a mi polla deslizarse entre sus pliegues rosados era terriblemente caliente.


Mi único problema con esta posición, apoyado sobre mis rodillas de la manera que fuese, era que no podía besarla. Sin embargo, tenía la vista perfecta de su pequeño cuerpo caliente, por lo que lo usé en mi provecho. Después de
haberla puesto ante mí de esta manera, me permití acariciar sus pechos y sumergirme entre sus piernas para dar masajes a su clítoris. —Quiero que te vengas para mí, nena.


Gimió suavemente, sus ojos se cerraron en concentración. 


Pedro, lo quiero rápido.


—¿Estás segura, nena?


—Sí —Se quejó, encontrándose con mi mirada de nuevo.


Agarré sus rodillas y aumenté mi ritmo, hasta que estuve totalmente enterrado con cada embestida, mis bolas golpeando su culo.


Oh, joder, no iba a durar a este ritmo. Su calidez, su cuerpo, su pequeño coño apretado.... Ah, mierda. —Cariño, me voy a venir.


—Todavía no —susurró.


Tragué una maldición, y embestí más duro, rodeando su clítoris con mayor rapidez. Las gotas de sudor rodaban por mi espalda por el esfuerzo de aguantar mi orgasmo. —¿Nena?


—Todavía no —exclamó.


Agarré la base de mi eje, aprisionando mi orgasmo inminente y continué empujando. Mis bolas apretadas como el dolor físico de mantenerme me alcanzaron.


Sus gritos se hicieron más fuertes y sus caderas chocaban contra las mías.


Ella estaba cerca. Con una mano seguía jugando con su clítoris, usé mi otra para masajear un pecho, pellizcando y frotando sus pezones hinchados.


Sus caderas se dispararon fuera de la cama y su voz ronca gimiendo mi nombre me envió al borde. Embestí dos veces más y llegué a mi clímax, inclinándome sobre ella para susurrarle palabras cariñosas mientras me venía.


Hicimos el amor dos veces más y luego pedimos comida a domicilio, negándonos a salir de la cama, incluso mientras comíamos—sushi de todas las cosas. Paula había prometido que me gustaría, y, sorprendentemente, en realidad no estaba nada mal. Una vez que terminamos, nos quedamos en el centro de la cama, renuentes a dejar los brazos del otro.


—¿Cómo podría yo ser suficiente para ti, nena? Te mereces el mundo. Ni siquiera mis propios padres me quieren —le dije, trazando un solo dedo encima de su cadera desnuda. 


Me negé a su solicitud de vestirnos después de la última
vez que habíamos hecho el amor.


Se apoyó sobre un codo para mirarme. —Tus padres se perdieron a un hombre asombroso. Y con respecto a que tú no eres lo suficientemente bueno... —Sacudió la cabeza—. Piensa en el amor incondicional que tienes por Lily. Ella puede suponer un reto, y tú probablemente nunca imaginaste cuidar de una niña de seis años a tu edad, pero para ti, ella es perfecta.


Yo sabía que ella tenía razón. Recibiría una bala por Lily. Y sentía lo mismo por Paula.


—Tú podrías no ser la persona con la que alguna vez me imaginé, pero eres exactamente lo que necesito, alguien con quien puedo soltarme y ser yo misma. No algún idiota estirado usando traje que sólo está cortejándome con la esperanza de impresionar a mi padre y asegurarse su próximo ascenso.


—Es verdad. Ese no soy yo.


—Y me encanta eso de ti. Me encanta saber que te enfrentarías a mis padres o a cualquiera si se da el caso, para asegurarte de que yo sea feliz.


—Diablos, sí, lo haría.


Metí a Pau bajo mi brazo y la sostuve hasta que su respiración se volvió profunda y regular. Nunca había pasado una noche lejos de Lily, pero sabiendo que Sofia estaba durmiendo en mi casa, y que Lily estaba a salvo —y lo más importante, que tenía a Paula de vuelta— caí en un sueño fácil, sintiéndome más feliz y más completo que nunca.


DURO DE AMAR: CAPITULO 36





Pedro? ¿Qué estás haciendo aquí? —Di un paso hacia atrás, fuera de su alcance—. Llamé a Martina después de que te fuiste y pensé que era ella la que… quien venía. —Intenté fingir que estaba bien, pero era obvio que era un desastre. No quería darle esa clase de poder sobre mí.


—¿Puedo pasar?


Mi cerebro había aparentemente tomado un permiso para ausentarse, porque di un paso hacia atrás, permitiéndole entrar. Su olor a almizcle me inundó y no quería nada más que enterrar mi cara en su cuello e inhalar. No, Paula. No. 


Mierda, tal vez los tres tragos de vodka que había tomado en una rápida secuencia después de que se marchó no habían sido una muy buena idea. Mis manos ya temblaban y luchaba por permanecer erguida.


Me retiré a la cocina y bebí un trago más por si acaso, antes de que Pedro entrara a la cocina detrás de mí. Tapó la botella de vodka y la colocó de nuevo dentro del congelador.


—Suficiente —dijo rudamente, su aliento tibio rozando sobre mi nuca.


Me recosté contra la isla de la cocina, su presencia amenazadora me tenía cautiva. —¿Por qué has regresado?
—Había estado esperando sonar suspicaz, insensible, pero en su lugar mi voz traicionó mi desesperado y ebrio estado.
Maldita sea.


—¿Estás borracha? —Estiró el brazo y jugueteó con un rizo de mi cabello—. Estuve fuera sólo una hora. —Su nariz rozó mi mejilla, deteniéndose sólo por un momento.


Levanté mi barbilla y le sonreí con suficiencia. —Sin comentarios. — Pronto se daría cuenta del desastre que yo era, de todas formas. Verlo con Sara y pensar que él había seguido adelante… Dios, me había destrozado. Incluso descubrir que no era el padre del bebé no alivió mi mente. 


No era como si me estuviera pidiendo que volviera… ¿verdad? ¿Y qué le diría si lo hacía?


Necesitaba ser fuerte. Y en mi estado de embriaguez, con la deliciosa masculinidad de Pedro parado en mi cocina, iba a necesitar un maldito milagro.


Puse mis manos en mis caderas. —¿Por qué estás aquí, Pedro?


Su mirada chocó con la mía. —Por ti.


Mi garganta se apretó y agarré la encimera de apoyo. Pedro no dijo nada más y no hizo ningún movimiento hacia mí. Sólo continuó mirándome, sus ojos cada vez más oscuros con deseo. La anticipación envió a que mi corazón latiera erráticamente en mi pecho.


Seguramente él sabía que esto no era justo. Estaría más allá de injusto seducirme en estos momentos, cuando estaba vulnerable y necesitada por su contacto. Quería muchísimo más, pero incluso antes de que lo procesara, sabía que libre y voluntariamente le daría cualquier cosa que quisiera. 


Incluso sabiendo que mi corazón seguramente se resecaría y desintegraría de una vez por todas cuando me dejara esta vez.


Dio un paso más cerca, como tanteando el terreno y cuando no hice ningún movimiento para detenerlo, y de hecho incliné mi cuerpo hacia el suyo, cerró el resto de la distancia entre nosotros y me tiró contra él.


Me hundí en el alivio. Había extrañado esto. Los planos duros de su pecho, sus músculos presionando contra los míos en esa forma familiar. Lo había extrañado a él y en este momento, estaba lo suficientemente desesperada como para tomar cualquier cosa que pudiera conseguir. Mi corazón saltó a la acción, golpeando contra mis costillas y mi cerebro estaba en conflicto con mi cuerpo. ¿Podría manejar las consecuencias de otra noche con Pedro? Se inclinó hacia abajo y plantó un tierno beso sobre mi mandíbula, justo debajo del lóbulo de mi oreja.


Mi corazón decía no, mientras que mi cuerpo gritaba sí. Tal vez si específicamente e inteligentemente escogía esto, si yo estaba usándolo esta vez… La derrota no dolería demasiado. Endurecí mis nervios para tomar lo que necesitaba de él… una última vez. Necesitaba ser quien tuviera el control.


Capturé su boca en un beso devastador, separando sus labios con mi lengua y girando ansiosamente mi lengua con la suya.


Sus manos se levantaron para ahuecar mi mandíbula, inclinando mi cabeza para intensificar el beso. Mientras sus manos se enredaron mi cabello y acariciaban mi mejilla, no me permití sentir la ternura del momento y en su lugar, desabotoné sus pantalones y llevé mi mano adentro. Su pene se puso rígido bajo mi no-demasiado-amable asistencia y cuando estuvo completamente duro, me separé del beso y dejé caer mis rodillas en frente de él.


Pedro se rió entre dientes, bajando su mano para acariciar mi cabello, retirándolo suavemente de mi cara. —Demonios, nena, ¿tienes prisa?


Pero su risa murió en sus labios cuando mi boca llegó alrededor de su protuberante cabeza, tirando de él profundamente


—Oh, mierda.


Orgullo creció dentro de mí y puse cada pizca de energía que tenía en la actuación. Mi mente repetía las imágenes de sus videos e imite los movimientos que había visto—lamiendo sus bolas y chupando una de ellas en mi boca. Pedro se encogió y retrocedió.


—¿No te gusta? —pregunté, mirándolo con los ojos abiertos.
Sus ojos brillaron implacablemente hacia los míos. 


—Está… bien. — Parecía luchar por las palabras correctas. Acariciaba mi cabello apartándolo de mi rostro, mientras trataba de leer mi expresión—. Me gusta más que chupes mi
pene, eso es todo.


—Oh. Pero en tu último video… —me detuve, cerrando de un golpe mi boca.


Comprensión cruzó sus facciones y parecía que ambos recordábamos la forma en que se zafó de la boca de la chica y la dirigió a sus bolas. Recorrió su dedo a lo largo de mi mandíbula. —Eso era sólo para la cámara, nena. Era actuación. Mi pene es tuyo y había algo que no se sentía bien cuando ella me hacía eso. Mis últimos recuerdos eran de ti chupándome profundamente en tu garganta, y yo no quería los labios de nadie más alrededor de mí en ese momento. Sé que probablemente suena estúpido para ti, considerando… Pero es la verdad.


Tomé una profunda respiración. No importaba que me dijera en estos momentos, me recordé a mí misma. Él no podía hacer esto bien. Necesitaba ser fuerte. —Está bien. Lo entiendo. —Regresé a mi tarea, agarrándolo firmemente con ambas manos mientras acariciaba y mamaba al mismo tiempo, obligando a todos los pensamientos a apartarse de mi mente.


—Demonios, pastelito. —Sus rodillas temblaban y sus manos se abrieron paso en mi cabello, levantándolo de mi rostro y colocándolo en una cola de caballo detrás de mi cabeza.


Con una mano aún plantada en mi cabello, agarró su pene en su otra mano y lo sacó de mi boca. —No me quiero venir aun —dijo con los dientes apretados—. Deja que me encargue de ti.


Agarró mis brazos, poniéndome de pie y plantando una serie de dulces besos sobre mi boca.


—No. Te necesito dentro de mí. Ahora. —Leyó la insistencia en mis ojos.


—Está bien. —Tiró del dobladillo de mi vestido tejido hacia arriba y alcé mis brazos repentinamente parada frente a él en sólo mi sujetador y bragas.


Extendí los brazos para desabrochar mi sujetador, desechándolo y luego rápidamente me quité mis bragas. No estaba segura por qué, pero necesitaba ser quien tuviera el control. Sin molestarme en quitarle la camisa de Pedro, lo atraje hacia mí, mi espalda apoyada contra la encimera. Sus ojos tenían un rastro de duda, pero jalé sus labios a los míos. —Tómame.


Me levantó sobre la encimera y frotó los labios de mi sexo hinchado. — ¿Estás lo suficientemente mojada, cariño? No quiero lastimarte.


Necesitaba parar con esa mierda del chico bueno. Ambos sabíamos que no lo era. Este era exactamente el por qué mi corazón estaba en pedazos.


Descubriendo que ya estaba empapada —malditas hormonas— rodó un condón sacado de su billetera. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y clavé mis talones en su culo, instándolo hacia delante. Segundos después sentí su pene empujando en mi entrada. Sí, esto era lo que necesitaba, sólo para olvidar todo lo demás y perderme en las sensaciones. Una ola de deseo corrió a través de mi vientre.


Se movió lentamente hacia delante, deslizándose dentro de mí lentamente. Desgarrando lentamente.


Arqueé mi espalda, tumbada contra la fresca y dura encimera, y apreté mis ojos cerrados. —Más duro. Fóllame más duro.


Los movimientos de Pedro mejoraron, aunque sólo infinitesimalmente y las puntas de sus dedos rozaban mis tetas. —¿Paula, mírame?


Abrí un ojo. —Sólo hazlo, Pedro. No vas a romperme.


Sus manos se movieron a mis caderas y me jaló hacia delante contra su pelvis. Observé sus movimientos por un momento antes de dejar a mis ojos cerrados irse a la deriva otra vez. Moví mis caderas contra las suyas, a pesar de la combinación de dolor-placer agarrando mis entrañas por la plenitud. Dejé salir jadeos pesados, empujando las caderas hacia delante al tiempo para encontrar sus impulsos, lastimando su culo con mis uñas.


—Detente, Paula. Detente. Esto no es sexo venganza. —Apartándose de mi, su pene, tibio y empapado, descansó contra mi vientre—. ¿Qué estás haciendo? —Tomó mis hombros, sacudiéndolos amablemente hasta que encontré su mirada.


Me incorporé en la encimera, con los ojos llenos de lágrimas. 


¿Qué diablos hacía? Esta no era yo. No era una diosa de la habitación —o de la cocina, por así decirlo— era inexperta y torpe. Sólo hacía esto porque mis sentimientos por él me aterrorizaban. Lo amaba. Lo amaba tanto. Chupé mi labio inferior, rehusándome a llorar.


—No soy una estrella porno. Sé que no soy como una de las otras mujeres con la que has estado…


Soltó un suspiro de frustración y apretó los puños en sus costados. — ¿Eso es lo que pensaste que esto era? Que quería sexo rudo contigo… debido a mí pasado… —Tiró de sus calzoncillos y pantalones—. Mierda. —La palabrota
atravesó su pecho con un gruñido. Sus manos temblaban y la mirada en sus ojos era diferente a cualquier cosa que había visto alguna vez.


Solté un suspiro tembloroso.


Pedro me alzó de la encimera, fácilmente me levantó en sus brazos y me acunó contra su peso mientras salía de la cocina. Abrió de una patada la puerta de mi habitación y me soltó en el centro de la cama, donde aterricé con un ruido sordo.


Gateó hacia mí, inclinándose cerca de mi oído, su voz baja y mezclada con ira. —Si quieres que te folle duro, lo haré. Pero no porque creas que eso es lo que quiero. Te quiero a ti. Sólo a ti, Paula. Tus suaves curvas, tu falta de experiencia, tu apretado coño que sólo ha sido mío. Esa noche contigo, a pesar de que lo que pude haber dicho, hicimos el amor y fue el mejor sexo de mi vida. —Se sentó sobre sus talones, dándome una oportunidad de procesar sus palabras—. Y más que eso, no fue sólo sexo eso que compartimos esa noche. — Frotó sus manos sobre su cabello—. Cristo, pastelito. Estoy enamorado de ti.






DURO DE AMAR: CAPITULO 35





Los pequeños sollozos que todavía le sacudían el pecho me hicieron sentir como un completo idiota.Paula se había descompuesto con solo verme. Pero, ¿pensar que había embarazado a una de mis compañeras de reparto por encima de eso? Maldita sea, la había jodido de izquierda a derecha. Tenía que explicarle esto, para aclarar las cosas de una vez por todas.


Tomé su mano en la mía. —El novio de Sara es el padre. Sólo me encontré con ella porque quería mi opinión de cómo dejé el negocio del cine para adultos. A pesar del hecho de que está embarazada, Leandro sigue acosándola para que siga trabajando para él.


—Espera. —Apartó la mano de repente, su rostro arrugando—. ¿El bebé no es tuyo?


—No. No es mío. —Gracias a Dios, maldita sea. Sabía que no estaba dispuesto a traer un niño a este mundo. Tenía mis manos suficientemente llenas con Lily. Pero la idea de ver la barriga de Paula crecer con mi bebé... Bueno, eso era una historia diferente. Empujé el pensamiento.


—Oh. —Sus hombros se hundieron en alivio—. Y... ¿dejaste el negocio?


—Sí. Nunca tuve la intención de ser una estrella porno, Pau. Tenía miles de dólares en facturas médicas de Lily que no podía pagar. Tenía que hacer algo de dinero rápido. —Quería decirle que era mi plan desde el principio y si sólo hubiera dejado que le explicara esa mañana... pero me mordí la lengua. Ni siquiera intenté detenerla la mañana que se fue. Y lamenté cada maldito día desde entonces.


Cerró los ojos y exhaló un suspiro tembloroso. —Oh —dijo de nuevo.


Aunque sabía que no debía hacerlo, que no era de mi jodida
incumbencia, no pude sacar a ese idiota con el que había tenido una cita de mi cabeza. —Pau… —Me acerqué más a ella en el sofá, bajando mi voz—, ese tipo… Guillermo… ¿te ha tocado?



Sus ojos se abrieron de golpe y se encontraron con los míos. 


—¿Sabes lo que estás diciendo? —Un tenso silencio flotó en el aire que nos rodeaba—. Estamos saliendo, él y yo. No tú y yo. No tiene que importarte quien me toca.


Muy bien, entonces. Supongo que eso ya quedaba aclarado. 


La había jodido regiamente con ella. Pero el pensamiento de las manos de alguien más en ella me daban ganas de golpear algo. Fuerte. —Si sirve de algo, lo lamento por todo. Bueno, no todo. No me arrepiento de esa noche contigo —admití.


Su cuerpo se puso rígido. —Eres un idiota, ¿lo sabías? —Se puso de pie y se paseó por delante del sofá, pareciendo sacar fuerza de su ira, una ira que estaba dirigida a mí—. Si necesitabas dinero para Lily, todo lo que tenías que hacer era pedirlo.


—Fuera de la cuestión. —Sacudí mi cabeza. No tomaría limosna. Así de simple. Fue una promesa que me hice cuando tomé la custodia de Lily en vez de que terminara en cuidado de crianza. Tendría toda la responsabilidad por ella. Fin de la historia.


Paula giró hacia mí, con las manos en las caderas. —El hecho de que me pudieras haber traicionado de esa manera, al acostarte con otra mujer en lugar de poner tu ego de macho a un lado y pedir el dinero… —Se enjugó las lágrimas que se le habían escapado de las comisuras de sus ojos—. No puedo perdonar eso… no puedo superarlo. Lo siento.


—Yo también. —Me paré y le besé la frente, antes de desaparecer por la puerta principal.


¡Mierda! La maldición atravesó mi pecho mientras salía de su complejo.


Cerré mi mano contra el salpicadero, maldiciendo mientras aceleraba hacia casa.


Después conduje sin rumbo fijo hasta que conseguí mantener mi ritmo cardíaco bajo control, me sorprendí al ver que había pasado una hora. Estar con ella hoy, verla desmoronarse, sabía que no había forma en que pudiera alejarme y olvidarme de ella. Quería abrazarla, secar sus lágrimas, besar lejos sus sollozos. Pero ya no era mía. Y ese descubrimiento fue como un puñetazo en el estómago. A la mierda. 


No me rendiría tan fácilmente.


La sola la idea de volver a casa sin ella, de vuelta a mi vida vacía y despertar en una cama vacía cada mañana… No. No me conformaría. No esta vez. Quería verla subir a Lily en su cadera de nuevo, haciéndola reír como lo había hecho antes. 


Tal vez no era digno de su amor, pero era lo suficientemente
egoísta como para intentarlo.


Hice una rápida llamada telefónica, preguntándole a Sofía si no le importaría quedarse un poco más con Lily. Diablos, lo que iba a hacer podría tomar cinco minutos o toda la noche si fuera por mí. Le dije a Lily que la amaba y que escuchara a Sofía.


—¡Te quiero, Pedro! —Su pequeña voz sonó en mi oído.


—Yo también te quiero, nena. —La fe de Lily en mí me tranquilizó más, e hice una vuelta en U, ansioso por volver a Pau.


Llamé a la puerta de la que había huido hace poco más de una hora, pero esta vez, mis nervios crepitaban. Ella había dejado claro que ya no estaba interesada, pero las lágrimas me dijeron que había más que eso. Todavía sufría, así que tal vez todavía tenía una oportunidad.


—¡Vete, Martu! —La voz apagada de Paula llamó desde el interior—. El vodka no me arreglará esta vez.


Volví a llamar. —Es Pedro.


La puerta se abrió de golpe. —¿Pedro? —Se tambaleó sobre sus pies y extendí la mano para estabilizarla, agarrando sus brazos. No podía dejar de tocarla, a pesar de que prácticamente daba un respingo cada vez que lo hacía.


—Vaya. Ya te tengo. —Necesitaba arreglar esto, encontrar las palabras adecuadas para hacerla entender. Pero nunca había sido bueno en discursos románticos y dudaba que fuera a cambiar ahora. Sólo tenía que encontrar una manera, sin palabras, se lo mostraría.


El dulce aroma de su piel y sus ojos azules brumosos enviaron una racha de deseo hacia abajo en mi espina dorsal.


Joooder.