domingo, 27 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 8




Después de planchar, limpiar el salón hasta dejarlo reluciente y cambiar las sábanas por las nuevas, hizo la cena. Pedro no había vuelto y se imaginó que después había ido a trabajar sin pasar por casa. Como la pierna de cordero estaba en el horno, se duchó y se puso un vestido blanco de tirantes con flores azules con el que estaba muy cómoda. 


También se puso unas sandalias blancas con un poco de tacón, que le iban muy bien. Incluso se pintó los labios de rosa.


Cuando llegaron los chicos estaba midiendo las ventanas para saber el tamaño de las cortinas. Armando y Pedro parecían agotados y estaban llenos de polvo. Se sentaron en el sofá y ella que había pasado la aspiradora, pensó que debía poner una funda o algo así.


—Hola, nena— dijo extendiendo la mano.


Ella se acercó sonriendo y le dio la mano. Tiró de ella, pero Paula no se movió del sitio— Cielo, ¿qué tal si te duchas?


Pedro la miró sorprendido y Armando se echó a reír. Ella se agachó y le dio un suave beso en los labios— Hala, a ducharse. — dijo ella sonriendo. Se alejaba cuando Pedro le dio una palmada en el trasero sobresaltándola.


Los chicos se fueron duchando y Pedro fue el primero en llegar, acorralándola en la cocina. Cuando la besó en el cuello se echó a reír —Ahora hueles mucho mejor.


La abrazó por la cintura—¿Qué te parece si después de cenar damos una vuelta?


Los perros empezaron a ladrar como locos — ¡Pedro! —gritó Armando.


Pedro se separó de ella a toda prisa. Paula se volvió para verle coger lo que parecía una metralleta de debajo del sofá. 


Atónita vio como corría hacia la puerta y abrirla con cuidado— Nena, agáchate y no te muevas de ahí.


Asustada se sentó en el suelo y escuchó chirriar la puerta. 


Los perros no dejaban de ladrar y muy nerviosa vio que el abuelo se colocaba detrás de la puerta con una escopeta.


—Oh, Dios mío. — susurró apretándose las rodillas muerta de miedo. Si les pasaba algo nunca se lo perdonaría. 


Escuchó dos disparos y Paula se sobresaltó gimiendo — ¡Son coyotes! —gritó Pedro desde fuera.


El abuelo sonrió, pero Paula siguió allí sentada apretando las rodillas. La puerta chirrió y Pedro apretó los labios mirándola— Nena, no pasa nada. Son coyotes, pero se han ido. —se acercó acuclillándose ante ella y le apartó un rizo de la frente— Venga, vamos a cenar. —la cogió por las manos y la levantó lentamente. Ella no le miraba y Pedro le levantó la barbilla— No ha pasado nada. Esto ocurre cada dos por tres. Los coyotes se acercan y tenemos que espantarlos. Todo va bien.


Ella forzó una sonrisa y asintió— Vale, vamos a cenar.


Colocó la comida en la mesa y los hombres la miraban como si fuera una bomba de relojería.


Pedro nos ha dicho que has elegido pintura roja para las ventanas. Quedarán muy bien. —dijo Armando sonriendo.


—Esto está buenísimo. — dijo el abuelo.


—Y va a cambiar las cortinas. — Pedro la miró revolver la comida en el plato —Come Paula, ayer tampoco cenaste.


¿Cómo sabía eso? Suspiró y pinchó algo de carne metiéndosela en la boca. La verdad es que le había salido muy bien. Los chicos se miraron impotentes, pero ella en lo único que podía pensar, era en que no podía soportar aquello.


—¿Y cuándo vas a empezar a pintar la casa? — preguntó el abuelo— Necesitarás la escalera.


—Sí. — dijo sin interés antes de beber un poco de agua.


Pedro cogió su cerveza y le dio un trago—¿Mañana vas a ir a comprar ese caballo? — le preguntó Armando a su hijo cambiando de tema.


—Sí. Los Kendall necesitan el espacio en su cuadra y he decidido comprarlo. Necesitamos más caballos. — dijo mirando de reojo a Paula que había dejado de comer. 


Suspirando, ella se levantó llevándose su plato. Abrió la nevera y sacó la tarta de manzana y crema que había preparado.


—A los chicos les pareció algo raro que les dijeras que no debían acercarse a la casa. — Paula levantó la vista de la tarta hacia la mesa y Pedro miró a su padre como si quisiera matarlo.


—Quiero tarta. — dijo el abuelo mirándola. Ella vio su plato que estaba sin terminar y supo que estaba dejando espacio para comerse dos postres.


—Abuelo, no has terminado.


El abuelo gruñó antes de meterse otro pedazo de carne en la boca y Pedro levantó una ceja divertido. Ella empezó a recoger mientras terminaban—Nena, siéntate con nosotros.


Se mordió el labio inferior y se volvió para mirarlos —Creo que me voy a ir. —los tres se quedaron con la boca abierta —No es justo lo que puede pasar y no quiero llevar eso sobre mi conciencia. Me iré por la mañana. — se volvió para seguir limpiando.


—Quiero mi postre.


Sonriendo se volvió para ir a recoger los platos, pero Pedro se le adelantó pasando a su lado sin mirarla y dejándolos en el fregadero. Iba a servir el postre cuando los mayores se levantaron de la mesa a toda prisa— ¿No querías el postre? — preguntó sorprendida al abuelo.


—Lo he pensado mejor y tengo que cuidar el colesterol.


Les dejaron solos y ella suspiró dejando la tarta sobre la mesa. Pedro apoyó la cadera en la encimera y se cruzó de brazos— ¿A qué ha venido eso?


Se dejó caer en la silla— Creo que es lo mejor.


—Entonces ¿para qué has venido? ¿Para qué has venido hasta aquí, Paula?


—Estaba asustada. No medí las consecuencias.


—¡Le dije a Gerardo que cuidaría de ti!


—Lo entenderá. —se levantó de la mesa y fue hasta el pasillo— Creo que es mejor que me acueste.


—No, porque creo que es mejor que te largues ahora.


Sorprendida se volvió para mirarle sintiendo un nudo en la garganta— ¿Ahora?


—Sí. ¡Quiero que te vayas ahora mismo! —dijo furioso— Ya que tienes miedo a que nos pase algo, creo que cada segundo cuenta. Recoge tus cosas y puedes coger uno de nuestros coches hasta Victoria. Armando lo recogerá mañana en la estación.


Ni siquiera se ofrecía a llevarla y Paula sintió que algo se rompía en su pecho —Bien. —le dijo casi sin voz.


Sin poder creerse que la echara de casa, fue hasta la habitación y cogió su maleta de encima del armario. La estaba bajando cuando Pedro, entró en la habitación dando un portazo tras él— ¿Qué coño te pasa? ¿Crees que voy a dejar que te vayas en un momento así? — Paula le miró sin saber qué pensar y Pedro se acercó quitándole la maleta de las manos y tirándola contra la pared. Se sobresaltó al verla abrirse del golpe y le miró con los ojos como platos —¡Escúchame bien, hasta que yo no diga que te puedes ir, no te puedes ir! ¿Me has entendido? —Paula asintió viendo como daba un paso hacia ella y le gritó a la cara— ¡A ver si te entra en tu dura cabeza! —se miraron a los ojos y él suspiró levantando la mano y acariciando su cuello —Todo va a ir bien.


—¿Tú crees? — preguntó sin creerse una palabra.


—Haz lo que te digo y todo irá perfecto.


Bajó la cabeza lentamente y besó delicadamente sus labios. 


Paula suspiró disfrutando de sus caricias y le acarició la cintura pegándose a él. Pedro profundizó el beso y Paula gimió apretando las uñas en sus costados. Se separó de ella para besar su cuello— Nena, me vas a dejar marcas.


Ni se daba cuenta de lo que le estaba diciendo mientras apartaba el tirante del vestido para besar su hombro. De repente se detuvo jurando por lo bajo— ¿Qué? — preguntó confusa al ver que la soltaba.


—Vuelvo en un segundo. — dijo a toda prisa yendo hacia la puerta— Ve desnudándote.


Paula entendió lo que había pasado. Como estaban en su habitación, no tenían preservativos. No había salido por la puerta, cuando levantó el vestido quitándoselo por la cabeza. 


Se tiró sobre la cama lanzando las sandalias hacia la pared con un golpe del pie. Se tumbó en la cama de manera sexy y frunció el ceño al mirar su sujetador blanco. Tenía que haberse puesto su conjunto nuevo. Se incorporó para quitarse el sujetador, tirándolo al suelo y se tumbó de costado con una postura sexy. Cuando se abrió la puerta, sonrió al ver que él tampoco había perdido el tiempo y se había quitado la camiseta. Al verla en la cama se detuvo en seco y cuando reaccionó, cerró lentamente la puerta sin dejar de mirar sus ojos— Joder nena, eres preciosa.


Paula se sonrojó de gusto y se sintió muy hermosa. Llevó una mano a su cadera y cogió con el pulgar la goma de sus braguitas — ¿Me las quitas tú?


Pedro se acercó a la cama desabrochándose los pantalones— Ya que estás, quítatelas tú. — respondió con voz ronca.


Se puso de espaldas sobre la cama viéndole como caer los pantalones. Se quedó sin aliento al ver su erección. Estaba duro como una piedra y Paula se lamió el labio inferior. Para sorpresa de Pedro metió la mano por sus braguitas y se acarició. Pedro perdió la paciencia y llevó las manos a sus caderas antes de bajárselas haciéndola reír.


— ¿Quieres jugar? — dijo él impaciente— No te preocupes, cielo. Jugaremos hasta que te hartes.


Se tumbó sobre ella y Paula gimió al sentir el roce de su piel sobre sus pechos —Eres tan suave. —Pedro bajó la cabeza chupando uno de sus pezones. Ella gritó porque no se lo esperaba y arqueó su cuello hacia atrás— Shuss, no querrás que el abuelo venga a ver qué ocurre, ¿verdad? — preguntó divertido.


En ese momento a ella le daba todo igual y cuando mordisqueó ligeramente su pecho, le agarró por el cabello. 


Tenía los pechos tan sensibles, que estaba al borde del orgasmo. Pedro acarició sus pechos adorándolos, pero cuando los unió con sus manos chupando un pezón con fuerza y después el otro, Paula gritó sorprendida del placer que la traspasó. Sintió que Pedro se apartaba, pero todavía estaba tan ida por lo que había sentido, que le dejó hacer. 


Cuando levantó sus caderas abriéndole las piernas, Paula sonreía como una tonta. Gritó abriendo los ojos como platos cuando le sintió dentro y Pedro gruñó, cerrando los ojos de placer— Joder, eres perfecta. — gruñó antes de moverse, provocándole sensaciones que no había tenido nunca. Paula apretó la almohada entre sus dedos, sintiendo que su cuerpo se tensaba como nunca, pero cuando Pedro aceleró el ritmo, gimió porque quería más y se lo suplicó antes de que Pedro entrara en ella con fuerza, provocando que su corazón se detuviera de éxtasis.


Él se dejó caer a su lado, haciendo chirriar la cama. 


Respirando agitadamente la cogió pegándola a él y Paula acarició su sudoroso pecho —Nena, no puedes gritar tanto. Parece que te estoy matando.


Paula que todavía no se había recuperado sonrió como una tonta— Mátame otra vez.





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