domingo, 10 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 26



La enfermera los condujo a una habitación. Allí encendió un monitor y enchufó el sensor de oxígeno que Damian llevaba en el dedo. Pedro vio el número noventa y cuatro, pero no entendía qué significaba. Cuando el número bajó a noventa y dos, la máquina empezó a pitar, lo que no creía que fuera buena señal. En algún momento, la enfermera salió de la habitación para ir a buscar a un médico y Damy buscó a su madre.


Paula lo acomodó sobre su regazo y se sentó en la camilla junto a él. Comenzó a mecerse y a hablarle en voz baja a Damian, que estaba más despierto y ansioso por saber dónde se encontraba y qué iba a pasar con él.


—¿Me van a poner una inyección? No quiero una inyección.


Pedro caminaba de un lado a otro.


—No te preocupes por eso, chiquitín —le dijo Paula a su hijo. Miró entonces a Pedro—. Oye, ¿te has dado cuenta de que Pedro nos ha llevado de paseo en su camioneta? Genial, ¿no?


Damian lo miró.


—Me gusta tu camioneta —dijo, con los ojos vidriosos.


Pedro sabía que Paula estaba tratando de distraer a su hijo.


—Cuando te mejores, tenemos que ir a hacer wampum en el barro con mi camioneta —dijo—. Es muy divertido.


—Wa… ¿qué es eso? —le preguntó Damian, tosiendo.


—Es cuando salimos a andar por caminos de tierra después de la lluvia y dejamos que los charcos de barro salpiquen la camioneta. En Texas, los charcos de barro son grandes de verdad.


—Me… —tosió— encantaría.


La enfermera regresó con un médico.


—Hola, amigos. Soy el doctor Shields. Este debe de ser Damian.


El doctor Shields hizo un montón de preguntas mientras auscultaba los pulmones de Damian y examinaba sus oídos y su garganta.


—Empecemos tratamiento con Albuterol —dijo mirando a la enfermera—. Cuando termine con el primero, lo enviaremos a rayos X para echar un vistazo.


Teresa salió de la habitación y el doctor Shields comenzó a explicar lo que estaba sucediendo.


—¿Damy nunca ha tenido asma, algún tipo de alergia?


—No, no.


—¿Ha comenzado a ir a la guardería este año?


—Sí.


—Me temo que las guarderías exponen a los niños a todo tipo de enfermedades nuevas e interesantes. Voy a darle un tratamiento para abrirle las vías respiratorias, para que le sea más fácil respirar. Una vez que le haya bajado la fiebre, probablemente se relajará y mejorará la saturación de oxígeno. Tiene una infección de oído, te daré antibióticos para que le des en casa, pero quiero que lo vea su pediatra a finales de esta semana.


La cabeza de Pedro empezó a dar vueltas.


—¿Tiene asma?


—Lo dudo, ya que es la primera vez que padece estos síntomas. Hay muchas enfermedades acechando en esta época del año. Las alergias no se dan solo en primavera. Los vientos que soplan aquí causan estragos en muchas personas, incluso en aquellas que no tienen asma. Para estar seguros, que su médico haga un seguimiento. Tomaremos una radiografía de tórax para asegurarnos de que no pasamos nada por alto y les daremos una copia en un disco para que se lleven a casa.


—Está bien —dijo Paula.


—Seguiré mi ronda. Pongamos a Damian más cómodo. Vuelvo en un rato, y Teresa regresará en unos pocos minutos para empezar el tratamiento.


Pedro tendió su mano y estrechó la del doctor.


—Gracias.


—De nada.


—¿Necesito una inyección? —preguntó Damian que estaba en brazos de Paula.


—No por esta vez. A menos que tú quieras —dijo el doctor Shields, expectante, tomándole el pelo al niño.


—¡Ni loco!


Las palabras de Damian hicieron reír a todos.


En cuestión de minutos, Damian tenía un tubo de plástico con mascarilla que expulsaba vapor en la boca, e inhalaba así el medicamento para que llegara a sus pulmones.


La tensión en los hombros de Pedro se redujo, y el ceño fruncido de Paula y las arrugas de preocupación en su rostro se desvanecieron.


Pronto Damian quiso sentarse en la camilla sin que su madre lo sostuviera. Paula lo acomodó y se sentó al lado de Pedro. 


Pobre Damy, pensó Pedro. Se debe de haber sentido como si estuviera bajo un microscopio con los dos mirándolo, atentos a su próximo movimiento. Cuando Damian terminó de inhalar el medicamento por el tubo de plástico, la enfermera regresó y apagó el oxígeno.


Un administrativo entró en la habitación y pidió información sobre el seguro de Paula, que ella le facilitó rápidamente. 


Todo el proceso de documentación de su seguro de salud financiado por el Estado, y la facturación de la parte que le correspondía de los gastos de Damy se desarrolló con rapidez, y quedó todo listo.


Para ese entonces, Damian se había acurrucado a su lado y había cerrado los ojos.


—Gracias por venir, Pedro—dijo Paula, que estaba sentada a su lado.


Él bajó la mirada hacia el rostro cansado de Paula y le puso el brazo alrededor.


—Me alegro de que me hayas llamado.


Para su sorpresa, Paula se acomodó en sus brazos.


—Mónica está lejos y todavía no tengo mi auto.


—¿Cuándo se ha vuelto a estropear?


Tendría que haberle dicho a Max que arreglara todos los problemas de su automóvil.


—¿Recuerdas mi maldita cita?


Jamás la olvidaría.


—¿El sábado?


—El auto murió en el camino a casa. Caminé los últimos cinco kilómetros.


Maldita sea. Se estremeció pensando en ella caminando sola por la noche. Pedro la apretó más contra él, para quitarle todas sus penas.


—Debiste habérmelo dicho.


Ella bostezó.


—¿Para que vinieras a rescatarme de nuevo? Eso ya no sucede. No siempre soy tan terriblemente inútil.


—¿Bromeas? Usted alimenta mi ego, señora. No hay nada mejor para mí que hacer que desaparezcan todas las cosas malas que le suceden.


Damian se había quedado dormido y por primera vez desde que Pedro entró por la puerta del apartamento de Paula, no parecía que lo estuviera pasando mal.



—Sí lo haces. Que el mal desaparezca. Esta noche había empezado a entrar en pánico. Si no hubieras contestado…


—Eh, sí he contestado y estamos bien. Damian ya se encuentra mejor.


Pedro se acomodó y comenzó a acariciar el brazo de Paula de arriba abajo hasta que madre e hijo cabecearon y se quedaron dormidos.




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