lunes, 4 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 4







Paula arrojó las llaves sobre la encimera de la cocina y colgó el bolso en el respaldo de una silla. El agua del grifo corría en el baño, lo que indicaba que su hermana, Mónica, se preparaba para empezar su día. A los veintiuno, Mónica era más madura que la mayoría. Su último año de sus estudios de enfermería en la universidad pública había comenzado en septiembre. Paula había prometido ayudarla tanto como pudiera. Mónica se quedaba con Damian por la noche mientras Paula trabajaba, y Mónica vivía en el apartamento sin pagar alquiler.


Mónica trabajaba unas dieciocho horas a la semana como ayudante de enfermera en el hospital comunitario local para ayudar en casa con la comida, pero Paula se hacía cargo de la mayor parte de los gastos. Años atrás, habían hecho un pacto. Mónica estudiaría primero, con la ayuda de Paula, y luego, cuando hubiera terminado, Paula haría lo mismo.


Al principio, Paula había pensado que tal vez le agradaría ser enfermera. Sabía que se pagaba bien, pero la idea de trabajar con enfermos y heridos todo el tiempo no le parecía atractiva.


A Paula realmente le gustaba el sector servicios. No es que quisiera hacer carrera como camarera, pero tal vez sí le gustaría algún puesto de responsabilidad en una buena empresa. Quizás en catering de celebraciones, u organizando grandes fiestas. La idea de ser organizadora de bodas tenía algo de límpido y agradable. No como la enfermería, con toda esa sangre y fluidos corporales.


Paula se las arreglaba para tomar una clase online de cada semestre y así se preparaba para cuando volviera a estudiar a tiempo completo. Tenía un año para descubrir qué quería hacer para ganarse la vida. Por supuesto, salir con un hombre rico no le vendría nada mal.


Paula pensó en los clientes que habían pasado por el restaurante esa noche, sobre todo en él…, Pedro. El tipo con esa linda sonrisa sexy y esa actitud de nunca darse por vencido. Se había quedado en el restaurante hasta pasadas las cinco de la mañana. Cuando se fue, se subió a la camioneta destartalada que estaba en el estacionamiento y se alejó dando tumbos por el camino. Antes de irse, prometió volver.


Paula no le había dado esperanzas, ni siquiera le había dado sus horarios cuando se lo pidió. Al final de la noche, su conversación con Pedro se había reducido a comentarios mordaces y réplicas ingeniosas.


Si fuera honesta consigo misma, tendría que admitir que el turno se le había pasado volando y la había dejado con una sonrisa en los labios. No estaba mal conocer a alguien que la viera como mujer y no solo como madre.


El suave golpeteo de unos pasos se escuchó por el pasillo del apartamento. Damian llevaba un pijama de autos de carreras y tenía mechones de pelo descolocados. Se frotó los ojos como para despertarse y dijo:
—Buenos días, mamá.


—Buenos días, chiquitín. ¿Has dormido bien? —Paula se arrodilló y atrajo a su hijo hacía sí para darle un abrazo.


Damian la abrazó por un costado, pero siguió rascándose el ojo con la otra mano.


—Bien —dijo con un gran bostezo—. La tía hizo helado anoche después de que te fueras a trabajar.


—¿Lo hizo ella? ¿Estaba bueno?


—No teníamos nueces para ponerle, pero estaba muy rico.


Damian se apartó y se subió a la banqueta que estaba junto a la encimera.


Paula tomó unos tazones del armario y sacó una caja de la parte de arriba del refrigerador.


—Compraré frutos secos antes de que hagamos nuestras galletas de Navidad. La próxima vez tendrás nueces para poner en el helado —le dijo.


Volvió a bostezar.


—Vale.


Mientras Damian terminaba de despertarse con su tazón de cereales,Paula entró en su dormitorio para ponerse un camisón.


La cama estaba deshecha, ya que Mónica dormía en ella las noches que Paula trabajaba. Cuando no, dormía en el sofá-cama de la sala. Les habría venido bien un apartamento de tres dormitorios, pero ese era un lujo que no se podían permitir. Ya costaba bastante reunir las propinas para costear lo que tenían.


Mónica se metió en el dormitorio, vestida con su uniforme de estudiante de enfermería. El austero conjunto blanco no tendría gracia si lo llevara una mujer cualquiera, pero ese no era el caso de Mónica. Su complexión delgada y su pelo rubio natural realzaban el traje.


—Ah, bien, has llegado —dijo mientras recorría la habitación para recuperar su ropa de la noche anterior.


—La camarera de la mañana ha llegado puntual por una vez —le dijo Paula.


—Eso está bien. Tengo que estar en el hospital a las ocho y media en punto.


Paula miró su reloj.


—¿Puedes llevar a Damy a la escuela?


—Sí, no hay problema.


Bien. Damy había comenzado el jardín de infancia hacía un par de meses, lo que le daba a Paula unas pocas horas de sueño ininterrumpido. Dormir era el paraíso. Solo en sus días libres lograba dormir más de cinco horas.


—Trabajas de nuevo esta noche, ¿verdad? —preguntó Mónica.


—Correcto. Libro mañana.


—¿Qué hay de Acción de Gracias?


—No pude rechazar el turno, Mo. Necesito cobrar el cincuenta por ciento extra por trabajar en día de fiesta si quiero que Damy celebre bien la Navidad.


Paula tendría que trabajar por la noche el miércoles y el jueves, lo que le dejaría unas pocas horas para dormir y disfrutar de las festividad de Acción de Gracias.


Mónica se apoyó en la cómoda.


—Sabes que mamá nos espera en su casa a las dos.


Paula puso los ojos en blanco.


—Sí, lo sé. ¿Ha vuelto Paco? ¿O tenemos que quitar su nombre de la lista de tarjetas de Navidad? —Paco era último novio de su madre.


Renee Effinger, madre de Paula y Mónica, divorciada tres veces, ya no se casaba con los muchos hombres que pasaban por su vida. En cambio, si tenía relaciones serias, los dejaba mudarse a su casa pasados unos meses, y luego los echaba cuando se cansaba de aguantar sus porquerías. 


En realidad, Paco la había dejado cerca de Halloween. 


Renee no lo había visto venir, y desde su partida, andaba llorando por los rincones de la caravana donde vivía, jugando el papel de mujer despechada. Lástima que la mujer no siguiera su propio consejo de casarse con un hombre rico. No, Renee Bradly-Chaves-Smith-Effinger se enamoró tres veces en su vida, siempre de perdedores, soñadores o farsantes.


Guillermo Chaves, el verdadero padre de Paula y Mónica, se casó con su madre después de que ella se enterase de que estaba embarazada. El matrimonio duró hasta el primer cumpleaños de Mónica. Paula contaba con tres años la última vez que vio a su padre. No tenía recuerdos del hombre. Unas pocas imágenes dispersas eran lo único que conservaba de la persona que la había engendrado.


Quién podía negar que Paula había seguido los pasos de su madre. Por mucho que odiara admitirlo, ella y Renee eran muy parecidas.


El novio que tuvo Paula en secundaria, Ramiro, le había durado lo suficiente como para llevarla al baile de graduación. Cuando Paula confirmó que estaba embarazada, en realidad deseaba que Ramiro se pusiera los pantalones y asumiera la responsabilidad.


¡Qué desperdicio haberlo soñado! Ramiro desapareció al día siguiente de obtener su diploma del instituto y nunca miró atrás. Algunos días, Paula lo odiaban por ello; otras veces se alegraba de que no se hubiera quedado para estropear la vida de Damian. Un padre a tiempo parcial al que no le importaba su hijo era peor que no tener padre.


Un par de años después del nacimiento de Damian, Paula se juntó con el perdedor número dos. El último novio de Paula, Mateo, la había convencido de que lo dejara vivir con ella para «echar una mano» con los gastos y, después de dos meses, se marchó con el alquiler del mes en el bolsillo. 


Paula juró entonces que solo saldría con chicos que tuvieran la vida resuelta.


—Paco se ha ido para siempre —le dijo Mónica mientras se ponía un par de pendientes.


—¿Cómo lo sabes?


—Mamá me contó que un amigo suyo fue a su casa y se llevó todas sus cosas. Supongo que eso significa que no va a volver.


Paula se quitó los zapatos y se sentó en el borde de la cama.


—Es una lástima. Este me caía bien de verdad.


—A mí también. Y bueno, ya sabes, estará con otro tipo antes de la Navidad… Año Nuevo, a más tardar.


—Seguro. Escucha, Damy preguntó si volvería a ver al abuelo Paco en Acción de Gracias.


—¡Oh, no!


—Sí. Le dije que Paco no era su abuelo, solo un amigo de la abuela, y que Paco pasaría las fiestas con su familia. —Mónica era ingeniosa.


—Ya sabía que esto iba a pasar; igual que todos los hombres que entran en la vida de mamá. Supongo que tengo que tener más cuidado de a quién le permito integrar en la vida de Damy.


Paula odiaba tener que dejar de ver a su madre cuando había un nuevo hombre en su vida, pero si quería evitar que Damy saliera lastimado, no tenía otra opción. Cuando Damian empezó la escuela, había preguntado por su padre y los abuelos. No tenía ni lo uno ni lo otro.


—¿Mamá? —Damian la llamó desde la cocina.


Arrastrando su pesado cuerpo fuera de la cama, Paula caminó hasta la otra habitación para ver qué necesitaba Damy.


—¿Qué pasa?


—¿Te acuerdas de la fiesta en la escuela mañana?


Paula se echó a reír. Había dos avisos de la fiesta, con imágenes de peregrinos y calabazas, en la puerta del frigorífico.


—Por supuesto que sí.


—Bien. El maestro nos preguntó si alguna de las madres podía traer dulces. ¿Puedes hacer de nuevo esas galletitas de calabaza que hiciste para Halloween?


Paula sonrió y revolvió el pelo castaño de su hijo.


—Por supuesto que sí.


Solo tendría que perder una hora de sueño, ir a la tienda a comprar los ingredientes y hacer las galletitas antes de su siguiente turno.


Además, no podría dormir el día de la fiesta escolar hasta después de que Damy regresara a casa tras las clases. Con solo un día de descanso entre ese momento y el día de Acción de Gracias, Paula imaginaba que lograría dormir apenas unas cuantas horas en total.


—Vamos a vestirte, así la tía te puede llevar a la escuela.


Más despierto, Damy se fue dando saltos hasta su dormitorio y comenzó a sacar la ropa del armario. Diez minutos más tarde, se fueron y Paula se tiró en la cama.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario