jueves, 28 de abril de 2016
MI CANCION: CAPITULO 10
El sonido de un claxon hizo saltar a Paula. Había un coche justo delante de su puerta. Mientras se preparaba a toda prisa para salir, miró el reloj que estaba sobre la repisa. Era mucho más tarde de lo que esperaba. Mascullando un juramento, se cepilló un poco el pelo y se pintó los labios con el nuevo pintalabios color ciruela que se había comprado. La mano le temblaba y, para colmo de males, acababa de darse cuenta de que el tono era demasiado dramático, pero no le quedaba más remedio que sonreír y llevarlo puesto. Ya empezaba a ponerse tensa de nuevo ante la idea de llevarse otra reprimenda por su tardanza. Hubiera sido la tercera vez esa semana y a lo mejor resultaba ser la gota que colmaba el vaso para Pedro.
Corriendo por la casa, agarró su chaqueta de cuero de la silla donde la tenía colgada y se la puso. Tomó su cartera, se la metió en un bolsillo y bajó por las estrechas escaleras como si la persiguieran mil demonios. Sin aliento, se dirigió hacia el ominoso Jeep negro que la esperaba junto a la acera, con el motor encendido.
Pedro se inclinó para abrirle la puerta del acompañante.
–Hola.
Su expresión no revelaba nada y la incertidumbre de Paula se disparó. Iban a ver a una banda esa noche e iba a tener que pasar mucho tiempo con él… y solo con él. Sin duda la experiencia iba a ser una auténtica prueba para los dos.
–Hola.
Había tres asientos en la parte de delante del vehículo, así que Paula se sentó en el más próximo a la ventana de manera automática. Cerró la puerta con fuerza.
–Siéntate a mi lado.
–¿Qué?
Paula se sintió atravesada por su mirada penetrante.
Hubiera querido aducir algún motivo para negarse, pero la mente se le había quedado en blanco bajo el influjo de su mirada.
–Hoy nos sentimos un poco solos, ¿no? –le dijo, y entonces se cambió al asiento más cercano a él.
Pedro esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
–Ya no.
–Bueno, me alegra haberte hecho feliz –al inclinarse para abrocharse el cinturón de seguridad, su cabello color azabache le acarició la mejilla–. Por una vez.
Riéndose a carcajadas, Pedro puso la primera marcha y se incorporó a la vía. Paula debería haber tomado como una buena señal el hecho de que pareciera estar de buen humor esa noche, pero su corazón se lo impedía. El desconcierto y el deseo más repentino ya se habían apoderado de ella, cosa que siempre le ocurría cuando estaba junto a él.
Además, llevaba todo el día recordando una y otra vez ese beso que se habían dado. La atracción entre ellos no hacía más que crecer y bastaría con una pequeña chispa para desencadenar una conflagración.
Paula no podía evitar mirarle con disimulo de vez en cuando.
Siempre fiel a su estilo, iba vestido de negro y no parecía haberse puesto nada especial para esa noche, aunque tampoco necesitaba ponerse ropa llamativa para captar la atención de una mujer.
Pedro Alfonso despedía carisma por los cuatro costados. No obstante, como si todo eso fuera poco, tenía ese halo de misterio que acompañaba a una persona que había pasado la mayor parte de su vida rodeada de músicos, alguien que lo había visto todo, peleas entre los miembros, habitaciones de hotel destrozadas, los excesos del alcohol, las drogas, las groupies… y que había sobrevivido para contarlo. Pedro había estado ahí.
Suspirando, Paula se alisó el frente de los vaqueros que se había puesto. ¿Qué pensaría la gente de ella cuando se parara en un escenario a cantar? ¿La pondrían en el saco de las cantantes prefabricadas automáticamente? ¿La creerían una inocente sin experiencia de nada? En ese caso no podían equivocarse más.
Pedro debió de notar su estremecimiento porque en ese momento se volvió hacia ella.
–¿Todo bien?
–Sí. Todo bien.
–Entiendo que tu ropa no se va a convertir en harapos si no te llevo a casa antes de medianoche.
Las mejillas de Paula se enrojecieron de repente. Era evidente que se refería a su hábito de acostarse pronto, si le era posible. Cuando estaba con Sean había vivido largas noches de espera e inquietud. Si le hubieran dado una libra por cada oración que había pronunciado durante esos dos años infelices, a esas alturas hubiera sido una mujer rica.
Cuando no llegaba a casa a la hora habitual, solo podía esperar que la policía no le hubiera detenido, o que un traficante no le hubiera dado una paliza por no pagar, o algo peor. Cuando le mentía y le robaba dinero, rezaba para tener la fuerza suficiente para soportar todo aquello, creyendo que podía rescatarle, salvarle de ese oscuro camino. Pero llegó el día en que comenzó a atacarla, a amenazarla, y finalmente iba a terminar golpeándola.
Había tenido que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para abandonarle, pero lo había conseguido. Había acabado con la relación, antes de que la relación acabara con ella.
–Bueno, hay tantas posibilidades de que eso ocurra como de que te conviertas en el Príncipe Azul.
Para sorpresa de Paula, una sonrisa apareció en los labios de Pedro. No fue más que una pequeña mueca, apenas perceptible.
Frunciendo los labios, Paula miró al frente al tiempo que un aguacero repentino empapaba el parabrisas. Pedro tuvo que activar los limpiaparabrisas porque no se veía nada.
–Y yo que pensaba que íbamos a tener una noche despejada, con una luna romántica y llena de estrellas.
–¿De verdad era eso lo que esperabas?
Encogiendo un hombro, él volvió a sonreír, esa vez con más libertad.
–¿Por qué? ¿Crees que no puedo ser romántico?
–¿Cómo quieres que lo sepa? No te conozco lo bastante bien.
–Bueno, entonces es el momento de hacer algo al respecto, ¿no crees?
Pedro no se volvió hacia ella para mirarla. Las palabras provocativas se quedaron suspendidas en el aire, como un cable de alta tensión a punto de romperse.
–Bueno… –dijo Paula, ansiosa por cambiar el tema de conversación–. ¿A qué banda vamos a ver esta noche? No me lo has dicho.
–Se llaman Ace of Hearts. La cantante principal es Nikki Drake y me gustaría que la vieras. No es la mejor cantante del mundo, pero lo que no tiene en cuanto a registro vocal, lo compensa con su actuación. Es algo increíble. La banda es su vida y se nota.
–¿Y albergas la esperanza de que tome algunas ideas?
La lluvia cesó tan repentinamente como había empezado.
Pedro la miró un momento.
–Sí. Claro.
–¿La conoces bien? A Nikki, quiero decir.
Al oír la curiosidad que teñía su voz, Pedro sonrió.
–Sí. La conozco bien. Pero conozco bien a mucha gente en este negocio.
No por primera vez, Paula reparó en el hecho de que Pedro era un hombre parco en palabras. Sin embargo, lo poco que decía estaba cargado de significado.
De repente, y de la manera más absurda, se dio cuenta de que había empezado a envidiar a esa chica a la que ni siquiera había visto cantar todavía. Aunque le costara reconocerlo, sabía que hubiera dado cualquier cosa por oírle hablar de ella alguna vez tal y como acababa de hablar acerca de Nikki Drake.
–Bueno, entonces estoy deseando verla –dijo, esbozando una sonrisa que esperaba fuera lo bastante cordial y convincente.
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