miércoles, 13 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 35





Pedro se bajó de la montura y comenzó a quitarle las riendas y la silla a Dancer. El olor a heno húmedo y piel de caballo impregnaba las paredes del enorme granero. Era el olor del hogar. A Damian le encantaría ese lugar. El aire libre, la libertad para vagar, pasear y explorar. El rancho había sido un lugar maravilloso para crecer.


Y Paula… Ella se iluminaría como las luces rojas y verdes de Navidad que titilaban en los bordes de la casa. Las ojeras que le dejaban esos largos turnos de noche desaparecerían en cuestión de días si no tuviera que trabajar tan duro.


Maldita sea, no había avanzado nada en lo que tenía que hacer, estaba en el mismo lugar que hacía tres horas. Paula lo había rechazado. Tal vez debería alejarse. Darle lo que
ella quería.


Después de cepillar a Dancer, lo llevó al establo y le dio un cubo de avena para que se recuperara del ejercicio. El caballo le tocó el hombro como si se lo agradeciera.


Mientras caminaba por el granero, el teléfono de Pedro sonó. 


La recepción era irregular, así que se quedó quieto y tomó la llamada.


—Al habla Pedro —respondió, sin reconocer el número.


—Señor Alfonso, habla Phil Gravis de Toyota.


El auto… Casi lo había olvidado.


—Hola, señor Gravis.


—Quería contarle que todo salió a la perfección. La señora Chaves eligió un buen crossover que le servirá por muchos años.


—Bien.


Al menos no tendría que regresar caminando a casa después de las citas. La imagen de Paula con otro hombre inyectó sus ojos de fuego.


—¿No hizo preguntas?


—No, noté que tenía alguna preocupación en la cabeza durante todo el proceso. Su hermana tenía más sospechas.


—Mónica es sagaz.


—No voy a contradecirlo. Tuvo que convencer a la señora Chaves para que no eligiera una pickup, lo que me pareció extraño para una dama.


Pedro levantó la cabeza. De repente, sintió un escalofrío en la espalda.


—¿Una camioneta?


—Sí, ella no dejaba de mirar dentro de las más grandes que tenemos en exposición.


—¿Las más grandes? —¿Por qué querría Paula una camioneta?


¿Por qué querría una mujer como Paula una camioneta? Vivía en un apartamento. La mente de Pedro se nubló un momento. Paula no necesitaba un camión. Pero el Pedro pobre tenía una vieja camioneta pickup destartalada.


—¿Sigue ahí, señor Alfonso? —preguntó el señor Gravis.


—Sí, estoy aquí.


—En efecto, ella preguntó si había una posibilidad de cambiar el auto por la camioneta en un par de semanas, o tras quinientos kilómetros. Yo no sabía qué responder. Usted dijo que la dejara elegir lo que quisiera, pero no estaba seguro de si usted querría pagar la depreciación del vehículo si ella devolvía el crossover.


Lentamente, una sonrisa comenzó a formarse en uno de los bordes de su boca y se extendió hasta el otro.


—¿Señor Alfonso?


—Lo siento. Creo que la mente preocupada de Paula es contagiosa. No se preocupe por la devolución del vehículo. Tengo la sensación de que se lo va a quedar.


Paula era capaz de renunciar a un auto nuevo, algo que necesitaba desesperadamente, para que él tuviera una camioneta nueva. O tal vez estaba pensando… que una camioneta pickup sería útil para los dos.


—Gracias de nuevo, señor Gravis.


—De nada. Fue divertido. Me sentí como Santa Claus regalándole un auto a una mujer que no sospechaba nada.


Pedro colgó la llamada y caminó un poco más rápido hacia la casa.


Beth, el ama de llaves y cocinera, lo regañó por no quitarse las botas antes de caminar por la casa limpia. La diatriba familiar lo hizo sonreír aún más.


—Es posible que hayas estado fuera mucho tiempo, pero las reglas de por aquí no han cambiado —dijo Beth, agitando el dedo índice hacia él desde el fregadero de la cocina. Una de las razones por las cuales el dinero Alfonso no se le había subido a Pedro a la cabeza era porque su padre tenía empleados con los pies en la tierra como Beth.


Con un par de tirones fuertes, las botas encontraron su sitio debajo de un banco en el vestíbulo.


—Veo que sigues tan enérgica como siempre —bromeó.


Beth, a sus sesenta y tantos, le honró con una sonrisa.


—Veo que galopar te ha sentado bien. Es bueno verte sonreír.


Pedro se acercó a ella y le dio un beso en la frente.


—¿Qué demonios ha sido eso?


—Por todo lo que haces. No creo habértelo agradecido lo suficiente.


Beth cruzó las manos sobre el pecho y entrecerró los ojos.


—¿Has estado bebiendo?


Pedro echó la cabeza hacia atrás, riendo.


—Hoy no. ¿Sabes dónde está Catalina?


—Creo que está en el estudio, entretenida con el árbol de Navidad.


Un beso más y un guiño, y Pedro fue en busca de su hermana. Efectivamente, estaba en proceso de reacomodar los adornos del árbol a su gusto. Vestida con un gran suéter y pantalones vaqueros azules, Catalina se parecía más a la hermana con la que Pedro había crecido. La ropa llamativa de Cata nunca le había gustado.


—Paula quería elegir una camioneta pickup —espetó, sorprendiendo a su hermana.


—¿Qué?


—Una camioneta. Bueno, en realidad terminó con un crossover, pero estuvo mirando las camionetas.


Cata dejó el adorno que tenía en la mano.


—¿Se supone que eso tienen algún significado? Porque, tengo que decirte que no lo entiendo.


Pedro tomó a Catalina por los hombros.


—¿Por qué una mujer que vive en un apartamento y trabaja como camarera quiere comprar una pickup?


—No creo que lo hiciera a menos que su marido insistiera. Parece que todos los hombres necesitan tener su pickup.


—Exactamente —Pedro la acercó hacia él y la abrazó con fuerza. —Me tengo que ir.


Catalina sonrió.


—Ah, ¿sí? ¿Adónde?


—¿Sabes adónde voy? Tengo que hacer algunas compras primero. ¿Puedes interceder con papá? Se enojará cuando llegue y se entere de que me he ido.


Con firmeza, Catalina le dio la vuelta y lo empujó hacia la puerta.


—No te preocupes por papá. Tan solo vete y soluciónalo. No lo arruines esta vez.







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