jueves, 7 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 15





Pedro se pasó la mayor parte del lunes y la mitad del martes en reuniones de negocios. Eric Richardson, el gerente de marketing de la región del sur de California, aceptó la sugerencia de cambiar el nombre de la nueva cadena de hoteles de Pedro.


Cuando Pedro le preguntó a Eric por qué no había reaccionado ante sus dudas, Eric dijo que no había querido herir el ego de Pedro.


—La próxima vez no lo dudes —le dijo Pedro—. Te pagamos para que sepas cómo comercializar lo que creamos. Si el nombre hace que la gente no venga, entonces estos hoteles nunca saldrán adelante.


Eric se sentó junto a Pedro en una de las salas de conferencias en la planta principal. Eric era mucho más joven que Pedro y probablemente temía perder su trabajo si no era lo suficientemente condescendiente. Pedro había tenido que lidiar con las emociones de los empleados durante años. Por lo general, tomaba un poco de tiempo y esfuerzo ayudarlos a relajarse y sentirse lo suficientemente seguros en sus puestos de trabajo como para decir lo que realmente pensaban.


—Le recordaré esta conversación la próxima vez —le prometió Eric.


—Deberías hacerlo. ¿Has pensado en otro nombre?


Eric se encogió de hombros.


—No he pensado mucho en ello. Daré prioridad a elegir un nuevo nombre para el hotel.


Pedro pensó en Paula y sus ideas.


—¿Qué tal Alfonso East?


Eric arrugó la nariz.


—Bueno, eso podría ser confuso para nuestros huéspedes aquí en la zona oeste.


—¿Y Casa Pedro?


—Demasiado informal, pero prefiero ir en esa dirección. ¡Oh! 

—Eric se paró de golpe—. ¿Qué tal Posada Familiar Alfonso?


Pedro se alisó la chaqueta mientras consideraba el nombre.


—Me gusta. Incluye el nombre Alfonso, un nombre que el público asocia con calidad y una empresa líder en hostelería en todo el país, y le agrega el elemento de la familia. Creo que va a funcionar.


—Entonces, ¿lo incluyo en los documentos?


—Hazlo, pero hagamos un estudio de mercado para determinar si el público lo percibe igual que nosotros. —Eric asintió.


—Haré que mi asistente se encargue de esto cuando regrese a mi oficina.


—Envíame los resultados.


Eric se levantó y dobló los papeles antes de guardarlos en su maletín.


—Si no necesita nada más, regresaré a San Francisco y nos veremos antes de Navidad para la reunión de dirección.


Pedro se levantó y le estrechó la mano.


—Nos veremos entonces. Gracias por tomarte el tiempo de venir hasta aquí.


—De nada.


—Y… ¿Eric? —Este se volvió hacia Pedro—. En el futuro, di lo que piensas. No te despediré si tus ideas difieren de las mías.


—Con la actual situación económica, todo el mundo teme por su puesto de trabajo.


Pedro comprendía su preocupación. Había habido un par de rondas de despidos desde el inicio de la recesión. La idea de un hotel menos caro había florecido debido al mal estado de la economía.


—Los hoteles Alfonso han sorteado la tormenta. No se prevén más despidos.


Era lo mejor que Pedro podía hacer. No podía prometerle al hombre un puesto de trabajo seguro para toda la vida, pero quería que se sintiera lo suficientemente tranquilo para ofrecer ideas interesantes sobre algo tan importante como el nombre de un hotel.


—Gracias, señor Alfonso.


—Buen viaje de regreso.


Cuando Eric salió de la habitación, Pedro apiló unos documentos de análisis de mercado y los introdujo en su maletín. El teléfono que tenía en el bolsillo sonó cuando se disponía a salir de la habitación.


Al reconocer el número, Pedro respondió con un saludo.


—Hola, Miguel.


—Bien, has contestado.


La voz de agotamiento de su amigo transformó la sonrisa de Pedro en una mueca de preocupación.


—¿Qué pasa?


—Se trata de Daniel. ¿Te ha llamado?


—No he hablado con él desde Las Vegas. Falta mucho para que empecemos con la construcción de los nuevos hoteles, así que pensé que no sabría de él por un tiempo. ¿Por qué?


Pedro volvió a apoyar el maletín. Daniel era dueño y gerente de una importante empresa de construcción del oeste de los Estados Unidos, que Pedro planeaba utilizar para construir los hoteles familiares. Daniel supervisaría personalmente el proyecto.


—Maldita sea. Pensé que habría llamado a alguno de nosotros.


—¿Qué pasa? ¿Está bien?


Pedro se pasó la mano por el rostro y se inclinó hacia adelante en su silla.


—Es probable que no. Maggie ha cancelado la boda.


Entre todas las cosas que esperaba que salieran de la boca de Mikeguel, el anuncio del fin del compromiso de Maggie y Daniel no era una de ellas.


—Oh, Dios, Daniel debe de estar hecho polvo.


Para bien o para mal, Daniel adoraba a Maggie.


—Ha desaparecido.


—¿Sabes qué ha pasado? ¿Por qué la ha cancelado? —Pedro se levantó y se paseó por la habitación. Daniel era su mejor amigo y no tenía idea de lo que le estaba pasando. Maldita sea, ¿qué clase de amigo era?


—Ni idea.


—No importa, eso no es asunto mío. ¿Adónde crees que ha ido Daniel?


A Pedro se le ocurrían un par de lugares donde buscarlo. 


Lugares donde solían escaparse durante los primeros años de Daniel en el sur de California.


—Puede estar en cualquier lado. Se ha ido en su motocicleta, según Maggie.


Andar en motocicleta borracho nunca terminaba bien. ¡Maldita sea!


—Creía que había vendido la moto.


—Aparentemente no. De todos modos, no creo que haya ido muy lejos. Tal vez hasta Arrowhead o quizás a Mammoth.


—Estamos en diciembre. Mammoth está cubierto de nieve.


Puede ser que Daniel fuera alocado, pero no era imprudente.


—Te iré a buscar en una hora. Iremos hasta allí y lo encontraremos.


—Me has leído la mente, hermano.


Pedro colgó el teléfono y pensó en su amigo. Daniel estaría angustiado. Probablemente no quería compañía, pero si lo dejaban solo, podría acabar bebiendo demasiado y sufrir un accidente. Pedro y Miguel podrían cuidarlo mientras se regodeaba en su tristeza por unos días.


Arriba, en la suite, Pedro dejó a un lado el maletín y se metió en su habitación para cambiarse de ropa. Tras vestirse con unos pantalones vaqueros y una camisa a cuadros, se puso el sombrero y se dirigió a la puerta.


—Maldita sea —dijo pensando en Paula.


Tomó el teléfono y marcó su número. Ella respondió a la segunda llamada.


—¿Hola?


Su voz era miel para sus oídos.


—Hola, Paula, soy Pedro.


—Ah, hola.


—Escucha, no pasaré por el restaurante esta noche. Me ha surgido algo.


—Oh. —¿Había decepción en su voz? Pedro sonrió.


—Espero que todo esté bien.


—No lo sé. ¿Recuerdas a mi amigo Daniel, ¿el que se iba a casar?


—¿El chico rubio?


—Exacto. Bueno, su prometida ha cancelado la boda y Daniel ha desaparecido.


—Oh, Dios, Pedro, es terrible. Parecía embobado con ella, al menos por lo que vi.


La bondadosa sinceridad de sus palabras lo hizo sonreír.


—No debe de habérselo tomado nada bien. De todos modos, Miguel y yo iremos a ver si podemos encontrarlo… y mantenerlo alejado de los problemas.


—Me parece una gran idea. ¿No tienes problema con el trabajo?


¿El trabajo? Ah, sí, su trabajo de camarero.


—Aquí en eso son geniales. Aunque, bueno, no son tan comprensivos con las llamadas telefónicas personales. Déjame darte mi número para que puedas localizarme si lo necesitas.


Lo último que necesitaba era que Paula llamara al hotel pidiendo hablar con Pedro Mas y se enterara de la verdad. Probablemente era mejor evitar a toda costa el hotel. Pedro le dio su número, le hizo prometer que lo grabaría en su teléfono.


—¿Cómo va tu auto?


—Genial. Gracias de nuevo.


—De nada. Me tengo que ir.


—Ve. Buena suerte.


—Gracias, me pondré en contacto cuando regrese.


—Espero que encuentres a tu amigo y que esté bien —hablaba como si le importara.


—Adiós, Paula.


—Adiós, Pedro.


Qué cosa, pensó, una relación que termina, mientras que la suya con Paula apenas comenzaba. En realidad, no había ninguna garantía cuando se trataba del amor y la vida.







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