jueves, 21 de abril de 2016
ILUSION: CAPITULO 18
Pedro dejó a Andres y Tamara montando a caballo con un vaquero del rancho y se dirigió hacia la ciudad. Aún tenía a mucha gente de confianza dentro de Chaves Media. Se daría una vuelta por la oficina a ver qué podía averiguar.
Siendo presidente de la empresa se había encontrado con un montón de problemas relativos a la expansión. No lo había hablado con nadie porque estaba profundamente resentido al marcharse, pero no quería que Pau se metiera en un avispero.
Aparcó la camioneta del rancho junto al edificio de seis plantas de ladrillo rojo.
–Pedro –lo saludó la recepcionista con una amplia sonrisa.
Clara tenía treinta y pocos años, era simpática y natural y tenía un don para mantener el orden en todo el edificio. Si
Pedro se hubiera quedado en la empresa la habría convertido en su secretaria.
–Buenos días, Clara.
–¿Buscas a Paula? –le hizo un guiño–. He visto que vuelve a llevar el pedrusco en el dedo.
–Así es, pero no, no la busco a ella. Me gustaría ver a Max.
Claria agarró el teléfono y pulsó unos botones.
–Debería de estar en su despecho. ¿Te quedarás mucho tiempo en la ciudad?
–Solo unos días.
–¿Max? Pedro está aquí y quiere verte –escuchó y sonrió–. Sí, ese Pedro. ¿No has visto a Paula? Vuelven a sonar campanas de boda.
Pedro sonrió, sabiendo que ya no habría manera de impedir que se corriera la voz. Lo siguiente serían las especulaciones sobre la fecha de la ceremonia.
–Lo sé –dijo Clara, asintiendo mientras escucha a Max–. ¿Quieres subir? –le preguntó a Pedro.
–Estaba pensando en salir mejor a tomar un café.
–¿Puedes bajar tú? –le preguntó a Max–. Pedro quiere tomar un café… Muy bien –colgó el teléfono–. Dice que ahora mismo baja. Te hemos echado de menos, jefe.
–Y yo a vosotros.
–¿Hay alguna posibilidad de que vuelvas a la empresa?
–Me temo que no. Estoy organizando algo con un par de amigos en Los Ángeles.
–Pero vendrás a menudo a Cheyenne, ¿verdad?
–Eso espero.
–¿Cuándo es la boda? ¿Será en el Big Blue? Voy a desempolvar mi vestido y a envolver de nuevo mi regalo.
El ascensor se abrió y apareció Max Truger, el joven director de contenidos integrados de Chaves Media. Todo lo relativo a la programación familiar, sin embargo, dependía de las prioridades de Noah.
–Bienvenido de nuevo a casa, Max –le saludó, estrechándole la mano.
–No he vuelto. ¿Tienes tiempo para un café?
–Claro –se giró hacia Clara–. ¿Puedes anular mi cita de las diez?
–Por supuesto.
–No quiero interrumpir tu trabajo.
–Tranquilo, no es nada importante –se dirigió hacia la puerta–. ¿Vamos al Shorthorn Grill?
Salieron y recorrieron una calle donde se alineaban edificios históricos y bien conservados. El tráfico era ligero a esas horas, unas cuantas camionetas y un Cadillac rojo que pertenecía a un famoso ranchero.
–¿Y bien? –le preguntó Max, mirándolo con expresión sagaz–. ¿Qué ocurre?
Los dos habían trabajado juntos y Max sabía más que la mayoría sobre su relación con Paula.
–Quería preguntarte lo mismo. ¿Ocurre algo con Noah?
–¿En qué sentido?
–¿Está reunido con Paula?
–¿Tienes celos de Noah? Tiene más de sesenta años…
–Claro que no. ¿Cómo se te ocurre?
Max se encogió de hombros.
–Eres tú quien lo pregunta.
–Tengo la impresión de que algo no va bien entre ellos. Un asunto de trabajo… Por Dios, ¿celoso de Noah, yo? ¿Es que te has vuelto loco?
Max sonrió.
–Bueno, todos nos estamos acostumbrando a tenerla al mando. Es curioso verla al frente de la empresa, intentando abrirse camino a trompicones.
–¿A trompicones? Pero si conoce la empresa al detalle.
–Sí, es verdad.
–Ya se encargaba de llevar las riendas antes de la muerte de J.D. Está muy bien preparada y todos sabéis que contaba con la confianza de J.D.
Max guardó silencio mientras atravesaban un cruce.
–Quizá es por la forma en que ha ocupado el sillón de su padre.
–¿Su alianza con Jack Reed para impugnar el testamento?
–Supongo… O quizá todos estábamos preparados para seguir tus órdenes y de repente, todo cambia de la noche a la mañana.
–Va a hacer un gran trabajo –dijo Pedro.
–Lo sé. Tengo fe en ella. Pero no lo va a tener fácil.
–¿Qué quieres decir?
–No creo que los superiores quieran secundarla si toma una dirección arriesgada –levantó las manos–. No me malinterpretes. Yo estoy a favor de darle un nuevo rumbo a la programación.
–¿A qué te refieres con «arriesgada»? –aquello era nuevo para Pedro. Paula era tan testaruda como su padre, pero Chaves Media era su vida. No se la imaginaba asumiendo riesgos innecesarios.
–Me refiero a emitir programas que no hayan sido producidos por la gente de Chaves Media.
–¿Conrad Norville?
–Según Noah, todo empezó con Conrad Norville. Pero ahora Paula está hablando de hacer versiones de los programas que más éxito tienen en las cadenas extranjeras.
Pedro se echó a reír.
–Está socavando el poder de los actuales productores.
–Y ayudando a la competencia. Como ya he dicho, estoy a favor de la nueva programación y creo que deberíamos tener una serie solo para internet el próximo verano. No hay nadie en la empresa que pueda producirla, así que habrá que buscar en el exterior. Pero Paula se ha metido en un campo de minas. Noah no es el único que se lo pondrá difícil.
–¿Quién está de su parte?
–Yo. Y supongo que tú también… Pero ¿por qué no habéis hablado los dos de esto?
–Ya no trabajo en Chaves Media.
–Pero vas a casarse con ella. Avísala. ¿Y por qué has venido a…? –se detuvo en mitad de la acera–. ¿Cómo es que no sabes nada de esto?
Pedro pensó en mentir y en decirle la verdad. Ninguna de las dos opciones lo convencía.
–Es complicado.
Max lo miró fijamente.
–¿Es mejor si no pregunto?
Max asintió.
–Yo estoy de su parte, Pedro. Pero solo soy un director y ellos, vicepresidentes.
–¿Entonces se ha metido en un avispero?
–Peor aún. En una manada de lobos.
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