martes, 5 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 7




Paula se limpió las manos con un paño antes de conducir a Pedro hacia la sala de descanso en la parte trasera del restaurante.


—Tengo mis dudas sobre este asunto —le dijo mirando fijamente la enorme caja que tenía en sus manos.


—¿Qué es lo que te preocupa? Ya te lo dije, el tipo compró el vestido para alguien y luego no lo fue a retirar.


—¿Por qué motivo compraría un vestido y lo dejaría en la tienda?


Era impensable. Con solo mirarla, se notaba que estaba tremendamente ansiosa por abrir la caja. ¿Cuánto tiempo hacía que no se ponía un vestido elegante? ¡Mil años!


—No lo sé, tal vez su novia lo dejó.


—Entonces, ¿por qué no pidió que le devolvieran su dinero?


Pedro se encogió de hombros.


—Tal vez le dio vergüenza. Los ricos gastan el dinero como si creciese en los árboles. No tires piedras contra tu propio tejado.


Esos dichos que Pedro usaba todo el tiempo la hicieron sonreír. Debía de ser algo típico de Texas.


—¿Ni siquiera tienes curiosidad por saber qué hay en la caja?


¿Curiosidad? Por Dios, hasta le sudaban las manos. Pedro agitó la caja delante de ella y dijo con voz cantarina:
—Vamos, Paula…, abre la caja.


—Oh, dame eso.


Le quitó el paquete de las manos y lo puso sobre la mesa que estaba en medio de la sala. Tiró de la tapa hasta que se abrió. Entonces, se quedó sin aliento. Allí, sobre el delicado papel de seda dorado, había un hermoso vestido negro que debía de haber costado una fortuna.


—Oh…, Dios… mío… No puedo usarlo. Es demasiado.


Al tiempo que esas palabras salían de su boca, sus codiciosas manos tomaron el vestido. Lo levantó para verlo mejor.


La tela se deslizó entre sus dedos. Seda, pensó. Jamás había poseído o usado nada remotamente similar. El corazón se le agitaba en el pecho ante la idea de deslizarlo por encima de su cuerpo.


—Es hermoso, Pedro. ¿Por qué iba alguien a dejar esto en una tienda?


—¿Te gusta?


—¿Gustarme? Me fascina.


Pasó por delante de él para mirarse en el espejo grande que colgaba fuera del armario de los empleados. Se imaginó con el pelo recogido, o tal vez suelto…, un poco más de sombra en los párpados. No era un simple vestido negro y elegante, era el vestido negro y elegante que toda mujer quería, pero rara vez poseía. El vestido requeriría un sujetador sin tirantes, pero ella tenía uno de esos. Pero ¿en qué estaba pensando? No podía llevar un vestido que alguien había comprado para otra chica. ¿O sí? No podía dejar de sonreír ante su reflejo… con el vestido.


—¿Estás seguro de que no te meterás en problemas por esto?


Pedro apoyó un hombro contra el marco de la puerta y le ofreció una sonrisa sexy.


—Estoy seguro.


Como si hubiera una posibilidad de que dijera lo contrario… 


Lo miró a través del espejo y lo interrogó con la mirada.


—¿Has visto los zapatos? —dijo inclinando la cabeza hacia la caja.


Paula miró por encima de su hombro y vio dos zapatos de tacón con tiras y pequeñas piedras brillantes en los bordes, perfectos para el vestido.


—¿Son de mi número?


—Dijiste que eras un treinta y siete, ¿no?


—Sí.


Se acercó nuevamente hacia la caja y colocó el vestido en su interior, con delicadeza.


—No lo sé, Pedro. Estas cosas son muy caras. No me gustaría que descubrieran que las has tomado prestadas y te despidieran por mi culpa.


—No te preocupes, nadie se dará cuenta. Este vestido ha estado allí durante meses. Me sorprende que no esté lleno de polvo. Es una pena que haya estado guardado en una caja en lugar de que una mujer lo usara.


Paula frunció el ceño.


—Eres incorregible.


—Me han dicho cosas peores.


—Lo eres, de todos modos.


Pedro le ayudó a volver a poner la tapa a la caja.


—La fiesta es el sábado a partir de las ocho de la tarde. —Sacó un pedazo de papel de su bolsillo—. Aquí tienes la invitación.


Ella miró el papel que marcaba la hora, fecha y lugar estampados en relieve y una ramita de acebo en una esquina. Elegante.


Pamela, otra de las camareras del turno de la noche, asomó la cabeza por la puerta de la sala.


—Hay bastante trabajo que hacer ahí fuera —dijo.


—Me voy, así puedes volver a tu trabajo —dijo Pedro.


—Nos vemos el sábado.


—Siempre y cuando estés seguro de que no te meterás en problemas.


Pedro puso los ojos en blanco.


—Eso no ocurrirá. Lo prometo.


Paula puso la caja encima del armario y se volvió hacia la puerta.


—Eh, Pedro —lo llamó antes de que pudiera marcharse.


Se dio la vuelta y le ofreció su típica sonrisa, con hoyuelos y todo.


—¿Sí?


—Gracias.


—A las ocho —dijo guiñándole un ojo.


—Entendido.


Inclinó el ala de su sombrero a modo de saludo y se llevó su trasero enfundado en unos Levi’s hacia el otro lado de la puerta.


—¿Quién era? —preguntó Pamela.


—Un a-amigo.


—Claro. ¿Ahora los llaman así?


Paula se apartó de ella.


—Oh, déjalo. No empieces con eso tú también.


—Si está buscando hacer más amigos, dale mi número.


—Tú ya tienes novio —le recordó Paula.


—¡Ja! Exacto. —Pamela caminó alrededor de ella y murmuró para sí misma—: Amigo…, sí, claro.




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