lunes, 28 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 9





Estaba claro que necesitarían más condones, pensó Paula mirando la caja sobre su mesilla, después de la noche que habían pasado. Él la despertó con un beso en la nalga izquierda y le susurró —Levántate dormilona. Tienes mucho que hacer.


—¡Mi desayuno! —gritó el abuelo desde la cocina.


Sonrió divertida volviéndose en la cama. Pedro ya estaba vestido con una camiseta que ella había planchado el día anterior y unos vaqueros limpios. Le acarició el pecho— Buenos días.


Pedro sonrió y la besó en los labios— ¿Voy haciendo el café?


—Vale.


Cuando llegó a la cocina estaba sin peinar con el vestido del día anterior y descalza. Sus ojos estaban somnolientos, pero nunca había estado más hermosa. Pedro la miró divertido mientras se bebía el café.


—Buenos días, abuelo. — se acercó y le dio un beso en la mejilla.


—Serán para ti. Yo no he pegado ojo.


—¿Y eso?


Pedro reprimió una risa y le miró. Al entender lo que había pasado, se puso como un tomate. Armando la salvó de humillarse más —Buenos días. — el padre de Pedro parecía
que había crecido varios centímetros y estaba cogiendo una taza de café, cuando miró de reojo a Paula que estaba poniendo la sartén al fuego. Bebió de su taza y dio una palmada en la espalda a Pedro que por poco se atraganta — Bien hecho, hijo. Estoy orgulloso.


Paula atónita les miró con un huevo en la mano y Pedro se volvió para disimular la risa —Vale ya, ¿no? — preguntó indignada.


—Nena, no te enfades.


—Deberíamos guardar las hueveras. —dijo el abuelo concentrado en lo que ella hacía.


—¿Para qué?


—Para insonorizar la habitación. Lo he visto en la tele.


Sus mejillas se encendieron y Pedro no lo soportó más. Se echó a reír a carcajadas —¡No tiene gracia!


—¡Claro que no la tiene! — dijo el abuelo indignado— ¡Cuando cogía el sueño, me sobresaltaba porque parecía que ardía la casa!


—Abuelo…— Armando sonreía divertido y se sentó en la mesa mientras Paula gemía friendo los huevos— Son jóvenes. Tienen mucha energía. —Paula bufó.


—Ya está bien. — dijo Pedro mirándola de reojo— La estáis avergonzando.


Ambos la miraron sorprendidos— No tienes que avergonzarte por disfrutar de tu sexualidad. — dijo el abuelo en plan paternal mientras Pedro tosía —Es muy sano. —y después susurró a su hijo— Pero debemos hablar con el cura. Esta chica debe confesarse. El chico no se ha casado con ella.


Paula miró a Pedro con los ojos como platos— No vais a hablar con nadie. — dijo Pedro rápidamente— Y dejar el tema que es problema nuestro.


—Y nuestro que no dormimos. —replicó el abuelo.


—Como sigas con el tema te quemo el beicon, abuelo. — dijo Paula de los nervios. Con lo relajada que se había levantado.


El abuelo chasqueó la lengua, pero Armando lo distrajo preguntándole qué iba a hacer durante el día, cuando escucharon un caballo acercándose a toda prisa. Pedro dejó la taza sobre la encimera y le dijo —Quédate aquí, cielo.


—Vale. — no estaba preocupada porque era uno de sus vaqueros. Si fueran los Falconi no irían a caballo. Pedro salió de la casa y habló con el vaquero. Entró cuando ella estaba colocando los platos en la mesa.


—Tenemos que ir al sur. Se han escapado algunas reses. — dijo sentándose en la mesa a toda prisa. Armando y él comieron tan rápido, que no le había dado tiempo a terminar una salchicha y ya habían acabado. Pedro se levantó y le dio un beso— Te veo luego.


Cuando salieron miró al abuelo— ¿Qué vas a hacer hoy?


El abuelo sonrió— Pues ayudarte a pintar, niña. ¿Qué voy a hacer sino?


Lo miró sorprendida— ¿No tienes nada que hacer en el establo?


—Va, me dan trabajo para entretenerme, pero tú me necesitas más.


—Estupendo. Pues empezaremos después del desayuno.







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